Analizaremos al mismo tiempo los dones de lenguas y de interpretación, desde el momento en que nunca deben ir separados en una reunión pública. Algunos sostienen que hablar en lenguas e interpretar lenguas son los dones de menor jerarquía, porque están anota­dos en ultimo lugar en la lista de dones de 1 Corintios 12:7-11. Si hubiera una razón especial por la cual estos dones aparecen últimos en la lista, una explicación mas lógica seria que fueron los últimos dones dados a la Iglesia. Los primeros siete dones de la lista aparecen en el Antiguo Testamento y en los Evan­gelios, pero estos dos últimos no fueron dados hasta después de Pentecostés.
Hay dos maneras de hablar en lenguas. La más común es la que se usa como un lenguaje devocional para edificación propia, y no hace falta interpretación. (1 Corintios 14:2.) Ya hemos discutido esto en detalle. Queremos referirnos, mas bien, a la manifestación publica de hablar en lenguas, es decir la que debe ser interpretada. A esto llamaremos el «don de lenguas». Cuando un cristiano bautizado en el Es­píritu Santo siente la inspiración de hablar en lenguas en voz alta y en presencia de otros, a lo cual sigue generalmente la interpretación, estamos en pre­sencia del don de lenguas. (1 Corintios 14:27-28; 12:10.) El don de lenguas es transmitido o dado a los oyentes, que son edificados al escuchar la inter­pretación que sigue, hecha por quien tiene ese don.1 Es preferible que los dones de hablar en lenguas y de interpretación no se empleen en grupos de incrédu­los o de creyentes no suficientemente instruidos, sin una explicación previa sobre su significado, ya sea antes o después de sus manifestaciones.
Hay formal principales para expresar el don de lenguas en la congregación
1. Por medio del don de lenguas y de interpretación, Dios puede hablar a los incrédulos y/o a los creyentes.
Si bien Dios no habla en lenguas (¿como podría haber un lenguaje desconocido para el?) estimula al cristiano dócil a que lo haga, y de esa manera –me­diante las lenguas y la interpretación- habla a su pueblo hoy en día. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento dan testimonio conjunto de que Dios ha­bla a su pueblo mediante estos dones. Así dice Isaías:
«Porque en lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablara a este pueblo.» (Isaías 28:11.) San Pablo cita esa referencia cuando explica lo que significa hablar en lenguas e interpretar: «Esta escrito: en otras lenguas y con otros labios hablare a este pueblo… “(1 Corintios 14:21), la traducción lite­ral del griego dice así: «En otras lenguas y en labios de otros hablare a este pueblo…» Además la Escri­tura da por sobreentendido que el don de lenguas, su­mado al don de interpretación da por resultado una profecía, lo cual sigue siendo siempre Dios hablando al pueblo. (1 Corintios 14:3.)
1 El Don de lenguas también puede aplicarse como oración o alabanza a Dios
En don de lenguas no es una señal para el creyente, desde el momento en que el creyente no necesita de una señal, pero puede ser una señal para el incrédulo (generalmente no buscada), que lo induce a aceptar Señor Jesucristo. «Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos…»(1 Corintios 14:22.)
¿De que manera el don de lenguas puede ser una señal para el incrédulo?
a. La lengua puede ser un lenguaje comprensible al incrédulo, por el cual Dios le habla directamente a el.
b. La lengua puede ser un lenguaje incomprensible, pero el poderoso impacto del lenguaje hablado en lenguas, que como norma se acompaña siempre de interpretación, puede alcanzar al incrédulo y actuar como una señal para él.
Cuando el don de lenguas es un mensaje de Dios, que alcanza al incrédulo, sea por su conocimiento del lenguaje (una traducción), sea por la inspirada interpretación de un creyente, y en algunos casos sin con­tar con la interpretación o traducción, constituye una señal para el incrédulo de que Dios es real, vivo, y esta preocupado por el.
Un joven que formaba parte de las fuerzas de ocu­pación de los Estados Unidos de América en el Japón, y que pertenecía a una iglesia en el Estado de Oregón, se habla casado con una señorita japonesa. El joven matrimonio regreso a los Estados Unidos y en todo les iba bastante bien, a excepción de que la joven señora rechazaba rotundamente la fe cristiana de su marido, y se mantenía resueltamente aferrada a su budismo. Una noche, después del servicio nocturno, la pareja estaba en el altar, el orando a Dios por medio de Jesucristo, y ella elevando sus oraciones budistas. Al lado de ellos estaba arrodillada una señora de edad madura, ama de casa de la comuni­dad. Cuando esta señora comenzó a orar en lenguas en voz alta, súbitamente la esposa japonesa tomo del brazo a su marido
“¡Escucha!» le susurro excitada. “¡Esta mujer me esta hablando en japonés!» Me esta diciendo: «¿Has probado a Buda y no te ha hecho ningún bien? ¿Por que no pruebas con Jesucristo?» Y no me habla en el lenguaje japonés corriente sino en el idioma que se utilice en el templo ¡y usa mi nombre japonés com­pleto que nadie en este país conoce!» ¡No es de extrañar que esta joven señora abrazara la fe cristiana!
Hemos conocido muchos casos similares. Lo que ocu­rrió en el caso que acabamos de mencionar, es que como el ama de casa norteamericana se sometió a Dios orando en lenguas, el Espíritu Santo eligió cam­biar el lenguaje de oración a Dios, por un mensaje de Dios a través del don de lenguas.
Ruth Lascelle (entonces Specter) 2 se había criado en un hogar judío ortodoxo. Cuando al comienzo de su edad adulta, su madre aceptó a Jesús como su Mesías, Ruth creyó que su madre había perdido el juicio. Concurrió a la iglesia donde asistía su madre, en procura ‘de refutar sus creencias. En una de esas reuniones hubo un mensaje en lenguas que si bien es cierto que no fue interpretado, hizo un impacto tan profundo en Ruth que supo en ese preciso instante que Jesús era real, y ella también lo aceptó como su Mesías.
Este es un ejemplo del don de lenguas, ni enten­dido ni interpretado, y, sin embargo, fue una señal de una fuerza tal que Ruth se convirtió en el acto. Dice Ruth: «Le pedí a Dios que-me diera una señal que me indicara que la fe cristiana es la fe verda­dera. Hasta ese momento, por supuesto, nunca había oído la cita de la escritura del Nuevo Testamento que dice: «Los judíos piden señales.» 3 (1 Corintios 1:22.)
