Hemos recibido a Jesús como nuestro Salvador; hemos renunciado a cualquier falsa enseñanza que nos pudiera tener sujetos o confundidos, y ahora estamos listos para orar pidiendo ser bautizados en el Espíritu Santo. ¿Quien nos va a bautizar en el Espíritu Santo? ¡Jesús lo hará! ¡Siendo esto así!, ¿po­demos recibir el Espíritu Santo en cualquier lugar y en cualquier momento?
“Pero yo creía que alguien tenia que imponerme las manos para “darme” el Espíritu Santo.” No, ya hemos dejado eso bien sentado. Habiendo recibido a Jesús, ¡ya tenemos el Espíritu Santo, de manera que nadie tiene que’ “dárnoslo“; aunque pudieran hacerlo! Jesús vive en nosotros y esta dispuesto a bautizarnos en el Espíritu Santo tan pronto como estemos listos para responder. El que alguien imponga sus manos sobre nosotros puede ser de ayuda, y ciertamente es bíblico, pero no absolutamente necesario. Hemos ex­plicado ya que en tres ocasiones en los Hechos de los Apóstoles, se impusieron las manos, no ocurriendo así en otros dos casos. Mucha gente ha recibido el bautismo del Espíritu Santo, en años recientes, sin que nadie estuviera cerca de ellos, excepto Jesús. Po­demos recibir el bautismo del Espíritu Santo en la iglesia, sentados o arrodillados en los bancos de la iglesia, manejando nuestros vehículos en la carretera, limpiando la alfombra con la aspiradora, lavando los platos o cortando el césped. Ocurrirá en el momento en que lo pidamos y creamos.
¿Pero debo hablar en lenguas?”
Cuando Dennis procuraba recibir el Espíritu San­to, dijo:
¡No me interesa ese asunto de las “lenguas” de que me están hablando!” Creía que hablar en lenguas era un cierto tipo de borrascoso emocionalismo, y su crianza inglesa lo hacia cauteloso de tales cosas.1 No pudieron menos de reírse los cristianos que le esta­ban contando sus experiencias.
-Oh- dijeron-. ¡Lo único que podemos decirte es que vino con el envase, lo mismo que en la Biblia!
Ya hemos demostrado que hablar en lenguas es, en realidad, un común denominador en los ejemplos del bautismo en el Espíritu Santo, a lo largo de las Escrituras. Pareciera no haber dudas de que los pri­meros cristianos conocían la forma de saber inme­diatamente si los conversos habían recibido o no el Bautismo en el Espíritu Santo. Algunos sostienen que supuestamen­te podemos saber cuando una persona ha recibido el Espíritu Santo por el cambio operado en su vida, por los “frutos del Espíritu”. Ciertamente que deberíamos ser cristianos más “fructíferos” después de re­cibir el bautismo con el Espíritu Santo, pero el “dar frutos” no es la señal bíblica de esta experiencia. Los apóstoles conocían en el acto cuando una persona ha­bía recibido el bautismo con el Espíritu Santo. Si hubieran tenido que esperar hasta constatar los frutos o el cambio de carácter en la vida de la persona, hu­bieran demandado meses o anos para hacer la eva­luación. Aparentemente los primitivos cristianos con­taban con un medio más simple, y no es difícil ima­ginar cual era.
¿Que fue lo que atrajo a la gran multitud de “judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo” en Pentecostés, tres mil de los cuales se con­virtieron en esa misma hora y día? No habían estado ahí el tiempo suficiente para averiguar que clase de vida había vivido la gente antes y después. ¿Que fue lo que de inmediato convenció a Simón el Mago que sus vecinos habían recibido algo tan altamente ren­didor que procuro comprarlo? Por otro lado, ¿como supieron inmediatamente los apóstoles Pedro y Juan, que los conversos de Felipe no habían recibido el Espíritu Santo? Ciertamente no era por falta de gozo, pues el relato dice: “Había gran gozo en aquella ciu­dad.” (Hechos 8:8.). ¿Que fue lo que convenció to­talmente a Pedro en la casa de Cornelio que los roma­nos habían recibido el Espíritu Santo, por lo cual se aventuro, contrariamente a todas las practicas y creencias, a bautizar a estos gentiles? El caso de los efesios, citado en Hechos 19, difiere algo, porque esta gente no había recibido a Jesús. Sin duda alguna Pablo echo de menos la presencia del Espíritu Santo en todos ellos; pero luego que recibieron a Jesús y fueron bautizados en agua, que fue lo que le permitió saber a Pablo, inmediatamente de haberles im­puesto las manos, de que habían recibido le Espíritu Santo?
“Les oímos hablar en nuestras lenguas las mara­villas de Dios.” (Hechos 2:11.) “Los oían que habla­ban lenguas, y que magnificaban a Dios.” (Hechos 10:46.) “Hablaban en lenguas y profetizaban.” (He­chos 19:6.).
Cualquiera que tome en serio las Escrituras, no sucede sacar otra conclusión que no sea la importan­cia de hablar en lenguas. Jesús mismo dijo: “Estas señales seguirán a los que creen: hablaran nue­vas lenguas.” (Marcos 16:17.)
El apóstol Pablo les dijo claramente a los corintios “Quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas.” (1 Corintios 14:5.)
Aquí tenemos el original griego
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“Thelo de pantas humas lalein glossais”, puede ser traducido ya sea en el presente indicativo o en el sub­juntivo. Numerosas versiones en castellano utilizan el subjuntivo: “Quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas” (versión de Casio doro de Reina, revisada por Cipriano de Valera y otras revisiones).La Biblia de Jerusalén elige el presente de indicativo, como la traducción mas ajustada a la realidad: “Deseo que habléis todos en lenguas.” Tam­bién es directa la traducción literal del Englishman’s Greek New Testament de Bagster, que vertida al cas­tellano, dice: “Deseo que todos vosotros habléis en lenguas.”
Después de todo, es el mismo apóstol Pablo el que mas adelante les dice a los corintios: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas mas que todos vosotros” o, con mayor exactitud aun: “Doy gracias a Dios, hablando en lenguas, mas que todos vosotros.” (1 Co­rintios 14:18.).
Pablo continua diciendo: “Si yo oro en lengua des­conocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento que­da sin fruto. ¿Que pues? Orare con el espíritu, pero orare también con el entendimiento; cantare con el espíritu pero cantare también con el entendimiento.”
(1 Corintios 14:14-15.)
Y aquí tenemos la respuesta de lo que significa hablar en lenguas, y el porque Dios hubo de elegir una evidencia aparentemente tan extraña para acompañar al bautismo con el Espíritu Santo. Hablar en lenguas es la oración con o en el Espíritu: es nuestro espíritu, hablando a Dios, inspirado por el Espíritu Santo. Se produce cuando un creyente cristiano habla a Dios, pero en lugar de hablar en un lenguaje que conoce con su intelecto, simplemente habla, con fe infantil, y espera que Dios le de forma a las pala­bras. El espíritu humano regenerado, que esta unido al Espíritu Santo, ora directamente al Padre, en Cris­to, sin estar sujeto a las limitaciones del intelecto. De la misma manera en que la nueva vida en el Espíritu es expresada o, si lo preferimos, ejercitada, así es construida o edificada la vida espiritual.
