El don de profecía se manifiesta cuando los creyentes expresan lo que está en la mente de Dios, por inspiración del Espíritu Santo y no por inspiración de sus propios pensamientos. La profecía no es un don «privado», sino que siempre interviene un grupo de creyentes, si bien pudiera estar destinada a una o más de las personas presentes. De esa manera puede ser «juzgada», es decir, evaluada por la iglesia.
A pesar de que la profecía aparece en el sexto lugar en la lista de 1 Corintios 12, Pablo la coloca al tope en el capítulo 14, significando con ello lo altamente beneficiosa que es para la iglesia. Así, dice Pablo:
«Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis…el que profetiza, edifica (construye) a la iglesia.» El versículo 39 es más enfático aun: «¡procurad profetizar!»
Ya vimos en el último capítulo que los dones de lenguas y de interpretación, actuando juntos servían, en primer lugar, como señal para los incrédulos y, en segundo lugar, para la edificación de la iglesia, es decir para los creyentes. La profecía es justamente el reverso, primero para la edificación de los creyentes y en segundo lugar para los incrédulos: «…la profecía (es señal), no a los incrédulos, sino a los creyentes.» (1 Corintios 14:22.)
La Escritura nos dice que hay tres maneras mediante las cuales la profecía sirve a los creyentes: edificación, exhortación y consolación; o, dicho en otras palabras, construyendo, animando y consolando. (1 Corintios 14:3.) De ahí que la profecía tenga un carácter esencialmente estimulante para la iglesia, si bien no toda profecía tiene ese carácter. Si un padre terrenal nunca corrigiera a sus hijos, estaría adoptando una actitud perjudicial y descarriada. No crecerían ni madurarían normalmente. Si, por el contrario, el padre le dijera permanentemente al hijo que todo lo que hace está mal y nunca le dijera que lo ama y aprecia lo que hace, no habría un vinculo de amor entre padre e hijo. Podríamos establecer una proporción adecuada: una tercera parte de exhortación y dos terceras partes de consolación. Es por ello que en una reunión hemos de contar con muchas profecías que expresan la consolación del Padre y en menor proporción las que suponen un regalo. Una profecía valida no tendrá que ser duramente condenatoria para los creyentes, pero sí un consejo dado en tonos firmes e inequívocos.
Hasta el presente, en la mayoría de las reuniones carismáticas, ha sido mayor el ministerio dado a los creyentes por el don de lenguas y de interpretación que por la profecía. Una de las razones que explicarían este hecho es que pareciera que se requiere más fe para hablar proféticamente, que la que hace falta para que una persona hable en lenguas y otra interprete. Hablar en lenguas es un don más fácil de manifestar que el de la profecía, precisamente porque el lenguaje es desconocido al orador y por ello no siente ningún temor en caso de equivocarse y, además, porque la interpretación la realiza otra persona, por lo general. Por el contrario, sobre la persona que profetiza cae todo el peso de la responsabilidad.
Por lo tanto, el primer propósito del don de profecía es hablar a los creyentes, pero este don puede también atraer a los incrédulos a Dios. La Escritura dice : «Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros.» (1 Corintios 14:24-25.) Esto indica el uso del don de profecía juntamente con el don de conocimiento. El don de conocimiento es la revelación divina de hechos no aprendidos por el entendimiento natural. Hablaremos más en detalle sobre este don en un capítulo más adelante. Cuando el incrédulo se da cuenta que son revelados hechos íntimos de su vida relacionados con su estado espiritual, se convence de la realidad de Dios y de inmediato se convierte. Por otro lado, el creyente incrédulo o indocto, que no entiende en su plenitud los dones del Espíritu, no habiendo recibido el bautismo del Espíritu Santo, muy a menudo, al llegar a este punto, se convence de que estas cosas son reales. (Esto ultimo está ocurriendo cada vez con mayor frecuencia, en el día de hoy. Muchos creyentes «no adoctrinados» solicitan recibir el bautismo del Espíritu Santo, porque han visto en acción los dones de los cuales les habían dicho que «no eran para el día de hoy».)
En el Antiguo Testamento hubo hombres inspirados de Dios para profetizar. Estos profetas fueron especialmente elegidos por Dios para comunicar su palabra a la gente, oficiando los dones combinados de profecía y conocimiento, y a menudo ejecutando «grandes proezas» por el poder de Dios. Muchas veces, por medio de ellos hizo conocer Dios su voluntad e intención. Habitualmente toda profecía que se refiera al futuro va acompañada de la partícula condicional «si».
