A los últimos tres dones los, denominaremos dones de revelación porque nos dan información sobrenatu­ralmente revelada por Dios. Podríamos definirlos sen­cillamente como “la mente de Cristo manifestada a través de un creyente lleno del Espíritu Santo” Cada uno de estos dones consiste en la habilidad dada por Dios para recibir de el información con referencia a algo, a cualquier cosa que humanamente nos seria totalmente imposible conocer, revelada al creyente para lograr protección, orar con mas efectividad o ayudar a alguno en su necesidad.1

1Hay solamente dos maneras -Aparte de la vía natural a través de los sentidos físicos de la vista, del oído, del olfato, del gusto y del tacto – por las cuales la mente humana puede recibir información. Una de ellas es ponernos en contacto mentalmente con el mundo “psíquico”, de tal manera que la información la receptamos directamente de los espíritus de Satanás. Es lo que ocurre con los fenómenos llamados percepción extrasensorial, espiritismo, clarividencia, etc. Todas estas cosas están estrictamente prohibidas por Dios, y no debemos practicarlas.

La otra vía de información es la que nos viene por la renovación de nuestro espíritu, que a su vez ha sido inspirado por el Espíritu Santo. Esta forma de conocimiento sobrenatural es aceptable a Dios -nos viene, directamente de El – y no representa, ningún peligro para nosotros. El Espíritu Santo compartirá con nosotros solamente aquellas cosas que el sabe que necesitamos y que pueden ser de ayuda para otros Recibimos este conocimiento, no tratando de desarrollar alguna misteriosa destreza oculta, sino andando en estrecha relación con Dios en Jesucristo, y permitiéndole a su Espíritu que obre en nuestras vidas.

Discernimiento

Antes de referirnos al discernimiento espiritual, conviene hablar del discernimiento en general. En primer lugar existe lo que podemos denominar “discernimiento natural” que es patrimonio tanto de cristianos como de no cristianos. Consiste en la facultad de poder juzgar a las personas y a las circunstancias y a nuestro propio comportamiento, que deriva de la enseñanza que hemos recibido en nuestros hogares y como, consecuencia del medio ambiente en que actuamos y de nuestra cultura. De este material esta compuesta nuestra “conciencia” natural, y de ahí que no podamos confiar mucho en ella. La mente, y esa porción de la mente que llamamos conciencia, es una mezcla de bueno y de malo, de verdad y de error. Su discernimiento y sus juicios morales carecen de valor. Es una verdad indiscutida que las pautas de la moral humana varían de cultura a cultura, y de generación a generación, y todo lo que nos puede decir la mente por natural no va más allá de saber si concuerda o no, si es aceptable o inaceptable, con el tiempo y el lugar en el cual estamos viviendo. Esto es lo que el mundo en general utiliza coma base para sus decisiones. Carecen de estabilidad.

El verdadero discernimiento intelectual no proviene de una mente natural desfigurada, sino de una mente que ha sido renovada en Cristo. Este discernimiento se desarrolla cuando encontramos y recibimos a Cris­to y llegamos a conocerlo mejor por medio de la comunión y del estudio de la Palabra de Dios. Como lo dice la carta a los Hebreos: “Todo aquel que participa de la leche, es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado la madurez, para los que por el uso de los sentidos (griego: percepciones, criterio) ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.” (Hebreos 15:13-14.) A medida que crecemos en la vida cristiana, el Espíritu Santo hace una selección de nuestras mentes, y conciencias, descartando lo malo e incrementando lo bueno. Si no le hemos puesto tra­bas a Dios para obrar de esta manera, con el correr del tiempo nuestras mentes y conciencias se ajustaran cada vez mas a las Escrituras y el Espíritu Santo que vive en nosotros. Nos saturamos tanto del “sabor” de lo que Jesucristo realmente es, y de la manera de obrar de Dios, que inmediatamente reconocemos in­telectualmente algo que sea diferente. Es importantísimo que los cristianos desarrollen este tipo de dis­cernimiento. Significa una firme defensa contra las doctrinas falsas. Deberíamos poder decir de inme­diato, si oímos una enseñanza extraña que no guarda relación con la verdad que: !Eso no suena a Dios!¡Dios no actúa de esa manera!”