Otro caso interesante sucedió en 1964 en el norte de California, durante un servicio carismático. Una estudiante universitaria asistió a la reunión con su padre, prominente funcionario eclesiástico. Esta joven conoció a Jesús en su infancia, pero se había alejado cada vez mas de el, durante sus años de estudiante. Su fe se había hecho añicos, y estaba bajo tratamiento psiquiátrico. Casi al finali­zar la reunión los dones de lenguas y de interpretación se manifestaron en amor y en potencia. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras caminaba hacia el altar para orar. Le dijo a la persona que la acon­sejaba:
«Cuando oí hablar en lenguas por primera vez esta noche, y el mensaje que siguió, supe de nuevo, y sin ninguna duda, que Dios es real y que me ama!»
Este último caso es un ejemplo de estos dones co­mo una señal, no para el incrédulo, de acuerdo a lo que dijimos anteriormente, sino más bien para una creyente afectada de incredulidad temporaria.
Los dones de lenguas y de interpretación también pueden ser un mensaje de Dios para bendecir y ex­hortar a los fieles. Hay numerosos ejemplos que con­firman esta afirmación; solo mencionaremos uno. Un viernes por la noche, alrededor de un año después de que Rita fuera renovada en su experiencia del bau­tismo en el Espíritu Santo, asistía a una reunión de oración. Oro por una amiga que estaba trabajando como enfermera misionera en África, y que estaba so­portando difíciles pruebas. Cuando terminó de orar por Dorotea, hubo un momento de don de lenguas y de interpretación, que al efecto decía así: «Si tu mis­ma estas dispuesta a ir a ayudar a tu amiga, tus ora­ciones serán contestadas mas rápidamente.» A continuación el Señor le pregunto a Rita tres veces, de la misma manera que le preguntó a Pedro: «¿Me amas?» Ella, que había estado caminando muy cerca de e1, testificando activamente de el desde su reaviva­miento, se sintió penosamente sorprendida de que le preguntara si lo amaba, y rompió a llorar. Allí mis­mo Rita le aseguró a Dios que lo amaba tanto que estaba dispuesta a ir dondequiera la enviara. Tan convincente fue el mensaje que le dio el Espíritu San­to, que al finalizar la reunión ¡sus amigos la rodearon para despedirla! según resultaron las cosas, si bien estaba dispuesta a ir al África, en lugar de ello dos meses después el Señor la envió a Texas!
2. El don de lenguas también puede ser oración pública a Dios.
La mayoría de nosotros prefiere oír relatos del cielo que relatos de la tierra; preferiríamos oír a Dios hablándonos, que oír al hombre hablar a Dios. Sin embargo, leyendo las Escrituras, observamos que el don de lenguas es utilizado en reuniones públicas de oración y necesita interpretación para que los otros creyentes puedan asentir. (1 Corintios 14:13. 16.) De ahí se desprende que el don de lenguas, complementado por la interpretación, puede también ser una oración, acción de gracias o alabanza a Dios, lo cual estimula a la congregación. El don de lenguas en tanto sea oración o alabanza, puede ser un lenguaje conocido por los incrédulos, como ocurrió en el día de Pentecostés: «Les oímos hablar en nuestras len­guas las maravillas de Dios.» Pablo también establece que alguno en la reunión puede cantar su alabanza a Dios utilizando el don de lenguas; también la interpretación puede ser cantada, lo cual es de gran inspiración.
Cualquier creyente bautizado en el Espíritu Santo puede «cantar en el Espíritu». Esto significa permitir al Espíritu Santo no solamente guiar nuestra pa­labra, sino también cantar mientras e1 dirige las palabras y la tonada. En un grupo de creyentes bien instruidos, varias personas pueden orar o alabar a Dios, hablando o cantando en lenguas al unísono, sin necesidad de interpretación. Y en algunas ocasiones, cuando todo el grupo se une «cantando en el Espíritu», permitiendo al Espíritu Santo no solo guiar las votes individualmente, sino combinándolas a todas ellas, se logra una armonización tan sublime que se­meja el canto de un coro angélico.
Es motivo, de perplejidad para algunos, cuando unas pocas palabras en lenguas son seguidas de una larga respuesta en el idioma vernáculo. Varias razo­nes explican este hecho. Pudiera ser que el lenguaje dado por el Espíritu Santo fuera más conciso, que el lenguaje más elaborado del intérprete. También pu­diera ser que la interpretación misma fuera seguida por palabras proféticas. Otra explicación mas es la de que al hablar en lenguas era en realidad una oración privada, y la presunta interpretación era, en la realidad, una profecía.
Si bien es cierto, que todos los creyentes deberían hablar diariamente en lenguas durante sus oraciones, no todos pueden ejercitar el don de lenguas en una reunión pública. (1 Corintios 12:30.) Sabremos que Dios nos esta inspirando a manifestar el don de len­guas cuando sentimos con toda claridad en lo mas intimo de nuestro ser el avivamiento o el testimonio del Espíritu Santo. Esto no significa que tengamos que hacer nada impulsivamente. Debemos hablar al Señor tranquilamente y pedirle, para el caso de que os quiera utilizarnos de esta manera, que nos brinde la oportunidad, durante el servicio, de oficiar en el ministerio. Nunca debemos interrumpir cuando otra persona este hablando. !!!ión;pedirla,guas.¡El Espíritu Santo es un caballero!» Debemos preguntarle al Señor si este es el don particular que quiere para este grupo determinado. Al utilizar cualquiera de los Dones orales del Espíritu Santo –lenguas, interpretación o profecías- hablemos con voz suficientemente alta para que todos nos escuchen, pero no seamos innecesariamente ruidosos ni cambie­mos el tono de nuestra voz natural. El ser ruidosos o afectados asustara a la gente y podrán impugnar la genuinidad del don. Evitara que oigan lo que Dios quiere decirles. Hablemos con el máximo de preocupación por el bienestar de todos y en el amor de Dios. Si creemos que Dios quiere que manifestemos el don de lenguas, debemos estar preparados para orar también por el don de interpretación, para los casos en que no hubiera otra persona presente suficiente­mente entregada para hacerlo. (1 Corintios 14:13.)
La interpretación de lenguas es dar, en una reunión publica, el significado de lo que se ha dicho por el don de lenguas. Una persona se siente movida a hablar o a cantar en lenguas, y la misma u otra persona recibe del Espíritu Santo el significado de lo que se ha dicho. El que interpreta no entiende la lengua. No es una traducción sino una interpretación, dando el sentido general de lo que se ha dicho. El don de la interpretación puede hacerse presente directamente en la mente de la persona, en su totalidad, de lo contrario tan solo algunas pocas palabras al comienzo, y cuando el intérprete, confiando en el Se­ñor, comienza a hablar, se materializa el resto del mensaje. De esta manera se parece a hablar en len­guas: «Tu hablarás, y el Señor pondrá en tu boca las palabras.» La interpretación puede presentarse también en forma de imágenes o símbolos, o por un pensamiento inspirado, o el intérprete puede escuchar el discurso en lenguas, o parte del mismo, como si la persona estuviera hablando en el idioma vernáculo.
