Analizaremos al mismo tiempo los dones de lenguas y de interpretación, desde el momento en que nunca deben ir separados en una reunión pública. Algunos sostienen que hablar en lenguas e interpretar lenguas son los dones de menor jerarquía, porque están anota­dos en ultimo lugar en la lista de dones de 1 Corintios 12:7-11. Si hubiera una razón especial por la cual estos dones aparecen últimos en la lista, una explicación mas lógica seria que fueron los últimos dones dados a la Iglesia. Los primeros siete dones de la lista aparecen en el Antiguo Testamento y en los Evan­gelios, pero estos dos últimos no fueron dados hasta después de Pentecostés.
Hay dos maneras de hablar en lenguas. La más común es la que se usa como un lenguaje devocional para edificación propia, y no hace falta interpretación. (1 Corintios 14:2.) Ya hemos discutido esto en detalle. Queremos referirnos, mas bien, a la manifestación publica de hablar en lenguas, es decir la que debe ser interpretada. A esto llamaremos el «don de lenguas». Cuando un cristiano bautizado en el Espíritu Santo siente la inspiración de hablar en lenguas en voz alta y en presencia de otros, a lo cual sigue generalmente la interpretación, estamos en pre­sencia del don de lenguas. (1 Corintios 14:27-28; 12:10.) El don de lenguas es transmitido o dado a los oyentes, que son edificados al escuchar la inter­pretación que sigue, hecha por quien tiene ese don.1 Es preferible que los dones de hablar en lenguas y de interpretación no se empleen en grupos de incrédu­los o de creyentes no suficientemente instruidos, sin una explicación previa sobre su significado, ya sea antes o después de sus manifestaciones.
Hay formal principales para expresar el don de lenguas en la congregación
1. Por medio del don de lenguas y de interpretación, Dios puede hablar a los incrédulos y/o a los creyentes.
Si bien Dios no habla en lenguas (¿cómo podría haber un lenguaje desconocido para él?) estimula al cristiano dócil a que lo haga, y de esa manera –me­diante las lenguas y la interpretación- habla a su pueblo hoy en día. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento dan testimonio conjunto de que Dios ha­bla a su pueblo mediante estos dones. Así dice Isaías:
«Porque en lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablara a este pueblo.» (Isaías 28:11.) San Pablo cita esa referencia cuando explica lo que significa hablar en lenguas e interpretar: «Esta escrito: en otras lenguas y con otros labios hablare a este pueblo… “(1 Corintios 14:21), la traducción lite­ral del griego dice así: «En otras lenguas y en labios de otros hablaré a este pueblo…» Además la Escri­tura da por sobreentendido que el don de lenguas, su­mado al don de interpretación, da por resultado una profecía, lo cual sigue siendo siempre Dios hablando al pueblo. (1 Corintios 14:3.)
1 El Don de lenguas también puede aplicarse como oración o alabanza a Dios
El don de lenguas no es una señal para el creyente, desde el momento en que el creyente no necesita de una señal, pero puede ser una señal para el incrédulo (generalmente no buscada), que lo induce a aceptar Señor Jesucristo. «Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos…»(1Corintios 14:22.)
¿De qué manera el don de lenguas puede ser una señal para el incrédulo?
a. La lengua puede ser un lenguaje comprensible al incrédulo, por el cual Dios le habla directamente a el.
b. La lengua puede ser un lenguaje incomprensible, pero el poderoso impacto del lenguaje hablado en lenguas, que como norma se acompaña siempre de interpretación, puede alcanzar al incrédulo y actuar como una señal para él.
Cuando el don de lenguas es un mensaje de Dios, que alcanza al incrédulo, sea por su conocimiento del lenguaje (una traducción), sea por la inspirada interpretación de un creyente, y en algunos casos sin con­tar con la interpretación o traducción, constituye una señal para el incrédulo de que Dios es real, vivo, y esta preocupado por él.