El que habla en lengua extraña a si mismo se edi­fica.” (1 Corintios 14:4.) “Edificar” es la traducción del vocablo griego oikodomeo que literalmente signi­fica “construir“. En este caso significa edificarse a, si mismo espiritualmente. Una palabra afín la utiliza el apóstol Judas, cuando dice: “Edificándonos sobre vuestra santísima re, orando en el Espíritu. Judas 20.) (Sin duda alguna que este pasaje de Judas se refiere al hablar en lenguas.) Por otra parte, el inte­lecto se siente humillado al no comprender el lenguaje; se pone al alma (ser psicológico) en su lugar, que esta sujeto al espíritu. La oración se eleva a Dios en libertad. La oración llega tal cual el Espíritu Santo quiere que llegue; por lo tanto será una oración per­fecta, nacida de la perfección de la nueva criatura, y perfectamente inspirada por el Espíritu.a De ahí que sea, además, una oración activa. El Padre la puede recibir en su totalidad, porque proviene, no de nues­tras almas embarulladas, sino del Espíritu Santo a través de nuestro espíritu, ofrecida por nuestra vo­luntad y cooperación.
Nuestra voz, nuestro idioma o, como la Biblia lo expresa, nuestra lengua es nuestro principal medio de expresión, y no es simple coincidencia que sea justamente por aquí por donde comienza a derramarse el Espíritu Santo. Espiritualmente, psicológicamente y fisiológicamente, nuestra habilidad para hablar es central. Leemos en Proverbios: “Del fruto de la boca del hombre se llenara su vientre; se saciara del pro­ducto de sus labios. La muerte y la vida están en poder de la lengua, el que la ama comerás de sus fru­tos.” (Proverbios 18:20-21.) Nuestra capacidad para comunicarnos con otros mediante un idioma racional, es parte fundamentalista del ser humano. La Biblia se refiere a la facultad del idioma como la “gloria” del cuerpo. Dice el salmista: “Despierta, oh gloria mía; despierta salterio y arpa; levantarme de ma­ñana. (Salmo 57:8.) Y en otro pasaje: “Alégrese por tanto mi corazón, y se gozó mi gloria: también mi carne reposara confiadamente.” (Salmo 16:9.) En cada caso la explicación al margen establece que la palabra “gloria” es una metáfora de la
En su capitulo tres Santiago compara la lengua con el timón de un gran barco, capaz de controlar todo el navío con un ínfimo golpe, y también la compara con el freno de un caballo, pequeño adminículo con que controla todo su cuerpo. Sin embargo, Santiago continua diciendo que la lengua “es un mal que no puede, ser refrenado, llena de veneno mortal”. (San­tiago 3:8.) Dice que la lengua, estando inflamada con el fuego del infierno, contamina todo el cuerpo. (Santiago 3:6.) El Salmo 12:4 dice: “Por nuestra lengua prevaleceremos; nuestros labios están con nos­otros: ¿quién nos es Señor?” Pareciera que la misma facultad de hablar que es algo tan importante, es tam­bién lo que mas obstruye la libertad del Espíritu Santo en la vida del creyente. Es un foco que esti­mula nuestro orgullo intelectual. Un neurocirujano amigo nuestro, hizo el siguiente comentario: “En­tiendo porque Dios recurre a hablar en lenguas. El centro del lenguaje domina el cerebro. No veo como Dios pueda gobernar el cerebro físico; a menos que controle los centros del lenguaje.
a Una prueba fascinante de esto radica en que las personas total­mente sordas, y que nunca han hablado ni una palabra, cuando reciben el Espíritu Santo hablan en lenguas con toda fluidez! La señora Wendell Mason, de La Verne, California, que trabaja con los sordos, dice: “He orado con no, menos de O sordos pidien­do recibir el Espíritu Santo, y los he oído dirigirse fluidamente a Dios en un lenguaje celestial, volviendo al lenguaje de signos al comunicarse conmigo. He visitado sordomudos recibir el Espíritu Santo y hablar en lenguas.” Hemos recibido testimonios similares de otras personas que trabajan con los sordos. Seria totalmente imposible que estos impedidos pudieran imitar un lenguaje, o pronunciar palabras recordadas de su mente “in­consciente” (como lo afirman algunos escépticos cuando tratan de explicar el hablar en lenguas) desde el momento que nunca han escuchado ni una palabra en sus vidas.
“¿Quien puede domar la lengua?” pregunta Santia­go, y la respuesta es: “! El Espíritu Santo!“, y el hablar en lenguas constituye el recurso principal del proceso. Dice el Espíritu Santo: “Quiero inspirar y gobernar en ustedes los medios mas importantes de expresión que tengan, es decir la capacidad de ha­blar. También quiero domar y purificar eso con lo cual cometen los mayores pecados: ¡La lengua!”
Hablar en lenguas nada tiene que ver con las emo­ciones. Hablar en lenguas de ninguna manera puede ser una emoción, porque las emociones forman parte del alma, de la naturaleza psicológica, mientras que hablar en lenguas es hablar desde o en el espíritu. (1 Corintios 14:14.) Este hecho puede parecer sor­prendente a las personas que han oído de una mani­festación altamente emocional, que en realidad no era otra cosa que un abuso del don de lenguas (ministe­rio público en lenguas) y de ahí que se hayan sentido asustados o repelidos por esa práctica.
Los pasajes que en varias versiones modernas de las Escrituras hablan de “lenguas de éxtasis” o “idio­ma extático” son en realidad paráfrasis y no traduc­ciones. Nada hay en el original griego que implique que hablar en lenguas tenga nada que ver con la emoción, éxtasis, frenesí, etc. La frase reduce siem­pre a lalein glossais, que significa, simplemente, “ha­blar en lenguajes“. Pueda que el hablar en lenguas emocione, de la misma manera que aguza el intelecto, y esperamos que así sea; pero no tenemos que alcanzar un estado emocional especial para hablar en lenguas. En realidad de verdad, uno de los mayores impedi­mentos para recibir el Espíritu Santo es la recargada atmósfera emocional que suponen algunos que ayuda y, más aún, que es necesaria. Cuando las personas buscan recibir el bautismo del Espíritu Santo y ha­blan en lenguas por primera vez, tratamos de “cal­mar” sus emociones lo mas que nos sea posible. Muchos comienzan a hablar en lenguas quedamente. Luego hablaran en voz más tonante a medida que crezca su fe y pierdan el temor. De hecho, las emociones estimuladas se interponen en el camino del Espíritu Santo, de la misma manera que lo hace un intelecto demasiado activo o una voluntad demasiado deter­minada.
No hay nada de malo con la emoción. Tenemos que aprender a expresar nuestras emociones y disfrutar de ellas mucho mas de lo que generalmente lo ha­cemos, especialmente en relación a nuestra asociación con Dios. ¿Puede haber, acaso, algo más maravilloso, o más emocionantemente conmovedor, que sentir la presencia de Dios? Pero la emoción, sin embargo, es una respuesta, una expresión, no una causa. El emo­cionalismo es la expresión de la emoción, en función de si misma, sin estar enraizada en causa alguna.