El aumento de nuestra facultad de discernimiento intelectual, afectará, por supuesto, nuestro compor­tamiento con relación a Dios y a nuestros semejantes. Antes de que Pablo aceptara a Jesús personalmente, estaba convencido que era de buena conciencia per­seguir a los cristianos. Luego de su conversión y después de muchos años de caminar con el Señor, Pablo nos dice: “Yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy.” (Hechos 23:1.) “Procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres.” (Hechos 24:1ó.) Tendríamos que orar para que nuestras mentes y nuestras conciencias sean de tal manera renovadas por el Espíritu, que podamos decir lo mismo.

 

Falso discernimiento natural

Una señorita perteneciente a la iglesia de St. Luke, caminaba tranquilamente por una calle del centro de Seattle, sin inmiscuirse con nadie, cuando de pronto una señora de edad corrió hacia ella profiriendo obs­cenidades y amenazas, y sacudiendo, furiosa, su bastón. La muchacha se alarmo, por supuesto, pero no se asusto, pues se dio cuenta lo que estaba sucediendo. Esa señora de edad estaba poseída demoníacamente y el espíritu maligno había detectado la presencia del Espíritu Santo en la señorita, y por ello se alboroto en airada protesta.

Tales incidentes no son raros, si bien habitualmen­te no son tan dramáticos e inesperados como el que hemos relatado. Si una persona ha estado al servicio de Satanás y por ello está oprimida o poseída totalmente, bajo la influencia del poder del enemigo, se sentirá repelida por la presencia de cualquiera que está caminando en el Espíritu. Esta es la imitación fraudulenta del diablo al discernimiento de los espíritus.

Uno de los más vívidos ejemplos de lo que llevamos dicho, es el gran resentimiento que demuestran los espiritistas contra todos aquellos que han recibido el bautismo en el Espíritu Santo.

Cierto día, sentado Dennis a la cabecera de la mesa durante un almuerzo que reunía a hombres de la Fraternidad de Hombres del Evangelio Completo, el caballero sentado a su lado, un bien conocido medico que había recibido el Espíritu Santo, le mostró una carta que lo atacaba grosera y bárbaramente, con­denando al buen doctor por sus actividades pentecos­tales. Dennis le pregunto

-El que firma esa carta es un espiritualista, ¿verdad?

El medico asintió: -Me temo que sí.

No debemos extrañarnos si el ataque y la persecución furibundos nos viene de personas de la comu­nidad que no solamente no conocen al Señor, sino que, además, están entregados a practicas prohibidas y antibíblicas.

 

Discernimiento de espíritus

Llegamos ahora al don espiritual. Como sucede con todos los otros dones, este don no se adquiere por medio de un entrenamiento especial, sino que es dado cuando la necesidad lo requiere. Cualquier cristiano puede manifestar este don pero, al igual que los de­más, se intensifica después del bautismo en el Espíritu Santo. Los creyentes que no han sido bautizados en el Espíritu Santo no están lo suficientemente fami­liarizados con las actividades de Satanás, como para preocuparse por el discernimiento de espíritus, si bien, por supuesto, hay excepciones.

Por el don del discernimiento de espíritus, el cre­yente esta capacitado para saber inmediatamente que es lo que esta motivando a una persona o a una situación. Se da el caso de que un creyente puede estar actuando bajo la inspiración del Espíritu Santo, o expresando sus propios pensamientos, sentimiento o anhelos de su alma, y hasta es posible que permita que un espíritu extraño lo oprima, y revele pensa­mientos, justamente, de ese espíritu maligno. El incrédulo, por supuesto puede estar totalmente poseído por ese espíritu del mal. El don de discernimiento de espíritus permite revelar inmediatamente lo que esta ocurriendo.

