Capítulo 9 – Dones de Sanidades – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Capítulo 9 – Dones de Sanidades – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett


Los dones de poder son la sanidad, los milagros y la fe. Configuran la continuidad del ministerio de misericordia de Jesús hacia los necesitados. La mayoría de las personas se muestran interesadas en los dones de la sanidad, porque la necesidad es algo tan generalizado. Es fácil comprender que se trata de uno de los dones que más benefician al hombre en su vida. De los nueve dones es, con mucho, el más aceptado por la cristiandad. Fue el Señor Jesús quien le dio la preeminencia que tiene, pues el noventa por ciento de su ministerio en la tierra lo utilizo sanando enfermos. La primera instrucción que les dio a sus discípulos fue:
«¡Sanad enfermos!» (Mateo 10:8.)
Sin embargo, en el lapso transcurrido entre la resurrección y su ascensión, la Biblia no registra que Jesús practicara ninguna curación. Durante esos cua­renta días, ocupo gran parte de su tiempo enseñando y preparando a sus discípulos para proseguir con el ministerio que el comenzó. Inmediatamente después de Pentecostés, los primeros creyentes continua­ron el ministerio de Jesús, sanando enfermos, resu­citando a los muertos, y echando fuera espíritus in­mundos. El ministerio de sanidad de Jesús ha pro­seguido por casi dos mil anos, y continuara así hasta que el vuelva a la tierra. Jesús nos dio esta gran promesa: «El que en mi cree, las obras que yo hago, el las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre.» (Juan 14:12.)
Los dones de la sanidad se destinan para la Curación de lesiones, incapacidades físicas o mentales, y enfermedades en general, sin la ayuda de medios naturales de la destreza humana. Son manifestaciones del Espíritu Santo que, movido a misericordia, y canalizándose a través de seres humanos, van en ayuda del necesitado. Las personas utilizadas por Dios como sus conductor para ejercer la sanidad; no deberían tener la pretensión de «poseer» esos dones, ni deberían adjudicarse el titulo de «sanadores», sino mas bien darse cuenta que a través de ellos podrían ma­nifestarse cualquiera de los nueve dones, en la ocasión en que lo dispusiera el Espíritu Santo, de acuerdo a las necesidades de los que lo rodean. Existe una real interdependencia entre Dios y el hombre en todo lo relativo a los dones del Espíritu. Por ejemplo, si somos movidos a orar por un amigo, debemos tomar nuestro vehículo, ir a la casa del amigo, hablar de como Jesús sana hoy en día, orar con el amigo y Jesús hará la curación. Un espectador podría decir: «A, lo que parece, lo han hecho todo.» En realidad, al principio, fuimos un «testigo», informando lo que puede hacer Jesús; luego un «mensajero», trayendo el don de Jesús, a través del Espíritu Santo que mora en nosotros. Dios nos guía y nos utiliza en su tarea, pero el que sana es Jesús. Gozamos del privilegio de ser colaboradores juntamente con el Señor Jesús. Después de la ascensión y de Pentecostés, la Escritura nos dice que los discípulos «… saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían». (Marcos 16:20.)
No es indispensable que un cristiano haya recibido el bautismo del Espíritu Santo para poder orar por los enfermos, ni el hecho de que una persona que ha orado con resultados positivos por un enfermo sea una señal de que ha recibido el bautismo del Espíritu Santo. Jesús dijo: «Estas señales seguirán a los que creen… sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanaran.» (Marcos 16:17-18.) Cualquier creyente pue­de orar por un enfermo y verlo curarse por el poder de Jesús. Sin embargo, y hablando en términos ge­nerales, el don de sanidad se manifiesta después de haber recibido el bautismo en el Espíritu Santo, al aumentarse la fe, y recién entonces el cristiano co­mienza a ministrar a los enfermos. Al igual que los otros dones, el de sanidad se exterioriza con mucha mayor intensidad y realidad, después de recibir el Espíritu Santo.
Se entiende habitualmente por «imposición de las manos» el tocar la cabeza del enfermo con una o las dos manos, mientras elevamos la oración. No es un acto mágico, pero es bíblico. Como lo expresa Oral Roberts, constituye un «punto de contacto» para que el enfermo «libere su fe». Puede también ser una vía por la cual se canalice el efectivo poder del Espíritu. La Biblia dice que podemos poner las ma­nos sobre el enfermo, y así lo hacemos. No obstante, tomemos nota de que Jesús oro por los enfermos de muy variadas maneras. A veces ponía sus manos so­bre ellos, o tocaba sus ojos o sus orejas; en otras oca­siones les soplaba su halito; y a veces no hacia ni siquiera un gesto, simplemente pronunciaba una pa­labra y los enfermos eran curados. En algunas oca­siones les ordenaba a ellos que hicieran algo, como un acto de fe. Una vez le unto con barro los ojos a un hombre y le ordeno que se lavara. Y a unos lepro­sos todo lo que les dijo fue: «Id, mostraos a los sa­cerdotes» (el departamento sanitario), y al darse vuel­ta para ir, ¡fueron sanados! De paso, debemos llamar la atención sobre todas las personas afectadas de enfermedades que requieren tratamiento medico y están sometidas a medicación. Aconsejamos a los tales, que no suspendan el tratamiento especifico (con­tra la epilepsia, la diabetes, los trastornos cardiacos, por ejemplo) antes de «ir y mostrarse a los sacer­dotes» -los médicos- quienes deberán certificar la curación. Lo mismo se aplica a las personas afectadas de tuberculosis o cualquier otra enfermedad contagio­sa, que ha sido curada por Jesús por medio del don de sanidad.
En la epístola de Santiago leemos de curaciones efectuadas a enfermos «ungiéndoles con aceite» (San­tiago 5:14-15) y en respuesta a sus oraciones eleva­das con fe. Los ancianos, los dirigentes de la congregación, efectúan el ungimiento al par que oran por los enfermos de esa congregación en particular. Los discípulos ungían con aceite y oraban por los enfermos. (Marcos 6:13.) En la Biblia el aceite re­presenta uno de los símbolos del Espíritu Santo. «Ungir» significaba derramar aceite (generalmente de oliva) sobre el enfermo mientras se oraba por el. Actualmente la costumbre se reduce a tocar la frente del enfermo con aceite. La epístola de Santiago dice a continuaci6n: «La oración de fe salvará (sanara) al enfermo, y el Señor lo levantara…» (Santiago 5:15.) Notemos la naturaleza incondicional de la pro­mesa. En la Escritura no hallamos ningún manda­miento que nos exija concluir la oración de sanidad con esa frase tan devastadora de la fe que dice: «Si es tu voluntad». Dios ha dejado claramente sentado en su Palabra, que es su voluntad curar a los enfer­mos, de modo que todo cuanto se diga al respecto esta demás. Jesús jamás utilizó la forma condicional cuando oro por los enfermos. El nos dijo que debemos creer que habremos de recibir la respuesta a nuestras oraciones, aun antes de que oremos. (Marcos 11:24.) Algunos nos recuerdan que Jesús oro en Getsemani diciendo «Padre, si quieres…» 0 «no se haga mi voluntad, sino la tuya». Pero esta es una situación totalmente distinta. Jesús sabía cual era la voluntad del Padre. Vino al mundo con el exclusivo propósito de morir por nuestros pecados y resucitar para nues­tra justificación. La oración se refería a su renuencia de sentirse separado de la amante comunión con su Padre, que es lo que ocurriría durante las dolorosas horas de la cruz, cuando cargo sobre sus hombros e1 pecado de toda la humanidad.
Y cuando se trata de la sanidad, sabemos cual es la voluntad del Padre: «Yo soy Jehová, el sanador.» (Éxodo 15:26.) «El que sana todas tus dolencias.» (Salmo 103:3.) «Quitare toda enfermedad de en me­dio de ti.» (Éxodo 23:25.)
Algunos confían en que Jesús podría sanar ¡pero no están muy seguros en cuanto al Padre! En cierta ocasi6n le pidieron a Dennis que visitara a una mujer gravemente enferma a quien los médicos habían desahuciado.
Cuando entro a la pieza, pudo ver que efectiva­mente estaba muy enferma. Pálida y enflaquecida, mostraba, sin embargo, un hermoso resplandor en su rostro. Con una sonrisa le dijo a Dennis: -No se preocupe. Estoy reconciliada con el hecho de que esta es la voluntad de Dios.
¿Que podía responder a eso? Lo habían enviado a orar por su mejoría, y ella estaba segura de que Dios quería que muriera. Le dijo:
-No puedo discutir con usted en momentos como estos, pero le ruego me conteste una pregunta: si Jesús en persona entrara a esta pieza ¿que cree usted que haría?
-¡Me sanaría!
Dennis asintió. -¿No tiene ninguna duda en cuanto a eso?
Movió su cabeza en un gesto negativo.
-Bueno. Jesús dijo que el únicamente hacia las cosas que veía hacer al Padre, es decir que no hacia nada por si mismo. (Juan 5:19.) También dijo que el y su Padre estaban tan unidos, como si fueran uno, y que, si le habíamos visto a e1, habíamos visto al Padre. ¿Cómo puede usted decir, entonces, que Jesús la sanaría pero que la voluntad del Padre es que muera de esta enfermedad?
Medito un rato y luego su rostro se ilumin6 mas de lo que ya estaba.
-Comprendo bien lo que usted quiere decir.
Y ahora si podían orar en favor de su curación.
Una señora nos relato su experiencia. «Cuando es­tuve gravemente enferma, varias personas oraron conmigo pero al terminar siempre añadían las pa­labras «si fuere tu voluntad, Señor». Yo me angustia­ba cada vez que oía esa frase. El día en que recupere la salud fue el día en que una de esas personas oró con verdadera fe. Estuve esperando escuchar la frase «si fuere tu voluntad», pero ¡alabado sea el Señor! no la dijo.» Si no podemos orar por un enfermo con certeza y fe, deberíamos abstenernos de orar hasta que logremos hacerlo o, de lo contrario, pedirle a otro que lo haga.
No es necesario que elevemos largas oraciones por los enfermos. Cuando contamos con la fe necesaria para pronunciarla, una palabra imperativa basta para lograr el resultado apetecido: «¡Sana, en el nombre de Jesús!» Jesús sanaba con un toque o una palabra, casi siempre con una orden: «Se limpio» le dijo al leproso. Al paralítico le dijo: «Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa.» Ordenó a los oídos del sordo: «Se abierto.» Al hombre que tenía la mano seca le ordenó: «Extiende tu mano» y la mano le fue res­taurada sana.
Observemos que en la lista de 1 Corintios 12:9 Pablo habla de «dones de sanidades» y no de «don de la sanidad». Los menciona tres veces en el capitulo y en todos los casos los dos sustantivos están en plural. La traducción literal diría: «Dones de sanidades.»
Y es lógico que así sea, desde el momento en que hay muchas enfermedades se necesitan muchos Do­nes. Una de las mas hermosas promesas de sanidad, referidas a Jesús como nuestro Sanador, es la que dice: «El herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre e1, y por su llaga fuimos nosotros curados.» (Isaías 53:5.) Y nosotros podemos decir con Pedro, lo que e1 dijo mirando atrás hacia la crucifixión: «Por cuya herida fuisteis sanados.» (1 Pedro 2:24.) Las treinta llagas en las espaldas de Jesús representan la sanidad de todas nuestras enfermedades. Al igual que con los demás dones, algunos cristianos reciben el ministerio de sanidad, y con frecuencia son utilizados de esta manera. Y no es raro observar, en este mi­nisterio, que resulta más efectivo orar por algunas enfermedades en particular. Por ejemplo, un amigo nuestro realiza un poderoso ministerio para la artri­tis, otro para los dolores de muelas, etc. Tal vez sea esta la razón porque Pablo habla de «dones de sanida­des». Algunos han desarrollado’ este ministerio de manera notable, a resultas de lo cual miles de perso­nas han sido curadas y auxiliadas. Estamos profunda­mente agradecidos a esas personas dedicadas y entre­gadas a Dios. Y será aun más esplendido cuando un crecido numero de los hijos de Dios, tomen la inicia­tiva y obedezcan el mandato de «sanad a los enfer­mos». En toda congregación donde sus miembros han recibido el bautismo en el Espíritu Santo se encuentra gente con un ministerio de sanidad latente.
Una persona puede ser curada por la fe de otra cuando esta demasiado enferma o débil para ejer­citar su propia fe (Marcos 2:3-5) aun cuando este inconsciente o en coma. La curación puede efectivi­zarse por medio de la fe sola (en Jesús) del enfermo (Mateo 9:22, 29) o por la fe combinada del enfermo y del que ejerce su ministerio. (Marcos 5:25-34.) Esto último, por supuesto, es la situación más de­seable. Cuando sea posible, es importante darse el tiempo suficiente para cimentar la fe del enfermo, antes de imponerle las manos para la curación. Esto puede hacerse compartiendo pasajes de la Biblia que se refieren a la sanidad, y compartiendo testimonios personales. Ya le dijo el apóstol Pablo escribiendo a los romanos: «La fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios.» (Romanos 10:17.) Debemos acla­rar con toda precisión que ni siquiera necesitamos depender de la fe de otros, y que nos basta con la Palabra de Dios.
Rita estaba compartiendo su testimonio con un grupo de mujeres en un hogar en Spokane, Washing­ton, en el año 1965, cuando sonó el teléfono. Era una señora que se llamaba Juanita Beeman. La dueña de casa la presentó a Rita por teléfono, y tomó cono­cimiento del problema. Juanita tenía una afección cardiaca que se manifestaba por taquicardia (aceleración de los latidos del corazón) debido a lo cual le hablan instalado un marcapaso electrónico. A pe­sar de que habían transcurrido varios meses desde la operación para implantarle el aparato, tenia que guardar cama en reposo absoluto. Su corazón estaba dilatado y cada quince días tenían que extraerle el líquido que resumía y que se deposita alrededor del corazón, debido a la presencia del aparato que ac­tuaba como un cuerpo extraño. Le pidió por teléfono a Rita que fuera a su casa a orar por ella. A la mañana se dio cuenta de que eran verdaderos creyentes. Después de compartir los pasajes referidos a la sanidad y de hablar sobre los distintos casos de sanidad que ella había presenciado, oraron. La presencia de Dios se hizo tan patente y poderosa, que todos ellos fueron movidos a lágrimas. Varios días después, cuando Jua­nita entro caminando al consultorio del medico (antes debido a su debilidad tenia que ser transportada en una silla de ruedas), este le pregunto sorprendido:
-¿Que ha sucedido?
Ella le respondió alegremente: ¡Dios contesta las oraciones, doctor!
El medico la examino, y comprobó que su corazón se había reducido a su tamaño normal, y que no se había depositado mas liquido. Juanita, desde entonces, ha vivido una vida gozosa y activa.
Cuando oramos por los enfermos, tanto ellos como nosotros deberíamos sentirnos edificados. SEIT Wig­glesworth aseguro que nunca sentía tan de cerca el poder de Dios como cuando oraba por los enfermos. Muchas veces tuvo una visión de Jesús cuando es­taba entregado a una ferviente oración de sanidad. Descubrió, además, la importancia’ que tiene el medio ambiente que nos rodea cuando hacemos la oración.
Nos consta que hemos visto a un paciente literal­mente dominado por la televisión, cuando tenia sus ojos pegados a la pantalla ¡y a duras penas logramos convencerlo que apagara el televisor para poder ele­var una oración de sanidad! Si las circunstancias están bajo nuestro control, debemos insistir en quitar todo motivo de distracción, no solamente durante el momento que dure la oración, sino especialmente después y, si es posible, antes. Smith Wigglesworth, si podía, solicitaba a los incrédulos que abandonaran la pieza antes de elevar la oración de sanidad. Así lo hizo Jesús cuando resucito a la hija de Jairo. (Mar­cos 5:38-40.) Por supuesto que todas estas actitu­des deben ser tomadas con amor.
Las personas que sientan la vocación de orar por los enfermos deben dedicar el tiempo que sea nece­sario para preguntarle a Dios como proceder. Se debe contar con que otros dones del Espíritu, tales como la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento se manifiesten conjuntamente con los Dones de sani­dades. Pudiera haber algo en la vida del enfermo que este impidiendo la curación, y que podría ser re­velada por la palabra de sabiduría.
El don de la palabra de sabiduría puede ser un gran edificador de la fe. A veces el Señor le hará conocer a un cristiano que otro padece de una enfer­medad. Al compartir ambos cristianos este conoci­miento, le infundirá al enfermo una gran certeza y la fe necesaria para receptar la sanidad que se le ofrece. Varios evangelistas de sanidad dependen en gran medida de la palabra de sabiduría para cimen­tar la fe, y a medida que el Señor pone de manifiesto las necesidades, la gente es curada allí donde se en­cuentren, sentadas o de pie, sin necesidad de que nadie en particular oficie con ellos individualmente, aparte del Señor.
La fe, por supuesto, es el más importante de los dones en el ministerio de la sanidad. Hay ocasiones en las cuales el don de la fe será tan fuerte, que sabremos, aun antes de orar, que la persona será curada.
Es importante explicarle al enfermo, que cuando las manos les son impuestas, debe dar rienda suelta a su fe y recibir la curación. Como ya lo hemos dicho, la sanidad de Dios puede producirse por un toque, una palabra o cualquier otro acto de fe. Algunas per­sonas fueron curadas escuchando la radio cuando un evangelista predicaba sobre la sanidad. Esto ocurrió recientemente durante el curso de una transmisión radial en Seattle, Washington, a pesar de ni siquiera haberlo sugerido. Una radio escucha dió rienda suelta a su fe y se curó.
Personas en lugares alejados, fueron curadas por las oraciones de sus amigos (Mateo 8:8), aun sin saber que los amigos estaban orando. Un grupo de miembros de la Iglesia Episcopal de Van Nuys, California, oraban por una amiga que sufría de un tremendo absceso en la mue­la. Mientras oraban, sonó el teléfono:
¿Que esta ocurriendo ahí? -pregunto la mu­jer-. ¡De pronto me he curado!
La Biblia registra otros casos extraordinarios de sanidad por el simple hecho de que la sombra de una persona pasara sobre los enfermos (Hechos 5:15) o entregando a los enfermos paños o delantales que habían tocado las personas utilizadas por Dios para ese ministerio de la sanidad. (Hechos 19:11-12.) De más esta decir que estas cosas pueden ser motivo de abuso o de uso incorrecto, pero sin duda alguna son reales y verdaderas. Además, repetimos, brindan la ocasión para dar rienda suelta a la fe. Sabemos de casos, en la actualidad, en que alguien ha puesto en contacto con el cuerpo del enfermo -sin que el en­fermo lo supiera- un pañuelo bendecido, y el enfer­mo se ha curado. En este caso actúa la fe de la per­sona que trae el objeto bendecido y que es el conducto que Dios utiliza para la curación.
Sabemos por la Biblia que Dios quiere que su pueblo sea integro en espíritu, alma y cuerpo. A pesar de lo maravilloso que es la curación física, estamos conscientes de que nuestra vida en este planeta no pasa de ser una gota en el Océano de la eternidad. De ahí que, como es fácil comprender, la sanidad mas importante es la curación del alma y del espíritu, pues ello tiene valor eterno. Muchas veces, sin embargo, cuando el hombre interior recibe la salvación de Dios, se produce una reacción en cadena por la cual la santidad de Dios le infunde salud al espíritu y al cuerpo. La carta a los romanos dice así: «Si confesares con la boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios se levanto de los muertos, serás salvo.» (Romanos 10:9.) En griego, la palabra que nosotros traducimos como «salvar» es sozo, que sig­nifica ser curado, resguardado de peligro, mantenido en lugar seguro, o salvado de la muerte eterna. Es una palabra que abarca muchísimos conceptos, y se aplica no solo al espíritu sino también al alma y al cuerpo. Cuando Ananias oro por Pablo, este fue cura­do de su mal físico y bautizado en el Espíritu Santo casi simultáneamente. (Hechos 9:17-18.) Y sabemos que estas cosas ocurren en el día de hoy. La oración en el lenguaje que dicta el Espíritu Santo (hablando en lenguas) puede curar, pues el Espíritu Santo nos guía para que oremos por nuestras debilidades y dolencias, y por las necesidades de otro. (Romanos 2:26.)
Hemos mencionado, según Santiago 5, las directi­vas de ungir a los enfermos con aceite y pronunciar la oración de la fe. También observamos que Santia­go dice «Si hubiere cometido pecados, le serian per­donados». (Santiago 5:15.) La enfermedad, como la muerte, apareció como resultado de la caída del hom­bre. Pero el Señor Jesús dejó claramente sentado que no toda enfermedad es el resultado directo del pecado en la vida del individuo. Los discípulos le preguntaron sobre el ciego relatado en Juan 9:»¿Quien peco, este o sus padres, para que haya nacido ciego?» La res­puesta de Jesús fue terminante: «No es que peco este ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en el.» (Juan 9:3.)
Pero en otras ocasiones, Jesús establece una rela­ción directa entre los pecados del individuo y su en­fermedad. En Lucas 5 leemos de la forma de que se valieron cuatro amigos para transportar un paralítico hasta donde estaba Jesús. Como primera medida Jesús le dijo al paralítico: «Hombre, tus pecados te son perdonados.» Luego le ordeno que se levantara y se fuera a su casa.
En Juan 5 Jesús sana otro paralítico, pero esta vez le advierte: «No peques mas, para que no te venga alguna cosa peor.» (Juan 5:14.)
Cuando oramos por los enfermos, debemos estar advertidos de que un pecado sin arrepentimiento, un hondo resentimiento o una pésima actitud, pueden interferir e impedir la curación. El Libro de Oración Común en la parte correspondiente al servicio para la visitación de enfermos, da las siguientes directivas:
«Entonces la persona enferma será exhortada a hacer una confesión especial de sus pecados, si sien­te preocupación de conciencia; después de tal confesión, y con la evidencia de su arrepentimiento, el ministro le dará seguridad de la misericordia y perdón de Dios.» 1 Es de buena política, antes de orar por un enfermo, preguntarle si «siente preocupación de conciencia», y en caso afirmativo guiarlo al arrepen­timiento y a la confesión de su pecado, de la manera en que siempre lo haremos. 2
Doquiera se mueva el Espíritu Santo, habrá sani­dad. Dios no es glorificado en la enfermedad de su pueblo, como algunos erróneamente enseñan, sino, por el contrario, en su curación. Cuando Pablo nos dice que el se «gloriara en sus debilidades» (que no sig­nifica necesariamente debilidades físicas o enferme­dad) quiere decir que su debilidad le da ocasión a Dios para demostrar su poder. Los hombres son guiados a Jesús hoy en día al comprobar su poder de sanidad, de la misma manera que lo era en los días del Nuevo Testamento. La curación física del incrédulo debería llevarle a Jesús como su Salvador. Debido a que con el correr de los años, y aun hoy, tantas iglesias han dejado de proclamar la verdad de que Jesús sana en la actualidad, han surgido cultos falsos exhibiendo un tipo de sanidad que no es bíblica y que no glorifica a Jesús.