No estaremos en ninguna rara disposición de Ánimo cuando hablamos en lenguas. Ninguna relación tiene con lo misterioso, lo oculto, como creemos quedo cla­ramente especificado en el capitulo anterior. No se trata de histeria ni de forma alguna de sugestión. No entramos en trance ni ponemos nuestras mentes en blanco. Mientras hablamos en lenguas nuestra mente debe trabajar activamente pensando en el Se­ñor. Poner nuestra mente en blanco o adoptar una actitud de pasividad mental resulta peligroso en cual­quier circunstancia, y no debe ser estimulado.
Hablar en lenguas de ninguna manera significa compulsión. Dios no obliga a su pueblo para actuar de esta manera: lo inspira. Es el enemigo el que “posee” y obliga a la gente a actuar contra su voluntad. Siem­pre que uno diga: “Hago esto porque Dios me ordenó hacerlo” refiriéndose a cualquier manifestación física, lo mas probable es que Dios nada tenga que ver en ello, sino que es mas bien la propia naturaleza (psicológica) del alma de la persona la que esta actuando o, peor aun, un espíritu extraño lo está abrumando, 4 Dios puede hacer y hace cosas inesperadas y desacostumbradas, pero no exige de sus hijos un comportamiento tan caprichoso y grotesco que pudiera ahuyentar a otros. (2 Timoteo 1:7.)
Siguiendo la misma línea de pensamiento, algunos temen hablar en lenguas porque se imaginan que de pronto pueden pegar un salto en la iglesia e interrumpir al predicador, o de pronto empezar a hablar en lenguas en un campo, de golf. ¡Tonterías! “El espíritu del profeta esta sujeto al profeta.” (1 Corintios 14:32.) Algunos razonan así: “Pero si este es el Espíritu Santo que esta hablando ¿cómo me atreveré a rechazarlo? Ah, pero es que este no es el Espíritu Santo hablando. Hablar en lenguas significa que es nuestro espíritu el que esta hablando, inspira­do por el Espíritu Santo, y nuestro espíritu esta bajo nuestro control. Antes de poder manifestarse cualquier don del Espíritu, necesita nuestro consentimiento. Pue­de ocurrir a veces que estemos tan poderosamente ins­pirados por el gozo y el poder del Señor, que sentimos la necesidad de hablar en una circunstancia en la cual nuestra mente nos esta diciendo que no corresponde. No hay nada malo en ello; aprendemos así a contro­larnos de la misma manera que aprendemos a no reírnos a destiempo, aún cuando algo nos parezca muy divertido, ¡y nos sentimos altamente inspirados para reírnos! Esta es una buena comparación, porque la inspiración del Espíritu Santo se asemeja a una risa gozosa.
4 No estamos negando que el Espíritu Santo puede, por su soberana voluntad, provocar sensaciones físicas. No es raro que una persona sienta un movimiento sobrenatural localizado en sus mejillas, labios, lengua, o un tartamudeo o temblor en el cuerpo, en momentos de orar pidiendo el bautismo del Espíritu Santo, y esto puede ocurrirle a una persona que no solamente no demuestra activamente su deseo de recibir el Espíritu Santo, sino que ni siquiera comprende el asunto. Hay casos de quienes experimentan un debilitamiento de los músculos ¡al extremo de no poderse tener en pie! El día de Pentecostés fueron acusados de estar borrachos. En Cesárea de Filipo los romanos se sintieron anonadados por el Espíritu Santo, al parecer sin esperar que tal cosa ocurriese. Por lo menos Pedro no mencionó tal manifestación y no esperaba que sucediese. Sin embargo, no importa cuan abrumadora sea la inspiración, y de si es espiritual, psicológica o aun física en su naturaleza, el espíritu del profeta todavía esta sujeto al profeta. En todos los casos es siempre requerido el consentimiento y cooperación del individuo. No importa can poderosa sea la inspiración, nunca es compulsiva. Notemos, sin embargo, que el Espíritu puede -y así lo hace-, constreñir a los incrédulos. Los que salieron a arrestar a Jesús cayeron a tierra. Pablo cayó de su cabalgadura y quedó transitoriamente enceguecido. Se podrían mencionar muchos otros ejemplos.
Algunos plantean el problema de que la Biblia dice que no debe hablarse en lenguas de no mediar inter­pretación. Esta regla se aplica a hablar en lenguas en una reunión publica, y será tratado con mayor detalle en el capitulo que trata del don de lenguas, pero por ahora diremos que el hablar en lenguas pri­vadamente no requiere interpretación. El creyente esta “hablando, a Dios en un misterio”, orando con su espíritu, no con su intelecto.
“¿Y si no hablamos en lenguas? ¿Puedo recibir el Espíritu Santo sin hablar en lenguas?”
¡Todo viene incluido!” Hablar en lenguas no es el bautismo en el Espíritu Santo, pero es lo que suce­de cuando somos bautizados en el Espíritu, y resulta ser un importante recurso para ayudarnos, como dice Pablo, a ser llenos o continuar siendo llenos del Espíritu. (Efesios 5.:18.) No es que tengamos que hablar en lenguas para tener el Espíritu Santo dentro de nosotros. No es que tengamos que hablar en len­guas para gozar de momentos en los cuales sentimos que estamos llenos del Espíritu Santo, pero si queremos el libre y pleno derramamiento que es el bautis­mo en el Espíritu Santo, debemos esperar que ocurra como en la Biblia, y como lo hicieron Pedro, Santiago, Juan, Pablo, Maria, Maria Magdalena, Bernabé y todos los demás. Si queremos entender el Nuevo Tes­tamento, necesitamos la misma experiencia que tuvieron sus escritores.
Algunas personas preguntaran: “¿Pero que me dice de los grandes cristianos de la historia? Ellos no hablaron en lenguas.” ¿Estamos seguros de ello? Es muy probable que no haya habido ningún momento en la historia de la iglesia sin que hubiera algunos que conocían la plenitud del Espíritu Santo y habla­ran en lenguas. Siempre que hubo notables reaviva­mientos de la fe, se evidenciaron los dones del Espíritu. San Patricio en Irlanda, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, San Francisco Javier, los primeros cuáqueros, los valdenses, los primeros metodistas, son unos pocos ejemplos de los que en aquellos tempranos días ha­blaron en lenguas. En épocas mas recientes, numerosos dirigentes cristianos hablan hoy en lenguas, pero no lo admiten por temor al prejuicio. Pero hay muchos que son más va­lientes. Hay miles de pastores y sacerdotes en prácticamente todas las denominaciones que testifican ha­ber recibido el Bautismo en el Espíritu Santo y ha­blado en lenguas, y el número esta creciendo cada vez más. Una sola organización de pastores presbiteria­nos carismáticos, suma alrededor de 400. Cinco anos atrás un dirigente de la iglesia bautista norteameri­cana nos dijo que en ese entonces había 500 pastores de esa denominación que hablan recibido el Espíritu Santo y hablado en lenguas.

Hay un cierto número, de personas que han hablado en lenguas y que no lo saben! De vez en cuando, al hablar sobre esta manifestación, alguien nos dice: “Oh, usted se refiere a ese extraño lenguaje que he hablado desde que era niño; ¿es eso?; ¡Me hace sentir feliz y cercano a Dios! *
Al terminar una reunión, una simpática señora ho­landesa, de alrededor de 35 años de edad, conversaba con Dennis.