Un joven que formaba parte de las fuerzas de ocu­pación de los Estados Unidos de América en el Japón, y que pertenecía a una iglesia en el Estado de Oregon, se había casado con una señorita japonesa. El joven matrimonio regreso a los Estados Unidos y en todo les iba bastante bien, a excepción de que la joven señora rechazaba rotundamente la fe cristiana de su marido, y se mantenía resueltamente aferrada a su budismo. Una noche, después del servicio nocturno, la pareja estaba en el altar, el orando a Dios por medio de Jesucristo, y ella elevando sus oraciones budistas. Al lado de ellos estaba arrodillada una señora de edad madura, ama de casa de la comuni­dad. Cuando esta señora comenzó a orar en lenguas en voz alta, súbitamente la esposa japonesa tomo del brazo a su marido
“¡Escucha!» le susurro sorprendida. “¡Esta mujer me está hablando en japonés!» Me está diciendo: «¿Has probado a Buda y no te ha hecho ningún bien? ¿Por qué no pruebas con Jesucristo?» Y no me habla en el lenguaje japonés corriente sino en el idioma que se utiliza en el templo ¡y usa mi nombre japonés com­pleto que nadie en este país conoce!» ¡No es de extrañar que esta joven señora abrazara la fe cristiana!
Hemos conocido muchos casos similares. Lo que ocu­rrió en el caso que acabamos de mencionar, es que como la ama de casa norteamericana se sometió a Dios orando en lenguas, el Espíritu Santo eligió cam­biar el lenguaje de oración a Dios, por un mensaje de Dios a través del don de lenguas.
Ruth Lascelle (entonces Specter) 2 se había criado en un hogar judío ortodoxo. Cuando, al comienzo de su edad adulta, su madre aceptó a Jesús como su Mesías, Ruth creyó que su madre había perdido el juicio. Concurrió a la iglesia donde asistía su madre, en procura de refutar sus creencias. En una de esas reuniones hubo un mensaje en lenguas que si bien es cierto que no fue interpretado, hizo un impacto tan profundo en Ruth que supo en ese preciso instante que Jesús era real, y ella también lo aceptó como su Mesías.
Este es un ejemplo del don de lenguas, ni enten­dido ni interpretado, y, sin embargo, fue una señal de una fuerza tal que Ruth se convirtió en el acto. Dice Ruth: «Le pedí a Dios que me diera una señal que me indicara que la fe cristiana es la fe verda­dera. Hasta ese momento, por supuesto, nunca había oído la cita de la escritura del Nuevo Testamento que dice: «Los judíos piden señales.» 3 (1 Corintios 1:22.)
Otro caso interesante sucedió en 1964 en el norte de California, durante un servicio carismático. Una estudiante universitaria asistió a la reunión con su padre, prominente funcionario eclesiástico. Esta joven conoció a Jesús en su infancia, pero se había alejado cada vez más de él, durante sus años de estudiante. Su fe se había hecho añicos, y estaba bajo tratamiento psiquiátrico. Casi al finali­zar la reunión los dones de lenguas y de interpretación se manifestaron en amor y en potencia. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras caminaba hacia el altar para orar. Le dijo a la persona que la acon­sejaba:
«¡Cuando oí hablar en lenguas por primera vez esta noche, y el mensaje que siguió, supe de nuevo, y sin ninguna duda, que Dios es real y que me ama!»
Este último caso es un ejemplo de estos dones co­mo una señal, no para el incrédulo, de acuerdo a lo que dijimos anteriormente, sino más bien para una creyente afectada de incredulidad temporaria.
Los dones de lenguas y de interpretación también pueden ser un mensaje de Dios para bendecir y ex­hortar a los fieles. Hay numerosos ejemplos que con­firman esta afirmación; solo mencionaremos uno. Un viernes por la noche, alrededor de un año después de que Rita fuera renovada en su experiencia del bautismo en el Espíritu Santo, asistía a una reunión de oración. Oró por una amiga que estaba trabajando como enfermera misionera en África, y que estaba so­portando difíciles pruebas. Cuando terminó de orar por Dorotea, hubo un momento de don de lenguas y de interpretación, que al efecto decía así: «Si tu mis­ma estás dispuesta a ir a ayudar a tu amiga, tus ora­ciones serán contestadas mas rápidamente.» A continuación el Señor le pregunto a Rita tres veces, de la misma manera que le preguntó a Pedro: «¿Me amas?» Ella, que había estado caminando muy cerca de é1, testificando activamente de el desde su reaviva­miento, se sintió penosamente sorprendida de que le preguntara si lo amaba, y rompió a llorar. Allí mis­mo Rita le aseguró a Dios que lo amaba tanto que estaba dispuesta a ir dondequiera la enviara. Tan convincente fue el mensaje que le dio el Espíritu Santo, que al finalizar la reunión ¡sus amigos la rodearon para despedirla! según resultaron las cosas, si bien estaba dispuesta a ir al África, en lugar de ello dos meses después el Señor la envió a Texas.