Puede ayudarnos a entender al don de discerni­miento de espíritus si reconocemos lo que sucede cuan­do discernimos el Espíritu Santo. El himno evangelio dice: “¡Hay un dulce, dulce Espíritu en este lugar, y yo se que es el Espíritu del Señor!” Los creyentes conocen esa feliz sensación producida por la presencia del Espíritu Santo o, dicho en otras pa­labras, se dan cuenta del testimonio del Espíritu Santo en otra persona o en una reunión. Cuando decimos: “Verdaderamente sentí la presencia de Dios”, estamos hablando del discernimiento del Espíritu Santo. Experimentamos un ejemplo, en cierta medida divertido, de este tipo de discernimiento, después que vinimos a Seattle.

A Dennis lo habían invitado a concurrir a un con­cierto coral en una iglesia cercana. El director del coro era un cristiano bautizado en el Espíritu Santo, que tenía muchos amigos en Sr. Luke. Dennis sabia que unas 20 o 30 personas de esa iglesia, que habían recibido el Espíritu Santo, planeaban asistir al con­cierto. Llegó algo tarde y le indicaron un asiento en la, galería. Le llamó la atención, al mirar hacia abajo, a la congregación reunida en la planta baja, no ver a ninguno de sus amigos. Dennis disfrutó del programa pero todo el tiempo estuvo un poco desconcertado porque una leve exaltación interior de gozo, un claro testimonio del Espíritu Santo, lo inundo durante to­do el concierto. Era un sentimiento hermoso, pero no podía interpretar su significado. El coro era bueno, ¡pero no tan bueno! La explicación la tuvo cuando al abandonar la iglesia al final de la velada, fue sa­ludado por unos treinta episcopales llenos del espíritu, que durante el concierto ocuparon asientos de­bajo de la galería donde el estuvo sentado. Dennis no los había visto, ¡pero el espíritu de Dennis discernió su presencia!

Los informes que nos llegan de personas que tra­bajan detrás de la cortina de hierro, indican que este don adquiere significativa importancia a medida que se agrava la persecución. Se mencionan numerosos casos de cristianos que reconocen a otro cristiano, cada uno “en el Espíritu” sin mediar una sola pala­bra. En un lugar, las autoridades interferían per­manentemente en las reuniones, de modo que los her­manos dejaron de anunciar horario y lugar para su comunión, y dependieron exclusivamente del Espíritu Santo para que señalara aquellos que habrían de asis­tir a cada reunión. Todos asistían, y todos daban la misma explicación. En estos casos se puede pensar en una combinación del don de sabiduría y del don de discernimiento.

 

Para comprender el discernimiento de los espíritus malignos, imaginémonos lo opuesto a todo esto. La sensación de la presencia del Espíritu Santo trae gozo, amor y paz; el discernimiento de los espíritus fal­sos da una sensación de abatimiento e intranquilidad.

Algunos años atrás, cuando todavía éramos nuevos en esta materia, nos visitó una persona en la iglesia do Sr. Luke, y nos habló en la reunión de oración. Llegó precedido de buenas referencias y parecía no tener “segundas intenciones”. Cuenta Dennis: “Le hice entrega de la reunión a nuestro visitante, y me pareció aceptable lo que decía, pero al observar los rostros de los oyentes, era obvio que algo andaba mal. Se mostraban afligidos, desdichados e incómodos. Una señora abandono su asiento y salio de la pieza excu­sándose, al pasar a mi lado, de que sentía nauseas. No tuve el buen tino suficiente para interrumpir al orador y decirle: “Discúlpeme, pero esta provocando malestar en la gente, ¿qué pasa?” Al día siguiente el hombre se trasladó a otro pueblo, pero cuando hablo allí, la persona que presidía lo interrumpió y le dijo:”Sus palabras son hermosas, pero discierno un espíritu falso en su vida2 ¿qué sucede?” Así enfren­tado, el hombre confesó que era un impostor, vivien­do en abierto pecado. Resulta obvio comprender que el don se manifestó no solo para proteger a la gente del engaño del enemigo, sino para lograr el arre­pentimiento y la liberación de ese hombre.