«De aquí a cuarenta días Ninive será destruida» (Jonás 3:4) es lo que Jonás debía anunciar. Pero los habitantes de Ninive se arrepintieron en saco y ceniza. ¿De que habría valido enviar a Jonás si no hubieran tenido ninguna oportunidad de arrepentirse? De modo que Ninive no fue destruida -en esa ocasión al menos ¡lo cual molestó mucho a Jonás!
Jeremías fue un profeta de la antigüedad, que advirtió a los habitantes de las ciudades de Judá, que se volvieran de sus malos caminos. También esta fue una profecía «condicional». Después de oírlo hablar las palabras del Señor, tanto el sacerdote como los profetas y el pueblo en general quisieron matar a Jeremías. A veces el papel del profeta lo hacía muy popular y en ocasiones muy peligroso. Esteban desafió al Sanedrín preguntando: «¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?» Jesús exclamó: «¡Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas…! (Mateo 23:37; Hechos 7:52.)
También hay profecías incondicionales que hacen referencia a planes definidos de Dios, relacionados especialmente con la venida de Cristo. Isaías 53 es un perfecto ejemplo, pues se trata de una de las más grandes profecías del Antiguo Testamento relacionadas con el Señor Jesús. Moisés profetizó sobre Cristo: «Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, lo levantará Jehová tu Dios; a él oiréis.» (Deuteronomio 18:15.) Y, en realidad, Jesucristo mismo fue un «profeta, poderoso en obra y en palabra». (Lucas 24:19.) Fue el profeta, 1 de la misma manera que fue el sacerdote, el rey. En el Nuevo Testamento figuran numerosas declaraciones proféticas hechas por Jesús. Los capítulos 13 de Marcos y 24 de Mateo son poderosas profecías sobre acontecimientos venideros. El capítulo 16 de Juan en su casi totalidad es una profecía dada por Jesús a sus discípulos mas allegados
«Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsaran de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. (Juan 16:1-4.) (Leer el resto del capítulo.)
Estas profecías «incondicionales» fueron dadas principalmente para servir como señales indicadoras a los creyentes, para que pudieran discernir las «señales de los tiempos». Jesús dijo: «Os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis.» (Juan 14:29.).
1 El mero hecho de reconocer en Jesús a un profeta, no hace cristiano a nadie; Jesús debe ser reconocido como el divino Hijo de Dios, Dios hecho carne.
En este momento no estamos debatiendo sobre el valor de las profecías, simplemente las mencionamos de paso, para ubicarnos y saber donde estamos en el plan calendario de Dios.
En tiempos del Antiguo Testamento Dios no podía andar, por su Espíritu, morar entre su pueblo, pero el Espíritu Santo descendió para ungir a ciertas personas sometidas a Dios. El Espíritu reposó sobre ellos. Moisés, profeta y líder del pueblo de Israel, llegó a la conclusión, cierto día, de que lo que se exigía de él constituía una carga demasiado pesada para soportarla por sí solo, por lo cual Dios tomó el espíritu que estaba en él, y lo puso en otros setenta hombres; cuando esto ocurrió, ellos, a su vez, comenzaron a profetizar. Pero se planteó un problema, porque sobre dos personas, Edad y Medad, que no habían estado en el Tabernáculo con los otros setenta, también reposó el Espíritu y por su inspiración comenzaron a profetizar a campo abierto. Entonces algunos de los otros se quejaron y querían que Moisés les prohibiera que profetizaran. La respuesta de Moisés» fue, en sí misma, una profecía:
«¿Tienes tú celos por mi? 0jalá que todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su Espíritu sobre ellos.» (Números 11:29.)
Estas palabras se cumplieron en los días de Pentecostés. Justamente ese día Pedro hizo referencia a las palabras de Joel, que fueron similares a aquellas: “Esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días derramaré de mi Espíritu sobre toda carne. Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros anciano soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos en aquellos días derramaré de mi Espíritu y profetizarán.” (Hechos 2:16-18).
En Efeso, cuando Pablo impuso sus manos sobre los doce y recibieron su ‘Pentecostés’, «hablaban en lenguas y profetizaban». (Hechos 19:6.) La Escritura nos dice que desde el día de Pentecostés y del derramamiento del Espíritu. Santo, en adelante, toda criatura sometida a Dios puede ser movida por el Espíritu Santo a profetizar. Pablo, estando en Corinto, luego de recomendarles con ahínco de que todos deben aspirar a obtener el don de la profecía, se ocupa de las personas poseedoras de este don: «Los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero. Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados. Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas.» (1 Corintios 14:29-32.)