Por otra parte, numerosas iglesias de todas las de­nominaciones, que se están movilizando en una dirección carismática, comprueban más y más casos de sanidad. Ciegos que recuperan la vista; cataratas que se disuelven (¡y aun cuencas vacías que se lle­nan!); oídos sordos que oyen; tumores que desapa­recen; huesos fracturados que sueldan de inmediato; cardiopatías curadas; esclerosis múltiple, tuberculosis, cáncer, parálisis, artritis, y todas las enfermedades que afectan al cuerpo humano y son curadas por el toque de la mano del Maestro. Algunas de estas cura­ciones han sido instantáneas, otras progresivas, al­gunas parciales… En las ocasiones en las que hubiéramos esperado ver una curación y no la vimos, la culpa no fue de Dios sino del hombre. Somos muy rápidos para decir: «Dios no lo hizo. Me imagino que no esta dispuesto a sanarme.» Sin embargo, la Pala­bra de Dios nos asegura que si lo esta, y ahora mismo.3
La gente dice: «Yo creería en la sanidad si viera un caso en el cual el medico tomara una radiografía, luego se orara, a continuación el medico tomara otra radiografía que probara que efectivamente se curó.»
3Las Escrituras prometen salud para el creyente. Por otro lado, debido a una variedad de razones, a veces los creyentes enferman. La promesa, sin embargo, es que si enfermamos, Dios nos sanará. Algunos dicen: «Pero no van a vivir para siempre. Algún día tienen que morir.» Es cierto. Pero el pueblo de Dios tiene la pro­mesa de una larga vida, y cuando vayamos al hogar de nuestro Padre, no es necesario que lo hagamos en enfermedad y dolor. En Génesis 25:8 leemos que: «Y exhalo el espíritu, y murió Abra­ham en buena vejez, anciano y lleno de años, y fue unido a su pueblo.”
Hay muchos de esos casos que están debidamente re­gistrados y archivados, con la curación perfectamen­te corroborada por la evidencia médica, con radiografías, análisis de laboratorio, etc. Desgraciada­mente, los que exigen tales pruebas nunca las bus­can. Jesús dijo: «Si no oyen a Moisés y a los profe­tas (que ciertamente fueron testigos de las curaciones de Dios), tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.» (Lucas 16:31.)
La mejor manera de aprender sobre la sanidad, es comenzar a orar por los enfermos. Pidámosle a Dios que nos ayude en esta decisión y andemos en fe. Algunos saben cuando deben orar por un enfermo por el testimonio interior; otros perciben una tibieza en sus manos; otros pueden acusar una arrolladora compasión. No debemos depender solamente de estos signos exteriores, pero si confirman la percepción interior de nuestro espíritu, contaremos con dos tes­timonies para reclamar la sanidad de Dios, especial­mente si las circunstancias favorecen que oremos por los necesitados. Cuando se produce la sanidad, demos la gloria a Dios y guiemos a Jesús a la persona sana­da, si aún no lo ha encontrado. Las señales nos seguirán en la medida que continuemos mirando al Señor Jesús y permanezcamos en su amante comunión.