La interpretación dará el mismo resultado que una declaración profética, es decir de «edificación, exhor­tación, consolación». (1 Corintios 14:3-5.) Recordemos que los dones no han sido dispuestos para que nos sirvan como guía de nuestras vidas, sino para confirmar lo que Dios ya nos esta diciendo en nuestro espíritu y .por medio de las Escrituras.
Dios actúa como quiere, pero se ajusta a ciertas pautas generales que nosotros podemos detectar. Al­gunos han denominado a 1 Corintios 14 como las reglas -de oro carismáticas del cristiano. Por ejemplo, 1 Corintios 14:27, dice así: «Si alguno habla en una lengua, su numero debe estar limitado a dos, o a lo sumo a tres, y cada uno (esperando su turno), y que alguien explique (lo que se ha dicho)» Esta escritura establece normas especifi­cas. Limita el número de intervenciones en lenguas e interpretaciones a dos o tres veces en una reunión. Algunos estiman que el próximo versículo significa que después de dos o tres dones de lenguas, un «in­terprete oficial» deberá brindar una sola interpretación para los dos o tres discursos en lenguas, pero el versículo 13 indica que cualquiera que esta acostum­brado a manifestar el don de lenguas, también puede orar pidiendo el don de la interpretación. Esto es importante que lo tengamos en cuenta, desde el mo­mento en que puede haber-otros en la reunión que no se sienten suficientemente entregados en ese mo­mento para hacer la interpretación que se necesita. A fin de evitar la confusión que produciría entre los incrédulos y los creyentes no instruidos la falta de interpretación del don de lenguas (versículos 23, 33) parece que es bíblico que cada vez que se hable en len­guas hay que hacer la interpretación separadamente. Además se tornaría muy difícil retener la interpretación por un periodo demasiado prolongado.
El hablar en lenguas seria reconocido mas como idioma conocido si hubiera alguien presente que su­piese ese lenguaje y pudiera traducirlo. También es posible que en alguna medida el hablar en lenguas sea en el «lenguaje de Ángeles». (1 Corintios 13:1.) Sabemos que en el’ mundo hay alrededor de 3.000 idio­mas y dialectos, de modo que no puede sorprender a nadie que muy pocos idiomas puedan ser reconocidos en una localidad en particular ; en realidad es sor­prendente que se puedan reconocer tantos. En el día de Pentecostés había alrededor de 120 personas ha­blando en lenguas, pero solo fueron reconocidos ca­torce lenguajes (Hechos 1:15; 2:1, 4, 7-14), a pesar de que había «judíos piadosos» de todas las naciones del mundo conocido. Este es más o menos el porcen­taje de idiomas conocidos identificados hoy en día. Orando con personas pidiendo la bendición de Pentecostés, y habiendo asistido a numerosas reuniones carismáticas en muchas partes del mundo durante los pasados diez anos, hemos conocido gente que han ha­blado en lenguas en latín, castellano, francés, hebreo, vasco antiguo, japonés, arameo, chino mandarin, ale­mán, indonesio, dialecto chino foochow, griego neo­testamentario, ingles (por un orador no ingles) y polaco.
A veces, los que han recibido la experiencia de Pentecostés, deben soportar el desafió de algunos que no comprenden el propósito de hablar en lenguas, con preguntas tales como la siguiente:
«Si realmente le ha sido dado un nuevo lenguaje, ¿por que no lo hace analizar, descubre a que país pertenece y va a ese país como misionero a predicar el evangelio en ese idioma?» Otros preguntan
«Si Pentecostés es tan poderoso, ¿como es que los misioneros con esta experiencia tienen que estudiar un idioma en la Universidad?»
Estas personas no se dan cuenta que el don de lenguas es manifestado al incrédulo solamente cuan­do es dirigido por el Espíritu Santo, y aun en el caso de que una persona pueda ser utilizada una Bola vez para hablar un determinado lenguaje, y con ello al­canzando a alguien para Cristo, no tiene ninguna manera de saber si le será dado hablar alguna vez mas en la vida ese lenguaje especifico. Si bien el creyente bautizado en el Espíritu Santo puede hablar en su privada lengua devoción al, tanto en este como en el don de lenguas la elección del lenguaje que hable no puede ser regulada por el individuo. Dios lleva a cabo estos milagros vocales según su elección y de acuerdo a sus propósitos.
Aparte de todo ello, hay quienes erróneamente ase­guran que la proclamación del Evangelio se hizo en Pentecostés por medio del don de lenguas y por lo tanto seria el único propósito valido para hablar en lenguas hoy en día. Si bien es cierto que se escucha a algunos hablando, impulsados por el Espíritu Santo, en idioma conocido en el día de Pentecostés, también es cierto que no proclamaron el Evangelio en len­guas, sino que estaban alabando a Dios. El que evangelizó ese día fue Pedro. Aun cuando antes de hablar a la gente el también fue edificado al hablar en len­guas, en el momento de brindar el mensaje de salvación, habló en un lenguaje que el comprendía y que todos sus oyentes entendían.
Corre una idea muy generalizada, pero errónea, de que los oyentes en el día de Pentecostés eran «extran­jeros» que no entendían el dialecto arameo del hebreo, que era el idioma corriente, y fue por ello que al predicarles el evangelio lo hicieron en los idiomas de los países de los cuales provenían. Este error se co­rrige fácilmente prestando atención al relato. El se­gundo capitulo de los Hechos, dice así:
«Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo.» (He­chos 2:5.)
Las personas que oyeron hablar en lenguas en el día de Pentecostés a los 120 primeros creyentes, eran fieles judíos de la «Dispersión» o diáspora, que era el término utilizado para indicar el hecho de que ya en esos días el pueblo judío estaba desparramado por todo el mundo. Pero igual ha como lo hacen en el día de hoy, mantuvieron su identidad y criaron a sus hijos como buenos judíos. Y aún cuando hubieran nacido en el extranjero, y hubieran sido educados hablando otro idioma, a todos les enseñaban la lengua hebrea, y sin duda alguna esperaban ansiosos el día en que pudieran visitar Jerusalén. En el día de Pentecostés sucedió algo así como si los pueblos de habla inglesa de todo el mundo se reunieran en Londres en ocasión de un suceso nacional de gran importancia como seria, por ejemplo, la coronación de la Reina Isabel II. Habría gente de Nueva Zelanda, de Jamai­ca, de la India, británicos de nacionalidad, criados en hogares «a la inglesa», hablando el idioma ingles, pero que nunca estuvieron en la «madre patria». En su vida diaria hablarían a menudo una lengua «ex­tranjera». Imaginémonos a esa gente reunida en Londres para la coronación que escucharan de pronto a un grupo de londinenses de clase popular -«cockneys»- con su acento característico; hablando her­mosamente en el lenguaje nativo, de los lejanos países de los cuales provenían! «¿No son «cockneys» todos estos que hablan? ¿Como, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en la lengua del país en que vi­vimos?”