Algunas veces la influencia perturbadora no es de la persona que esta hablando u oficiando, sino de al­guien que simplemente asiste a la reunión. Un indi­viduo activamente comprometido en prácticas espiri­tistas, por ejemplo, puede producir un enfriamiento con su sola presencia, en una reunión de oración donde se solicita el Espíritu Santo. Si la reunión lan­guidece, es mejor parar y orar pidiendo al Espíritu Santo que revele la causa del malestar. Si alguno de los presentes estuviere oprimido puede ser ayuda­do y liberado.

Por lo tanto, podemos decir que el don de discer­nimiento de los espíritus actúa en un papel de “policía”, para protegernos contra el enemigo y evitar que su influencia perjudique nuestra comunión. Des­graciadamente, cuando las personas reciben este tipo de discernimiento dudan muchas veces en utilizarlo para no parecer duros y faltos de caridad. Si el don de discernimiento espiritual nos dice que algo anda mal en una reunión que no estamos dirigiendo, tran­quilamente y con la mayor discreción posible, debemos hacer saber ese hecho al líder; de esa manera podemos orar pidiendo el don de sabiduría para saber qué ocurre y el don de conocimiento para saber cómo resolver el problema. Habrá otros probablemente con el mismo discernimiento, pues habitualmente lo recibe más de uno, para confirmación.

El discernimiento de los espíritus se torna espe­cialmente útil cuando en una reunión se ejercitan otros dones. Nadie espera de nosotros que debamos aceptar cada palabra que se emite por medio de los dones, ni en ninguna otra manifestación, ni aun en la predicación, y hemos de aceptar solamente lo que el Espíritu Santo nos mueve a aceptar, siempre que este de acuerdo con la Biblia. “Los profetas hablen dos o tres y los demás juzguen (disciernan).” (1 Co­rintios 14:29.) Los dones del Espíritu Santo son pu­ros, pero los canales por donde se conducen varían según los grados de sometimiento y santificación que posean. Una manifestación puede ser setenta y cinco por ciento de Dios, pero el veinticinco por ciento restante los propios pensamientos de la persona. Debemos discernir entre ambos.

 

2Tomemos nota que los “espíritus falsos” no son, y no pueden ser, los espíritus de personas que han muerto. El discernimiento de los espíritus nada tiene que ver con el espiritismo o el espi­ritualismo. Los espíritus de los seres humanos que han muerto, no están en esta tierra, ¡y esta prohibido todo intento de entrar en contacto con ellos! Los “espíritus falsos” de que estamos ha­blando, son los que la Escritura menciona como “gobernadores de las tinieblas de este siglo es decir, ángeles caídos, “demonios”. (Efesios 6:12; Mateo 10:8.)

Además, el enemigo puede enviar gente a la reunión con el deliberado propósito de perturbarla con una manifestación de imitación fraudulenta. Hechos 16 relata el incidente según el cual una mujer poseída de un espíritu de adivinación, durante varios días interrumpió a Pablo diciendo algo que tenía todo el aspecto de una profecía: “Estos hombres son sier­vos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación.” (Hechos 16:17) Lo que decía era cier­to, pero hablaba bajo el influjo del enemigo. La Es­critura nos dice que cuando Pablo discernió el espíritu, le causó desagrado, por lo cual le ordenó al espíritu que la abandonara y la dejara libre. Este ejemplo nos dice que las manifestaciones fraudulentas deben ser encaradas, dentro de lo posible, en el momento mismo en que se manifiestan.