2. El don de lenguas también puede ser oración pública a Dios.
La mayoría de nosotros prefiere oír relatos del cielo que relatos de la tierra; preferiríamos oír a Dios hablándonos, que oír al hombre hablar a Dios. Sin embargo, leyendo las Escrituras, observamos que el don de lenguas es utilizado en reuniones públicas de oración y necesita interpretación para que los otros creyentes puedan asentir. (1 Corintios 14:13. 16.) De ahí se desprende que el don de lenguas, complementado por la interpretación, puede también ser una oración, acción de gracias o alabanza a Dios, lo cual estimula a la congregación. El don de lenguas en tanto sea oración o alabanza, puede ser un lenguaje conocido por los incrédulos, como ocurrió en el día de Pentecostés: «Les oímos hablar en nuestras len­guas las maravillas de Dios.» Pablo también establece que alguno en la reunión puede cantar sualabanza a Dios utilizando el don de lenguas;también la interpretación puede ser cantada, lo cual es de gran inspiración.
Cualquier creyente bautizado en el Espíritu Santo puede «cantar en el Espíritu». Esto significa permitir al Espíritu Santo no solamente guiar nuestra pa­labra,sino también cantar mientras é1 dirige las palabras y la tonada. En un grupo de creyentes bien instruidos, varias personas pueden orar o alabar a Dios, hablando o cantando en lenguas al unísono, sin necesidad de interpretación. Y en algunas ocasiones, cuando todo el grupo se une «cantando en el Espíritu», permitiendo al Espíritu Santo no solo guiar las voces individualmente, sino combinándolas a todas ellas, se logra una armonización tan sublime que se­meja el canto de un coro angélico.
Es motivo, de perplejidad para algunos, cuando unas pocas palabras en lenguas son seguidas de una larga respuesta en el idioma nativo. Varias razo­nes explican este hecho. Pudiera ser que el lenguaje dado por el Espíritu Santo fuera más conciso que el lenguaje más elaborado del intérprete. También pu­diera ser que la interpretación misma fuera seguida por palabras proféticas. Otra explicación más es la de que al hablar en lenguas era en realidad una oración privada, y la presunta interpretación era, en la realidad, una profecía.
Si bien es cierto que todos los creyentes deberían hablar diariamente en lenguas durante sus oraciones, no todos pueden ejercitar el don de lenguas en una reunión pública. (1 Corintios 12:30.) Sabremos que Dios nos está inspirando a manifestar el don de len­guas cuando sentimos con toda claridad en lo más intimo de nuestro ser el avivamiento o el testimonio del Espíritu Santo. Esto no significa que tengamos que hacer nada impulsivamente. Debemos hablar al Señor tranquilamente y pedirle, para el caso de que nos quiera utilizarnos de esta manera, que nos brinde la oportunidad, durante el servicio, de oficiar en el ministerio. Nunca debemos interrumpir cuando otra persona este hablando. !!!ión;pedirla,guas.¡El Espíritu Santo es un caballero!» Debemos preguntarle al Señor si este es el don particular que quiere para este grupo determinado. Al utilizar cualquiera de los dones orales del Espíritu Santo -lenguas, interpretación o profecías- hablemos con voz suficientemente alta para que todos nos escuchen, pero no seamos innecesariamente ruidosos ni cambie­mos el tono de nuestra voz natural. El ser ruidosos o afectados asustará a la gente y podrán impugnar la genuinidad del don. Evitará que oigan lo que Dios quiere decirles. Hablemos con el máximo de preocupación por el bienestar de todos y en el amor de Dios. Si creemos que Dios quiere que manifestemos el don de lenguas, debemos estar preparados para orar también por el don de interpretación, para los casos en que no hubiera otra persona presente suficiente­mente entregada para hacerlo. (1 Corintios 14:13.)