«OH», dicen algunos, «todos oyeron en su propio lenguaje. Los discípulos hablaban en una misteriosa «lengua» que milagrosamente le «sonaba» a cada uno como su propio lenguaje.» Es una teoría interesante, pero no bíblica. La Biblia dice: «Comenzaron a ha­blar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.» (Hechos 2:4.)
Cuando Pedro se dirigió a la multitud les dijo «Varones hermanos…» (Hechos 2:29.) No eran extranjeros sino «hermanos» un termino que los judíos no usaban livianamente. Además, es evidente que cuando Pedro se puso de pie para explicarles lo que estaba sucediendo, no hablo en lenguas. Se mencionan 14 naciones y sus respectivos lenguajes; ¿debemos imaginar que Pedro les hablo sucesivamente en esos 14 idiomas? Por supuesto que no; hablo en un len­guaje en que todos le entendieron. l. ¿Que estarían ha­ciendo en Jerusalén en el gran día si no entendieran el idioma y pudieran participar del acontecimiento? El relato nos dice también que había algunos prosélitos, es decir gentiles convertidos, pero estos, también habrían sido instruidos en el idioma hebreo.
Habiendo dejado aclarado este punto de que no se utiliza habitualmente el don de lenguas para anunciar el evangelio, y que no fue utilizado en el día de Pentecostés con ese propósito, reconozcamos también que, como en todos los casos, hay excepciones a la regla.
Hay ejemplos esparcidos a lo largo de la historia del cristianismo, de algunos a quienes el Espíritu Santo les dotó de la capacidad de hablar y entender un nuevo idioma, reteniendo esta capacidad en forma permanente. De acuerdo a sus biógrafos, el gran mi­sionero de Oriente, Francisco Javier, recibió de esta manera el idioma chino. Stanley Frodsham, en su libro Con señales siguiendo, nos relata varios ejemplos similares que han ocurrido en el movimiento pente­costal moderno.
John Sherrill, en su libro, Hablan en otras lenguas,4 cuenta de un misionero que en el año 1932 fue utili­zado por Dios, mediante el don de lenguas, para lle­var el mensaje de la salvación a una tribu de caníbales. El misionero H.B. Garlock fue capturado y juz­gado por los nativos. Les hab1ó durante veinte minu­tos en lo que para el era un idioma desconocido, pero que evidentemente los caníbales lo entendieron, les satisfizo lo que les dijo, y lo dejaron en libertad, y posteriormente se entregaron a Cristo. Es significa­tivo el hecho de que cuando Garlock volvió al centro misionero, continuó oficiando a los liberianos en el idioma de ellos que, le había demandado tanto tiempo y trabajo aprender. No retuvo en forma permanente el idioma de los caníbales pues el Espíritu se lo había «prestado» solamente para esa emergencia.
Alrededor de ocho anos atrás, una señorita de la iglesia de St. Luke, Seattle, al visitar un hospital se detuvo a conversar con una mujer asiática a quien no conocía. La mujer hablaba muy poco ingles, pero lo suficiente para entender que la visitante que­ría orar con ella, a lo cual reaccionó diciendo: «¡Yo, Buda! ¡Yo, Buda! «, significando con ello, por supues­to, que era budista. La señorita de la iglesia de St. Luke se sintió inclinada a hablarle a la mujer a me­dida que el Espíritu ponía las palabras en su boca, y durante varios minutos hab1ó en un idioma descono­cido para ella. Al hacer ademán de retirarse, la mujer le dijo, con el gozo reflejado en su rostro: «; ¡Yo, Jesús!
¡Yo Jesús!» Resulta obvio que la señorita de St. Luke había testificado a la asiática en su propio lenguaje, y la mujer respondió recibiendo a Jesús como su Salvador.
Otra idea no bíblica que sostienen algunos, es que los corintios eran las «ovejas negras» de la iglesia primitiva. Atentaban contra las buenas costumbres, hablando en lenguas, por ejemplo, porque no eran más que convertidos «a medias» de su paganismo. Pablo tuvo que «sermonearlos» debido a su emocionalismo. Aceptaba que hablaran en lenguas, pero a regañadientes.
Lo equivocado de esta idea puede comprobarse fácilmente leyendo con atención el Nuevo Testamento. Cuando Pablo fue a Corinto, Dios le dijo: «Yo tengo mucho pueblo en esta ciudad.» (Hechos 18:10). Fue en Corinto donde Pablo conoció a dos de. Sus grandes colaboradores, Alquila y Priscila, y también fue en Corinto donde trajeron a Apolo, uno de los mas elo­cuentes de entre los primeros evangelistas. No hay indicación alguna de que los corintios fuesen un grupo de segunda categoría. Lo que sucede es que esta generalizado un falso concepto popular de que una gran iglesia es una iglesia sin problemas. Lo cierto es todo lo contrario: mientras mayor sea la iglesia y mayor la obra que realiza, mayores serán los problemas que Satanás querrá provocar. Claro que tenían dificultades los corintios, pero ello era debido a que Dios estaba realizando una gran obra entre ellos y tenían que soportar el desafió del ene­migo.
Pablo no les echaba en cara a los corintios porque hablasen en lenguas, sino porque permitían la en­trada en su grupo al orgullo y al divisionismo. Su gran preocupación eran sus divisiones, su sectarismo, que a su vez originaban el abuso de los dones. Lejos de tratar de impedirles el use de los dones los insta repetidamente a solicitarlos: «Procurad los dones» (1 Corintios 12:31; 14:1.) «Que nada os falte en ningún don…» «Quiero que en todas las cosas seáis enriquecidos en é1, en toda lengua…» Pero también les dice: «Empero hágase, todo decentemente y con orden.» (1 Corintios 14:40.).
