a) Escrituras clave
Efesios 4:1-16
2 Pedro 1:10-11
Efesios 5:15-16
Filipenses 3:12-16
Jeremías 1:4-10
b) Introducción
Es importante recordar que un llamamiento de Dios es una obra de gracia soberana. Dios no siempre llama al más apto, ni siquiera al más humanamente dotado. Existe un misterio acerca del llamamiento de Dios que sólo se puede contestar en el corazón de Dios.
Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo…. Y él mismo constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros. (Efesios 4:7,11)
Estos cargos son los cinco llamamientos ministeriales en el cuerpo de Cristo. Cristo Jesús asigna a los hombres estos llamamientos al ministerio. Nadie puede inventar un llamamiento de Dios. Un llamamiento para ministrar es como una semilla: tiene la forma, esencia y color del ministerio dentro de ella. Cuando somos llamados por Dios a un ministerio, El pone en nosotros todo lo que necesitamos para operar fructíferamente y con éxito dentro del mismo. Nuestra responsabilidad es sólo la de nutrir aquel llamamiento y dejar que crezca al ritmo de Dios, sencillamente siendo obedientes a El, en todo lo que nos pida que hagamos.
Existe una importante distinción entre tener un don del Espíritu Santo (1 Corintios 12:7-11), llamado un don corporal, y tener un llamamiento al ministerio (Efesios 4:7-13). Los dones corporales son dones dados a nosotros por el Espíritu Santo para alcanzar algo para Dios en el momento en que son dados. El don viene a nosotros para hacer la obra de Dios, y luego se va. Nos da la autoridad en una base temporal. Los llamamientos al ministerio, sin embargo, van más allá de esto. Las personas que tienen uno de los cinco llamamientos al ministerio llevan la autoridad de ese llamamiento dentro de sí mismas todo el tiempo. Pueden o no estar operando en los dones corporales necesarios para capacitar su llamamiento al ministerio cuando los necesiten. Todo el mundo en el cuerpo de Cristo (es decir, la iglesia -1 Corintios 12:27) tendrá disponibles para sí todos los dones corporales del Espíritu Santo. Estos operarán a través de los miembros de la iglesia, a medida que sean necesitados y como el Espíritu Santo determine. Sin embargo, no todos en el cuerpo de Cristo serán llamados a un ministerio. Necesitamos estar claros acerca de esta distinción para que no luchemos por algo a lo cual Dios no nos ha llamado nunca a ser. Si confundimos el haber recibido un don corporal con el llamamiento al ministerio, nos causaremos a nosotros mismos y a otros, un gran dolor y desilusión.
c) Cuatro factores principales que determinan un llamamiento al ministerio
1. Un sentido claro del llamamiento de Dios
No podemos operar dentro del poder y libertad que es debido en el ministerio de hoy, a menos que tengamos un claro llamamiento de Dios a la obra. Muchos cristianos confunden un llamamiento con su propio deseo o anhelo de servir al Señor. Lo que Dios quiere es un cuerpo completamente equipado y muy eficaz a través del cual poder expresar su poder y amor. Para ser tales personas necesitamos vivir en la realidad-de Dios. Debemos seguir con lo que Dios nos ha llamado a hacer, y no intentar inventar algo más que quizás parezca más atractivo. Incluso, cuando somos llamados por Dios para hacer algo, debemos seguir siendo fáciles de enseñar y estando abiertos al poder de Dios para ser fructíferos dentro de ese llamamiento. No importa quién sea llamado por Dios, y de dónde provenga, si vive dentro de su llamamiento como Dios lo desea, puede alcanzar grandes cosas y tener capacidades notables.
2. Un corazón para la obra
Esto no significa que disfrutaremos de cada experiencia que tengamos en nuestro ministerio por Dios. Muchas veces la carga de la obra pesará tanto en nosotros, que parecerá como si nos quebrase. A veces experimenta­remos la frustración cuando nos damos cuenta de todo lo que hay por hacer, y de lo poco que podemos dar para cubrir la demanda. No obstante, para el hombre a quien Dios llame, estas cosas actúan como un estímulo a su espíritu y lo llevan a una mayor dedicación a la tarea. Afortunadamente, también es verdad que probablemente disfrutaremos de servir a Dios en este llamamiento, pero un corazón para la obra va mucho más allá que el disfrute; si no fuese así, nos daríamos por vencidos cuando el camino se hiciera duro. Un profundo sentido de satisfacción espiritual viene cuando sabemos que estamos donde Dios quiere que estemos. Esto lleva a una medida de eficacia y fructificación mucho mayor, y provoca una libertad en nosotros que nos da la fuerza para emprender mucho más trabajo para Dios de lo que jamás habíamos emprendido antes.