Capítulo 9 – Dones de Sanidades – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Capítulo 10 – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Los milagros son hechos que anulan o contradicen a las denominadas «leyes de la naturaleza». Estricta­mente hablando, no existen «leyes de la naturaleza» como tales. El concepto de «leyes» físicas ha sido des­cartado por la física moderna, que define los sucesos naturales en términos de «probabilidades». Por ejem­plo, la antigua física newtoniana establecía que:
«Hay una ley según la cual -descontando la re­sistencia del aire- todos los objetos caen con una aceleración de 9,81 metros/segundo, en cada segun­do.» La ciencia moderna diría: «Es probable que todo objeto que cae acelerara su velocidad a razón de 9,81 metros/segundo, en cada segundo.» Y esto se asemeja muchísimo a lo que dice el cristiano: «Las denominadas leyes de la naturaleza, codificadas por la ciencia humana, no son otra cosa que la manera habitual que tiene Dios de hacer las cosas.» Man­tiene un orden regulado para nuestra conveniencia. ¡Que desmañado seria vivir en un universo donde nada se repitiera dos veces de la misma manera! ¡Seria como vivir en un mundo de «Alicia en el país de las maravillas» y en medio de un gran desorden! Sin embargo, Dios en beneficio de su pueblo creyente, cambiara su acostumbrada manera de hacer las cosas, para poder atender a sus necesidades y además para mostrarles que el es soberano y tiene todo el poder. Los grandes milagros del Antiguo Testamento se hi­cieron, justamente, para atender a las necesidades, de la gente, y demostrarles que Dios era real, y que todo esta bajo su control.
No es siempre fácil trazar una delgada línea di­visoria entre el don de milagros y los dones de sani­dades. Pareciera que la «sanidad» comprende a aque­llos actos de poder que supone la curación de una condición en el cuerpo humano (o en el cuerpo ani­mal, porque la sanidad alcanza también a los anima­les por la oración). Otros sucesos caerían bajo el titulo de milagros.
Mencionaremos algunos de los milagros típicos del Antiguo Testamento: la separación de las aguas del mar Rojo para que escapara el pueblo de Israel (Éxodo 14:21-31) ; la detención del sol y de la luna para Josué (Josué 10:12-14); la tinaja de harina que no escaseo y la vasija de aceite que no menguo durante el hambre en la tierra (1 Reyes 17:8-16) ; el fuego que cayo del cielo sobre el Monte Carmelo para que­mar el sacrificio de Elías y revelar al verdadero Dios. (1 Reyes 18:17-39); el retroceso de diez grados del sol según el reloj de Acaz, en respuesta a la oración de Isaías, (2 Reyes 20:8-11); las milagrosas plagas de Egipto (Éxodo 7:12); la transformación en ino­cua de un potaje venenoso realizado por un acto de fe de Eliseo. (2 Reyes 4:38-41.) La mayoría de los grandes milagros del Antiguo Testamento ocurrieron en las vidas de Moisés, Elías y Eliseo.
El relato de Elías y de su discípulo Eliseo nos habla a nosotros en el día de hoy. Eliseo pidió una «doble porción» del Espíritu Santo que poseía Elías. Cuando Elías fue arrebatado al cielo, su manto -símbolo de su ungimiento- cayó sobre Eliseo. (2 Reyes 2:9-14.) El hecho notable que registra la Escritura, es que Eliseo hizo el doble de los milagros que había ejecutado Elías. Esto es simbólico de lo que les ocurrió a los creyentes después de la ascensión de Jesús, si bien Jesús no les legó solo una «doble porción» de su Espíritu, pues no estableció limite al­guno. Simplemente dijo: «Mayores obras hará, porque yo voy al Padre.» (Juan 14:12.)

El don de milagros es uno de los dones que rinde mucha gloria a Dios y uno de los que más debería manifestarse en el día de hoy, de acuerdo a la pro­mesa de Jesús. Dios se deleita en hacer milagros, y esta utilizando a sus hijos en la práctica de este don. El poder para hacer mayores obras viene del hecho de que Jesús ascendió al cielo y Pentecostés recibió la plena potencia del Espíritu Santo, poder con que cuen­tan los cristianos desde aquel entonces.
Por supuesto que Jesús ejecuto más milagros que ningún otro personaje en la Biblia, sin que todos ellos, aparentemente al menos, hayan sido registrados. Como ya lo dijo Juan: «Y hay también muchas otras cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir.» (Juan 21:25.) Unos cuantos de sus milagros, que hallamos en la Biblia, incluyen los siguientes: transformar el agua en vino (Juan 2:1-11) ; caminar sobre las aguas (Mateo 14:25-33); alimentar milagrosamente a la multitud (Marcos 6:38-44; Mateo 16:8-10) ; calmar la tempes­tad en el mar (Marcos 6:45-52) ; la pesca milagrosa (Juan 21:5-12) ; pescar un pez y sacar una moneda ,de su boca (Mateo 17:27).
El primer milagro de Jesús fue la transformación del agua en vino: «Este principio de señales hizo Jesús en Cana de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en el.» (Juan 2:11.) Jesús realizo milagros movido por su compasión- frente a las necesidades humanas y por razones practicas. Cuando camino sobre las aguas fue para tranquilizar a sus discípulos y además porque tenía apuro en llegar a Betsaida. Cuando alimento milagrosamente a las multitudes, lo hizo porque era imposible con­seguir alimento de otra manera. Cuando transformo el agua en vino fue por que había necesidad de vino en la fiesta. Observemos que los milagros no se eje­cutaron para asustar a los incrédulos y forzarlos a creer, sino más bien para estimular a los que ya creían o a los que querían creer. «La generación mala y adultera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás (haciendo referencia a su muerte y resurrección).» (Mateo 12:39-40.) Mu­cha gente dice: ¡Ahí lo tienen! ¡No se supone que tengamos señal!» Pero pasan por alto el hecho de que Jesús esta hablando a una «generación mala y adultera». Por otra parte, Jesús dijo:
«Estas señales seguirán a los que creen…» (Mar­cos 16:17.)
Después de Pentecostés, los apóstoles y otros que no lo eran, hicieron muchas señales de poder: en va­rias ocasiones los creyentes fueron liberados de la cárcel por el poder angélico (Hechos 12:1-17; 16:25­40; 5:17-25); el evangelista Felipe fue transportado corporalmente a Azoto por el poder del Espíritu San­to. (Hechos 8:39-40.) (Tomemos nota de lo siguiente: esto no fue una «proyección astral» o nada parecido. Felipe fue físicamente y corporalmente arrebatado por el Espíritu Santo y transportado de Gaza a Azo­to, (¡una distancia de 38 kilómetros !) Obrando mila­grosamente, Pablo encegueció transitoriamente a Eli­mas el mago para que cesara en su oposición al evan­gelio. (Hechos 13:9-12.) Pablo fue mordido por una víbora venenosa y no sufrió daño alguno. (Hechos 28:3-6.)
Pedro y Pablo cuentan en su haber el mayor número de milagros registrados en el libro de los Hechos de los Apóstoles, pero también ejecutaron milagros Es­teban y Felipe, y en 1 Corintios 12 el don de hacer milagros es uno de los nueve dones que regularmente manifestaban los creyentes.
¿Que quiso decir Jesús cuando afirmo que los que creen en el harían «cosas mayores»? Algunos pien­san que significa que se producirán muchos mas mi­lagros, en razón del mayor numero de personas que hoy en día son llenados con el Espíritu Santo. Otros creen que podría significar también que se harán nuevos milagros, en adición a los que registra el relato bíblico, y mayores aun que aquellos. De una cosa estamos seguros, y es de que si Jesús tuvo la intención de que los creyentes hicieran nuevos mila­gros, serian siguiendo el modelo determinado ya por el Señor, y de acuerdo con las Escrituras. Hay mu­chos hechos horripilantes que tienen lugar en la actua­lidad, a medida que los hombres y las mujeres expe­rimentan con lo oculto y lo psíquico, es decir con los poderes de Satanás, y el cristiano no debe dejarse engañar por ellos. La Escritura nos dice que los se­guidores del enemigo harán «grandes señales y pro­digios, de tal manera que engañaran, si fuese posible, aun a los escogidos». (Mateo 24:24; Marcos 13:22.)
Sin embargo, los milagros se suceden hoy en día, de acuerdo a las normas establecidas por las Escri­turas. En el libro Nine O’Clock in the Morning, (A las nueve de la mañana), citamos varios casos en que Dios modifico sorprendentemente las condiciones atmosféricas, en respuesta a una oración hecha con fe.1
Hay ejemplos de personas que, en la actualidad, han sido transportadas f1sicamente en el Espíritu, de la misma manera en que lo fue Felipe el evangelista, según la crónica registrada en Hechos 8:39-40. David duPlessis, probablemente el mas conocido testigo del reavivamiento carismático, fue actor de un milagro igual, al comienzo de su ministerio. Estaba reunido juntamente con otros hombres en el jardín de la casa de un amigo, orando por otro hombre gravemente en­fermo y que vivía en una casa distanciada casi dos kilómetros de donde estaban ellos.
«Mientras orábamos», cuenta David, «el Señor me dijo: «¡te necesitan ya mismo al lado del lecho de ese enfermo!» Arrebate mi sombrero, corrí alrededor de la casa y di un primer paso saliendo del portal, para dar el segundo paso en el umbral de la casa donde yacía enfermo mi amigo, ¡a casi dos kilómetros de distancia! Por supuesto que me sorprendí sobre­manera. Me consta que fui transportado de manera instantánea esa distancia, porque alrededor de quince minutos llego el resto de los hombres con quienes había estado orando, los cuales llegaron agitados por el esfuerzo realizado. Me preguntaron: » ¿Como llegas­te aquí tan rápido?»
David tenía que llegar inmediatamente, y Dios sim­plemente proyecto el transporte.
En estos últimos años se esta desarrollando en Indonesia lo que tal vez sea el mas poderoso reavi­vamiento de cristianismo neotestamentario, que el mundo haya experimentado jamás. Nos llegan infor­mes bien documentados de sucesos milagrosos de la misma naturaleza y magnitud que los relatados en la Biblia. 2 Miles de personas han sido milagrosamente alimentadas con provisiones calculadas para unos cuantos centenares; el agua ha sido transformada en vino para poder tomar la santa cena; grupos de cristianos han caminado sobre las aguas para poder cruzar ríos y proclamar las buenas nuevas de Cristo, por no decir nada de los miles que han sido sanados y aun resucitados de entre los muertos.3 Se podrían descartar estos informes como fantasiosos, salvo el hecho de que han sido confirmados por testigos fide­dignos, y a menudo por cristianos que previamente no creían que los milagros relatados en el Nuevo Tes­tamento pudieran repetirse hoy en día. Tal vez la mas poderosa evidencia indirecta de la verdad de estas señales, radica en el hecho que más de dos mi­llones y medio de musulmanes han aceptado a Cristo, como asimismo miles de comunistas. La prensa maho­metana admitió recientemente ¡la conversión de dos millones de mahometanos a la fe cristiana!
Una de las principales razones de lo que esta ocurriendo, sin duda alguna, estriba en el hecho de que están viendo el poder de Dios manifestado, no solamente en el mi­lagro de vidas transformadas, sino en los milagros literales de la Biblia. ¿Por que habrían de ocurrir semejantes acontecimientos? Es debido a que los in­donesios nunca les han dicho que ciertas partes de la Biblia «no son para hoy»; de ahí que lo están practicando en fe simple; ¡Y da resultado! ¡Dios vive!
Dios se arriesga cuando comparte con su pueblo sus obras sobrenaturales. Sin duda obraría mas mi­lagros entre su pueblo, pero bien sabe que eso seria perjudicial para nosotros a menos que estemos es­piritualmente preparados. Oímos la verdadera histo­ria de un evangelista que había sido poderosamente utilizado por Dios, hasta que una noche el poder y la gloria de Dios elevaron a esta persona un par de metros desde el suelo, a plena vista de la congregación. Fue tan impresionante esta experiencia, que desde esa noche en adelante ese particular siervo de Dios no podía hablar de otra cosa sino de como algún día los cristianos serán transportados de un lugar a otro en el Espíritu para proclamar el evange­lio a todo el mundo. Al final se redujo a ser el único tema de ese evangelista, resultando ser un impedimento para la predicación del evangelio y un buen ministerio reducido a casi nada
Conviene detenernos un poco y analizar este ejem­plo en particular. ¿Cual fue el propósito de este mi­lagro? Podríamos responder de inmediato: «!Oh, pa­ra probar a los asistentes que el evangelista estaba diciendo la verdad!» No, de ninguna manera, porque también Satanás puede elevar a las personas en el fenómeno denominado «Levitación». Entre las perso­nas que incursionan en el campo de lo oculto actual­mente, algunos experimentan con estos fenómenos, tratando de aprender a flotar en el aire o levantar objetos pesadísimos con la ayuda de poderes «espi­rituales». Una variedad del espiritismo que se prac­tica en tertulias familiares y que consiste en hacer mover una mesa sin tocarla, es una forma de levitación. El hecho de que alguien pueda ser elevado de la tierra, de ninguna manera prueba que esa persona sea de Dios, como tampoco lo prueba el hecho de que pueda sanar a los enfermos.
En el caso particular que estemos analizando, no era necesario un milagro para probar que el evan­gelista era de Dios, pues eso surgía claramente de lo que estaba diciendo: proclamaba el evangelio de Jesucristo. ¿Cual fue, entonces, el propósito del mi­lagro? Era simplemente Para alegrar el corazón de la gente que estaba escuchando, mostrando una vez mas cuan real es Dios. No era otra cosa que Dios expresando el amor al predicador y a los oyentes de una manera extraordinaria. Nuestro amigo evange­lista cometió el error de querer adelantarse a Dios y a las Escrituras, especulando sobre las cosas que tal vez Dios haría en el futuro, y edificando sobre ello toda una doctrina. Si bien es posible que a me­dida que aumenta el fragor de la batalla aumentara el numero de personas que sean transportadas en el Espíritu, no contamos con antecedentes bíblicos para decir que Dios lo va a establecer como un «ministe­rio». Si hubo alguien en la historia que pudo haber utilizado esa «vía aérea», ese alguien fue el apóstol Pablo, pero no tenemos ninguna noticia de que haya sido transportado de esa manera. Si bien es cierto que Dios obra en su vida otros milagros, cuando se trato de viajar, viajo siempre como los demás.
Inmediatamente después de ser bautizada en el Espíritu Santo, la gente experimenta una mayor ca­pacidad para lo milagroso en su vida, Luego se ad­vierte una disminución de estas experiencias porque nos invaden las viejas maneras de pensar y de vivir, y Dios nos tiene que inscribir en la escuela del Espíritu Santo. Quiere enseñarnos algunas cosas antes de poder confiar plenamente en nosotros en esta área, no sea que se meta de por medio nuestro orgullo y otros pecados, provocando nuestra propia exaltación, para luego caer estrepitosamente. (1 Timoteo 2:6.) Sin embargo, el cristiano prudente, habiendo una vez pro­bado las maravillosas obras del Señor, es estimulado a someterse al manejo de Dios y a sus lecciones, para que siga adelante, y no retroceda en el camino andado. Es la voluntad del Padre que permanezcamos en esta nueva dimensión.
Ya hemos advertido en detalle en un capitulo an­terior, y al comienzo de este mismo capitulo, en el sentido de que para cada uno de los dones de Dios hay una imitación fraudulenta demoníaca. Un hongo y una seta venenosa parecen exactamente iguales, pe­ro uno es un alimento delicioso y el otro un veneno mortal. Solamente la Escritura puede enseñarnos a detectar una «seta venenosa» espiritual. Los verda­deros milagros de Dios pueden manifestarse únicamente a través de aquellos que han recibido a su divino Hijo Jesús. Los cristianos no esperan mila­gros por el milagro en si, sino porque Dios prometió que seguirían en la vida de sus hijos y porque atien­den a las necesidades de los hombres y llevan a otros a Jesús.
El Nuevo Testamento registra más sucesos milagro­sos en la vida de San Pablo que en ninguno de los doce apóstoles originales. Si pensamos que los prime­ros apóstoles gozaban de un «status» especial porque anduvieron y hablaron con Jesús durante su vida te­rrenal, deberíamos sentirnos estimulados por Pablo que no conoció a Jesús «según la carne». (2 Corintios 5:16.) Es interesante notar el hecho que el poder de Pablo en el Espíritu Santo no disminuyo al llegar a viejo. Más bien, lo vemos manifestando las mismas aptitudes milagrosas de Dios y su poder de sanidad con mayor potencia en el último capitulo de los He­chos que en cualquier otro momento de su vida. (He­chos 27:28.) Pablo nunca disminuyo su ritmo, ni aun llegado a viejo.
Muchas veces los milagros de Dios se hacen de una manera tan «naturalmente sobrenatural» que pode­mos no percibirlos si no estamos alertados. Debemos mantenernos a la expectativa para que los milagros de Dios se manifiesten en nosotros y a través de nuestra vida. Oremos para que el Poder de Dios también se manifieste a los demás miembros del cuer­po de Cristo. Contemos con un milagro y mantenga­mos los ojos puestos en Jesús.