Si Pablo se hiciera presente en el mundo de hoy en día, con toda seguridad nos trataría como trato a los corintios:
A continuación Pablo volvería su mirada a los grupos carismáticos -o a algunos de ellos, por lo menos- y les diría algo así
«Mis queridos hermanos, estoy encantado de oír y ver los maravillosos dones del Espíritu manifes­tados en vosotros, pero, ¡por favor! ¿Tiene que gritar tan fuerte ese hermano? Observe que alguien se retiro de la reunión cuando ese hermano grito. Tuvisteis vosotros una reunión pública a la cual invitasteis a incrédulos, y todos vos­otros hablasteis en lenguas al mismo tiempo sin dar ninguna explicación. ¿Creísteis que fue esa la mejor manera de demostrar amor y preocupación por vuestros invitados? Estoy cierto que algunas de las personas que tratáis de alcanzar piensan que estáis locos. ¡Recordad que el espíritu del profeta esta sujeto al profeta!»
¿Puede ser imitado fraudulentamente el don de hablar en lenguas? Si, por supuesto. Todos los dones tienen su contrahechura satánica, que en el caso del don de lenguas se manifiesta por la emisión de expre­siones o sonidos en labios de quienes adoran otros dioses, o están envueltos en otras religiones o cultos, que configuran una falsificación del don de lenguas. En una reunión publica numerosa, donde resulta difícil ejercer un control estricto, puede darse el caso de que una tal persona manifieste una imitación fraudulenta. Y es en esas circunstancias cuando se pone de manifiesto la necesidad del don de discernir los espíritus. Ningún cristiano que esta caminando en el Espíritu bajo la protección de la sangre de Jesús, debe temer que pueda incurrir en una falsifi­cación del don de lenguas. La Escritura nos recuerda nuestra seguridad en Cristo
“¿Que padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿Si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿Pues si vosotros, siendo ma­los, sabéis dar buenas dadivas a vuestros hijos, cuan­to mas vuestro Padre celestial darán el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lucas 11:11, 13.) «Nadie que hable por el Espíritu de Dios (esto puede sig­nificar un cristiano hablando en lenguas) llama anatema a Jesús.» (1 Corintios 12:3.)
Resumiendo, el don de lenguas, y el de interpretación de lenguas, es en primer lugar, una señal para los incrédulos (1 Corintios 14:22), siempre y cuan­do se manifiesten de acuerdo a las instrucciones bíblicas. En segundo lugar, ambos dones tienen el mis­mo efecto de una profecía, y por lo tanto sirven para que la iglesia reciba edificación. (1 Corintios 14:5, 26-27.)
Pidámosle a Dios que nos utilice en estos dos dones; ambos son necesarios. El apóstol Pablo en Corin­tios 12, compara los dones del Espíritu, públicamente manifestados, con varios miembros y sentidos del cuerpo, teniendo cada uno su lugar, y siendo cada uno necesario a su manera. A la luz de la Escritura, no vemos como pueden ser clasificados los dones en categorías de mayor o menor significación, desde el momento en que Pablo pone énfasis en el hecho de que cada miembro del cuerpo es importante. A me­nos de que se pongan de manifiesto todos los dones, el cuerpo de Cristo en la tierra se vera impedido en su accionar.
Cada uno de nosotros debería examinar su propia vida y arreglar cuentas con Dios antes de manifestar los dones de Dios. Si la gente resulta beneficiada, ¡démosle a Dios la gloria! Oremos para que la gloria de Dios también se manifieste a través de otros miem­bros del cuerpo de Cristo. (Juan 17:22.)

8
El don de profecía
El don de profecía se manifiesta cuando los cre­yentes expresan lo que esta en la mente de Dios, por inspiración del Espíritu Santo y no por inspiración de sus propios pensamientos. La profecía no es un don «privado», sino que siempre interviene un grupo de creyentes, si bien pudiera estar destinada a una o más de las personas presentes. De esa ma­nera puede ser «juzgada», es decir, evaluada por la iglesia.
A pesar de que la profecía aparece en el sexto lugar en la lista de 1 Corintios 12, Pablo la coloca al tope en el capitulo 14, significando con ello lo altamente beneficiosa que es para la iglesia. Así, dice Pablo:
«Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis… el que profetiza, edifica (construye) a la iglesia.» El versículo 39 es más enfático aun
«¡procurad profetizar
Ya vimos en el ultimo capitulo que los dones de lenguas y de interpretación, actuando juntos servían, en primer lugar, como señal para los incrédulos y, en segundo lugar, para la edificación de la iglesia, es decir para los creyentes. La profecía es justamente el reverso, primero para la edificación de los cre­yentes y en segundo lugar para los incrédulos: «…la profecía (es señal), no a los incrédulos, sino a los creyentes.» (1 Corintios 14:22.)
La Escritura nos dice que hay tres maneras me­diante las cuales la profecía sirve a los creyentes: edificación, exhortación y consolación; o, dicho en otras palabras, construyendo, animando y consolando. (1 Corintios 14:3.) De ahí que la profecía tenga un carácter esencialmente estimulante para la iglesia, si bien no toda profecía tiene ese carácter. Si un padre terrenal nunca corrigiera a sus hijos, estaría adoptan­do una actitud perjudicial y descarriada. No crecerían ni madurarían normalmente. Si, por el contrario, el padre le dijera permanentemente al hijo que todo lo que hace esta mal y nunca le dijera que lo ama y aprecia lo que hace, no habría un vinculo de amor entre padre e hijo. Podríamos establecer una proporción adecuada: una tercera parte de exhortación y dos terceras partes de consolación. Es por ello que en una reunión hemos de contar con muchas profecías que expresan la consolación del Padre y en menor proporción las que suponen un regalo. Una profecía valida no tendrá que ser duramente condenatoria para los creyentes, pero si un consejo dado en tonos firmes e inequívocos.
Hasta el presente, en la mayoría de las reunio­nes carismáticas, ha sido mayor el ministerio dado a los creyentes por el don de lenguas y de interpretación que por la profecía. Una de las razones que explicarían este hecho es que pareciera que se requiere mas fe para hablar proféticamente, que la que hace falta para que una persona hable en len­guas y otra interprete. Hablar en lenguas es un don mas fácil de manifestar que el de la profecía, pre­cisamente porque A lenguaje es desconocido al ora­dor y por ello no siente ningún temor en caso de equivocarse y, además, porque la interpretación la realiza otra persona, por lo general. Por el contrario, sobre la persona que profetiza cae todo el peso de la responsabilidad.