Estos versículos nos hablan de las «normas» a que deben ajustarse los que profetizan en reuniones. Los profetas deben limitarse a hablar dos o tres veces, lo mismo que para las lenguas y la interpretación. No importa cuan maravilloso sean los dones vocales, no deben ocupar toda la reunión. Hay que permitir el tiempo necesario para la enseñanza inspirada de la Palabra de Dios, para la alabanza y la oración, para compartir el testimonio, para cantar las alabanzas a Dios, etc.
Como ya lo hemos expresado anteriormente, la profecía tiene siempre, como destinataria, a la comunidad: el pueblo de Dios. En todos los casos, debe ser anunciada en presencia de otros, porque la profecía tiene que ser juzgada o evaluada por la iglesia, en términos del testimonio del Espíritu en los corazones de los demás hermanos, y en los términos establecidos por la Palabra de Dios, con la cual debe concordar la profecía, sin excepción. Esto sirve también de control para evitar que una persona en particular demande demasiado para sí misma. El dirigente de la reunión debe estar atento para corregir cuando fuere necesario. Se hace mención a los buenos modales y a la consideración debida a las demás personas. «Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas», nos recuerda que los dones del Espíritu son por inspiración y no por compulsión, y no hay ninguna excusa que justifique un comportamiento extravagante. Siguiendo al pie de la letra al Espíritu Santo, la reunión será pacifica, apacible y ordenada: «decentemente y con orden», como lo dice Pablo. Para nosotros la palabra «decentemente» pudiera traducirse mejor por «con propiedad» o «decorosamente«.
A las mujeres se les permite ejercer el ministerio de la oración y la profecía, siempre que estén sujetas a la dirección del hombre.
Si una mujer esta en duda con respecto a su derecho de profetizar, puede recordar la hermosa profecías declarada por María, la madre de Jesús
«Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre. Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos.» (Lucas 1:46-53.)
Hasta aquí hemos hablado sobre el don de profecía referido a todos los miembros del cuerpo, pero ahora vamos a referirnos a los que hacen de la profecía su ministerio. De la misma manera que la era apostólica no es una cosa concluida y el ministerio del apostolado se mantiene en toda su vigencia en el día de hoy, así existen todavía los que tienen el ministerio de profeta. En razón de que los profetas del Antiguo Testamento hablaban contra los abusos sociales y políticos y contra las practicas sacerdotales y de la jerarquía de esa época, es decir contra la «institución», ha echado raíces la errónea idea de que todo activista y todo aquel que protesta contra la injusticia social es un «profeta» y de que la «profecía» consiste, principalmente, en denunciar la maldad humana. Pero como ya lo hemos visto, no es lo que el hombre dice en el ámbito natural lo que hace un profeta, sino el hecho de que es impulsado por el Espíritu de Dios para hablar las palabras que Dios pone en sus labios.
El verdadero profeta no tendrá necesidad de anunciar a los demás que é1 es un profeta; será reconocido por su ministerio. Moisés es un excelente ejemplo de un profeta, y sin embargo la Biblia dice de é1: «Moisés era muy manso (humilde, benévolo), mas que todos los hombres que había sobre la tierra.» (Números 12:3.) Esto es un buen criterio para probar a un profeta hoy en día. Es natural que un profeta de Dios oficiará con frecuencia en el don de la profecía, que muchas veces va unido al don de la palabra de sabiduría muy difícil a veces de establecer la distensión entre ambas -haciendo conocer la voluntad y el pensamiento de Dios. Cuando Jesús, sentado junto al pozo, le contó a la mujer, con lujo de detalles, todo lo que sabía sobre su vida personal, la mujer de inmediato le dijo:
«Señor, me parece que eres profeta.» (Juan 4:19.)
Un verdadero profeta será un cristiano maduro, ya que su ministerio figura en la lista como uno de los oficios utilizados para la edificación de la iglesia. (Efesios 4:8, 11-16.) No se permitirá a ninguna persona que ejerza el ministerio como profeta consagrado en la iglesia, a menos que sea perfectamente conocido por sus hermanos en cuanto a su doctrina y a su manera de vivir. Un verdadero profeta denunciará todo lo que sea malo, sin tomar en consideración si el actuar así lo hará impopular o no. Atraerá a la gente a Dios, no a sí mismo.