La interpretación de lenguas es dar, en una reunión publica, el significado de lo que se ha dicho por el don de lenguas. Una persona se siente movida a hablar o a cantar en lenguas, y la misma u otra persona recibe del Espíritu Santo el significado de lo que se ha dicho. El que interpreta no entiende la lengua. No es una traducciónsino una interpretación, dando el sentido general de lo que se ha dicho. El don de la interpretación puede hacerse presente directamente en la mente de la persona, en su totalidad, de lo contrario tan solo algunas pocas palabras al comienzo, y cuando el intérprete, confiando en el Se­ñor, comienza a hablar, se materializa el resto del mensaje. De esta manera se parece a hablar en len­guas: «Tu hablarás, y el Señor pondrá en tu boca las palabras.» La interpretación puede presentarse también en forma de imágenes o símbolos, o por un pensamiento inspirado, o el intérprete puede escuchar el discurso en lenguas, o parte del mismo, como si la persona estuviera hablando en el idioma nativo.
La interpretación dará el mismo resultado que una declaración profética, es decir de «edificación, exhor­tación, consolación». (1 Corintios 14:3-5.) Recordemos que los dones no han sido dispuestos para que nos sirvan como guía de nuestras vidas, sino para confirmar lo que Dios ya nos está diciendo en nuestro espíritu y .por medio de las Escrituras.
Dios actúa como quiere, pero se ajusta a ciertas pautas generales que nosotros podemos detectar. Al­gunos han denominado a 1 Corintios 14 como las reglas de oro carismáticas del cristiano. Por ejemplo, 1 Corintios 14:27, dice así: «Si alguno habla en una lengua, su número debe estar limitado a dos, o a lo sumo a tres, y cada uno (esperando su turno), y que alguien explique (lo que se ha dicho)» Esta escritura establece normas especifi­cas. Limita el número de intervenciones en lenguas e interpretaciones a dos o tres veces en una reunión. Algunos estiman que el próximo versículo significa que después de dos o tres dones de lenguas, un «in­terprete oficial» deberá brindar una sola interpretación para los dos o tres discursos en lenguas, pero el versículo 13 indica que cualquiera que esta acostum­brado a manifestar el don de lenguas, también puede orar pidiendo el don de la interpretación. Esto es importante que lo tengamos en cuenta, desde el mo­mento en que puede haber otros en la reunión que no se sienten suficientemente entregados en ese mo­mento para hacer la interpretación que se necesita. A fin de evitar la confusión que produciría entre los incrédulos y los creyentes no instruidos la falta de interpretación del don de lenguas (vers. 23, 33) parece que es bíblico que cada vez que se hable en len­guas hay que hacer la interpretación separadamente. Además se tornaría muy difícil retener la interpretación por un periodo demasiado prolongado.
El hablar en lenguas sería reconocido más como idioma conocido si hubiera alguien presente que su­piese ese lenguaje y pudiera traducirlo. También es posible que en alguna medida el hablar en lenguas sea en el «lenguaje de ángeles». (1 Corintios 13:1.) Sabemos que en el mundo hay alrededor de 3.000 idio­mas y dialectos, de modo que no puede sorprender a nadie que muy pocos idiomas puedan ser reconocidos en una localidad en particular; en realidad es sor­prendente que se puedan reconocer tantos. En el día de Pentecostés había alrededor de 120 personas ha­blando en lenguas, pero solo fueron reconocidos ca­torce lenguajes (Hechos 1:15; 2:1, 4, 7-14), a pesar de que había «judíos piadosos» de todas las naciones del mundo conocido. Este es más o menos el porcen­taje de idiomas conocidos identificados hoy en día. Orando con personas pidiendo la bendición de Pentecostés, y habiendo asistido a numerosas reuniones carismáticas en muchas partes del mundo durante los pasados diez años, hemos conocido gente que han ha­blado en lenguas en latín, castellano, francés, hebreo, vasco antiguo, japonés, arameo, chino mandarín, ale­mán, indonesio, dialecto chino foochow, griego neo­testamentario, inglés (por un orador no inglés) y polaco.
A veces, los que han recibido la experiencia de Pentecostés, deben soportar el desafío de algunos que no comprenden el propósito de hablar en lenguas, con preguntas tales como la siguiente:
«Si realmente le ha sido dado un nuevo lenguaje, ¿por qué no lo hace analizar, descubre a que país pertenece y va a ese país como misionero a predicar el evangelio en ese idioma?» Otros preguntan
«Si Pentecostés es tan poderoso, ¿cómo es que los misioneros con esta experiencia tienen que estudiar un idioma en la Universidad?»