Por lo tanto, el primer propósito del don de profecía es hablar a los creyentes, pero este don puede también atraer a los incrédulos a Dios. La Escritura dice : «Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, par todos es juzgado ; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorara a Dios, declarando que verdaderamente Dios esta en­tre vosotros.» (1 Corintios 14:24-25.) Esto indica el uso del don de profecía juntamente con el don de conocimiento. El don de conocimiento es la revelación divina de hechos no aprendidos por el enten­dimiento natural. Hablaremos más en detalle sobre este don en un capitulo más adelante. Cuando el incrédulo se da cuenta que son revelados hechos íntimos de su vida relacionados con su estado espiritual, se convence de la realidad de Dios y de inmediato se convierte. Por otro lado, el creyente incrédulo o indocto, que no entiende en su plenitud los dones del Espíritu, no habiendo recibido el bautismo del Espíritu Santo, muy a menudo, al llegar a este punto, se convence de que estas cosas son reales. (Esto ul­timo esta ocurriendo cada vez con mayor frecuencia, en el día de hoy. Muchos creyentes «no adoctrinados» solicitan recibir el bautismo del Espíritu Santo, por­que han visto en acción los dones de los cuales les habían dicho que «no eran para el día de hoy».)
En el Antiguo Testamento hubo hombres inspira­dos de Dios para profetizar. Estos profetas fueron especialmente elegidos por Dios para comunicar su palabra a la gente, oficiando los dones combinados de profecía y conocimiento, y a menudo ejecutando «grandes proezas» por el poder de Dios. Muchas ve­ces, por medio de ellos hizo conocer Dios su voluntad e intención. Habitualmente toda profecía que se re­fiera al futuro va acompañada de la partícula con­dicional «si».
«De aquí a cuarenta días Ninive será destruida» (Jonás 3:4) es lo que Jonás debía anunciar. Pero los habitantes de Ninive se arrepintieron en saco y ceniza. ¿De que habría valido enviar a Jonás si no hubieran tenido ninguna oportunidad de arrepentirse? De modo que Ninive no fue destruida -en esa ocasión al menos ¡lo cual molesto mucho a Jonás!
Jeremías fue un profeta de la antigüedad, que advirtió a los habitantes de las ciudades de Judá, que se volvieran de sus malos caminos. También esta fue una profecía «condicional». Después de oírlo hablar las palabras del Señor, tanto el sacerdote como los profetas y el pueblo en general quisieron matar a Jeremías. A veces el papel del profeta lo hacia muy popular y en ocasiones muy peligroso. Esteban desa­fío al Sanedrín preguntando: «¿A cual de los profe­tas no persiguieron vuestros padres?» Jesús exclamó: «¡Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas…! (Mateo 23:37; Hechos 7:52.)
También hay profecías incondicionales que hacen referencia a planes definidos de Dios, relacionados especialmente con la venida de Cristo. Isaías 53 es un perfecto ejemplo, pues se trata de una de las más grandes profecías del Antiguo Testamento rela­cionadas con el Señor Jesús. Moisés profetizo sobre Cristo: «Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, lo levantara Jehová tu Dios; a el oiréis.» (Deuteronomio 18:15.) Y, en realidad, Jesucristo mis­mo fue un «profeta, poderoso en obra y en palabra». (Lucas 24:19.) Fue el profeta, 1 de la misma manera que fue el sacerdote, el rey. En el Nuevo Testamento figuran numerosas declaraciones proféticas hechas por Jesús. Los capítulos 13 de Marcos y 24 de Mateo son poderosas profecías sobre acontecimientos veni­deros. El capitulo 16 de Juan en su casi totalidad es una profecía dada por Jesús a sus discípulos mas allegados
«Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsaran de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensara que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no cono­cen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. (Juan 16:1-4.) (Leer el resto del capitulo.)
Estas profecías «incondicionales» fueron dadas principalmente para servir como señales indicadoras a los creyentes, para que pudieran discernir las «se­ñales de los tiempos». Jesús dijo: «Os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis.»
1 El mero hecho de reconocer en Jesús a un profeta, no hace cristiano a nadie; Jesús debe ser reconocido como el divino Hijo de Dios, Dios hecho carne.
(Juan 14:29.) En este momento no estamos deba­tiendo sobre el valor de las profecías, simplemente las mencionamos de paso, para ubicarnos y saber donde estamos en el plan calendario de Dios.
En tiempos del Antiguo Testamento Dios no podía andar, por su Espíritu, morar entre su pueblo, pero el Espíritu Santo descendió para ungir a ciertas per­sonas sometidas a Dios. El Espíritu reposo sobre ellos. Moisés profeta y líder del pueblo de Israel llego a la conclusión, cierto día, de que lo que se exigía de el constituía una carga demasiado pesada para soportarla por si solo, por lo cual Dios tomó el espíritu que estaba en el, y lo puso en otros setenta hom­bres; cuando esto ocurrió, ellos, a su vez, comenzaron a profetizar. Pero se planteo un problema, porque sobre dos personas, Edad y Medad, que no habían estado en el Tabernáculo con los otros setenta, tam­bién reposo el Espíritu y por su inspiración comenzaron a profetizar a campo abierto. Entonces algunos de los otros se quejaron y querían que Moisés les prohibiera que profetizaran. La respuesta de Moisés» fue, en si misma, una profecía:
«¿Tienes tu celos por mi? 0jalá que todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos.» (Números 11:29.)
Estas palabras se cumplieron en los días de Pentecostés. Justamente ese día Pedro hizo referencia a las palabras de Joel, que fueron similares a aque­llas: “Esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días derramaré de mi espíritu sobre toda carne. Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros anciano soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos en aquellos días derramaré de mi Espíritu y profetizarán.” (Hechos 2:16-18).
En Efeso, cuando Pablo impuso sus manos sobre los dote y recibieron su «Pentecostés «hablaban en lenguas y profetizaban». (Hechos 19:6.) La Escritura nos dice que desde el día de Pentecostés y del derra­mamiento del Espíritu. Santo, en adelante, toda criatura sometida a Dios puede ser movida por el Espíritu Santo a profetizar. Pablo, estando en Corinto, luego de recomendarles con ahínco de que todos deben aspirar a obtener el don de la profecía, se ocupa de las per­sonas poseedoras de este don: «Los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero. Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados. Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas.» (1 Corintios 14:29-32.)
Estos versículos nos hablan de las «normas» a que deben ajustarse los que profetizan en reuniones. Los profetas deben limitarse a hablar dos o tres veces, lo mismo que para las lenguas y la interpretación. No importa cuan maravilloso sean los dones vocales, no deben ocupar toda la reunión. Hay que permitir el tiempo necesario para la enseñanza inspirada de la Palabra de Dios, para la alabanza y la oración, para compartir el testimonio, para cantar las alaban­zas a Dios, etc.