La historia de Eliseo y su siervo Giezi es un ejem­plo del Antiguo Testamento de los dones de discer­nimiento de los espíritus y de sabiduría. Naaman, general del rey de Siria, era leproso. Cumpliendo con las instrucciones del profeta Eliseo, se lavó siete ve­ces en las aguas del Jordán y se curo de su enfermedad. En gratitud, Naaman ofreció presentes a Eliseo, pero éste los rechazó. En cambio Giezi, el siervo de Eliseo, siguió secretamente a Naaman, le mintió diciéndole que habían llegado dos visitas inesperadas y pidiéndole a Naaman dos mudas de ropa y algún dinero, todo lo cual, no hace falta decirlo, Giezi se guardo para él. Cuando Giezi se presentó de nuevo ante su patrón, Eliseo discernió su espíritu deshonesto, y por el don de conocimiento supo lo que había hecho. (2 Reyes 5.)

Hay muchos ejemplos de Jesús cuando discernía espíritus. Sin conocer a Natanael, discernió inmedia­tamente que era “un verdadero israelita, en quien no hay engaño”. (Juan 1:47.) Cuando Pedro hizo su gran confesión sobre Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, Jesús le alabó. Pero cuando Jesús les dijo a sus seguidores que é1 habría de mo­rir, Pedro no pudo aceptar sus palabras. Comenzó o reconvenir a Jesús, diciendo: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.” Jesús discernió que Pedro estaba hablando por boca de un falso espíritu, y le dijo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.” (Mateo 16:15-23.) Cuando Jesús no fue recibido en una aldea de Samaria, Jacobo y Juan se enojaron y le preguntaron a Jesús si podían ordenar que cayera fuego del cielo para consumir a los habitantes. Pero Jesús les respondió: “Vosotros no sabéis de que espíritu sois.” (Lucas 9:54-55.) Vemos a través de estos dos últimos ejemplos, que aun los más cercanos seguidores de Jesús pueden ser conducidos a conclu­siones erróneas.

Profecías ya cumplidas y otras señales bíblicas, indican que es muy probable que estemos viviendo la parte final de los últimos días. La Escritura enseña que antes del retorno de Jesucristo a la tierra, habrá muchos más espíritus mentirosos desatados, de ma­nera que será más necesario que nunca discernir entre lo falso y lo verdadero. (Mateo 24; Apocalip­sis 13:11-14.)

Otro uso muy importante del don de discernimiento de los espíritus es para desatar al que el enemigo tiene atados. Una de las señales que seguirían a los creyentes, les dijo Jesús, seria la de echar fuera a los demonios en su nombre (de Jesús).

3 Se da el nombre de exorcismo, desde la antigüedad, al ministerio de echar fuera a los espíritus malignos.

Alrededor de un veinticinco por ciento del ministerio de Jesús consistió en dar libertad a los que Satanás tenía cautivos; y también nosotros debemos esperar ser usados de esa manera. Jesús dijo: “El Espíritu de Jehová el Señor esta sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel…” (Isaías 61:1) En este pasaje, Isaías se refería específicamente a Jesús, pero ahora, desde el Calvario, con Cristo que vive en nosotros, también nosotros estamos ungidos con el Espíritu Santo, y también se aplica a nosotros. Esto no quiere decir que debemos buscar específicamente a los que necesitan ser liberados o desarrollar una morbosa fascinación por este tema, pero si debemos saber cómo orar por las personas que lo necesiten. Si estamos sometidos a Dios y adecuadamente pre­parados, e1 pondrá en nuestro camino a los que nece­sitan ser liberados.

La epístola de Santiago nos dice cómo entrenarnos para orar por aquellos que necesitan ser puestos en libertad: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Santiago 4:7.) El primer paso, entonces, es someternos a Dios. Esto lo podemos hacer por medio do la oración, pidiéndole que nos muestre las facetas de nuestra vida que requieren corrección. Tenemos que cortar por lo sano con cualquier pecado conocido que tengamos en nuestra vida.