El ministerio del profeta debe ser juzgado más estrictamente que el de los hermanos en general que profetizan en las reuniones. Puede darse el caso de que un hombre sea utilizado en el oficio profético, y sin embargo cometerá errores garrafales de vez en cuando. Nunca habrán de aceptarse sus palabras por el mero hecho de su ministerio, sino que deberán ser puestas a prueba por la Palabra y el Espíritu; y esto, por supuesto, no significa de ninguna manera que sea un falso profeta, sino solamente de quien no ha alcanzado la perfección y por ello esta sujeto a error. «En parte profetizamos.» (1 Corintios 13:9.)
El enemigo dispone de imitaciones fraudulentas de todos los verdaderos dones, y hay profusión de falsos profetas en el mundo. Un falso profeta es tremendamente peligroso, ya que usará de su presunta autoridad para ejercer su maligna influencia sobre las personas, y sujetarlas a servidumbre por medio del terror. Logrará separarlos de los demás miembros de la familia de Cristo -a menos que se lo ponga en tela de juicio y se descubra su falsedad- con el argumento de que pertenecen a un pequeño y selecto grupo escogido. Eso es lo que ocurrió hace poco tiempo atrás en nuestra propia iglesia, cuando un grupito de fervientes cristianos fue dominado por un hombre de otra ciudad. Vino y les dijo que el habría de ser su «pastor». Tendrían que abstenerse del más mínimo contacto -aun de sus familiares y amigos con toda persona que rechazara al grupo, y les prohibió que leyeran otra cosa fuera de lo que el les permitía leer, ¡la mayor parte de lo cual lo había escrito el mismo! Por supuesto, también les prohibió escuchar a ningún otro maestro fuera de é1. Les dijo además que cualquier persona que se separara del grupo, estaría condenada a la perdición. Es conveniente estar precavidos, porque hay actualmente muchísimos «lobos rapaces» como los llamaba Pablo, rondando alrededor del pueblo de Dios.
«Así ha dicho Jehová de los ejércitos: no escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan: os alimentan con vanas esperanzas: hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová.» (Jeremías 23:16.) El profeta mentiroso no advierte al pueblo que deben dejar de hacer lo malo (Jeremías 23:17-22)-, y generalmente la aparición de un falso profeta se acompaña de inmoralidad.
Debemos precavernos también de la profecía personal y directa, especialmente cuando la misma no es ejercitada por un hombre maduro y sometido a Dios., Un abuso desenfrenado de «profecías personales» minó el movimiento del Espíritu Santo que comenzó a principios de siglo. Aun hoy subsiste. A los cristianos les son dadas palabras de sabiduría y de conocimiento para ser utilizadas entre ellos, «en el Señor» y tales palabras alientan y ayudan, pero tiene que haber un testimonio del Espíritu de parte de la persona destinataria de esas palabras, y habrá que extremar las precauciones al recibir cualquier supuesta directiva o una profecía que predice el futuro. En ningún caso debemos tomar determinaciones basadas únicamente en el hecho de que alguien emitió una supuesta declaración profética o una interpretación de lenguas, o por una presunta palabra de conocimiento o de sabiduría. Nunca hagamos algo por el mero hecho de que un amigo se nos acerca y nos dice: «El Señor me dijo que lo dijera que hicieras tal o cual cosa.» Si el Señor en realidad tiene instrucciones para darnos, nos proveerá de un testigo en nuestros propios corazones, en cuyo caso las palabras emitidas por el amigo, o por intermedio de los dones del Espíritu Santo en una reunión, serán la confirmación de lo que Dios ya nos ha estado indicando. La dirección también debe concordar con la Escritura. Y ya que hablamos de Escrituras, veamos lo que dijo Pedro:
«Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones …» (2 Pedro 1:19.) La Palabra escrita de Dios es nuestra guía del viajero, que debemos estudiar concienzudamente, y es el criterio para poner a prueba todas las palabras habladas. Hay un antiguo dicho que vale la pena repetir: «Si tenemos el Espíritu sin la Palabra, estallaremos; si tenemos la Palabra sin el Espíritu, nos secaremos; pero si tenemos el Espíritu y la Palabra, creceremos.»