Como ya lo hemos expresado anteriormente, la profecía tiene siempre, como destinataria, a la comu­nidad: el pueblo de Dios. En todos los casos, debe ser anunciada en presencia de otros, porque la profecía tiene que ser juzgada o evaluada por la iglesia, en términos del testimonio del Espíritu-en los cora­zones de los demás hermanos, y en los términos es­tablecidos por la Palabra de Dios, con la cual debe concordar la profecía, sin excepción. Esto sirve tam­bién de control para evitar que una persona en parti­cular demande demasiado para si misma. El dirigen­te de la reunión debe estar atento para corregir cuan­do fuere necesario. Se hace mención a los buenos mo­dales y a la consideración debida a las demás perso­nas. «Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas», nos recuerda que los dones del Espíritu son por inspiración y no por compulsión, y no hay ninguna excusa que justifique un comportamiento ex­travagante. Siguiendo al pie de la letra al Espíritu Santo, la reunión será pacifica, apacible y ordena­da: «decentemente y con orden», como lo dice Pablo. Para nosotros la palabra «decentemente» pudiera tra­ducirse mejor por «con propiedad» o «decorosamente«.
A las mujeres se les permite ejercer el-ministerio de la oración y la profecía, siempre que estén sujetas a la dirección del hombre.
Si una mujer esta en duda con respecto a su de­recho de profetizar, puede recordar la hermosa profecías declarada por Maria, la madre de Jesús
«Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre. Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quito de los tronos a los poderosos, y exalto a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos.» (Lucas 1:46-53.)
Hasta aquí hemos hablado sobre el don de profecía referido a todos los miembros del cuerpo, pero ahora vamos a referirnos a los que hacen de la profecía su ministerio. De la misma manera que la era apostólica no es una cosa concluida y el ministerio del apostolado se mantiene en toda su vigencia en el día de hoy, así existen todavía los que tienen el ministerio de profeta. En razón de que los profetas del Antiguo Testamento hablaban contra los abusos sociales y políticos y contra las practicas sacerdotales y de la jerarquía de esa época, es decir contra la «institución», ha echado raíces la errónea idea de que todo activista y todo aquel que protesta contra la injusticia social es un «profeta» y de que la «profecía» consiste, prin­cipalmente, en denunciar la maldad humana. Pero como ya lo hemos visto, no es lo que el hombre dice en el ámbito natural lo que- hace un profeta, sino el hecho de que es impulsado por el Espíritu de Dios para hablar las palabras que Dios pone en sus labios.
El verdadero profeta no tendrá necesidad de anun­ciar a los demás que é1 es un profeta; será recono­cido por su ministerio. Moisés es un excelente ejemplo de un profeta, y sin embargo la Biblia dice de é1: «Moisés era muy manso (humilde, benévolo), mas que todos los hombres que había sobre la tierra.» (Números 12:3.) Esto es un buen criterio para pro­bar a un profeta hoy en día. Es natural que un profeta de Dios oficiara con frecuencia en el don de la profecía, que muchas veces va unido al don de la palabra de sabiduría muy difícil a veces de es­tablecer la distensión entre ambas -haciendo conocer la voluntad y el pensamiento de Dios. Cuando Jesús, sentado junto al pozo, le contó a la mujer, con lujo de detalles, todo lo que sabía sobre su vida personal, la mujer de inmediato le dijo:
«Señor, me parece que lo eres profeta.» (Juan 4:19.)
Un verdadero profeta será un cristiano maduro, ya que su ministerio figura en la lista como uno de los oficios utilizados para la edificación de la iglesia. (Efesios 4:8, 11-16.) No se permitirá a nin­guna persona que ejerza el ministerio como profeta consagrado en la iglesia, a menos que sea perfecta­mente conocido por sus hermanos en cuanto a su doc­trina y a su manera de vivir. Un verdadero profeta denunciara todo lo que sea malo, sin tomar en con­sideración si el actuar así lo hará impopular o no. Atraerá a la gente a Dios, no a si mismo.
El ministerio del profeta debe ser juzgado más estrictamente que el de los hermanos en general que profetizan en las reuniones. Puede darse el caso de que un hombre sea utilizado en el oficio profético, y sin embargo cometerá errores garrafales de vez en cuando. Nunca habrán de aceptarse sus palabras por el mero hecho de su ministerio, sino que deberán ser puestas a prueba por la Palabra y el Espíritu; y esto, por supuesto, no significa de ninguna manera que sea un falso profeta, sino solamente de quien no ha alcanzado la perfección y por ello esta sujeto a error. «En parte profetizamos.» (1 Corintios 13:9.)
El enemigo dispone de imitaciones fraudulentas de todos los verdaderos dones, y hay profusión de falsos profetas en el mundo. Un falso profeta es tremen­damente peligroso, ya que usara de su presunta auto­ridad para ejercer su maligna influencia sobre las per­sonas, y sujetarlas a servidumbre por medio del te­rror. Lograra separarlos de los demás miembros de la familia de Cristo -a menos que se lo ponga en tela de juicio y se descubra su falsedad- con el argumen­to de que pertenecen a un pequeño y selecto grupo escogido. Eso es lo que ocurrió hace poco tiempo atrás en nuestra propia iglesia, cuando un grupito de fer­vientes cristianos fue dominado por un hombre de otra ciudad. Vino y les dijo que el habría, de ser su «pastor». Tendrían que abstenerse del mas mínimo contacto -aun de sus familiares y amigos con toda persona que rechazara al grupo, y les prohibió que leyeran otra cosa fuera de lo que el les permitía leer; ¡la mayor parte de lo cual lo había escrito el mismo! Por supuesto, también les prohibió escuchar a ningún otro maestro fuera de e1. Les dijo además que cualquier persona que se separara del grupo, es­taría condenada a la perdición. Es conveniente estar precavidos, porque hay actualmente muchísimos «lo­bos rapaces» como los llamaba Pablo, rondando alre­dedor del pueblo de Dios.
«Así ha dicho Jehová de los ejércitos: no escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan: os ali­mentan con vanas esperanzas: hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová.» (Jeremías 23:16.) El profeta mentiroso no advierte al pueblo que deben dejar de hacer lo malo (Jeremías 23:17-22)-, y generalmente la aparición de un falso profeta se acompaña de inmoralidad.