Es importante también que nos afirmemos en la autoridad que tenemos en Jesús, estudiando los pasa­jes que se refieran a esta materia.4 Debemos com­prender que en el nombre de Jesús tenemos autoridad para atar a los espíritus inmundos y para arrojarlos fuera. Algunas personas enseñan que al tratar con un espíritu maligno, se debe decir: “El Señor te reprenda”, en lugar de enfrentar al enemigo direc­tamente. Citan a Judas 9 y a Zacarías 3:2. Los santos ángeles, a pesar de ser criaturas de Dios, sin pecado, tienen que actuar frente al enemigo de esa manera.

4 Ver Efesios 1:1-23; 2:1-10; Lucas 10:19; Gálatas 2:20; 2 Co­rintios 5:17; 1 Juan 4:4.

Pero nosotros, los cristianos, no solamente somos cria­turas de Dios, sino hijos de Dios, con Cristo en nos­otros. Jesús nos dijo que tratáramos con el enemigo directamente: “…en mi nombre echaran fuera de­monios…” (Marcos 1ó:17.)5 y no hay otra manera de hacerlo., según todo el Nuevo Testamento.

A menos que la persona para quien estamos orando sea un intimo amigo o un familiar, debe haber siem­pre una tercera persona cuando oramos pidiendo liberación. Esta tercera persona puede no hacer otra cosa que permanecer de pie o arrodillada y aprobando en oración. Si la persona que necesita ser liberada quiere hablar confidencialmente, la tercera persona, puede retirarse a la próxima pieza mientras hablamos, pero en todos los casos debe estar presente cuando se eleva la oración de liberación. No es prudente que un hombre ore en privado con una mujer pidiendo su liberación, o viceversa (siempre es mejor que los mismos sexos oficien unos con otros en todas las áreas del ministerio). Si es inevitable que sea un hombre el que ore por la liberación de una mujer o de una niña, siempre tiene que estar presente otra mujer.

 

Un cristiano no puede ser poseído en su espíritu (donde mora el Espíritu Santo), pero su mente, sus emociones o su voluntad (las tres partes constitutivas de su alma) pueden estar deprimidas, oprimidas, ob­sesionadas, o aún poseídas, si le ha permitido la en­trada al enemigo, por andar en los caminos del pecado antes que con Jesús. Una persona que no es creyente, por supuesto, puede estar poseída en su espíritu, alma y cuerpo. De lo antedicho resulta claro, entonces, que el primero y más importante paso para ayudar a una persona a librarse del enemigo es asegurarnos que é1 o ella conocen al Señor Jesús como su Salvador.

Si la persona por quien estamos orando no es cris­tiana, debemos guiarla para aceptar a Jesús. Aconse­jamos releer el capítulo primero que nos ayudara en este punto. Es de gran ayuda tener un definido “plan de salvación” en mente, con escrituras apropiadas.

 

Una serie típica puede ser la siguiente:

1. Romanos 3:23: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.”

2. Romanos 5:8: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cris­to murió por nosotros.”

3. Romanos 6:23: “Porque la paga del pecado es muerte. “

4. Romanos 6:23: “Mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”

5. Juan 1:12: ‘Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.”

6. Apocalipsis 3:20: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entrare a él, y cenaré con él, y él conmigo.”

Leamos y expliquemos estos versículos y guiemos a las personas a pronunciar una oración como la que sugerimos al final del primer capítulo de este libro, o una oración similar en sus propias palabras.

Ahora, cristianos los dos, y protegidos por la san­gre de Jesús, elevemos una abierta confesión como la siguiente: “Gracias, Jesús, por la protección de tu preciosa sangre sobre nosotros y alrededor nuestro.” A continuación debemos preguntarle a la persona con quien hemos estado orando si esta segura que Dios le ha perdonado sus pecados. Si le queda un resto de duda, debemos hacer énfasis sobre la siguiente Es­critura: “Si confesamos nuestros pecados, el es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9.) Puede ser de ayuda que la persona confiese sus pecados a Dios en nues­tra presencia y en voz alta.6 En esos casos debemos escuchar en silencio y en espíritu de oración lo que tiene que decir, y cuando ha terminado, declararle el perdón de Dios. Podemos decir algo por el estilo:

6 Si se da el caso de que escuchamos cuando alguien confiesa sus pecados a Dios, debemos recordar que jamás, bajo ninguna cir­cunstancia, debemos revelar absolutamente a nadie lo que hemos oído, ni aun a nuestro más intimo y querido amigo. Debemos olvidar lo que escuchamos. Constituye un pecado grave si delibe­radamente revelamos lo que nos ha dicho en confianza una per­sona confesando sus pecados a Dios.

