Capítulo 8- ¡Vívelo!

«He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida».

Hebreos 11 repasa muchas de las grandes historias personales del Antiguo Testamento: desde Abraham hasta José, desde Moisés hasta David, El mensaje es que el pueblo de Dios fue conducido hacia un gran logro por el pensamiento de que el cielo ahora era invisible; pero que de seguro los esperaba:

«Porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor… Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de patria. Su hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad».

Estas fueron personas que siempre miraron hacia delante; personas siempre en movimiento: nómadas en búsqueda de fraternidad, que sabían que era su legítimo hogar. Mantuvieron sus ojos puestos en el premio. El pasaje concluye así «para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor» (versículo 40).

En resumen, la vida es una carrera: un evento preliminar en las Olimpiadas Eternas. Como los campeones de Dios de Hebreos 11, corremos con el pensamiento de un premio futuro. Somos embajadores de otro mundo (vea 2 Corintios 5:10), en espera de nuestra verdadera realización cuando, finalmente, regresemos a casa con nuestro Padre que nos aguarda. Rechazamos los patrones del mundo por los de Cristo, porque tenemos fe en que el premio nos espera cuando terminemos la carrera.

Esto no significa, por supuesto, que le damos poca importancia a este mundo y a sus necesidades. Sabemos que Dios nos ha puesto en este mundo por razones que impactan el mundo venidero. En pocas palabras, el Señor desea que caminemos en fe hacia el destino final, y que reunamos la mayor cantidad posible de viajeros para que realicen e! viaje con nosotros. Cuando usted conduce a un amigo a Cristo, ha hecho algo milagroso y estupendo: Ha ensanchado las mismas fronteras del cielo.

¿Qué significa eso? Vivimos con nuestros pies en el centro de este mundo, y con nuestros corazones en el siguiente. En este momento, entregamos toda nuestra energía al servicio a Dios y sabemos que nuestro destino final es su misma presencia. Queremos estar ante él algún día, y recibir la corona ofrecida a aquellos que le han servido bien. Pablo ejemplificó óptimamente la actitud que queremos tener, él escribió: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida» 2 Timoteo 4:7-8.

clip_image001Usted debe haber escuchado a cierta gente decir que: «tienen la mente tan puesta en el cielo que no sirven para nada bueno en la tierra». ¡Evite, por favor, convertirse en esa clase de persona!

Pablo tuvo la mente tan puesta en el cielo como usted pueda imaginarse; sin embargo, el triunfó al lograr reunir, a lo largo de su vida, un pequeño ejército de nuevos creyentes para realizar el viaje al cielo. El gran mandamiento le ordena amar al Señor su Dios con todo su corazón, alma, mente, fuerzas, y amar a su vecino como a sí mismo (vea Mateo 22:37-40).

Servir a Dios al prójimo lo mantendrá ocupado en esta vida, y será la preparación perfecta para su nuevo hogar algún día.

Por consiguiente, considere el final de este libro como el comienzo de una verdadera vida para usted. Le insto a continuar en buenas obras para el Reino de Dios. Encuéntrese con Jesús diariamente a través de la oración y el estudio de la Palabra. Tenga un encuentro con él por medio del servicio a sus compañeros creyentes, y del testimonio sobre su fe con aquellos que no conocen al Señor. Reúnase con Jesús al vivir y amar cada paso del camino, sin importar lo que el mundo diga o haga.

Espero, y aun mas, oro, para que usted ya haya podido encontrarse con Jesús durante el desarrollo de estos capítulos que hemos compartido. Sin embargo, conocer al Señor no es un acontecimiento de un solo día: es una aventura de toda la vida, ue se vuelve más profunda, más poderosa y más fructífera cada día.

Por cuanto he servido al Señor durante muchas décadas, puedo asegurarle que cada día con Jesús es más agradable que el día anterior.

Sí, es verdad que la Biblia nos dice que «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos» Hebreos 13:8, él no cambia; pero usted sí. Desde que usted abrió la cubierta de este libro, usted ha cambiado. Con cada capítulo, con cada iniciativa en llegar a conocer mejor a Jesús, usted ha tomado parte en el proceso de transformación. El Espíritu ha comenzado un buen trabajo en su vida, mi amigo, y él lo completará; desde su encuentro con Jesús, hasta el ocaso eterno cuando esté delante de él, ponga todos sus tesoros a sus pies, y lo escuche decir las palabras que todo creyente anhela escuchar: «¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel!» Mateo 25:21.

Una oración y una promesa

Sería muy apropiado, para usted y para mí, terminar este libro con una oración y una promesa. Primero, le insto a hacer un pacto ante Cristo, de que hoy empezará a conocerlo tan bien como él puede ser conocido en esta vida; de que le servirá con todas sus fuerzas; de que testificará a todas aquellas personas que se crucen por su camino; y de que le servirá como su Señor desde ahora y hasta la eternidad. Escriba su promesa con sus propias palabras. Hágalo en un lugar privado, y luego, hágala su oración. Léala en voz alta y escúchela ante el Señor. Lleve con usted, adonde quiera que vaya, una pequeña copia de esta promesa, y conságrese, cada día, al servicio del Señor.

Usted podría ofrecer una oración diaria a Dios, que podría ser algo así:

Bendito Señor Jesús, cuan maravilloso y majestuoso es tu nombre. He empezado la aventura de conocerte, y me he dado cuenta de que es el regalo más grande que la vida ofrece. Sé que tú estás preparando un lugar para mí en el cielo. Sé que quieres que viva una vida abundante en esta tierra: una vida de gozo y servicio. Sé que quieres que crezca diariamente morando en ti, y que me conducirás a testificar mi fe a personas que no te conocen. Que vida maravillosa me espera, dedicando cada día, cada momento y cada aliento a tu servicio! Ven conmigo ahora como sé que tú lo harás, al servir como tu embajador en este mundo necesitado. Podemos, Tú y yo reunirnos diariamente, y ser inseparables por toda la vida, hasta el día en que nos encontremos cara a cara. En tu bendito y poderoso nombre, amén.

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