Estas personas no se dan cuenta que el don de lenguas es manifestado al incrédulo solamente cuan­do es dirigido por el Espíritu Santo, y aun en el caso de que una persona pueda ser utilizada una sola vez para hablar un determinado lenguaje, y con ello al­canzando a alguien para Cristo, no tiene ninguna manera de saber si le será dado hablar alguna vez más en la vida ese lenguaje especifico. Si bien el creyente bautizado en el Espíritu Santo puede hablar en su privada lengua devoción al tanto en este como en el don de lenguas la elección del lenguaje que hable no puede ser regulada por el individuo. Dios lleva a cabo estos milagros vocales según su elección y de acuerdo a sus propósitos.
Aparte de todo ello, hay quienes erróneamente ase­guran que la proclamación del Evangelio se hizo en Pentecostés por medio del don de lenguas y por lo tanto sería el único propósito válido para hablar en lenguas hoy en día. Si bien es cierto que se escucha a algunos hablando, impulsados por el Espíritu Santo, en idioma conocido en el día de Pentecostés, también es cierto que no proclamaron el Evangelio en len­guas, sino que estaban alabando a Dios. El que evangelizó ese día fue Pedro. Aun cuando antes de hablar a la gente el también fue edificado al hablar en len­guas, en el momento de brindar el mensaje de salvación, habló en un lenguaje que ál comprendía y que todos sus oyentes entendían.
Corre una idea muy generalizada, pero errónea, de que los oyentes en el día de Pentecostés eran «extran­jeros» que no entendían el dialecto arameo del hebreo, que era el idioma corriente, y fue por ello que al predicarles el evangelio lo hicieron en los idiomas de los países de los cuales provenían. Este error se co­rrige fácilmente prestando atención al relato. El se­gundo capítulo de los Hechos, dice así:
«Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo.» (He­chos 2:5.)
Las personas que oyeron hablar en lenguas en el día de Pentecostés a los 120 primeros creyentes, eran fieles judíos de la «Dispersión» o diáspora, que era el término utilizado para indicar el hecho de que ya en esos días el pueblo judío estaba desparramado por todo el mundo. Pero igual ha como lo hacen en el día de hoy, mantuvieron su identidad y criaron a sus hijos como buenos judíos. Y aún cuando hubieran nacido en el extranjero, y hubieran sido educados hablando otro idioma, a todos les enseñaban la lengua hebrea, y sin duda alguna esperaban ansiosos el día en que pudieran visitar Jerusalén. En el día de Pentecostés sucedió algo así como si los pueblos de habla inglésa de todo el mundo se reunieran en Londres en ocasión de un suceso nacional de gran importancia como fuera, por ejemplo, la coronación de la Reina Isabel II. Habría gente de Nueva Zelanda, de Jamai­ca, de la India, británicos de nacionalidad, criados en hogares «a la inglésa», hablando el idioma inglés, pero que nunca estuvieron en la «madre patria». En su vida diaria hablarían a menudo una lengua «ex­tranjera». Imaginémonos a esa gente reunida en Londres para la coronación que escucharan de pronto a un grupo de londinenses de clase popular -«cock­neys»- con su acento característico- ¡hablando her­mosamente en el lenguaje nativo, de los lejanos países de los cuales provenían! «¿No son «cockneys» todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en la lengua del país en que vi­vimos?”
«Oh», dicen algunos, «todos oyeron en su propio lenguaje. Los discípulos hablaban en una misteriosa «lengua» que milagrosamente le «sonaba» a cada uno como su propio lenguaje.» Es una teoría interesante, pero no bíblica. La Biblia dice: «Comenzaron a ha­blar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.» (Hechos 2:4.)