“He oído confesar tus pecados a Dios y sé que estás verdaderamente arrepentido. Dios dice: “Cuanto esta lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.” (Salmo 103:12.) Si la persona todavía tiene dificultades, lo mejor es llamar a un pastor entrenado para aconsejarlo con su mayor ex­periencia y tratar de convencerlo y tranquilizar su mente.

Debemos asegurarnos, por supuesto, de confesar y pedir perdón por los propios pecados conocidos de nuestra vida, y de que hemos perdonado a otros. El cristiano debería vivir diariamente en este estado de perdonar y pedir perdón.

Debemos tratar, en lo posible, de descubrir la natu­raleza exacta del espíritu o de los espíritus con los que tenemos que lidiar. Dejemos que sea el Espíritu Santo quien nos guíe en esto, como en todo lo demás. No nos metamos en una interminable sesión de “con­sejos” con lo cual se puede perder mucho tiempo, sino que tenemos que descubrir que es lo que esta per­turbando a la persona: ¿es miedo, odio, lujuria, ideas perversas, complejo de persecución, terror a los ani­males, enojo, etc.? Pidámosle a la persona que nom­bre las cosas que la afligen. Tratemos cada problema como una entidad espiritual, y encarémosla directa­mente como tal. El diablo es muy hábil en este as­pecto, y tratara de que la persona ore así: “¡Echo fuera esta neurosis de ansiedad!” o “¡Reprendo a este espíritu de ansiedad!” No es así la forma. Te­nemos que guiarlo para que diga lo siguiente: “¡Espíritu de ansiedad, te ato en el nombre de Jesús, bajo su preciosa sangre, y te arrojo a las tinieblas de afuera, para nunca mas volver, en el nombre de Jesús!” A veces es necesario que la persona repita juntamente con nosotros, al comienzo, frase por fra­se, pero luego es conveniente que la persona diga por sí sola toda la oración. Después que la persona la haya repetido, nosotros la decimos de nuevo repren­diendo y arrojando al espíritu fuera de él, haciendo causa común con ella en la oración. Es importante que la persona que necesita ser liberada aprenda a decir su propia oración, pues de esta manera adquiere la confianza necesaria para usar su autoridad sobre el enemigo y puede orar por sí sola si el enemigo retorna.

Cuando la persona logra captar la idea, ocurre con frecuencia que ora por otros problemas que no men­cionó al comienzo, a medida que el Espíritu Santo los trae a su mente. Algunos espíritus logran crear mayores reacciones emocionales en unas personas opri­midas más que en otras. Algunos consiguen crear nauseas, o exagerados accesos de tos, bostezos, es­tornudos, etc. A. veces se producen reacciones mas violentas, tales come ser arrojados al suelo. Si suce­den tales cosas no nos dejemos atemorizar por ello. Ala­bemos al Señor, supliquemos la protección de la san­gre de Jesús, ¡y sigamos adelante! Por otra parte, no creamos que porque tales reacciones no se han producido, nada ha sucedido. Tampoco debemos pen­sar que, por el hecho de que una persona ha tenido una reacción física, ya está liberada. Tales manifes­taciones son efectos secundarios de la liberación.