3. Ejercitar el don
El ministerio de un hombre crea un lugar para ejercerse. Dios no llama ni asigna a la inercia. Existe una dinámica incorporada en el llamamiento de Dios a través de la cual encontrará expresión en términos prácticos. El llamamiento de Dios opera cierta clase de ambición espiritual en el corazón; no una ambición carnal ni de autointerés, sino un deseo que viene de Dios de seguir hacia adelante en la obra y de encontrar los medios y salidas para que lo que está dentro de nosotros sea llevado a cabo en la práctica. Este impulso espiritual (¡no esfuerzo!) es íntegro a un verdadero llamamiento de Dios y es lo que lleva a una persona adelante para dar los pasos que son necesarios para el cumplimiento de la obra. Cuando somos llamados por Dios existe un reconocimiento interior de que hemos sido creados por El para una tarea o propósito específico. Entonces podemos buscar los recursos dentro de nosotros para completar la tarea que Dios nos está llamando a hacer.

4. Fructificación
El fruto es la verdadera señal del ministerio. La gracia de Dios siempre es eficaz y produce fruto en nosotros y en la vida de aquellos a quienes ministramos. La eficacia es el verdadero testimonio del hecho de que somos llamados y nos ha sido dado un don por Dios. La diferencia entre el don espiritual y el talento natural, en cuanto a la obra de Dios, no existe. Si hemos nacido con dones naturales, entonces, para que sean útiles en el servicio del Reino, necesitan venir por el mismo camino que hemos venido nosotros, a saber, por el camino de la cruz. Todo lo que somos y todo lo que tenemos es rendido al Señor Jesucristo. Dios nos creó y, por supuesto, quiere usar los dones con los que hemos nacido, pero para que esto suceda, necesitan ser consagrados a El y todo vestigio del orgullo y logro humanos quitados de ellos. Dios sólo puede usar lo que ha sido hecho santo.
d) Preguntas vitales
Estas determinarán hasta qué punto vamos a ser eficaces dentro del llamamiento de Dios para nuestra vida.

1. ¿Tienes un sentido claro de lo que es un llamamiento de Dios?
Necesitamos establecer este sentido de llamamiento como prioridad en la actualidad. Algunas preguntas que nos ayudarán a contestar esta pregunta principal son:
– ¿A qué crees que Dios te llamaba, en tu conversión?
– ¿Acerca de qué tienes un sentido de emoción y urgencia en la obra de Dios?
– ¿Qué arde en tus huesos? Jeremías 20:9.
– ¿Ha habido algunas señales verdaderas en tu vida para apoyar el llamamiento que crees tener?
– ¿Tienes una palabra del Señor?
– ¿Ha reconocido otra gente este llamamiento?
– ¿Otros proporcionan las condiciones para que tú desarrolles tu vocación?
– ¿Quién apoyaría tus reclamaciones a tu llamamiento?
– ¿Ha sido fructífero tu llamamiento en la vida de otros?
– ¿Hay una esfera donde tú puedes desarrollar tu llamamiento?
– ¿Sería verdad de que adónde fueses o fueres llevado, este llamamiento todavía estaría vigente?
– ¿Ha sido ratificado y aclarado tu llamamiento?

2. ¿Has permitido el llamamiento de Dios en tu vida?
Las selecciones y compromisos que hacemos en la vida tienen muchísimo que decir acerca de hasta qué punto el llamamiento de Dios será eficaz en nosotros. Muchos individuos dañan o inhiben el llamamiento que Dios les ha dado demostrando falta de interés, cuidado, o sabiduría en las decisiones que han tomado en áreas vitales de su vida. Las elecciones que hacemos en áreas muy fundamentales de nuestra vida, tales como nuestro uso del tiempo, la pareja que escogemos para casarnos, lo que hacemos con las oportunidades que se nos han presentado, etcétera; todas tienen mucho que ver en si nos aproximaremos o no a cumplir el deseo de Dios para nuestra vida.