-Una vez hable en lenguas, hace de esto alrededor de ocho meses- comento con cierto dejo de ansiedad en la voz -y quisiera hacerlo de nuevo.
-¿Y por que no lo hace?
-Oh, no me animaría. Me entretengo con mis hijos hablándoles en un lenguaje que a ellos los divierte. ¡Me temo que si trato de hablar en lenguas hablaría en ese lenguaje; aún sin proponérmelo!
A esta altura de la conversación Dennis sonreía. -Esa es su lengua- le dijo.
La señora se sobresaltó: -Oh, no- dijo sacudien­do firmemente la cabeza – ¡esa es una lengua que usamos en los juegos!
Luego de varios minutos de discusión, Dennis le pregunto:
– ¿Estaría dispuesta a hablarle a Dios en esa lengua?
Requirió un poco más de persuasión, pero final­mente inclino su cabeza y comenzó a hablar queda­mente en un hermoso lenguaje. No habían pasado treinta segundos antes de que sus ojos se llenaran de lágrimas de gozo: -¡Esto es! ; ¡Esto es!- dijo.
Un joven matrimonio de turistas ingleses, mientras recorrían los Estados Unidos se detuvieron en St. Luke hace alrededor de siete anos atrás. Sentían cu­riosidad por averiguar más sobre el bautismo en el Espíritu Santo. Hablando, procuramos explicarles que significaba el hablar en lenguas. El joven esbozó una sonrisa entre divertida y perpleja, y pregunto:
-¿Podría ser algo que yo he estado haciendo en mis oraciones desde la edad de tres anos?
La esposa también sonrió y exclamó: ¡Yo tam­bién!
Sin saberlo el uno del otro, ambos habían hablado en lenguas de tiempo en tiempo, en sus oraciones, desde su más tierna infancia.
* Como es obvio, para que tal cosa sea valida, el niño tendría que haber recibido primero a Jesucristo.
No les parece esta una buena ocasión para mencionar el hecho de que muy a menudo la primes ve que las personas hablan en lenguas, lo hacen en sus sueños. La semana antes de escribir este capitulo, dedicamos un cierto tiempo a conversar con el piloto de unas líneas aérea, que procuraba conocer algo más sobre el Espíritu Santo. Nos dijo:
-Noches atrás soñé que hablaba en lenguas. ¡Cuando desperté tenia una sensación maravillosa!
Cuando una persona habla en lenguas durante su sueño, pronto comenzara a hablar en lenguas estando despierto, si esta dispuesto a hacerlo. A veces resulta difícil convencer a la gente de esto. Un joven estudian­te de la asistió, juntamente con otros estudiantes a la Reunión de Información de los vier­nes en St. Luke. Una semana después vino a la iglesia y me dijo: -Estoy muy desilusionado. Quería quedarme las otras noches para recibir el Espíritu Santo, pero los otros muchachos no podían esperar. Pero esa noche soñé que llegue hasta la barandilla que separa el altar en su iglesia, y recibí el Espíritu San­to. ¡Fue maravilloso! ; Hable en lenguas y me sentí lleno de alegría,
-Hum-m-m- exclamo Dennis-. La reunión del viernes tuvo lugar en la casa parroquial ¿no es así?
-Si- replico el joven-. Nunca entre al templo propiamente dicho, ¡pero durante mi sueño es ahí donde estaba!
– ¿Quieres describirme el templo?- le pidió Dennis.
-Bueno, note que el altar ocupaba una posición que no es la habitual en la mayoría de las iglesias. Estaba tan separado de la pared que podría haberla tocado con la mano cuando me arrodille en el altar. (Esto ocurría hace alrededor de siete anos atrás, cuando esa disposición de los altares no era tan común.) La iglesia estaba pintada de marrón, toda de madera.
A continuación el joven procedió a describir con toda precisión el interior de la Iglesia de St. Luke, Seattle. Parecía que el Señor no solo había bautizado a este hombre en el Espíritu Santo, sino que le había mostrado un cuadro claramente recono­cible del interior de la Iglesia de St. Luke. (Esto ultimo seria una manifestación del don de ciencia.)
– ¡Felicitaciones! – le dijo Dennis-. ¡Has recibi­do el Espíritu Santo!
-0h, no respondió el muchacho ¡fue nada mas que un sueño!
Demandó algún tiempo el convencerlo, pero final­mente consintió en orar y de inmediato comenzó a hablar con toda fluidez en un nuevo lenguaje.
– ¡Es el mismo lenguaje que hable durante mi sueño!- exclamo contento.
Antes de orar pidiendo recibir el Espíritu Santo, sugerimos que primero oremos al Padre en el nombre de Jesús, reafirmando nuestra fe en Cristo, agrade­ciéndole por la nueva vida que nos ha brindado en Jesús y por el Espíritu Santo que vive en nosotros. Continuar orando diciendo todo lo que hubiere en nuestros corazones. Si recordamos algo que nos im­pida acercarnos a Dios, una mala acción o una mala actitud inconfesada, un resentimiento contra alguien, por ejemplo, o una deshonesta operación comercial, digámoselo a Dios, confesémosle nuestro pecado, y luego prometámosle enderezar nuestros caminos. Si ese es nuestro sentir, dejemos la oración momentáneamente, pongamos las cosas en orden y después volvamos (Mateo 5:23-24) pero no permitamos que la idea de algún pecado “es­condido” o desconocido nos impida pedir el bautismo en el Espíritu Santo. “No somos dignos” podrán decir algunos, y la respuesta es: “; ¡Por supuesto que no somos dignos!” Solamente Jesús es digno. ¿Alguna vez, podremos acercar­nos por ventura al Señor y decirle: Ahora soy digno? ¿Por lo tanto dame la parte que me corresponde?” Es mejor no hacerlo: ¡bien pudiera ser que nos la diera!
Si estamos solos orando para recibir el Espíritu Santo, elevemos esta oración, o si algún otro está orando con nosotros dirán una oración similar
“Padre celestial, lo doy gracias porque estoy bajo la protección de la preciosa sangre de Jesús que me ha limpiado de todo pecado. Amado Señor Jesús, te ruego que me bautices en el Espíritu Santo, y per­míteme alabar a Dios en un nuevo lenguaje, que supere las limitaciones de mi intelecto. Gracias, Señor; creo que ya mismo estas respondiendo a mi rue­go. Te lo pido en el nombre del Señor Jesús.”
Cuando le pedimos a Jesús que nos bautice en el Espíritu, nosotros debemos recibirlo. El recibir nos corresponde a nosotros.
Este es el ABC del recibir:
A. Pedir a Jesús que nos bautice en el Espíritu Santo. La carta de Santiago dice: “No tenéis lo que deseáis, porque no pedís.” (Santiago 4:2.) Dios nos ha dado libre albedrío y eso nunca lo quitara. No forzara sus bendiciones sobre nosotros, ya que no es este el camino del amor. Debemos pedir. Dios nos ordena ser llenos de su Espíritu Santo. Efesios 5:18
B. Creer que recibiremos en el momento en que lo pedimos. “Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.” (Juan 16:24.) La fe es creencia en tiempo presente. “Es la fe. . .” escribe el autor de Hebreos. (Hebreos 11:1.) Además la fe es activa y no pasiva, lo cual quiere decir que somos nosotros los que debemos dar el primer paso.