Si la persona necesitada de oración se siente inca­paz de cooperar, o no tiene una clara percepción inte­rior de sus problemas, tendremos que actuar nosotros solos para atar a los espíritus y arrojarlos fuera en el nombre de Jesús y bajo la protección de su sangre, tal como lo hizo el apóstol Pablo en el incidente rela­tado en Hechos 16:16-18. Si, por otra parte, una per­sona esta en plena posesión de sus facultades y de su voluntad, y no quiere cooperar, es probable que este­mos perdiendo nuestro tiempo con él, hasta que é1 mismo se dé cuenta de su necesidad y solicite ayuda.

¡Hay personas que realmente gozan de sus problemas! ¡Y a través de ellos Satanás se deleita en hacer perder el tiempo y la energía a los cristianos!

A veces tenemos que ser muy enérgicos, cuando oramos por la liberación. El espíritu debe obedecer cuando la orden la damos con fe y en el nombre de Jesús. Si el espíritu detecta la más leve vacilación de nuestra parte, evadirá nuestra orden. ¡Insistamos! (Es conveniente explicar rápidamente y en términos sencillos al “paciente” que no le estamos hablando a él cuando reprendemos al espíritu inmundo. Digamos algo por el estilo: “No te estoy hablando a ti, sino al espíritu que te esta perturbando.”)

No hay un solo caso en las Escrituras de imposición de manos para echar fuera espíritus, y la mayoría opina que no debe practicarse. No creemos que en la persona que oficia, si es un cristiano y esta pro­tegido por la sangre de Cristo, pueda sufrir ningún daño, pero podemos esperar que la persona que nece­sita ser liberada reaccione fuerte y violentamente si se la toca. Es preferible evitar todo contacto físico cuando estamos ofreciendo oraciones para la liberación.

Una vez obtenida la liberación, debemos alabar al Señor y rendirle a el la gloria. Ahora si coloquemos las manos sobre la cabeza de la persona y oremos para que el Espíritu Santo llene todos los espacios que antes ocupaban los espíritus. Si 1a persona no ha sido bautizada en el Espíritu Santo, esta es una ex­celente oportunidad para explicarle como se recibe y debemos ayudarla para hacerlo. Es imperativo que la casa este rebosante del Espíritu Santo y de su poder.

Debemos insistir ante la persona sobre la impor­tancia de alimentarse diariamente con la Palabra de Dios, en la oración, en la alabanza, y en la comunión con otros en el Señor.

Hemos dado solamente los lineamientos generales sobre este tema, pero antes de pasar adelante, que­remos señalar que el echar fuera los espíritus no esta limitado, de ninguna manera, a las personas que están profundamente oprimidas o poseídas. En toda opor­tunidad en que sentimos que el enemigo nos esta acosando y no podemos deshacernos de él mediante nuestras propias oraciones, no debemos dudar un ins­tante de recurrir a un amigo en el Señor y pedirle que ore con nosotros y nos ayude a echar fuera el mal. Cada vez que estamos luchando contra un pecado que no nos da reposo -enojo, lujuria, temor- aunque no se trate más de que un leve problema, si no podemos dominarlo, debemos tratarlo como un espíritu de opresión, sujetarlo y arrojarlo afuera; y si no podemos hacerlo por nuestra propia cuenta, ¡pida­mos ayuda! En esos casos, nuestro consejo es recurrir a un consejero cristiano bien calificado para que hable y ore con nosotros.

Oremos para que nuestro discernimiento sobre las tácticas del enemigo en nuestras propias vidas y en las vidas de otros, sea aguzado de tal manera que podemos experimentar la total liberación de los cau­tivos. Recordemos, además, que los setenta seguido­res de Jesús que salieron luego de recibir el poder contra el enemigo, volvieron llenos de gozo declarando que habían logrado sujetar a los demonios en el nombre de Jesús. Pero Jesús, que sin duda alguna se regocijó con ellos, los trajo de vuelta a la realidad: “No os regocijéis de que los espíritus se os sujeten, sino regocijaos de que vuestros nombres están escri­tos en los cielos.” Mientras oramos para que la gente sea librada de la servidumbre, no olvidemos de re­gocijarnos más que nada, de que nuestros nombres están escritos en el Libro de la Vida del Cordero.

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