Debemos precavernos también de la profecía per­sonal y directa, especialmente cuando la misma no es ejercitada por un hombre maduro y sometido a Dios., Un abuso desenfrenado de «profecías persona­les» minó el movimiento del Espíritu Santo que comenzó a principios de siglo. Aun hoy subsiste. A los cristianos les son dadas palabras de sabiduría y de conocimiento para ser utilizadas entre ellos, «en el Señor» y tales palabras alientan y ayudan, pero tiene que haber un testimonio del Espíritu de parte de la persona destinataria de esas palabras, y habrá que extremar las precauciones al recibir cualquier supues­ta directiva o una profecía que predice el futuro. En ningún caso debemos tomar determinaciones basadas únicamente en el hecho de que alguien emitió una supuesta declaración profética o una interpretación de lenguas, o por una presunta palabra de conocimiento o de sabiduría. Nunca hagamos algo por el mero hecho de que un amigo se nos acerca y nos dice: «El Señor me dijo que lo dijera que hicieras tal o cual cosa.» Si el Señor en realidad tiene instruc­ciones para darnos, nos proveerá de un testigo en nuestros propios corazones, en cuyo caso las palabras emitidas por el amigo, o por intermedio de los dones del Espíritu Santo en una reunión, serán la confirmación de lo que Dios ya nos ha estado indicando. La dirección también debe concordar con la Escritura. Y ya que hablamos de Escrituras, veamos lo que dijo Pedro:
«Tenemos también la palabra profética mas segu­ra, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vues­tros corazones …» (2 Pedro 1:19.) La Palabra es­crita de Dios es nuestra guía del viajero, que debemos estudiar concienzudamente, y es el criterio para poner a prueba todas las palabras habladas. Hay un antiguo dicho que vale la pena repetir: «Si tenemos el Espíritu sin la Palabra, estallaremos; si tenemos la Pa­labra sin el Espíritu, nos secaremos; pero si tenemos el Espíritu y la Palabra, creceremos.»
Hagamos notar la cautela del profeta Jeremías. El Señor le dijo a Jeremías que comprara una propiedad a su primo Hanameel. Jeremías no hizo nada hasta que recibió la visita de su primo ofreciéndole vender­le la propiedad, sin tener este ultimo la menor idea de lo que el Señor el había dicho a Jeremías. «Enton­ces» dijo Jeremías, «conocí que era palabra de Jehová.» Si el profeta Jeremías, ese gran hombre de Dios, fue tan cauteloso que desconfiaba hasta de su propia profecía ¡cuanto mas deberemos serlo nosotros! (Jeremías 32:6-9.) 1 La profecía no es decir la buena­ventura! La profecía no es mirar en una bola de cris­tal, o echar las cartas, o una supuesta predicción del futuro por cualquier otro método. Como ya lo hemos dicho detalladamente en capítulos anteriores, Dios prohíbe terminantemente atisbar en el futuro; siempre lo ha prohibido. Si los hombres intentan hacerlo, recibirán información del enemigo para sus propios fines y, si persisten, será para su destrucción. Cierto es, como ya lo hemos mencionado, que la Escritura nos dice que Dios, por medio de sus profetas, nos revela hechos que habrán de suceder; pero esto nada tiene que ver con decir la buenaventura; se trata, simplemente, que en esos casos, Dios ha querido com­partir sus intenciones con sus hijos fieles. El verda­dero profeta no procuraba obtener información sobre el presente o el, futuro, pero como vivía en estrecha comunión con el Señor, Dios compartía con el su conocimiento. La verdadera profecía es anticipar, no vaticinar.
La profecía tampoco es una «predicación inspirada«. La predicación, que significa «proclamar el evange­lio» debe ser, naturalmente, inspirada por el Espíritu Santo, pero al predicar, esa inspiración del Espíritu Santo se extiende al intelecto, al entrenamiento, a la destreza, al trasfondo del predicador. Podemos es­cribir el sermón de antemano o improvisarlo, pero en ambos casos proviene de un intelecto inspirado. Pero la profecía significa que la persona esta pronuncian­do las palabras que Dios le suministra directamente; proviene del espíritu, no del intelecto. Una persona puede emitir palabras proféticas que ni siquiera el mismo entiende. Durante el transcurso de un sermón inspirado puede suceder que el predicador profetice o manifieste los dones de conocimiento y sabiduría, pero esas palabras no son parte de la predicación.
Pablo, en su primera carta a los tesalonicenses, dice así: «No menospreciéis las profecías. Examinad­lo todo; retened lo bueno.» (1 Tesalonicenses 5:20-21.) El hecho de que se abusa de los dones de Dios y de que el enemigo dispone de imitaciones fraudulentas, no significa que debemos rechazar lo que Dios tiene para nosotros. Eso es exactamente lo que quisiera el enemigo. Cuando los hijos de Israel abandonaron el desierto y penetraron en la tierra prometida, descu­brieron que los frutos eran mucho más grandes, pero también lo eran los enemigos. No solo uvas había en el valle de Escol, sino gigantes, y así puede ser nuestra experiencia. Si decidimos tomar este nuevo camino en el Espíritu, ¡pero la fruta vale el es­fuerzo!
Jesús es profeta, sacerdote y rey. También nos­otros podemos ser, boy en día, a través de los profetas, sacerdotes y reyes. (Apocalipsis 1:6.) El pro­feta habla a la gente las palabras de Dios; el sacer­dote le habla a Dios a favor de la gente, por medio de la alabanza y de la oración; el rey domina, impo­niendo su voluntad, por medio de la palabra, sobre las obras del enemigo. En los tres ministerios la voz es importantísima, y nos permite ahondar en la razón del porque la voz tiene que ser sometida en Pentecostés. Si aspiramos a los dones verbales, guardémonos de hablar iniquidades, y así entraremos en la categoría de quienes Dios dice «serás como mi boca». (Jeremías 15:19.)
Aspiremos al don de la profecía. Pidámosle a Jesús que edifique su cuerpo en la tierra, por nuestro in­termedio. Al tener comunión con el Señor y con nuestros hermanos y hermanas en el Señor, habremos de experimentar que en nuestra mente toman forma pensamientos y palabras de inspiración que no escu­chamos ni compusimos. Si están de acuerdo con la Escritura, entonces debemos compartirlos con la Iglesia. En cuanto a la interpretación puede ocurrir que recibamos tan solo unas pocas palabras, que aumentaran una vez que hayamos empezado a interpretar. Podremos ver un cuadro con los «ojos de la mente» y las palabras brotaran cuando comenzamos a describir el cuadro. En cuanto a los dones de len­guas y de interpretación; el Espíritu brinda las pa­labras valiéndose de distintos medios. Algunos ven las palabras como si estuvieran escritas y se reducen a leerlas palabra por palabra.
Los dones se manifiestan por la habilidad de Dios, no de la nuestra. En la medida de nuestra fe el proveer las palabras que quiere que hablemos. (Roma­nos 12:6.) No tengamos miedo de emitir una profecía ni nos sintamos acomplejados porque la Iglesia debe evaluarla. No apaguemos el Espíritu. El profeta Amos pregunto: «Si habla Jehová el Señor ¿quien profetizara?» (Amos 3:8.) ¡0lvidemosnos de nuestro orgullo y testifiquemos de Jesús!

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