Capítulo 9 – Dones de Sanidades – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Capítulo 11 – El don de la fe – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

La Biblia nos habla de la fe desde el Génesis hasta el Apocalipsis, pero la define en una sola ocasión. La encontramos en la carta a los Hebreos: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción do lo que no se ve.» (Hebreos 11:1.) Varias son las cosas que aprendemos, de este versículo. La fe es ahora o no es fe. Fe es tiempo presente; esperanza es tiempo futuro. Fe es creer antes de ver, pero dará substancia a lo que hemos creído. La fe no es algo pasivo sino algo activo.
Todo el mundo, tanto creyentes como incrédulos, pueden entender lo que es la fe humana natural. La gente tiene fe en las cosas de este mundo por la experiencia adquirida a través de sus cinco sentidos. Por fe natural prendemos el televisor, creyendo que veremos o escucharemos algo interesante. Si bien la mayoría de las personas no entienden el sistema eléctrico de la televisión, a pesar de eso su fe natural lo insta a encenderlo. Para sentarnos en una silla echamos mano a nuestra fe natural. Si las personas pudieran ver la estructura molecular de la silla y los enormes espacios intermoleculares en esa materia que parece tan sólida, ¡tomarían asiento cautelosamente! Por fe natural encendemos una luz, viajamos en avión, manejamos un automóvil o simplemente vivimos. Las personas pueden tener esta clase de fe y no creer en Dios. La fe natural es la confianza puesta en algo o en alguien que Podemos ver, oír y tocar,”Ver para creer”.
La fe verdadera, la que viene de Dios es sobrenatural, es decir que trasciende los sentidos naturales.
La Primera es «la fe que salva». La Biblia nos dice que sin fe es imposible agradar a Dios. (Hebreos, 11:6) No obtenemos la salvación por nuestras buenas obras si no por la fe en Jesucristo.
«Cree (ten fe) en el Señor Jesucristo, y serás salvo…» (Hechos 1ó:31.) La llave a la fe cristiana no es ver para creer» sino «creer antes de ver». «La fe» dice el autor de Hebreos «Es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no so ve». (Hebreos 11:1.) Jesús no se evidencia a nuestros sentidos físicos, pero por medio del Espíritu Santo podemos experimentar, aquí y ahora, su amor y comunión. Esta fe salvadora es un don de Dios. y no algo que nosotros podamos fa­bricar. (Efesios 2:8-9.) La fe salvadora llega al hom­bre por medio do la proclamación de la Palabra de Dios. «La fe es por el oír y el oír, por la palabra de Dios.» (Romanos 10:17.)
Una vez que hemos recibido a Jesús, la Escritura nos dice que cada cristiano recibe «la medida de fe». (Romanos 12:3.) Todos iniciamos la carrera con una medida igual, pero algunos crecemos en fe y otros no, y ello dependerá de nosotros. Dios siempre tiene una reserva para sus hijos; sus depósitos son ilimitados.
La segunda clase de fe, as la fe como un «fruto del Espíritu«. (Gálatas 5:22.) Esto viene como resul­tado de nuestra salvación: unión con Cristo. Jesús dice: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mi, y yo en él éste lleva mucho fruto.» (Juan 15:5.) Desde el mismo instante de nuestra unión con él (la viña) tenemos potencial­mente la capacidad do dar frutos.
Nuestra fe (confianza, creencia) en Jesús es la obra de Dios Espíritu Santo, y es el él que nos abastece de fe a medida que avanzamos en la vida cristiana. Nuestra parte es responderle a él. La fe en Jesús, tanto la fe inicial coma la fe permanente constituye la base para todos los otros frutos y dones del Espíritu. Es imposible sobreestimar su import­ancia. «Conforme a vuestra fe os sea hecho» dice Jesús: y en otro pasaje: «Al que cree, todo le es posible.» (Mateo 9:29; Marcos 9:23.)
La fe, como fruto, es la resultante de un proceso que se obtiene con el tiempo. No se planta un árbol y se espera que al día siguiente brinde frutos, El árbol tiene que ser cultivado, alimentado y regado. La palabra «morar» significa tomar residencia permanente. El resultado de morar es el fruto de un carácter cristiano piadoso. Nuestro crecimiento en el fruto de la fe dependerá de un caminar con Cristo sin altibajos, de una diaria alimentación de las Escrituras, y de la comunión en el Espíritu Santo.
El don de la fe existe potencialmente en el creyen­te desde el momento en que recibe a Cristo pero al igual que los otros dones, se torna mucho mas activo después del bautismo en el Espíritu Santo. A diferencia del fruto, Es dado en forma instantánea. Es una súbita oleada de fe, habitualmente durante una crisis, para creer confiadamente, sin un ápice de dudas, que lo que hagamos o hablemos en el nombre de Jesús, sucederá.
La palabra «confesión» toma sus raíces de dos vocablos griegos, homo logos, que significa hablar lo mismo que la Palabra de Dios. El don de fe verbal es confesar lo que dice Dios, dirigido por el Espíritu Santo. Uno de los, versículos que mejor describes este pensamiento esta registrado en Marcos:
«Respondiendo Jesús les dijo: Tened fe en Dios.» (La traducción literal del griego es: «Tened la fe de Dios.») «Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho le que dice, lo que diga le será hecho.» (Marcos 11:22-2.3.)
Elías constituye un sugestivo ejemplo de este don en el Antiguo Testamento. Aparece súbitamente en escena en I Reyes 17:1 presentándose ante Acab, el más perverso de los reyes de la historia de Israel, diciéndole: «Vive Jehová, Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra.» Y su advertencia so cumplió al pie de la letra. El profeta Elías debe de haber, vivido en un alto nivel de fe, si bien sabemos que en algunas ocasiones su fe se derrumbo casi por com­pleto, como esta registrado en 1 Reyes 19:3 ¡cuando perdió el valor y huyo despavorido! Nadie podrá dudar que Elías tiene que haber recibido verdaderas oleadas de fe, especiales dones de fe, para enfrentar crisis como las que hemos mencionado, o la tremenda prueba del monte Carmelo: “Si Jehová es Dios, se­guidle; y si Baal, id en pos de él”, (1 Reyes 18:21) cuando bajo fuego del cielo para confirmar que el Dios de Elías era el Dios verdadero a quien había que servir.
Por otra parte, hallamos un don de fe en acción, en el conocido incidente en la vida del profeta Daniel. Funcionarios celosos urdieron un complot contra Da­niel, como resultado del cual fue sentenciado y echado a un foso de leones hambrientos. Daniel no dijo ni una palabra, simplemente confió en Dios, y los leones no lo dañaron. A pesar de ser Daniel un hombre ex­traordinario, tiene que haber tenido una gran dosis de fe para soportar esta espantosa experiencia. (Da­niel 6:17-28.)
En el Señor Jesucristo, el fruto y el don se com­binan a la perfección, porque el vivió siempre en la cima de la plenitud de su fe en el Padre. Los evan­gelios están repletos de ejemplos de su gran fe. Un día Jesús y sus discípulos decidieron cruzar el lago en una pequeña barca. Jesús estaba cansado y Se durmió recostado sobre un cabezal en la popa de la embarcación. Súbitamente se desato una gran tor­menta que echaba las olas en la barca que se inun­daba. Los discípulos estaban aterrorizados y desper­taron a Jesús. Unas pocas palabras le bastaron para aquietar la tormenta. Aun cuando lo despertaron de un profundo sueño, no tuvo necesidad que le inyecta­ran una dosis especial de fe para realizar el milagro. (Marcos 4:35-41.)
El don de fe es distinto al de obrar milagros, que estudiamos en el capitulo anterior, si bien puede producir milagros. Si los discípulos, en el barco ajetreado por la tormenta hubieran permanecido calmos y seguros a pesar de su peligrosa situación. Hubieran estado manifestando el don do fe. Pero como ocu­rrieron las cosas, fue, Jesús quien por medio, de un milagro, tuvo que acallar la tormenta. Si Daniel, en el foso de los, leones, hubiera dado muerte a las pe­ligrosas fieras con nada mas que un gesto, hubiera aplicado el don del milagro, Pero lo que sucedió es que permaneció ileso en Presencia de los bravos leo­nes, de mostrando una formidable dosis de fe. Cosas parecidas a estas encontramos entre los creyentes del nuevo testamento. ¿Quién más inestable que Pedro? Después de Pentecostés, el Espíritu Santo lo estabili­zo considerablemente, pero, al igual que cualquiera de nosotros tenia sus altibajos. Estaba siempre tan atento a lo que la gente pudiera decir que Pablo se vio obligado a “resistirle cara a cara”. (Gálatas 2:11) Pero al recibir la noticia do que Dorcas o Tabita, la amada discípula de Jope había muerto, sin dudar un instante fue y pronuncio la palabra de fe: “Tabita, levántate” (Hechos 9:40.)
Veamos, el ejemplo de fe en acción en Hechos 12. Pedro fue arrestado por Herodes Agripa I y encarcelado, con el deliberado propósito de ejecutarlo a la mañana siguiente, tal cual lo había hecho ya con Jacob, hermano de Juan. Leemos:
«Estaba Pedro durmiendo entre dos, soldados, su­jeto con dos cadenas y los guardias delante de la Puerta custodiaban la cárcel. Y he aquí que se presento un ángel del Señor, y una luz resplandeció en la cárcel; y tocando a Pedro en el costado, le despertó, diciendo: Levántate pronto. Y las cadenas se cayeron de las manos”; ¡EI Ángel lo saco a Pedro de la cárcel antes de que Pedro se diera cuenta ni siquiera de que estaba despierto! (Hechos 12:6-7.)
Cuando el pasaje habla de que el ángel toco a Pedro, significa «darle un golpe», no una palmadita cariñosa. Pedro dormía tan profundamente, que aun cuan­do ya se había despertado le tomo un tiempo «volver en si» y darse cuenta de lo que había ocurrido. Esto es la fe en acción en un sentido muy parecido al de Daniel. Cualquiera de nosotros tal vez nos hubiéramos mantenido despiertos, preocupados por lo que nos habría de ocurrir o planeando una manera de esca­par pero no es lo que Pedro hacia. Estaba durmiendo placidamente dejándolo todo en las manos de Dios, y recibió la recompensa por su fe.
El don do fe hoy en día
Ya hemos hecho mención de los grandes aconteci­mientos que están ocurriendo en Indonesia, país donde millones de mahometanos y comunistas están acep­tando a Cristo. Acompañando a este reavivamiento se han producido milagros do una magnitud neotestamentaria. Tres anos atrás ya había treinta y tres casos perfectamente documentados de resurrecciones en la isla de Timor. Cuando David duPlessis visito Indonesia este año nos contó que al preguntar cuan­tos eran los muertos que habían resucitado a la fecha, le contestaron: «Hemos perdido la cuenta y, de todas formas, ¡nadie nos cree!»
Un amigo, Sherwin McCurdy de Dallas, Texas, fue utilizado para resucitar a un hombre. La historia fue relatada en la revista Christian Life de octubre de 19ó9.1 McCurdy esperaba un taxi en las proximida­des del aeropuerto de Amarillo, Texas, una mañana ­temprano, cuando se le aproximo corriendo un niño de nueve años, asustado y pidiendo ayuda: “Mi pa­dre se muere!” jadeo. Siguiendo al niño, McCurdy encontró un auto metido en una zanja, y el conductor, un hombre de edad mediana, a todas luces muerto. Un hijo mayor le explicó que su padre sufrió un ataque cardiaco alrededor de 45 minutos antes. Le había aplicado la respiración artificial de boca a boca, pero sin ningún resultado positivo. El recto de la familia estaba al borde de la histeria. El Señor le dio el don de la fe a McCurdy instruyéndole de que colocara Sus manos sobre el cadáver, y ordenándole que hiciera retirar al espíritu de la muerte y retornar al espíritu de la vida. Así lo hizo Sherwin. «Fue como poner las manos sobre un pedazo de hielo» explico; cuando apoyo sus palmas sobre la frente fría (el cadáver mostraba la rigidez y la cianosis de la muerte) e hizo como Dios le había indicado, el hom­bre de inmediato volvió, no solo a la vida, sino a la normalidad, y tanto el como toda su familia aceptaron a Jesús como su Señor y Salvador.
Nos ha llegado el relato de un dramático y verdadero ejemplo del don de fe, unido al don de mila­gros de un misionero de Tanzania. Una congregación formada por personas del lugar, se había reunido para un servicio de Pascua, cuando de pronto surgió de la selva una leona enfurecida, que parecía enloquecida, atacando cuanto hallaba a su paso mato a varios animales domésticos, a una mujer y a un niño, y se encamino directamente a los creyentes allí reunidos. Bud Sickler, el misionero que recibió la información de boca del pastor local, cuenta lo que sucedió de la siguiente manera:
«De pronto la congregación vio a la leona. Se había detenido a pocos metros de distancia, rugiendo fe­rozmente. La gente tembló espantada. Pero el predicador grito: ¡No tengan miedo; aquí esta el Dios que salvo a Daniel de los leones, aquí esta el Cristo de la Pascua!» Se dio vuelta mirando a la leona, y le dijo: «Tu, leona, te maldigo en el nombre de .Jesu­cristo!» A continuación sucedió la cosa más extraordinaria. De entre las dispersas nubes, sin la más mínima señal de lluvia, cayo un rayo sobre la leona que se desplomo muerta. El predicador entonces salto sobre el cuerpo sin vida del animal y lo utilizo como una plataforma para predicar. El corolario final de la historia es que no solamente se salvaron vidas humanas, sino que se conmovió toda la aldea, y 17 personas entregaron sus villas al Señor Jesús.2
EI nivel de fe en la cual estamos viviendo, puede fluctuar. A veces constatamos que somos fuertes en la fe; el Espíritu Santo, en nuestro espíritu, tiene libertad de acción, y suceden cosas maravillosas en nuestras vidas. En otras ocasiones, nuestros empeños, dudas, temores y los «detritos» que hay en nuestras almas y que el Espíritu Santo es empeñado en qui­tar, se interponen, y no podemos funcionar satisfac­toriamente. Algunos creyentes operan en forma per­manente a un alto nivel de fe, mientras otros parecen no poder «despegar». A pesar de que el don de fe puede mostrarse activo de tanto en tanto en nuestras vidas, no debe llamarnos la atención si también nos entra la duda. Esto debería servir para recordarnos la Escritura: «Porque Dios es el que en vosotros pro­duce así el querer como el hacer, por su buena vo­luntad.” (Filipenses 2:13.) Esperemos que el Señor manifieste por nuestro intermedio este maravilloso don de la fe, así como esperamos los otros dones.