Cuando Pedro se dirigió a la multitud les dijo «Varones hermanos…» (Hechos 2:29.) No eran extranjeros sino «hermanos», un termino que los judíos no usaban livianamente. Además, es evidente que cuando Pedro se puso de pie para explicarles lo que estaba sucediendo, no habló en lenguas. Se mencionan 14 naciones y sus respectivos lenguajes; ¿debemos imaginar que Pedro les habló sucesivamente en esos 14 idiomas? Por supuesto que no; hablo en un len­guaje en que todos le entendieron. ¿Que estarían ha­ciendo en Jerusalén en el gran día si no entendieran el idioma y pudieran participar del acontecimiento? El relato nos dice también que había algunos prosélitos, es decir gentiles convertidos, pero estos, también habrían sido instruidos en el idioma hebreo.
Habiendo dejado aclarado este punto de que no se utiliza habitualmente el don de lenguas para anunciar el Evangelio, y que no fue utilizado en el día de Pentecostés con ese propósito, reconozcamos también que, como en todos los casos, hay excepciones a la regla.
Hay ejemplos esparcidos a lo largo de la historia del cristianismo, de algunos a quienes el Espíritu Santo les dotó de la capacidad de hablar y entender un nuevo idioma, reteniendo esta capacidad en forma permanente. De acuerdo a sus biógrafos, el gran mi­sionero de Oriente, Francisco Javier, recibió de esta manera el idioma chino. Stanley Frodsham, en su libro Con señales siguiendo3 nos relata varios ejemplos similares que han ocurrido en el movimiento pente­costal moderno.
John Sherrill, en su libro, Hablan en otras lenguas,4 cuenta de un misionero que en el año 1932 fue utili­zado por Dios, mediante el don de lenguas, para lle­var el mensaje de la salvación a una tribu de caníbales. El misionero H.B. Garlock fue capturado y juz­gado por los nativos. Les hab1ó durante veinte minu­tos en lo que para él era un idioma desconocido, pero que evidentemente los caníbales lo entendieron, les satisfizo lo que les dijo, y lo dejaron en libertad, y posteriormente se entregaron a Cristo. Es significa­tivo el hecho de que cuando Garlock volvió al centro misionero, continuó oficiando a los liberianos en el idioma de ellos que, le había demandado tanto tiempo y trabajo aprender. No retuvo en forma permanente el idioma de los caníbales pues el Espíritu se lo había «prestado» solamente para esa emergencia.
Alrededor de ocho años atrás, una señorita de la iglesia de St. Luke, Seattle, al visitar un hospital se detuvo a conversar con una mujer asiática a quien no conocía. La mujer hablaba muy poco inglés, pero lo suficiente para entender que la visitante que­ría orar con ella, a lo cual reaccionó diciendo: «¡Yo, Buda! ¡Yo, Buda! «, significando con ello, por supues­to, que era budista. La señorita de la iglesia de St. Luke se sintió inclinada a hablarle a la mujer a me­dida que el Espíritu ponía las palabras en su boca, y durante varios minutos hab1ó en un idioma descono­cido para ella. Al hacer ademán de retirarse, la mujer le dijo, con el gozo reflejado en su rostro: «¡Yo, Jesús! ¡Yo Jesús!» Resulta obvio que la señorita de St. Luke había testificado a la asiática en su propio lenguaje, y la mujer respondió recibiendo a Jesús como su Salvador.
Otra idea no bíblica que sostienen algunos, es que los corintios eran las «ovejas negras» de la iglesia primitiva. Atentaban contra las buenas costumbres, hablando en lenguas, por ejemplo, porque no eran más que convertidos «a medias» de su paganismo. Pablo tuvo que «sermonearlos» debido a su emocionalismo. Aceptaba que hablaran en lenguas, pero a regañadientes.
Lo equivocado de esta idea puede comprobarse fácilmente leyendo con atención el Nuevo Testamento. Cuando Pablo fue a Corinto, Dios le dijo: «Yo tengo mucho pueblo en esta ciudad.» (Hechos 18:10.) Fue en Corinto donde Pablo conoció a dos de sus grandes colaboradores, Alquila y Priscila, y también fue en Corinto donde trajeron a Apolo, uno de los más elo­cuentes de entre los primeros evangelistas. No hay indicación alguna de que los corintios fuesen un grupo de segunda categoría. Lo que sucede es que está generalizado un falso concepto popular de que una gran iglesia es una iglesia sin problemas. Lo cierto es todo lo contrario: mientras mayor sea la iglesia y mayor la obra que realiza, mayores serán los problemas que Satanás querrá provocar. Claro que tenían dificultades los corintios, pero ello era debido a que Dios estaba realizando una gran obra entre ellos y tenían que soportar el desafió del ene­migo.