C. Confesar con nuestros labios. Cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador, creímos en nuestro corazón y le confesamos con nuestros labios. Ahora confesemos con nuestros labios pero en el nuevo len­guaje que el Señor esta dispuesto a darnos. Abramos nuestra boca y comencemos a hablar, anunciando así que creemos que el Señor nos ha Bautizado en el Espíritu. No hablemos en castellano ni en ningún otro idioma que conozcamos, pues Dios no nos puede diri­gir para hablar en lenguas si estamos hablando en un lenguaje que nos es familiar. ¡No podemos hablar en dos idiomas a la vez! Confiemos en Dios que el nos de las palabras, así como Podía confiar en Jesús de que le permitiría caminar sobre las aguas. Hablar en lenguas es un infantil acto de fe. No requiere nin­guna habilidad, antes bien, significa despojarnos de toda habilidad. Es hablar con palabras sencillas, utili­zando nuestra voz, pero en lugar de decir lo que nues­tra mente nos dicta, debemos dejar que el Espíritu Santo dirija nuestra voz directamente para decir lo que el quiere que digamos.
“¡Pero ese seria yo el que habla!” ¡Exactamente! Dios no habla en lenguas, es la gente la que habla en lenguas, y es el Espíritu el que da las palabras. Veamos lo que sucedió en Pentecostés: “Y comenza­ron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.” De modo que debemos comenzar a hablar en otras lenguas -no en nuestro propio idio­ma u otros idiomas- según el Espíritu nos faculta a .pronunciar las palabras o a darles forma, ;cosa que el Espíritu hará, sin duda alguna! De la misma ma­nera en que un niño comienza a balbucear sus prime­ras palabras, abramos nuestras bocas y pronunciemos las primeras silabas y expresiones que vienen a nues­tros labios. Debemos empezar a hablar en la misma forma como Pedro tuvo que salir del bote. Dios nos guiara cuando nos animemos a confiar en é1, dando el primer paso, en fe.
Al orar para recibir el Espíritu Santo, ocurre a veces que algunas personas experimenten un temblor involuntario, balbucean sus labios y castañetean sus dientes. Estas son reacciones físicas ante el Espíritu Santo, que en si mismas no tienen mayor significación, aparte de indicar su presencia. Se producen pro­bablemente ante la resistencia que le oponemos. Algu­nas personas han esperado en vano, durante años, para que los “labios balbuceantes” lleguen a ser un lenguaje. El creyente en todos los casos debe empezar a hablar: hablar en lenguaje no es un acto involun­tario.
“Pero yo no quiero -dicen algunos- que nadie me enseñe como hablar en lenguas. Quiero que Dios lo haga. De lo contrario podría ser “en la carne”.
Es imposible que nadie nos diga “como” hablar en lenguas. Lo que estamos tratando de hacer es conven­cerlos de que comiencen a hablar. Cierto que mucha gente empieza a hablar espontáneamente sin que na­die los incite. Aparentemente así lo hicieron la mayoría, en los casos relatados en la Biblia. Si todos viviéramos de acuerdo a una fe sencilla, también actuaríamos así, pero desgraciadamente muchos de nosotros tendemos a ser sofisticados y estamos llenos de inhi­biciones, temerosos de que nos tomen por tontos. Mu­chos adultos y niños agraciados con una fe infantil reciben fácilmente y con espontaneidad; nuestras ins­trucciones van mas bien dirigidas a los que aun mantienen ciertos pruritos. Todo cuanto podemos decir es que depende de cada uno de nosotros el que salgamos del tote si queremos caminar sobre las aguas. No podemos dar indicaciones de cómo caminar sobre las aguas, pues Jesús cuidara de eso, pero si podemos apremiarlos para que salgan del barco, y den el pri­mer paso sobre las olas. Con respecto a que pueda ser “en la carne”, un conocido erudito maestro de la Biblia, nos dice
“Cuando Pedro salió y caminó sobre las aguas, los de “la carne” se quedaron sentados en el bote.”
La “carne” es lo opuesto a la fe; es el “viejo hom­bre”, rebelde y pecador. Es mucho mas “de la carne” esperar que Dios tome el mando y nos haga hacer algo, que confiar en el con fe sencilla y esperar a que nos honre cuando empezamos a imitar los soni­dos de nuestro hablar. Estamos enseñan do -y sabemos que esa es la verdad- que estos primeros esfuerzos en obedecer al Espíritu no son mas que el comienzo. No importa que estos primeros sonidos no sean otra cosa que las pocas gotas que salen cuando “cebamos la bomba”; pronto saldrá el chorro con toda su fuerza.
El salmista David, por inspiración del Espíritu Santo, dijo así: “Abre tu boca, y yo la llenare.” (Salmo 81:10.)
Un sonido de regocijo puede no ser hablar en lenguas, pero aun esto agrada al Señor. No pasara mu­cho tiempo antes que Dios premie nuestra fe sencilla y hablemos el lenguaje del Espíritu Santo.
Al llegar a este punto, pueden suceder varias cosas puede ocurrir que no logremos empezar a hablar, debido a nuestra timidez e inhibiciones. Muy bien, ¡no ha fracasado en el examen! Pero tenemos que perseverar hasta que decidamos emitir ese primer sonido. Algo parecido a lo que les ocurre a los para­caidistas que se arrojan del aeroplano por primera vez. Si quiere ser un paracaidista ¡tiene que saltar! ¡No hay otra manera! No hay que echarse atrás, co­mo algunos hacen, diciendo: “Supongo que Dios no me quiere conceder ese don.” Pero no es Dios, sino nosotros los que nos echamos atrás.
A veces comenzamos a hablar, pero lo más que logramos son unos pocos sonidos vacilantes. ¡Muy bien! ¡Ya hemos roto la “barrera del sonido”! De­bemos persistir con esos sonidos. Ofrezcámoslos a Dios. Con nada más que esos “sonidos gozosos” digá­mosle a Jesús que lo amamos. A medida que lo hace­mos así, esos sonidos crecerán hasta adquirir la mag­nitud de un lenguaje plenamente desarrollado. Este proceso puede durar días o semanas, pero no por culpa de Dios sino por culpa nuestra. En un sentido estrictamente real, cualquier sonido que hagamos ofre­ciendo nuestra lengua a Dios en fe sencilla, puede ser el comienzo de hablar en lenguas. Hemos pre­senciado vidas visiblemente cambiadas por la libe­ración del Espíritu como resultado de la emisión de un solo sonido, ¡de una sola silaba! Si en alguna oportunidad hemos emitido tal sonido al mismo tiem­po que confiando en Dios de que el Espíritu Santo nos guiaría, desde ese momento en adelante nunca hay que decir: “Todavía no he hablado en lenguas”, sino: ¡Empiezo a hablar en’ lenguas!” Recordemos que la manifestación del Espíritu significa siem­pre que Dios y nosotros estamos trabajando juntos.
“Obrando con ellos el Señor… con las señales que se seguían.” (Marcos 16:20.)