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Al concluir esta sección sobre los dones del poder, mencionamos nuevamente que mas a menudo los do­nes del Espíritu Santo, se manifiestan juntos, interactuando y acrecentando su mutuo poder.
En el evangelio de Mateo, Jesús encarga a los discípulos la siguiente misión: «Sanad enfermos, lim­piad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demo­nios; de gracia recibisteis, dad de gracia.» (Mates 10:8.) Para poder cumplimentar esta orden habrán de requerirse los tres dones del poder: sanar a los enfermos y limpiar a los leprosos (dones de sanida­des); resucitar a los muertos (dones de fe, de mila­gros y de sanidades); echar fuera los demonios (don de fe, mas los otros dones de los cuales hablaremos en la próxima sección).


12
Discernimiento de espíritus

A los últimos tres dones los, denominaremos dones de revelación porque nos dan información sobrenatu­ralmente revelada por Dios. Podríamos definirlos sen­cillamente como «la mente de Cristo manifestada a través de un creyente lleno del Espíritu Santo» Cada uno de estos dones consiste en la habilidad dada por Dios para recibir de el información con referencia a algo, a cualquier cosa que humanamente nos seria totalmente imposible conocer, revelada al creyente para lograr protección, orar con mas efectividad o ayudar a alguno en su necesidad.1
1Hay solamente dos maneras -Aparte de la vía natural a través de los sentidos físicos de la vista, del oído, del olfato, del gusto y del tacto – por las cuales la mente humana puede recibir información. Una de ellas es ponernos en contacto mentalmente con el mundo «psíquico», de tal manera que la información la receptamos directamente de los espíritus de Satanás. Es lo que ocurre con los fenómenos llamados percepción extrasensorial, espiritismo, clarividencia, etc. Todas estas cosas están estrictamente prohibidas por Dios, y no debemos practicarlas.
La otra vía de información es la que nos viene por la renovación de nuestro espíritu, que a su vez ha sido inspirado por el Espíritu Santo. Esta forma de conocimiento sobrenatural es aceptable a Dios -nos viene, directamente de El – y no representa, ningún peligro para nosotros. El Espíritu Santo compartirá con nosotros solamente aquellas cosas que el sabe que necesitamos y que pueden ser de Ayuda para otros Recibimos este conocimiento, no tratando de desarrollar alguna misteriosa destreza oculta, sino andando en estrecha relación con Dios en Jesucristo, y permitiéndole a su Espíritu que obre en nuestras vidas.
Discernimiento
Antes de referirnos al discernimiento espiritual, conviene hablar del discernimiento en general. En primer lugar existe lo que podemos denominar “discernimiento natural” que es patrimonio tanto de cris­tianos como de no cristianos. Consiste en la facultad de poder juzgar a las personas y a las circunstancias y a nuestro propio comportamiento, que deriva de la enseñanza que hemos recibido en nuestros hogares y como, consecuencia del medio ambiente en que actuamos y de nuestra cultura. De este material esta compuesta nuestra «conciencia» natural, y de ahí que no podamos confiar, mucho en ella. La mente, y esa porción de la mente que llamamos conciencia es una mezcla de bueno y de malo, de verdad y de error. Su discernimiento y sus juicios morales carecen de valor. Es una verdad indiscutida que las pautas de la moral humana varían de cultura a cultura, y de generación a generación, y todo lo que nos puede decir la mente por natural no va mas allá de saber si concuerda o no, si es aceptable o inaceptable, con el tiempo y el lugar en el cual estamos viviendo. Esto es lo que el mundo en general utiliza coma base para sus decisiones. Carecen de estabilidad.
El verdadero discernimiento intelectual no proviene de una mente natural desfigurada, sino de una mente que ha sido renovada en Cristo. Este discernimiento se desarrolla cuando encontramos y recibimos a Cris­to y llegamos a conocerlo mejor, por medio de la comunión y del estudio de la Palabra de Dios. Como lo dice la carta a los Hebreos: «Todo aquel que participa do la leche es inexperto en la palabra de justicia. porque es niño: pero el alimento sólido es para los que han alcanzado la madurez, para los que por el uso de los sentidos (griego: percepciones, criterio) ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.» (Hebreos 15:13-14.) A medida que crecemos en la vida cristiana, el Espíritu Santo hace una selección de nuestras mentes, y conciencias, descartando lo malo e incrementando lo bueno. Si no le hemos puesto tra­bas a Dios para obrar de esta manera, con el correr del tiempo nuestras mentes y conciencias se ajustaran cada vez mas a las Escrituras y el Espíritu Santo que vive en nosotros. Nos saturamos tanto del «sabor» de lo que Jesucristo realmente es, y de la manera de obrar de Dios, que inmediatamente reconocemos in­telectualmente algo que sea diferente. Es importantísimo que los cristianos desarrollen este tipo de dis­cernimiento. Significa una firme defensa contra las doctrinas falsas. Deberíamos poder decir de inme­diato, si oímos una enseñanza extraña que no guarda relación con la verdad que: ¡Eso no suena a Dios!; Dios no actúa de esa manera»
El aumento de nuestra facultad de discernimiento intelectual, afectara, por supuesto, nuestro compor­tamiento con relación a Dios y a nuestros semejantes. Antes de que Pablo aceptara a Jesús personalmente, estaba convencido que era de buena conciencia per­seguir a los cristianos. Luego de su conversión y después de muchos años de caminar con el Señor, Pablo nos dice: «Yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy.» (Hechos 23:1.) Procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres.» (Hechos 24:1ó.) Tendríamos que orar para que nuestras mentes y nuestras conciencias sean de tal manera renovadas por el Espíritu, que podamos decir lo mismo.

Falso discernimiento natural

Una señorita perteneciente a la iglesia de St. Luke, caminaba tranquilamente por una calle del centro de Seattle, sin inmiscuirse con nadie, cuando de pronto una señora de edad corrió hacia ella profiriendo obs­cenidades y amenazas, y sacudiendo, furiosa, su bastón. La muchacha se alarmo, por supuesto, pero no se asusto, pues se dio cuenta lo que estaba sucediendo. Esa señora de edad estaba poseída demoníacamente y el espíritu maligno había detectado la presencia del Espíritu Santo en la señorita, y por ello se alboroto en airada protesta.
Tales incidentes no son raros, si bien habitualmen­te no son tan dramáticos e inesperados como el que hemos relatado. Si una persona ha estado al servicio de Satanás y por ello esta oprimida o poseída totalmente, bajo la influencia del poder del enemigo, se sentirá repelida por la presencia de cualquiera que esta caminando en el Espíritu. Esta es la imitación fraudulenta del diablo al discernimiento de los espíritus.
Uno de los más vividos ejemplos de lo que llevamos dicho, es el gran resentimiento que demuestran los espiritistas contra todos aquellos que han recibido el bautismo en el Espíritu Santo.
Cierto día, sentado Dennis a la cabecera de la mesa durante un almuerzo que reunía a hombres de la Fraternidad de Hombres del Evangelio Completo, el caballero sentado a su lado, un bien conocido medico que había recibido el Espíritu Santo, le mostró una carta que lo atacaba grosera y bárbaramente, con­denando al buen doctor por sus actividades pentecos­tales. Dennis le pregunto
¿El que firma esa carta es un espiritualista, verdad?
El medico asintió: -Me temo que si.
No debemos extrañarnos si el ataque y la persecución furibundos nos viene de personas de la comu­nidad que no solamente no conocen al Señor, sino que, además, están entregados a practicas prohibidas y antibíblicas.

Capítulo 9 – Dones de Sanidades – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Capítulo 12 – Discernimiento de espíritus – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett


Llegamos ahora al don espiritual. Como sucede con todos los otros dones, este don no se adquiere por medio de un entrenamiento especial, sino que es dado cuando la necesidad lo requiere. Cualquier cristiano puede manifestar este don pero, al igual que los de­más, se intensifica después del bautismo en el Espíritu Santo. Los creyentes que no han sido bautizados en el Espíritu Santo no están lo suficientemente fami­liarizados con las actividades de Satanás, como para preocuparse por el discernimiento de espíritus, si bien, por supuesto, hay excepciones.
Por el don del discernimiento de espíritus, el cre­yente esta capacitado para saber inmediatamente que es lo que esta motivando a una persona o a una situación. Se da el caso de que un creyente puede estar actuando bajo la inspiración del Espíritu Santo, o expresando sus propios pensamientos, sentimiento o anhelos de su alma, y hasta es posible que permita que un espíritu extraño lo oprima, y revele pensa­mientos, justamente, de ese espíritu maligno. El incrédulo, por supuesto puede estar totalmente poseído por ese espíritu del mal. El don de discernimiento de espíritus permite revelar inmediatamente lo que esta ocurriendo.
Puede ayudarnos a entender al don de discerni­miento de espíritus si reconocemos lo que sucede cuan­do discernimos el Espíritu Santo. El himno evangelio dice: «Hay un dulce, dulce Espíritu en este lugar, y yo se que es el Espíritu del Señor!» Los creyentes conocen esa feliz sensación producida por la presencia del Espíritu Santo o, dicho en otras pa­labras, se dan cuenta del testimonio del Espíritu Santo en otra persona o en una reunión. Cuando decimos: «Verdaderamente sentí la presencia de Dios», estamos hablando del discernimiento del Espíritu San­to. Experimentamos un ejemplo, en cierta medida divertido de este tipo de discernimiento, después que vinimos a Seattle.
A Dennis lo habían invitado a concurrir a un con­cierto coral en una iglesia cercana. El director del coro era un cristiano bautizado en el Espíritu Santo, que tenía muchos amigos en Sr. Luke. Dennis sabia que unas 20 o 30 personas de esa iglesia, que habían recibido el Espíritu Santo, planeaban asistir al con­cierto. Llego algo tarde y le indicaron un asiento en la, galería. Le llamo la atención, al mirar hacia abajo a la congregación reunida en la planta baja, no ver a ninguno de sus amigos. Dennis gozo del programa pero todo el tiempo estuvo un poco desconcertado porque una leve exaltación interior de gozo, un claro testimonio del Espíritu Santo, lo inundo durante to­do el concierto. Era un sentimiento hermoso, pero no podía interpretar su significado. El coro era bueno, ¡pero no tan bueno! La explicación la tuvo cuando al abandonar la iglesia al final de la velada, fue sa­ludado por unos treinta episcopales llenos del espíritu, que durante el concierto ocuparon asientos de­bajo de la galería donde el estuvo sentado. Dennis no los había visto, ¡pero el espíritu de Dennis discernió su presencia!
Los informes que nos llegan de personas que tra­bajan detrás de la cortina de hierro, indican que este don adquiere significativa importancia a medida que se agrava la persecución. Se mencionan numerosos casos de cristianos que reconocen a otro cristiano, cada uno «en el Espíritu» sin mediar una sola pala­bra. En un lugar, las autoridades interferían per­manentemente en las reuniones, de modo que los her­manos dejaron de anunciar horario y lugar para su comunión, y dependieron exclusivamente del Espíritu Santo para que señalara aquellos que habrían de asis­tir a cada reunión. Todos asistían, y todos daban la misma explicación. En estos casos se puede pensar en una. combinación del don de sabiduría y del don de discernimiento.
Para comprender el discernimiento de los espíritus malignos, imaginémonos lo opuesto a todo esto. La sensación de la presencia del Espíritu Santo trae gozo, amor y paz; el discernimiento de los espíritus fal­sos da una sensación de abatimiento e intranquilidad.
Algunos años atrás, cuando todavía éramos nuevos en esta materia, nos visito una persona en la iglesia do Sr. Luke, y nos hablo en la reunión de oración. Llego precedido de buenas referencias y parecía no tener «segundas intenciones». Cuenta Dennis: «Le hice entrega de la reunión a nuestro visitante, y me pareció aceptable lo que decía, pero al observar los rostros de los oyentes, era obvio que algo andaba mal. Se mostraban afligidos, desdichados e incómodos. Una señora abandono su asiento y salio de la pieza excu­sándose, al pasar a mi lado, de que sentía nauseas. No tuve el buen tino suficiente para interrumpir al orador y decirle: «Discúlpeme, pero esta provocando malestar en la gente, ¿que pasa?» Al día siguiente el hombre se traslado a otro pueblo, pero cuando hablo allí, la persona que presidía lo interrumpió y le dijo:»Sus palabras son hermosas, pero discierno un espíritu falso en su vida2 que sucede?, Así enfren­tado, el hombre confeso que era un impostor, vivien­do en abierto pecado. Resulta obvio comprender que el don se manifestó no solo para proteger a la gente del engaño del enemigo, sino para lograr el arre­pentimiento y la liberación de ese hombre.
Algunas veces la influencia perturbadora no es de la persona que esta hablando u oficiando, sino de al­guien que simplemente asiste a la reunión. Un indi­viduo activamente comprometido en prácticas espiri­tistas, por ejemplo, puede producir un enfriamiento con su sola presencia, en una reunión de oración donde se solicita el Espíritu Santo. Si la reunión lan­guidece, es mejor parar y orar pidiendo al Espíritu Santo que revele la causa del malestar. Si alguno de los presentes estuviere oprimido puede ser ayuda­do y liberado.
Por lo tanto, podemos decir que el don de discer­nimiento de los espíritus actúa en un papel de «policía», para protegernos contra el enemigo y evitar que su influencia perjudique nuestra comunión. Des­graciadamente, cuando las personas reciben este tipo de discernimiento dudan muchas veces en utilizarlo para no parecer duros y faltos de caridad. Si el don de discernimiento espiritual nos dice que algo anda mal en una reunión que no estamos dirigiendo, tran­quilamente y con la mayor discreción posible, debemos hacer saber ese hecho al líder; de esa manera podemos orar pidiendo el don de sabiduría para saber que ocurre y el don de conocimiento para saber como resolver el problema. Habrá otros probablemente con el mismo discernimiento, pues habitualmente lo recibe más de uno, para confirmación.
El discernimiento de los espíritus se torna espe­cialmente útil cuando en una reunión se ejercitan otros dones. Nadie espera de nosotros que debamos aceptar cada palabra que se emite por medio de los dones, ni en ninguna otra manifestación, ni aun en la predicación, y hemos de aceptar solamente lo que el Espíritu Santo nos mueve a aceptar, siempre que este de acuerdo con la Biblia. «Los profetas hablen dos o tres y los demás juzguen (disciernan).» (1 Co­rintios 14:29.) Los dones del Espíritu Santo son pu­ros, pero los canales por donde se conducen varían según los grados de sometimiento y santificación que posean. Una manifestación puede ser setenta y cinco por ciento de Dios, pero el veinticinco por ciento restante los propios pensamientos de la persona. Debemos discernir entre ambos.

2Tomemos nota de que los «espíritus falsos» no son, y no pueden ser, los espíritus de personas que han muerto. El discernimiento de los espíritus nada tiene que ver con el espiritismo o el espi­ritualismo. Los espíritus de los seres humanos que han muerto,
no están en esta tierra, ¡y esta prohibido todo intento de entrar en contacto con ellos! Los «espíritus falsos» de que estamos ha­blando, son los que la Escritura menciona como «gobernadores de las tinieblas de este siglo es decir, ángeles caídos, «demonios». (Efesios 6:12; Mateo 10:8.)
Además, el enemigo puede enviar gente a la reunión con el deliberado propósito de perturbarla con una manifestación de imitación fraudulenta. Hechos 16 relata el incidente según el cual una mujer poseída de un espíritu de adivinación, durante varios días interrumpió a Pablo diciendo algo que tenia todo el aspecto de una profecía: «Estos hombres son sier­vos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación.» (Hechos 16:17) Lo que decía era cier­to, pero hablaba bajo el influjo del enemigo. La Es­critura nos dice que cuando Pablo discernió el espíritu le causo desagrado, por lo cual le ordeno al espíritu que la abandonara y la dejara libre. Este ejemplo nos dice que las manifestaciones fraudulentas deben ser encaradas, dentro de lo posible, en el momento mismo en que se manifiestan.
La historia de Eliseo y su siervo Giezi es un ejem­plo del Antiguo Testamento de los dones de discer­nimiento de los espíritus y de sabiduría. Naamán, general del rey de Siria, era leproso. Cumpliendo con las instrucciones del profeta Eliseo, se lavó siete ve­ces en las aguas del Jordán y se curo de su enfermedad. En gratitud Naaman ofreció presentes a Eliseo, pero este los rechazo. En cambio Giezi, el siervo de Eliseo, siguió secretamente a Naaman, le mintió diciéndole que habían llegado dos visitas inesperadas y pidiéndole a Naaman dos mudas de ropa y algún dinero, todo lo cual, no hace falta decirlo, Giezi se guardo para el. Cuando Giezi se presento de nuevo ante su patrón, Eliseo discernió su espíritu deshonesto, y por el don de conocimiento supo lo que había hecho. (2 Reyes 5.)
Hay muchos ejemplos de Jesús cuando discernía espíritus. Sin conocer a Natanael, discernió inmedia­tamente que era «un verdadero israelita, en quien no hay engaño». (Juan 1:47.) Cuando Pedro hizo su gran confesión sobre Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente», Jesús le alabo. Pero cuando Jesús les dijo a sus seguidores que é1 habría de mo­rir, Pedro no pudo aceptar sus palabras. Comenzó o reconvenir a Jesús, diciendo: «Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.» Jesús discernió que Pedro estaba hablando por boca de un falso espíritu, y le dijo: «¡Quítate de delante de mi, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cocas de Dios, sino en las de los hombres.» (Mateo 1ó:15-23.) Cuando Jesús no fue recibido en una aldea de Samaria, Jacobo y Juan se enojaron y le preguntaron a Jesús si podían ordenar que cayera fuego del cielo para consumir a los habitantes. Pero Jesús les respondió: «Vosotros no sabéis de que espíritu sois.» (Lucas 9:54-55.) Vemos a través de estos dos últimos ejemplos, que aun los más cercanos seguidores de Jesús pueden ser conducidos a conclu­siones erróneas.
Profecías ya cumplidas y otras señales bíblicas, indican que es muy probable que estemos viviendo la parte final de los últimos días. La Escritura enseña que antes del retorno de Jesucristo a la tierra, habrá muchos mas espíritus mentirosos desatados, de ma­nera que será mas necesario que nunca discernir entre lo falso y lo verdadero. (Mateo 24; Apocalip­sis 13:11-14.)
Otro uso muy importante del don de discernimiento de los espíritus es para desatar al que el enemigo tiene atados. Una de las señales que seguirían a los creyentes, les dijo Jesús, seria la de echar fuera a los demonios en su nombre (de Jesús).
3 Se da el nombre de exorcismo, desde la antigüedad, al ministerio de echar fuera a los espíritus malignos.




Alrededor de un veinticinco por ciento del ministerio de Jesús consistió en dar libertad a los que Satanás tenía cautivos; y también nosotros debemos esperar ser usados de esa manera. Jesús dijo: «El Espíritu de Jehová el Señor esta sobre mi, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel…» (Isaías 61:1) En este pasaje Isaías se refería específicamente a Jesús, pero ahora, desde el Calvario, con Cristo que vive en nosotros, también nosotros estamos ungidos con el Espíritu Santo, y también se aplica a nosotros. Esto no quiere decir que debemos buscar específicamente a los que necesitan ser liberados o desarrollar una morbosa fascinación por este tema, pero si debemos saber como orar por las personas que lo necesiten. Si estamos sometidos a Dios y adecuadamente pre­parados, e1 pondrá en nuestro camino a los que nece­sitan ser liberados.
La epístola de Santiago nos dice como entrenarnos para orar por aquellos que necesitan ser puestos en libertad: «Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.» (Santiago 4:7.) El primer paso, entonces, es someternos a Dios. Esto lo podemos hacer por medio do la oración, pidiéndole que nos muestre las facetas de nuestra vida que requieren corrección. Tenemos que cortar por lo sano con cualquier pecado conocido que tengamos en nuestra vida.
Es importante también que nos afirmemos en la autoridad que tenemos en Jesús, estudiando los pasa­jes que se refieran a esta materia.4 Debemos com­prender que en el nombre de Jesús tenemos autoridad para atar a los espíritus inmundos y para arrojarlos fuera. Algunas personas enseñan que al tratar con un espíritu maligno, se debe decir: «El Señor te reprenda», en lugar de enfrentar al enemigo direc­tamente. Citan a Judas 9 y a Zacarías 3:2. Los santos Ángeles, a pesar de ser criaturas de Dios, sin pecado, tienen que actuar frente al enemigo de esa manera.
4 Ver Efesios 1:1-23; 2:1-10; Lucas 10:19; Gálatas 2:20; 2 Co­rintios 5:17; 1 Juan 4:4.
Pero nosotros, los cristianos, no solamente somos cria­turas de Dios, sino hijos de Dios, con Cristo en nos­otros. Jesús nos dijo que tratáramos con el enemigo directamente: «…en mi nombre echaran fuera de­monios…» (Marcos 1ó:17.)5 y no hay otra manera de hacerlo., según todo el Nuevo Testamento.
A menos que la persona para quien estamos orando sea un intimo amigo o un familiar, debe haber siem­pre una tercera persona cuando oramos pidiendo liberación. Esta tercera persona puede no hacer otra cosa que permanecer de pie o arrodillada y aprobando en oración. Si la persona que necesita ser liberada quiere hablar confidencialmente, la tercera persona, puede retirarse a la próxima pieza mientras hablamos, pero en todos los casos debe estar presente cuando se eleva la oración de liberación. No es prudente que un hombre ore en privado con una mujer pidiendo su liberación, o viceversa (siempre es mejor que los mismos sexos oficien unos con otros en todas las áreas del ministerio). Si es inevitable que sea un hombre el que ore por la liberación de una mujer o de una niña, siempre tiene que estar presente otra mujer.