Algunas preguntas adicionales que hacer incluyen:
– ¿Tienes alguna idea de cómo tu llamamiento llegará a ser una realidad?
– ¿Qué planes tienes para hacerlo realidad?
– ¿Estás contando con otra persona para hacerlo realidad?
– ¿Estás dispuesto a llevar el costo de hacerlo realidad?
3. ¿Qué capacidad tienes para llevar a cabo lo que consideras es el llamamiento de Dios?
Siempre nos sentimos inadecuados para el trabajo, pero la verdad es que cuando somos llamados por Dios, existe ese sentido profundo en nosotros de que podemos cubrir las exigencias del trabajo en Cristo Jesús. Puede significar entrenamiento o disciplina, pero en la base de todo necesita haber el sentido de que tenemos el potencial en nosotros en Cristo para hacer el trabajo.
c) Establecer metas para mi vida
No vamos a llevar a cabo lo que Dios quiere que alcancemos, a menos que desarrollemos alguna idea clara de adónde vamos y cómo llegar hasta allí. En vez de disminuir la necesidad de guía del Espíritu Santo, esto incrementa tal necesidad. Dios espera que cooperemos con El en la planificación y realización de nuestra vida. Dios nos ha creado con facultades naturales y espirituales para capacitarnos para discernir a este nivel. No somos llamados a ser personas espirituales sin rumbo; somos llamados a ser personas espirituales que logran sus metas. Cuatro áreas que necesitamos considerar son:

1. Objetivos
Necesitamos acostumbrarnos a preguntar cuáles son los objetivos y propósitos de los sucesos principales de nuestra vida. A lo que estamos aspirando y lo que estamos intentando lograr para Dios. (Efesios 5:15-16).

2. Oportunidades
Cualquier llamamiento verdadero de Dios llevará consigo sus propias oportunidades. El hombre que tiene un don encuentra lugar donde usarlo. Necesitamos preguntarnos si estamos esperando sentados, esperando a que otra gente o circunstancias hagan algo para nosotros, cuando deberíamos estar haciendo algo por nosotros mismos. Por supuesto, si la oportunidad no se presenta, esto puede significar que debemos analizar con cuidado nuestra presuposición, no sea que estemos dejándonos influenciar por el criterio de otra persona, y que para nosotros se trate de algo irreal. Las metas deberían surgir del llamamiento. En términos espirituales las metas necesitan estar de acuerdo con las capacidades que Dios ha puesto en nuestras vidas para ser usadas en el llamamiento. Los cristianos inexpertos se equivocan al hacer del llamamiento su propia meta. Al ponerse metas, sólo están expresando sus propios deseos. Estas metas no suelen ser llevadasa cabo, porque no están arraigadas en la realidad. El llamamiento del cual estamos hablando aquí, no es necesariamente el llamamiento al ministerio, sino que es aquello que Dios pone en tu corazón para que lo hagas por El.
3. Recursos
Dios nunca llama sin equipar. Aunque sea en términos personales, espirituales o materiales, la promesa es que lo que El pretende en nuestra vida lo hará. Desafortunadamente, en este punto la fe muchas veces es sustituida por la irrealidad o la presunción. No podemos permitirnos el lujo de ser nada más que realistas. No debemos ser místicos y espiritualizarnos en demasía.
4. Estrategia
Esto es, sencillamente, el hilo que vincula nuestro llamamiento con su cumplimiento, o nuestras metas a su realización. Trae todos los recursos asequibles en juego y los dirige hacia el cumplimiento de los objetivos a mano.