Por otra parte puede ocurrir que de inmediato ha­blemos en un hermoso lenguaje. Eso también es ma­ravilloso, ¡pero no significa de ninguna manera que mas santos que los otros! Significa simplemente que estamos un poco más liberados en nues­tros espíritus que tenemos menos inhibiciones. De cualquier manera, el quid del asunto es que continuemos hablando, o tratando de hablar.
De vez en cuando ocurre que una persona cuenta con algunas nuevas palabras en su mente, antes de que empiece a hablar en lenguas. ¡Hay que decirlas! Las demás seguirán.
Ocasionalmente hay algunos que ven las palabras escritas, como si estuvieran escritas en un indicador automático movible o proyectado sobre la pared. Una mujer vio las palabras en su “lengua”, como si hu­bieran sido escritas en la pared ¡con la pronunciación y acentuación completas! Las “leyó” a medida que aparecían, y comenzó a hablar en lenguas. ¿Por que suceden tales cosas? Porque al Espíritu Santo le gusta la variedad. La mayoría de las personas no reciben estas “ayuditas”, de modo que, si nos ocurren, alabemos al Señor. Algunos son mas capaces de can­tar que de hablar, y eso esta bien. De la misma ma­nera que podemos empezar a hablar en el Espíritu, lo podemos hacer cantando. Solamente debemos per­mitir al Espíritu que nos de la tonada como asi­mismo las palabras. Es probable que al principio nos venga como un canturreo, tal vez en tune a des tonos, pero puede ayudarnos a liberarnos: Conocemos personas que no pueden cantar ni una sola nota al “natural”, pero que cantan hermosamente en el Es­píritu.
¿Que se supone que sintamos cuando hablamos en lenguas? Puede que al principio nos sintamos absolu­tamente nada. Recordemos que esto no es una expe­riencia emocional… Estamos tratando de que nuestro espíritu adquiera la libertad necesaria para alabar a Dios a medida que el Espíritu Santo nos inspira. Puede transcurrir un tiempo antes de que nuestro espíritu pueda abrirse camino hacia nuestros sentimientos para hacernos nuevamente conscientes de que Dios esta en nosotros. Por otra parte, podemos ex­perimentar algo así como si de golpe se abriera una brecha y nos sintiéramos transportados a las regiones celestiales. ¡Alabemos al Señor! Es una experiencia maravillosa tener la súbita conciencia de la plenitud de Cristo en nosotros y sentirnos arrebatados de esa manera. Muchas personas acusan una sensación de libertad j y realidad en lo mas hondo de sus espíritus cuando empiezan a hablar y de estar llenos de la plenitud de Cristo.
Por lo menos de una cosa podemos estar seguros: si no aceptamos la experiencia como real, no estare­mos conscientes de su realidad. La vida del cris­tiano esta edificada sobre la fe, es decir, confianza y aceptación. Inevitablemente muchos dirán: ” ¡Pero ese fui solamente yo!” Por supuesto, ¿quien espe­raba que fuese, algún otro? Somos nosotros los que hablamos, mientras el Espíritu Santo provee las pa­labras. Pero a menos que aceptemos que se trata del Espíritu Santo y de que la experiencia es real, no habremos de ser bendecidos con las bendiciones que estamos buscando. Por lo tanto, creamos y aceptemos, y alabemos al Señor por lo que esta haciendo en nosotros y por medio de nosotros.
A Dennis le pidieron un día que diera su testimonio en una iglesia cercana. Después de la reunión muchos se quedaron para orar y pedir recibir el Bautismo en el Espíritu San­to. El ministro religioso le dijo a Dennis:
-Hay otro aquí que esta pasando por mo­mentos muy difíciles. ¿Puede usted ayudarlo?
Era un joven ministro perteneciente a una de las iglesias de liturgia muy elaborada. Tenía la firme determinación de recibir el Espíritu Santo pero, como es obvio, estaba totalmente fuera de su elemento en este marco sin inhibiciones. Mientras mas lo exhor­taban los bien intencionados hermanos que oraban por el, ¡mas se congelaba!
Dennis le pidió que lo visitara en su oficina en St. Luke, y ahí, luego de hablar tranquilamente un rato, oraron para que recibiera la plenitud que estaba bus­cando. Luego de un rato comenzó a temblar violentamente y a hablar en un hermoso lenguaje.
Continuo hablando durante dos o tres minutos, miro a Dennis con aire sombrío, y dijo: -Bueno, muchas gracias- ¡y se fue!
A la noche siguiente llamo por teléfono – Dennis- dijo tristemente -te agradezco mu­cho por tratar de ayudarme, pero no recibí nada.
Dennis le dijo:
-Mira, mi amigo. Te vi temblar bajo el poder del Espíritu Santo, y te oí hablar hermosamente en un lenguaje que no conoces. Yo se que tu sabes que el Señor Jesús es tu Salvador, de modo que estoy se­guro que tiene que haber sido el Espíritu Santo. No dudes más. ¡Agradece al Señor por haberte bautizado en el Espíritu Santo!
Colgó el teléfono, pero una hora después volvió a llamar. Estaba eufórico. -¡0h!- exclamó- cuando seguí tu consejo comencé a agradecerle al Señor por haberme bautizado en el Espíritu, y de repente sentí el impacto del gozo del Señor; ¡y me siento como si caminara en las nubes!
No transcurrió mucho tiempo antes que oyéramos del reavivamiento producido en la pequeña iglesia.
Si hemos pasado por un período de gran tensión o pesadumbre por lo cual hemos tenido que ejercita un firme control sobre nuestras emociones, hallaremos difícil aflojar esa tensión al grado de permitirle al Señor Jesús que nos Bautice en el Espíritu Santo. Nos hemos estado aferrando a algo, y nos asalta el temor de que si aflojamos ahora nos vamos a “des­moronar”. Cuando esto ocurre, es muy probable que al procurar dejar en libertad a nuestra voz para que le hable al Señor, comencemos a llorar. ¡Adelante con el llanto! El Espíritu Santo sabe perfectamente como desatar esos nudos. A veces las personas lloran y otras veces ríen cuando reciben el Bautismo en el Espíritu Santo. Ocho años atrás oramos con un joven ministro y su esposa, y al recibir el bautismo en el Espíritu el joven reía a mandíbula batiente, mientras la esposa lloraba co­piosamente, y ambos fueron llenos con el gozo del Señor. Nuestro Señor sabe lo que necesitamos, y procederá de la manera en que mas nos beneficie.
Hay algunos creyentes que han pedido ser bauti­zados en el Espíritu Santo, pero no han podido co­menzar a hablar en lenguas. Creen que esto se debe a que Dios no quiere que lo hagan; que no sea para ellos. Nuestra experiencia, sin embargo, nos dice que con buenas explicaciones, respondiendo a sus pregun­tas y una apropiada instrucción, tales personas logran despojarse de sus inhibiciones y comienzan a hablar en el Espíritu.
Actuando como consejeros, hallamos que hay per­sonas que en el pasado se han visto envueltas en cultos o practicas ocultas, según lo explicamos de­talladamente en el capítulo cuarto. Han suspendido estas prácticas pero nunca renunciaron a ellas. Des­pués de guiarlos en tal sentido, y consumada la re­nuncia, comienzan de inmediato a hablar en lenguas.