Pablo no les echaba en cara a los corintios porque hablasen en lenguas, sino porque permitían la en­trada en su grupo al orgullo y al divisionismo. Su gran preocupación eran sus divisiones, su sectarismo, que a su vez originaban el abuso de los dones. Lejos de tratar de impedirles el use de los dones los insta repetidamente a solicitarlos: «Procurad los dones» (1 Corintios 12:31; 14:1.) «Que nada os falte en ningún don…» «Quiero que en todas las cosas seáis enriquecidos en é1, en toda lengua…» Pero también les dice: «Pero hágase, todo decentemente y con orden.» (1 Corintios 14:40.).
Si Pablo se hiciera presente en el mundo de hoy en día, con toda seguridad nos trataría como trató a los corintios.
A continuación Pablo volvería su mirada a los grupos carismáticos -o a algunos de ellos, por lo menos- y les diría algo así: «Mis queridos hermanos, estoy encantado de oír y ver los maravillosos dones del Espíritu manifes­tados en vosotros, pero, ¡por favor! ¿Tiene que gritar tan fuerte ese hermano? Observe que alguien se retiró de la reunión cuando ese hermano gritó. Tuvisteis vosotros una reunión pública a la cual invitasteis a incrédulos, y todos vos­otros hablasteis en lenguas al mismo tiempo sin dar ninguna explicación. ¿Creísteis que fue esa la mejor manera de demostrar amor y preocupación por vuestros invitados? Estoy cierto que algunas de las personas que tratáis de alcanzar piensan que estáis locos. ¡Recordad que el espíritu del profeta esta sujeto al profeta!»
¿Puede ser imitado fraudulentamente el don de hablar en lenguas? Si, por supuesto. Todos los dones tienen su contrahechura satánica, que en el caso del don de lenguas se manifiesta por la emisión de expre­siones o sonidos en labios de quienes adoran otros dioses, o están envueltos en otras religiones o cultos, que configuran una falsificación del don de lenguas. En una reunión pública numerosa, donde resulta difícil ejercer un control estricto, puede darse el caso de que una tal persona manifieste una imitación fraudulenta. Y es en esas circunstancias cuando se pone de manifiesto la necesidad del don de discernir los espíritus. Ningún cristiano que esta caminando en el Espíritu bajo la protección de la sangre de Jesús, debe temer que pueda incurrir en una falsifi­cación del don de lenguas. La Escritura nos recuerda nuestra seguridad en Cristo
“¿Que padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿Si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo ma­los, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, cuan­to más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lucas 11:11, 13.) «Nadie que hable por el Espíritu de Dios (esto puede sig­nificar un cristiano hablando en lenguas) llama anatema a Jesús.» (1 Corintios 12:3.)
Resumiendo, el don de lenguas, y el de interpretación de lenguas, es en primer lugar, una señal para los incrédulos (1 Corintios 14:22), siempre y cuan­do se manifiesten de acuerdo a las instrucciones bíblicas. En segundo lugar, ambos dones tienen el mis­mo efecto de una profecía, y por lo tanto sirven para que la iglesia reciba edificación. (1 Corintios 14:5, 26-27.)
Pidámosle a Dios que nos utilice en estos dos dones; ambos son necesarios. El apóstol Pablo en Corin­tios 12, compara los dones del Espíritu, públicamente manifestados, con varios miembros y sentidos del cuerpo, teniendo cada uno su lugar, y siendo cada uno necesario a su manera. A la luz de la Escritura, no vemos cómo pueden ser clasificados los dones en categorías de mayor o menor significación, desde el momento en que Pablo pone énfasis en el hecho de que cada miembro del cuerpo es importante. A me­nos que se pongan de manifiesto todos los dones, el cuerpo de Cristo en la tierra se verá impedido en su accionar.
Cada uno de nosotros debería examinar su propia vida y arreglar cuentas con Dios antes de manifestar los dones de Dios. Si la gente resulta beneficiada, ¡démosle a Dios la gloria! Oremos para que la gloria de Dios también se manifieste a través de otros miem­bros del cuerpo de Cristo. (Juan 17:22.)

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