Las metas espirituales no siempre son cosas que no se pueden cambiar o modificar. Necesitamos la voluntad y propósito de Dios para que nuestra vida sea refinada y aclarada. Las metas espirituales son patrones de medida y crecimiento que nos capacitarán para ver adónde vamos y dónde hemos estado. Son como la cinta métrica del alma que demuestra nuestro crecimiento o falta de él.
f) Actividad contra fructificación
Mucha gente confunde las dos cosas, pero en términos reales podemos estar ocupados sin lograr «nada», La ocupación es una diversión peligrosa porque satisface el alma. No es productiva al espíritu, sino que nos engatuza en un sentido de falso logro. La actividad, frecuentemente, ciega a la realidad y guarda a la gente de ver la verdad acerca de su vida y trabajo. La gente puede sumergirse en un montón de actividades a fin de escapar de los asuntos esenciales. El llamamiento del Espíritu Santo para hoy, es para que examinemos nuestro uso de los preciosos recursos de Dios como el tiempo, el dinero, la energía, y el don de asegurarnos de que, hasta donde podemos, estamos siendo honestos en las metas que ponemos para facilitar que la fructificación sea el resultado en nuestra obra para Dios.
g) ¿Cómo establezco metas para mi propia vida?
Las metas espirituales normalmente pueden ser definidas como metas (de vida) de corto, medio y largo plazo. Las últimas son las que deciden el tono de vida y su dirección durante un período de tiempo mayor, quizás durante el resto de tu vida. Las otras son sirvientes de las últimas en que proveen escalones para llegar a su cumplimiento. Necesitamos estar ejercitando continuamente la discreción acerca de qué meta está siendo conseguida o servida, y de lo flexible que puede o necesita ser. Las metas espirituales proveen coherencia para nuestras vidas.
1. Las metas deben ser consecuentes con el llamamiento de Dios en nuestra vida
Somos desviados fácilmente de la tarea principal que Dios quiere que asumamos. Tantas demandas hacen llamado en nuestra vida que nos desvían del llamamiento principal de Dios. Necesitamos preguntarnos: ¿Cómo voy a llevar a cabo lo que Dios quiere? Luego necesitamos reconocer que si queremos lograr algo valioso Dios, debemos estar preparados a llevar el costo del cumplimiento (por ejemplo, hacer una lista de nuestras metas). Necesitamos aclarar nuestros propósitos y dar los pasos apropiados hacia su cumplimiento. De o forma, el resultado es la confusión o incapacidad espiritual que lleva a la insatisfacción.
2. Necesitamos reconocer la interacción de diferentes metas
Una meta lograda en un área de nuestra vida nos vigorizará y, por tanto, nos capacitará para lograr otras, quizás en áreas más importantes. Las metas también tienden a trasladar, por lo que podemos ver, estos éxitos extendiéndose en varias áreas. Necesitamos establecer metas para lo que sabemos ahora. Estas metas debe tener en cuenta lo que ya sabemos claramente que es la voluntad de Dios y los pasos necesarios para real’ Esto incluye el establecer metas para capacitarnos para buscar a Dios y esperar su palabra. No deberíamos establecer metas para lo que no sabemos.
h) Redimir el tiempo
Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino corno sabios, aprovechando bien el tiempo (haciendo el mejor uso del tiempo). (Efesios 5:15,16)
El tiempo es un precioso don que es dado en una base irrepetible. Deberíamos abordar cada día con un sentido de temor reverente y con propósito. Aquí hay un tramo de camino que nunca podremos volver a pasar. Necesitamos llegar a ser mejores administradores del don de nuestra vida.

1. Dilación
Este es el ladrón del tiempo. Muchos de los artículos que llegan a ser una pesadilla en nuestra vida son aquellas cosas que se dejan para otro día. Mucha gente opera bastante bien en las áreas que le gustan, pero un verdadero secreto de la fructificación es aprender a ser eficaces en las áreas que no nos gustan. Existe una urgencia con Dios. El obra en lo divino hoy (2 Corintios 6:2). Esto no significa que debamos correr delante de Dios, sino que es una cuestión de facilitar o ayudar el progreso de la Palabra de Dios cuando es dada, en vez de aplazarla indefinidamente, en la esperanza de que suceda cuando tengamos más deseos.
2. Obstáculos y objetivos
Existen dos maneras principales de mirar las demandas de nuestra vida: como problemas o como desafíos. Parte del crecimiento hacia la madurez, es reconocer que los desafíos contendrán problemas. El hombre o mujer de Dios que llega a ser verdaderamente fructífero, aprende con la ayuda de Dios qué hacer acerca de los problemas. Los problemas son vallas a ser vencidas una por una, y no a ser miradas y aplastados por ellas.