Estamos convencidos, a la luz de las Escrituras y habiendo orado, durante mas de diez años, con miles de personas que querían recibir el Bautismo en el Espíritu Santo, que no existe ningún creyente que no pueda hablar en lenguas, si ha sido bien adoc­trinado y realmente preparado para confiar en el Señor.
Después que Cristo nos ha bautizado en el Espíritu Santo, nuestra vida comienza a tener verdadero poder. Es lo mismo que un soldado que hace acopio de proyectiles para su fusil, con gran descontento del enemigo, que es Satanás. Muchos cristianos no creen que hay un real enemigo, un diablo personal; por eso se pasan la vida sentados en su campo de con­centración! En el instante en que recibimos la pleni­tud del Espíritu Santo, es decir, en el momento en que comenzamos a permitir que el poder de Dios fluya desde nuestro espíritu e inunde nuestra alma y cuer­po y el mundo en derredor, Satanás se torna dolorosamente consciente de nosotros, y nosotros tomamos conciencia de su tarea. Nos prestara su atenci6n pro­curando, en lo posible, “acallar nuestra voz”.
El ministerio de Jesús, en el aspecto de sus mi­lagros y de su poder, comenzó recién después de ha­ber recibido el poder del Espíritu Santo e inmediatamente después venció a Satanás cuando fue tentado en el de­sierto. (Mateo 3:14-17; 4:1-10.) Nuestras nuevas vi­das en el Espíritu están modeladas según un patrón que es el mismo Jesús.7 También seremos puestos a prueba cuando recibamos el poder del Espíritu Santo. Y porque Jesús salio victorioso, ¡también lo seremos nosotros!
La carta de Santiago dice así: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.”
“Someteos, pues, a Dios” significa que la primera y principal defensa es permanecer en comunión con Dios; no debemos dejar de alabarle, de gozar de su presencia y de creer y confiar en el activamente. No permitamos que nada empañe nuestra nueva libertad en comunión con el Señor.
El próximo paso es: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Santiago 4:7.) Jesús resistió echando mano a las Escrituras: “Escrito esta… Escrito es­ta.” La Biblia es la espada del Espíritu. Hallemos y aprendamos de memoria versículos que tengan el filo de la espada, para tenerlos siempre a mano en caso de necesidad.
He aquí os doy potestadsobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañara.” (Lucas 10:19.) “Porque mayor es (Jesús) el que esta en vosotros, que el (enemigo) que esta en el mundo.” (1 Juan 4:4.) “Porque las armas de nuestra milicia no son car­nales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas.” (2 Corintios 10:4.)
Si quisiéramos contarles a otros lo que nos ha ocu­rrido a nosotros, asegurémonos antes de que el Espíritu Santo nos guía. No todos estarán preparados para escuchar nuestro testimonio, como pudiéramos creer, de modo que debemos actuar inicialmente cuando el Espíritu Santo abre las puertas. Tenemos que pre­pararnos para ser testigos eficientes, estudiando se­riamente las Escrituras.
El hecho de que una persona reciba el bautismo en el Espíritu Santo no significa que haya alcanzado la “culminación” espiritual, (ni el hablar en lenguas), como estamos seguros que todos habrán comprendido al llegar a este punto del libro. Nunca debemos ceder a la tentación del enemigo que nos quiere hacer sentir superiores; oremos para ob­tener la virtud de la humildad; es un buen antídoto. El bautismo con el Espíritu Santo es solo el comienzo de una nueva dimensión de nuestra vida cristiana, y depende exclusivamente de nosotros si habremos de crecer o decrecer. Si nuestra elección sigue firme en el sentido de colocar al Señor en el primer lugar en nuestras vidas, entonces estamos bien encaminados ¡hacia una meta de gloriosas aventuras en nuestro Señor Jesucristo!
6
Introducción a los dones del Espíritu Santo

Si ya hemos sido bautizados en el Espíritu Santo, comenzamos a tener conciencia de los dones del Espíritu. Son dos las palabras mas corrientemente utilizadas cuando se habla de estos dones: una es carisma (o su plural carismata), don del amor de Dios; la otra es panerosis, manifestación.
La palabra “don” es una palabra apropiada, pues nos recuerda que estas bendiciones no se ganan, sino que Dios las da gratis a sus hijos. Un don no es un premio al buen comportamiento sino una señal de relación. Damos regalos a nuestros hijos en sus cum­pleaños porque son nuestros hijos y no porque han sido “buenos”. La palabra “manifestación” significa poner a la vista, hacer visible, hacer conocido. Esta palabra muestra que los dones del Espíritu reflejan el ministerio de Jesús, puesto en evidencia por su pueblo en el día de hoy. Las dos palabras juntas – “dones” y “manifestaciones”- nos dan una imagen mas completa de la obra del Espíritu Santo.
Nosotros, los miembros del cuerpo de Cristo, deberíamos creer que Dios, a través de nosotros, mostrará su amor, a medida que las necesidades se hagan patentes día a día. Cuando una persona necesita ser sanada deberíamos contar con que Dios, a través nues­tro, manifieste su don de sanidad en la persona ne­cesitada. Los dones no nos pertenecen. La persona en favor de quien se lleva a cabo el ministerio, recibe el don. No debemos tener la pretensión de contar con ciertos dones, pero recordemos que Jesús, el don de Dios, vive en nosotros y dentro de el están todos los buenos dones.
En la iglesia han existido dos ideas extremas en cuanto a la manifestación de los dones del Espíritu Santo. La idea que mas ha prevalecido es que Dios, en forma permanente, da un determinado don o varios dones a ciertas personas, que se transforman así ofi­cialmente en los que “hablan en lenguas” o “interpre­tan” o “sanan”. En apoyo de esta tesis, algunos hacen referencia a la Escritura que dice: “Porque a este es dada palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu…” (1 Corintios 12:8) sin percatarse que este capitulo relata las alternativas de una reunión de iglesia durante la cual el Espíritu Santo esta inspirando a unas y a otras personas a manifestar sus variados dones. No significa que un individuo en particular sea quien reciba uno o más dones específicos. Esta equivocación de creerse posee­dor de dones fijos, lleva al orgullo, al estancamiento, y tiende a limitar en esa persona los otros dones de Dios. Otro resultado negativo es que se deja librada a unos pocos miembros de la congregación la manifestación de los dones, mientras que la mayoría se retrae como simple espectadora sin pensar que Dios quisiera obrar también por intermedio de ellos.
El otro extremo estar representado por la idea de que todos los bautizados en el Espíritu Santo cuentan con los nueve dones del Espíritu, que pueden mani­festarse en la oportunidad en que esa persona lo de­termine ; una especie de “hombre orquesta” indepen­diente. Si bien es cierto que todos los dones, al residir dentro de Cristo residen en nosotros, la Escritura enseña claramente que el único que puede ponerlos de manifiesto, discrecionalmente, es el Espíritu Santo. (1 Corintios 12:11.) Dios procura enseñarnos que nos necesitamos mutuamente, que no podemos depen­der únicamente de nosotros mismos. El cuerpo de Cristo está constituido por machos miembros, y Dios ha planeado deliberadamente que la puesta en acción de los dones se haga “como el quiere” pues de esa manera los cristianos los unos de los otros para cumplir eficazmente las funciones determinadas por é1. Debemos “discernir el cuerpo del Señor” bus­cando a Cristo en la persona de otros cristianos o de lo contrario estorbaremos seriamente y limitaremos lo que Dios quiere hacer. Deberíamos orar para que la gloria de Dios se exteriorice en la vida de otros así como en la nuestra.