Hagamos notar la cautela del profeta Jeremías. El Señor le dijo a Jeremías que comprara una propiedad a su primo Hanameel. Jeremías no hizo nada hasta que recibió la visita de su primo ofreciéndole venderle la propiedad, sin tener este último la menor idea de lo que el Señor el había dicho a Jeremías. «Entonces» dijo Jeremías, «conocí que era palabra de Jehová.» Si el profeta Jeremías, ese gran hombre de Dios, fue tan cauteloso que desconfiaba hasta de su propia profecía ¡cuánto más deberemos serlo nosotros! (Jeremías 32:6-9.) ¡La profecía no es decir la buenaventura! La profecía no es mirar en una bola de cristal, o echar las cartas, o una supuesta predicción del futuro por cualquier otro método. Como ya lo hemos dicho detalladamente en capítulos anteriores, Dios prohíbe terminantemente atisbar en el futuro; siempre lo ha prohibido. Si los hombres intentan hacerlo, recibirán información del enemigo para sus propios fines y, si persisten, será para su destrucción. Cierto es, como ya lo hemos mencionado, que la Escritura nos dice que Dios, por medio de sus profetas, nos revela hechos que habrán de suceder; pero esto nada tiene que ver con decir la buenaventura; se trata, simplemente, que en esos casos, Dios ha querido compartir sus intenciones con sus hijos fieles. El verdadero profeta no procuraba obtener información sobre el presente o el, futuro, pero como vivía en estrecha comunión con el Señor, Dios compartía con el su conocimiento. La verdadera profecía es anticipar, no vaticinar.
La profecía tampoco es una «predicación inspirada«. La predicación, que significa «proclamar el evangelio» debe ser, naturalmente, inspirada por el Espíritu Santo, pero al predicar, esa inspiración del Espíritu Santo se extiende al intelecto, al entrenamiento, a la destreza, al trasfondo del predicador. Podemos escribir el sermón de antemano o improvisarlo, pero en ambos casos proviene de un intelecto inspirado. Pero la profecía significa que la persona esta pronunciando las palabras que Dios le suministra directamente; proviene del espíritu, no del intelecto. Una persona puede emitir palabras proféticas que ni siquiera él mismo entiende. Durante el transcurso de un sermón inspirado puede suceder que el predicador profetice o manifieste los dones de conocimiento y sabiduría, pero esas palabras no son parte de la predicación.
Pablo, en su primera carta a los tesalonicenses, dice así: «No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno.» (1 Tesalonicenses 5:20-21.) El hecho de que se abusa de los dones de Dios y de que el enemigo dispone de imitaciones fraudulentas, no significa que debemos rechazar lo que Dios tiene para nosotros. Eso es exactamente lo que quisiera el enemigo. Cuando los hijos de Israel abandonaron el desierto y penetraron en la tierra prometida, descubrieron que los frutos eran mucho más grandes, pero también lo eran los enemigos. No sólo uvas había en el valle de Escol, sino gigantes, y así puede ser nuestra experiencia. Si decidimos tomar este nuevo camino en el Espíritu, ¡pero la fruta vale el esfuerzo!
Jesús es profeta, sacerdote y rey. También nosotros podemos ser, hoy en día, a través de los profetas, sacerdotes y reyes. (Apocalipsis 1:6.) El profeta habla a la gente las palabras de Dios; el sacerdote le habla a Dios a favor de la gente, por medio de la alabanza y de la oración; el rey domina, imponiendo su voluntad, por medio de la palabra, sobre las obras del enemigo. En los tres ministerios la voz es importantísima, y nos permite ahondar en la razón del porque la voz tiene que ser sometida en Pentecostés. Si aspiramos a los dones verbales, guardémonos de hablar iniquidades, y así entraremos en la categoría de quienes Dios dice «serás como mi boca». (Jeremías 15:19.)
Aspiremos al don de la profecía. Pidámosle a Jesús que edifique su cuerpo en la tierra, por nuestro intermedio. Al tener comunión con el Señor y con nuestros hermanos y hermanas en el Señor, habremos de experimentar que en nuestra mente toman forma pensamientos y palabras de inspiración que no escuchamos ni compusimos. Si están de acuerdo con la Escritura, entonces debemos compartirlos con la Iglesia. En cuanto a la interpretación puede ocurrir que recibamos tan solo unas pocas palabras, que aumentaran una vez que hayamos empezado a interpretar. Podremos ver un cuadro con los «ojos de la mente» y las palabras brotarán cuando comenzamos a describir el cuadro. En cuanto a los dones de lenguas y de interpretación; el Espíritu brinda las palabras valiéndose de distintos medios. Algunos ven las palabras como si estuvieran escritas y se reducen a leerlas palabra por palabra.
Los dones se manifiestan por la habilidad de Dios, no de la nuestra. En la medida de nuestra fe el proveer las palabras que quiere que hablemos. (Romanos 12:6.) No tengamos miedo de emitir una profecía ni nos sintamos acomplejados porque la Iglesia debe evaluarla. No apaguemos el Espíritu. El profeta Amós pregunto: «Si habla Jehová el Señor, ¿quién profetizara?» (Amós 3:8.) ¡Olvidémonos de nuestro orgullo y testifiquemos de Jesús