3. Pedir la ayuda de Dios
No estamos solos. Poner las metas para acción de fe no es presumir en el poder de la carne. El hombre o mujer de fe meramente está trayendo orden para capacitar su acción, visión y oración, pero su dependencia está en Dios. El Señor ha prometido que no negará nada bueno a aquellos cuyo caminar es intachable. (Salmo 84:11) Dios nos quiere añadir aquellos dones y atributos que no tenemos por naturaleza, pero que son necesarios para cumplir su voluntad. Existe un gran depósito de ayuda divina disponible a las personas que abran su corazón y que vengan humildemente al Padre para buscar su ayuda. La alternativa es que rehusemos reconocer nuestra necesidad e intentemos caminar en nuestra propia fuerza, y llevemos a cabo la voluntad de Dios en el limitado poder de la carne. Este es el camino estéril del desastre.
4. Habilidad de no abandonar
Es aquí que necesitamos emular o copiar la actitud de Jesús referente a la obra de Dios. El dijo: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra» (Juan 4:34). Mucha gente es agobiada por las cosas que han dejado a la mitad, o que han aplazado indefinidamente. Llegan a estar sobrecargadas por estas cosas que se rinden y acaban por no hacer nada. Dios quiera que sigamos y que completemos lo que nos ha sido dado hacer.
5. Dirección divina
Mientras esperamos ante Dios, El nos dirigirá por su Espíritu Santo para que al girar a la izquierda o a la derecha, oigamos una voz detrás de nosotros diciendo: «Este es el camino, andad por él» (Isaías 30:21).
i) Preguntas y puntos de meditación
1. Mira la sección de «preguntas vitales» y contéstalas honestamente. Los puntos a considerar mientras haces esto son: primero, que muchas veces una mujer casada tiene un llamamiento en su vida que está vinculado al llamamiento de su marido y, por tanto, puede ser más difícil definir; segundo, todos los discípulos de Jesús son llamado por Dios a hacer algo, pero no todos son llamados a los cinco ministerios mencionados en Efesios 4:11.
2. ¿Qué metas espirituales has establecido para tu vida? Si no has puesto ninguna, ¿deberías hacerlo entonces? Si has establecido metas, ¿qué estrategia has planeado para alcanzarlas?
3. ¿Qué metas has alcanzado hasta ahora en tu vida para Dios?
4. ¿A qué estás aspirando a corto, medio y largo plazo?
5. ¿Cuál debería ser la meta de tu vida en términos generales según 2 Corintios 5:9? 6. ¿Estás ocupado, eres fructífero, o ambas cosas, en tu obra para Dios?
7. ¿Ha sido robado tu tiempo por dilación (es decir, diferir acción o aplazar acción) o usas tu tiempo fructífera­mente?
j) Resumen y aplicación
1. Un llamamiento es formativo para todo el resto de tu vida (es algo de lo que tu vida parece depender).
2. Un llamamiento al ministerio debería generar actividad ministerial de la clase a que somos llamados y también producir fructificación.
3. Necesitamos llegar a estar conscientes de nuestra capacidad, incluso aunque no sea desarrollada totalmente, ni siquiera en parte. Debemos saber que tenemos la capacidad de crecer en nuestro llamamiento y deberíamos pedir a Dios que unja nuestro llamamiento con la estrategia para alcanzarlo.
4. Un llamamiento suele tener escrito en sí, un reconocimiento interior de que seremos equipados para este llamamiento.
5. Un llamamiento de Dios siempre debería venir antes de emprender nuestro ministerio. Entonces sabremos que Dios está con nosotros, sea lo que sea a lo que nos enfrentemos.
6. Si no aspiras a nada, ¡lo lograrás!
7. Dios nos ha dado tiempo en una base irrepetible, por lo que necesitamos ser buenos administradores de nuestro tiempo para Dios. Siempre tendremos suficiente tiempo para hacer aquello que sea la voluntad de Dios para nosotros.
8. «Si Dios te da una visión de lo que quiere llevar a cabo llevar a cabo, Pídele estrategias para lograrlo y que te muestre SU voluntad y SUS caminos. Estate preparado para batallar por él, Ora con la mayor seriedad para que Dios te dé la victoria».
Lord Fisher.

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