Es cierto, sin embargo, que a medida que los cris­tianos crecen en madurez, algunos dones pueden ser expresados con mas frecuencia y efectividad por me­dio de ellos. Se dice entonces que tienen un ministerio en esos dones. Toda persona que tenga tal ministerio debería estimular a los que son nuevos a participar en el campo de los dones, y cuidarse é1 mismo a no cen­tralizarse demasiado en su particular ministerio im­pidiendo así que Dios pueda utilizarlo de otras ma­neras. ¡Dios es un Dios de variedades!
Conversando un día dos cristianos, uno de ellos le dijo al otro: -Puedes quedarte con los dones, yo tomará los frutos. 2
Los dones del Espíritu son algunas de las maneras mediante las cuales Dios actúa a través de la vida de los creyentes. El fruto del Espíritu Santo es el carácter y la naturaleza de Jesucristo exteriorizado en la vida del creyente. Jesús no se redujo a decirles a los enfermos que se aproximaban a é1: “Yo lo amo”, sino que les dijo: “¡Yo los sano!” Pocas experiencias hay tan tristes como amar a una persona y no poder ayu­darla. Tanto los frutos como los dones son de vital importancia. Pero a la fecha, sin embargo, se ha hecho mucho más hincapié en la cristiandad sobre los frutos del Espíritu que sobre los dones del Espíritu.3
2 El fruto del Espíritu es, de acuerdo a Gálatas 5:22-23 “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, tem­planza”.
3 1ra Corintios 12:8-10: “Palabra de sabiduría, palabra de ciencia, discernimiento de espíritus, don de la fe, obrar milagros, dones de sanidad, de profecía, diversos géneros de lenguas, interpretación de lenguas”
El Espíritu Santo inspiró a Pablo a exhortarnos a que aprendamos sobre los dones espirituales: “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales.” (1 Corintios 12:1.) En este libro he­mos de dar una definición de cada uno de los dones, citando ejemplos en la vida de Cristo y de otros en el Nuevo Testamento, haciendo algunas referencias, al Antiguo Testamento, y que podemos esperar para la iglesia en el día de hoy. Se vera así como fueron manifestándose siete dones -en el Antiguo Testa­mento y en los Evangelios- a medida que la gente era impulsada por el Espíritu Santo.
Estos siete dones son los siguientes
1. La “palabra de sabiduría”.
2. La “palabra de ciencia”.
3. Don de la fe.
4. Dones de sanidades.
5. El obrar milagros.
6. Don de la profecía.
7. Discernimiento de espíritus.
No demandara demasiado esfuerzo de parte de los lectores recordar los incidentes, tanto en el Antiguo Testamento como en los Evangelios donde estos dones se manifestaron.
A los siete de la lista indicada se agregaron dos más después de Pentecostés.
8. Don de lenguas.
9. La interpretación de lenguas.
Esto hace un total de nueve dones, señalados por el apóstol Pablo en 1 Corintios 12. De esta manera, los creyentes que todavía no han participado de la experiencia de Pentecostés, pueden ser el conducto por el cual se manifiesten ocasionalmente cualquiera de esos siete dones, muchas veces sin siquiera perca­tarse de ello. Sin embargo, después de la plenitud y derramamiento del Espíritu, uno cualquiera o los nueve dones en conjunto pueden exteriorizarse fre­cuentemente y con poder, a través de la vida del creyente.
Todo creyente que tenga vocación de servir a Dios echando mano de los dones del Espíritu Santo, debe aprender a escuchar a Dios. A menudo acaparamos la conversación. Es lógico esperar que el principiante cometa errores. No podemos esperar que un niño que recién comienza a aprender aritmética no cometes errores. Quedémonos tranquilos que aun los errores redundan para la gloria de Dios, si contamos con el y depositamos en el toda nuestra confianza.
“Toda buena dadiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre…” dice Santiago. (Santiago 1:17.) Resulta obvio, por supuesto, que todos los dones de, Dios son perfectos, pero es útil recordar que no lo son los canales a través de los cuales se manifies­tan esos dones. El solo hecho de que una persona manifieste esos dones no significa que esta caminan­do en estrecha comunión con Dios. Tal como lo im­plica la palabra “don”. La carta a los romanos nos dice: “Por que irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.” (Romanos 11:29.) No sigamos tras una per­sona por el solo hecho de tener un “ministerio de dones”. En lugar de ello, “veamos cuales son los fru­tos del espíritu, los frutos de su vida, su honestidad y pureza, engendradas por el Espíritu de Verdad -el Espíritu Santo- y su anhelo de conocer y apreciar la Palabra de Dios. Busquemos entre los que enseñan a aquellos que establecen un claro equilibrio entre el significado literal y el significado espiritual de las Escrituras, y procuremos la comunión con otros her­manos; hecho eso, aceptemos solamente aquello a que nos mueve el Espíritu Santo y que concuerda con la Escritura. Recordemos que los cristianos no siguen las señales, sino que las señales siguen a los cris­tianos.

Los, dones de Dios, cuando son expresados de la manera en que Dios quiere que lo sean, resultan her­mosos, y no solo hermosos sino útiles, para que el cuerpo de Cristo crezca y se desarrolle. No han de ser meramente tolerados, sino anhelosamente apete­cidos. Debemos advertir contra dos errores que se han cometido con mucha frecuencia en el pasado: abu­so de los dones por desconocimiento del orden bíblico, y rechazo o apagamiento de los dones del Espíritu. A menudo el segundo error se comete como reacción contra el primero.
Todas las buenas cosas nos han sido dadas gra­tuitamente en Cristo (Romanos 8:32); sin embargo, las promesas de Dios debemos apropiárnoslas por la fe. Los dones serán puestos de manifiesto de acuerdo al grado de nuestra fe: “Conforme a vuestra fe os sea hecho.” (Mateo 9:29; Romanos 12:6.) Manifeste­mos sus dones en fe, amor y obediencia, para que, el pueblo de Dios sea fortalecido y este preparado para la difícil y gloriosa tarea que le espera.
No estudiaremos los dones -en el mismo orden en que aparecen en 1 Corintios 12, sino que los agru­paremos en clases, como sigue
A. Dones de inspiración o comunión. (El poder pa­ra decir.)
1. Don de lenguas.
2. Don de interpretación.
3. Don de la profecía.
B. Dones de poder. (El poder para hacer.)
4. Dones de sanidades.
5. El obrar milagros.
6. Don de la fe.
C. Dones de revelación (El poder para conocer)
7. Discernimiento de espíritus.
8. La “palabra de ciencia”
9. La “palabra de sabiduría”

El orden que hemos seguido para el catálogo de los Dones, no hace a su importancia relativa, como tampoco lo hace en las Escrituras, pero nos ayudará a percibir la relación de las manifestaciones entre unas y otras.

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