Un cristiano no puede ser poseído en su espíritu (donde mora el Espíritu Santo), pero su mente, sus emociones o su voluntad (las tres partes constitutivas de su alma) pueden estar deprimidas, oprimidas, ob­sesionadas, o aun poseídas, si le ha permitido la en­trada al enemigo, por andar en los caminos del pecado antes que con Jesús. Una persona que no es creyente, por supuesto, puede estar poseída en su espíritu, alma y cuerpo. De lo antedicho resulta claro, entonces, que el primero y más importante paso para ayudar a una persona a librarse del enemigo es asegurarnos que e1 o ella conocen al Señor Jesús como su Salvador.
Si la persona por quien estamos orando no es cris­tiana, debemos guiarla para aceptar a Jesús. Aconse­jamos releer el capitulo primero que nos ayudara en este punto. Es de gran ayuda tener un definido «plan de salvación» en mente, con escrituras apropiadas.
Una serie típica puede ser la siguiente:

1. Romanos 3:23: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.»
2. Romanos 6:23: «Porque la paga del pecado es muerte. «
3. Romanos 5:8: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cris­to murió por nosotros.»
4. Romanos 6:23: «Mas la dadiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.»
5. Juan 1:12: ‘Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.»
6. Apocalipsis 3:20. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entrare a é1, y cenaré con é1, y él conmigo
Leamos y expliquemos estos versículos y guiemos a las personas a pronunciar una oración como la que sugerimos al final del primer capitulo de este libro, o una oración similar en sus propias palabras.
Ahora, cristianos los dos, y protegidos por la san­gre de Jesús, elevemos una abierta confesión como la siguiente: «Gracias, Jesús, por la protección de tu preciosa sangre sobre nosotros y alrededor nuestro.» A continuación debemos preguntarle a la persona con quien hemos estado orando si esta segura que Dios le ha perdonado sus pecados. Si le queda un resto de duda, debemos hacer énfasis sobre la siguiente Es­critura: «Si confesamos nuestros pecados, el es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.» (1 Juan 1:9.) Puede ser de ayuda que la persona confiese sus pecados a Dios en nues­tra presencia y en voz alta.6 En esos casos debemos escuchar en silencio y en espíritu de oración lo que tiene que decir, y cuando ha terminado, declararle el perdón de Dios. Podemos decir algo por el estilo:
6 Si se da el caso de que escuchamos cuando alguien confiesa sus pecados a Dios, debemos recordar que jamás, bajo ninguna cir­cunstancia, debemos revelar absolutamente a nadie lo que hemos oído, ni aun a nuestro más intimo y querido amigo. Debemos olvidar lo que escuchamos. Constituye un pecado grave si delibe­radamente revelamos lo que nos ha dicho en confianza una per­sona confesando sus pecados a Dios.
«He oído confesar tus pecados a Dios y se que estas verdaderamente arrepentido. Dios dice: «Cuanto esta lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.» (Salmo 103:12.) Si la persona todavía tiene dificultades, lo mejor es llamar a un pastor entrenado para aconsejarlo con su mayor ex­periencia y tratar de convencerlo y tranquilizar su mente.
Debemos asegurarnos, por supuesto, de confesar y pedir perdón por los propios pecados conocidos de nuestra vida, y de que hemos perdonado a otros. El cristiano debería vivir diariamente en este estado de perdonar y pedir perdón.
Debemos tratar, en lo posible, de descubrir la natu­raleza exacta del espíritu o de los espíritus con los que tenemos que lidiar. Dejemos que sea el Espíritu Santo quien nos guíe en esto, como en todo lo demás. No nos metamos en una interminable sesión de «con­sejos» con lo cual se puede perder mucho tiempo, sino que tenemos que descubrir que es lo que esta per­turbando a la persona: es miedo, odio, lujuria, ideas perversas, complejo de persecución, terror a los ani­males, enojo, etc.? Pidámosle a la persona que nom­bre las cosas que la afligen. Tratemos cada problema como una entidad espiritual, y encarémosla directa­mente como tal. El diablo es muy hábil en este as­pecto, y tratara de que la persona ore así: » Echo fuera esta neurosis de ansiedad!» o » Reprendo a este espíritu de ansiedad!» No es así la forma. Te­nemos que guiarlo para que diga lo siguiente: «Espíritu de ansiedad, te ato en el nombre de Jesús, bajo su preciosa sangre, y te arrojo a las tinieblas de afuera, para nunca mas volver, en el nombre de Jesús!» A veces es necesario que la persona repita juntamente con nosotros, al comienzo, frase por fra­se, pero luego es conveniente que la persona diga por si sola toda la oración. Después que la persona la haya repetido, nosotros la decimos de nuevo repren­diendo y arrojando al espíritu fuera de el, haciendo causa común con ella en la oración. Es importante que la persona que necesita ser liberada aprenda a decir su propia oración, pues de esta manera adquiere la confianza necesaria para usar su autoridad sobre el enemigo y puede orar por si sola si el enemigo retorna.
Cuando la persona logra captar la idea, ocurre con frecuencia que ora por otros problemas que no men­ciono al comienzo, a medida que el Espíritu Santo los trae a su mente. Algunos espíritus logran crear mayores reacciones emocionales en unas personas opri­midas más que en otras. Algunos consiguen crear nauseas, o exagerados accesos de tos, bostezos, es­tornudos, etc. A. veces se producen reacciones mas violentas, tales come ser arrojados al suelo. Si suce­den tales cosas no nos dejemos arredrar por ello. Ala­bemos al Señor, supliquemos la protección de la san­gre de Jesús, ¡y sigamos adelante! Por otra parte, no creamos que porque tales reacciones no se han producido, nada ha sucedido. Tampoco debemos pen­sar que, por el hecho de que una persona ha tenido una reacción física ya esta liberada. Tales manifes­taciones son efectos secundarios de la liberación.
Si la persona necesitada de oración se siente inca­paz de cooperar, o no tiene una clara percepción inte­rior de sus problemas, tendremos que actuar nosotros solos para atar a los espíritus y arrojarlos fuera en el nombre de Jesús y bajo la protección de su sangre, tal como lo hizo el apóstol Pablo en el incidente rela­tado en Hechos 16:16:18Si, por otra parte, una per­sona esta en plena posesión de sus facultades y de su voluntad, y no quiere cooperar, es probable que este­mos perdiendo nuestro tiempo con el, hasta que e1 mismo se den cuenta de su necesidad y solicite ayuda.
¡Hay personas que realmente gozan de sus problemas! ¡y a través de ellos Satanás se deleita en hacer perder el tiempo y la energía a los cristianos!
A veces tenemos que ser muy enérgicos, cuando oramos por la liberación. El Espíritu debe obedecer cuando la orden la damos con fe y en el nombre de Jesús. Si el espíritu detecta la más leve vacilación de nuestra parte, evadirá nuestra orden! Insistamos! (Es conveniente explicar rápidamente y en términos sencillos al «paciente» que no le estamos hablando a el cuando reprendemos al espíritu inmundo. Digamos algo por el estilo: «No te estoy hablando a ti, sino al espíritu que te esta perturbando.»)
No hay un solo caso en las Escrituras de imposición de manos para echar fuera espíritus, y la mayoría opina que no debe practicarse. No creemos que en la persona que oficia, si es un cristiano y esta pro­tegido por la sangre de Cristo, pueda sufrir ningún daño, pero podemos esperar que la persona que nece­sita ser liberada reaccione fuerte y violentamente si se la toca. Es preferible evitar todo contacto físico cuando estamos ofreciendo oraciones para la liberación.
Una vez obtenida la liberación, debemos alabar al Señor y rendirle a el la gloria. Ahora si coloquemos las manos sobre la cabeza de la persona y oremos para que el Espíritu Santo llene todos los espacios que antes ocupaban los espíritus. Si 1a persona no ha sido bautizada en el Espíritu Santo, esta es una ex­celente oportunidad para explicarle como se recibe y debemos ayudarla para hacerlo. Es imperativo que la casa este rebosante del Espíritu Santo y de su poder.
Debemos insistir ante la persona sobre la impor­tancia de alimentarse diariamente con la Palabra de Dios, en la oración, en la alabanza, y en la comunión con otros en el Señor.
Hemos dado solamente los lineamientos generales sobre este tema, pero antes de pasar adelante, que­remos señalar que el echar fuera los espíritus no esta limitado, de ninguna manera, a las personas que están profundamente oprimidas o poseídas. En toda opor­tunidad en que sentimos que el enemigo nos esta acosando y no podemos deshacernos de el mediante nuestras propias oraciones, no debemos dudar un ins­tante de recurrir a un amigo en el Señor y pedirle que ore con nosotros y nos ayude a echar fuera el mal. Cada vez que estamos luchando contra un pecado que no nos da reposo -enojo, lujuria, temor- aunque no se trate mas de que un leve problema, si no podemos dominarlo, debemos tratarlo como un espíritu de opresión, sujetarlo y arrojarlo afuera; y si no podemos hacerlo por nuestra propia cuenta, ¡pida­mos ayuda! En esos casos nuestro consejo es recurrir a un consejero cristiano bien calificado para que hable y ore con nosotros.
Oremos para que nuestro discernimiento sobre las tácticas del enemigo en nuestras propias vidas y en las vidas de otros, sea aguzado de tal manera que podemos experimentar la total liberación de los cau­tivos. Recordemos, además, que los setenta seguido­res de Jesús que salieron luego de recibir el poder contra el enemigo, volvieron llenos de gozo declarando que habían logrado sujetar a los demonios en el nombre de Jesús. Pero Jesús, que sin duda alguna se regocijo con ellos, los trajo de vuelta a la realidad: «No os regocijéis de que los espíritus se os sujeten, sino regocijaos de que vuestros nombres están escri­tos en los cielos.» Mientras oramos para que la gente sea librada de la servidumbre, no olvidemos de re­gocijarnos más que nada, de que nuestros nombres están escritos en el Libro de la Vida del Cordero.

Capítulo 13 – La palabra de ciencia y la palabra de sabiduría – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett


El octavo don de nuestro estudio es la «palabra de ciencia o conocimiento». Es la revelación sobrenatural de hechos pasados, presentes o futuros sin intervención de la mente natural. Podemos describirla co­mo la mente de Cristo manifestada a la mente del creyente, y hecha conocer, cuando es necesario, en un abrir y cerrar de ojos. (1 Corintios 2:1ó.) Este don es utilizado para proteger a los cristianos, para indicarles como orar con más eficacia, o para mostrarles como ayudar a otros.
El noveno don, la «palabra de sabiduría» es la apli­cación sobrenatural del conocimiento. Es saber que hacer con el conocimiento natural o sobrenatural que Dios nos ha dado, tal como el sentido común, por ejemplo, que nos dice como iniciar una acción. La «palabra de sabiduría» es una información revelada de una manera sobrenatural, pero la «palabra de co­nocimiento» nos dice como aplicar la información.
Generalmente nos es dada la «palabra de sabiduría» juntamente con la «palabra de conocimiento». Es conveniente esperar pacientemente la palabra de sabiduría, y no salir disparando con los nudos a me­dio hacer, cuando recibimos un conocimiento sobre­natural. Esperamos a que sea Dios quien nos diga que hacer con ella. La «palabra de sabiduría» nos in­dicara como hacer lo que Dios nos ha indicado que debemos hacer, como resolver los problemas que se plantean, o que cosas decir y como decirlas en una situación dada, especialmente cuando el desafío se refiere a nuestra fe. Los dones de la «palabra de conocimiento» y de la «palabra de sabiduría» pueden ponerse de manifiesto por una súbita inspiración que no se nos va de nosotros, sin «conocer» en lo mas hon­do de nuestro espíritu, o por la interpretación de un sueño, 1 una visión, una parábola, por los dones voca­les del Espíritu Santo y, mas raramente, oyendo en forma audible la voz de Dios, o por la visita de un ángel.
La Escritura habla de «palabra» de conocimiento y «palabra» de sabiduría. En ambos casos «palabra» en griego, es (logos), que puede significar «palabra», «cuestión» o «asunto» y no esta reducida únicamente a la palabra hablada. Esto quiere decir que si reci­bimos los dones de conocimiento o de sabiduría, bien que sean audibles o no, siguen siendo dones de «pa­labra de conocimiento» o «palabra de sabiduría». No tienen que ser, necesariamente, dones vocales. Con frecuencia, y refiriéndose a estos dones, se habla de «la palabra de conocimiento» o «la palabra de sabiduría». En el original griego no aparece ningún artículo y simplemente los denomina «palabra de sabiduría» y «palabra de conocimiento». El agregarle un artículo puede modificar artificiosamente su sig­nificado. Ni siquiera tenemos el derecho de utilizar el artículo indefinido: «una palabra de sabiduría» como lo hacen algunas versiones modernas, pues nue­vamente aquí se percibe el sutil cambio de sentido. Pero corrientemente, y para facilitar las referencias bíblicas, utilizamos el articulo determinante «la» pero si las escribimos debemos dejarla fuera de las comillas, indicando así que el articulo se refiere al don en general, y no a la «palabra» en particular. Bien pudie­ra ser que la ausencia del artículo en el original grie­go nos recuerde que estas «palabras» son tan solo fragmentos de la sabiduría y del conocimiento de Dios.
1 Si bien es cierto que a veces Dios le habla a una persona por medio do un sueño, esto no quiere decir que debemos 1levar un diario registro do todos nuestros sueños. E1 psicólogo puede tener interés en conocer 1os sueños de la personas que lo consultan, que le sirve como pista para saber lo que esta ocurriendo en el subconsciente, pero esto tiene muy poco qua ver con el tema que estamos tratando. Muchos de los sueños no son otra cosa que el resultado de haber comido demasiado antes de ir a dormir. Y algunos sueños los provoca el enemigo; ¿por que gastar nuestro tiempo prestándoles atención a la confusión que pueden originar? Si Dios nos ha hablado en un sueño y e1 quiere que 1o recorde­mos, lo recordaremos sin duda alguna. El dice qua el Espíritu Santo «os recordará todo lo que yo os he dicho». (Juan 14:2ó.)
Podemos distinguir cuatro clases de conocimiento:

Primero: El conocimiento humano natural que a todas luces va en aumento. El libro de Daniel, refi­riéndose a los últimos tiempos dice: «Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentara.» (Daniel 12:4.) Recientemente un profesor universita­rio amigo nuestro, nos dijo que el progreso del cono­cimiento en el área de la matemática superior era tan extraordinario que en algunos casos los investigadores en dos campos diferentes de matemáticas, no logra­ban comunicarse entre ellos. Para poder relacionar y procesar la inmensa cantidad de datos obtenidos por la investigación, se torna indispensable recurrir a los cerebros electrónicos o computadoras, pues va mas allá de las posibilidades de la mente human al hacerlo con los métodos corrientes por un periodo más o menos prolongado. Por importante que sea la ciencia de este mundo, a veces crea tanto orgullo que les impide a algunos conocer al Señor. La epístola a los Corintios dice así: «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para el son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.» (1 Corintios 2:14.) También dice la Escritura: «El conocimiento envanece, pero el amor edifica.» (1 Corintios 8:1.)
Segundo: El conocimiento sobrenatural, producto de este mundo caído, que hemos mencionado antes, es el intento de la mente natural de obtener información por medios sobrenaturales que no son los del Espíritu Santo. Incluye lo oculto, lo psíquico, y las investigaciones «metafísicas» que utiliza Satanás para entrampar a un numero cada día creciente de perso­nas en la actualidad. Las así llamadas experiencias religiosas por medio de drogas, de cultos, de lo psíquico y fenómenos ocultos, crecen alarmantemente; basta con mirar los títulos de los libros en los estan­tes de una librería para comprobar el interés que despiertan las obras que se refieren a tales cosas. El conocimiento así adquirido esta por fuera de los limi­tes de lo permitido por Dios. ¡No lo toquemos!
Nuestra tercer categoría es et verdadero conoci­miento intelectual que lo adquirimos al conocer a Dios personalmente, por medio de Jesucristo (Juan 17:3; Filipenses 3.10), de recibir la plenitud del Espíritu Santo, estudiando la Palabra de Dios que nos hace saber la voluntad de Dios y sus caminos, para lo cual no hay substituto. (Salmo 103:7; Éxodo 33:13.) Ante un conocimiento natural de este mundo, tan sugestivo y en permanente desarrollo, es apasionante comprobar que el conocimiento del Señor va en aumento en su pueblo hoy más que nunca. Isaías nos dice que: «. . . la tierra será llena del conocimiento de JEHOVA como las aguas cubren el mar.» (Isaías 11:9.) Aun el libro de Daniel y su similar el de Apocalipsis han permanecido cerrados y sellados a la comprensión total del hombre hasta el tiempo del fin… (Daniel 12:4, 9.) Hay muchas cosas de la Palabra de Dios que nos serán reveladas a nosotros recién en los U1timos tiempos. ¡Estamos viviendo días gloriosos! El conocimiento del hom­bre pasara, pero el conocimiento del Señor es per­manente y durara toda la eternidad. (Mateo 24:35­36; 1 Pedro 1:25.)
La cuarta clase es el don de «palabra de conoci­miento«. Al considerar este don, digamos en primer lugar lo que no es. No es un fenómeno psíquico o una percepción extrasensorial tal como la telepatía (la presunta habilidad de leer las mentes), la clari­videncia (la presunta habilidad para conocer hechos que están ocurriendo en otras partes) o la precognición (la presunta habilidad para conocer el futuro). Estas «habilidades» están prohibidas en la Palabra de. Dios. (1 Crónicas 10:13; Deuteronomio 18:9-12.) No debemos incurrir en esas prácticas o abriremos la puerta a Satanás. Todas las actividades de esa naturaleza son peligrosas y malas. Experimentar con tales fenómenos psíquicos es jugar con los caídos poderes de este mundo que están controlados por Satanás En el mundo hay dos fuentes de poder espiri­tual: Dios y Satanás. E1 solo hecho de que algo sea «sobrenatural» no significa ni que sea bueno ni que sea de Dios.
El don de la «palabra de conocimiento» no es ninguna «habilidad» humana, sino un puro don de Dios. No se «desarrolla» como pueden serlo las mani­festaciones demoníacas, sino que se manifiesta como el resultado de estar en estrecho contacto con el Señor. El cristiano tiene algo infinitamente mejor que los dones fraudulentos de este mundo, porque esta gustando los poderes del mundo venidero, a tra­vés de Jesucristo, y los dones del Espíritu Santo. (Hebreos 6:5.) La epístola de Santiago dice: «Toda buena dadiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre…» (Santiago 1: 17.) Los dones do Dios vienen desde arriba, do lugares celestiales en Cristo Jesús, donde el cristiano vive en su Espíritu. Pablo le dice a los efesios: «… nos resucito y… nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.» (Efesios 2:6) El cristiano debe abstenerse de utili­zar la terminología del mundo para describir las ex­periencias sobrenaturales. Si un cristiano se entera de pronto sin recibir la noticia por las vías natu­rales que un amigo se encuentra en dificultades, y necesita oración y ayuda, eso no seria una «percepción extrasensoria» sino mas bien Dios que ma­nifiesta el don de la «palabra de conocimiento«. Los dones del Espíritu Santo vienen del Espíritu Santo y el es quien los hace llegar a nuestro espíritu y no desde el alma o de los sentidos físicos, ni a través de ellos.
Pablo les dijo a los cristianos en Corinto: «Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.» (1 Corintios 12:7.) Estos dones han sido dados para nuestro provecho y para que nos beneficiemos los unos con los otros. No deben ser erróneamente usados. Cuando Dios decide compartir su conocimiento con nosotros, es porque tiene un propósito en vista. ¡No nos es dado para el simple hecho de hacernos sentir «espirituales» o habilidosos!
Veamos algunos ejemplos de una «palabra de cono­cimiento» registrados en la Biblia:
Fue utilizada para encontrar personas u objetos extraviados, como sucedió con Saúl y las asnas per­didas. (1 Samuel 9:15-20; 10:21-23.) (Observemos que la «palabra de conocimiento» puede brindarnos información sobre asuntos aparentemente prosaicos. Dios se preocupa por cada una do las necesidades humanas. )
Natan recibió una «palabra de conocimiento» re­lacionada con el asunto que hubo entre David y Bet­sabe. También recibió sabiduría para tratar con el rey. (2 Samuel 12:7-13.)
Fue utilizada para desenmascarar a un hipócrita, a Giezi, el siervo de Eliseo. (2 Reyes 5:20-27.)
Eliseo, por revelación milagrosa, supo donde es­ taba emplazado el ejército sirio, salvando así a Israel de la batalla. (2 Reyes ó.8-23.)


El Señor Jesús use e1 don de la «palabra de co­nocimiento». Cuando dejo de lado su gloria, acepto las limitaciones del intelecto humano. Mientras vivió en esta tierra no fue omnisciente -que tiene cono­cimiento de todas las cosas- pero todo el conoci­miento que necesitaba para encarar cualquier situación, lo obtenía del Espíritu Santo de la misma ma­nera que lo obtenemos nosotros por intermedio de el.
Cuando Jesús sana al paralítico, también le per­dono sus pecados. Esto provoco entre los escribas pensamientos aviesos contra Jesús. Jesús supo, por una «palabra de conocimiento» (no por «leer los pen­samientos») lo que pensaban en su fuero intimo, y así se los dijo directamente. (Mateo 9:2-ó.)
Por media de este don de revelación (no por «cla­rividencia») Jesús «vio» a Natanael mucho antes de conocerlo, sentado bajo la higuera, y también supo Jesús que clase de persona era. Vernos entonces que «la palabra de conocimiento» puede revelar las an­danzas de un hombre y la naturaleza de su corazón y de sus pensamientos. (Juan 1:47-50.)
Fue utilizado para convencer a la mujer samari­tana de su pecado, y de la necesidad de aceptar a Jesús como Mesías. «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho…» (Juan 4:17­18, 29.)
Este conocimiento sobrenatural se manifestó per­manentemente en los días de la iglesia primitiva.
Fue utilizado para revelar la corrupción en la igle­sia: Ananías y Safira. (Hechos 5:3.)
Otro Ananias, un cristiano de otra manera descono­cido supo, por una visión, de la conversión de Saulo, el nombre de la calle (Derecha), el nombre de la persona en cuya casa se hospedaba (Judas), a quien tenia que buscar (Saulo de Tarso), que estaba ha­ciendo Saulo (orando), su actitud (estaba arrepen­tido) y sus necesidades (curación y el bautismo con el Espíritu Santo). (Hechos 9:11-12, 17.)
El Espíritu Santo revelo a Pedro, por medio de la «palabra de conocimiento» que tres hombres pregun­taban por el a la puerta de su casa en Jope, y no tuvo ni un vestigio de duda de que debía acompañarlos. (Hechos 10:17-23.)
Como un ejemplo del día de hoy, relataremos algo que ocurrió en Spokane, Washington, mientras Rita daba una clase sobre los dones del Espíritu Santo. No se reducían tan solo a estudiar este tema intelec­tualmente, sino que oraban y esperaban que esos dones se manifestaran. La fe aumenta cuando se escucha la Palabra de Dios, y cuando la clase consideraba las Escrituras, aumento la atmósfera de fe a un punto tal en que lo milagroso podía ocurrir en cualquier momento. Mientras oraban, al finalizar la clase, Rita tuvo una fuerte impresión, una sensación desacostum­brada en su oído derecho. No sabiendo, al comienzo, de donde venia esa impresión, pidió la protección de Dios. Entonces se le ocurrió lo siguiente: «Tal vez Dios esta tratando de decirme que alguien de este grupo sufre de su oído derecho.» Estando entre ami­gos, decidió preguntar. Una joven, llamada Fran, respondió de inmediato, y dijo que padecía de una sor­dera del oído derecho desde hacia veinte años. Últimamente su sordera la molestaba tanto que había orado intensamente a Dios para que la sanara. Rita relata lo siguiente: «Nunca en mi vida se me había reve­lado de esta manera la «palabra de conocimiento» y supe, sin el mas leve asomo de duda, de que Dios la iba a sanar.» El grupo de oración rodeo a Fran y le impusieron las manos, pero fue innecesaria la oración de intercesión, porque Dios ya revelo lo que iba a hacer; con fe sencilla Rita ordeno al oído de Fran, en el nombre de Jesús, que se curara. Fran contó luego que ella sabia que algo había ocurrido, pero no testifico sobre su curación antes de ser exa­minada por el medico. Después canto que cuando se oro por ella sintió un chasquido y recobro el oído. El medico confirmó que su oído había vuelto a la normalidad. Y así ha quedado desde entonces. Este hecho muestra una combinación de tres dones, co­menzando con una «palabra de conocimiento», que trajo un don do fe, que a su vez puso en acción el don de sanidades.
Tan maravilloso como es el hecho de que Dios nos había y nos diga lo que va a hacer y que papel vamos a jugar en sus planes (conocimiento), lo es, y de igual importancia, el que el nos muestre como eje­cutar nuestra tarea (sabiduría). Si una madre explicara a su hijita cuales son los ingredientes y las proporciones a utilizar para hacer una torta, pero no le diera la sabiduría necesaria para saber como mezclar esos ingredientes, el conocimiento no tendría ningún valor. En realidad el resultado seria desas­troso. De todo ello se desprende que corren parejos los dones de conocimiento y de sabiduría; es impor­tante disponer de ambos. El libro do Proverbios nos dice: «La lengua de los sabios adornara sabiduría.» (Proverbios 15:2.)
También tenemos cuatro clases de sabiduría
La sabiduría humana natural es el conocimiento natural aplicado. Por supuesto que este tipo de sabiduría esta en permanente aumento, desde el momen­to en que el conocimiento también lo esta. El conoci­miento seria inútil de no contar con la sabiduría. De más esta decirlo, es sabiduría del hombre. Comparada con la sabiduría de Dios, es pura tontería. También puede ser una piedra de tropiezo, apartado al hom­bre de Dios. Un día cesara la sabiduría natural del hombre: «Destruiré la sabiduría de los sabios, y desechare el entendimiento de los entendidos.» (1 Co­rintios 1:19.)
Tanto la sabiduría como el conocimiento sobrena­turales, productos de un mundo caído fueron justa­mente los recursos que se utilizaron para tentar al primer hombre y a la primera mujer, para desobe­decer el mandamiento de Dios. «… un árbol codicia­ble para alcanzar sabiduría…» leemos en Génesis 3:6. Esta clase de sabiduría fue -y continúa siéndolo prohibida por Dios. El hombre ya disponía de la sabiduría natural, que era buena, y abrió  Más puertas para que entrara el conocimiento sobrenatural maligno y su aplicación, la sabiduría perniciosa, que hasta ese momento era patrimonio exclusivo de los ángeles caídos. La astrología es un ejemplo de la sabiduría fraudulenta de hoy en día. (Daniel 2:27-28.)
Sabiduría intelectual verdadera. El libro de Pro­verbios y la Sabiduría de Salomón, son buenos ejem­plos de esto. Se obtiene cuando se respeta al Señor y a la Palabra de Dios (Job 28:28; Proverbios 9:1.0), y también estudiando la Palabra do Dios, que solo puede ser comprendida cuando es revelada por el Espíritu Santo. Para que esto sea posible debemos, en primer lugar, recibir a Cristo que es la sabiduría de Dios (1 Corintios 1:24). Y es importante, como es obvio, haber recibido el bautismo con el Espíritu Santo. La Escritura dice: «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.» (Santiago 1:5.) Pablo oro sin cesar por la iglesia para que fueran «…llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual.» (Colosen­ses 1:9.) Tenemos que pedirle a Dios y creer que nos dará generosamente la sabiduría necesaria para eje­cutar de la mejor manera posible la tarea que el nos ha encomendado.
El don sobrenatural de la «palabra de sabiduría» consiste en recibir en forma súbita y milagrosa la sabiduría necesaria para encarar cualquier situación que se presente, o responder a una pregunta dada, o utilizar un aspecto en particular del conocimiento, ya sea natural o sobrenatural. Al igual que la «palabra de conocimiento» no consiste en la puesta en juego de una destreza human adquirida, sino que es, exclu­sivamente, un don de Dios. Seria difícil establecer cual de las dos sabiduría o conocimiento- es más importante. Algo así como tratar de decidir cual es más importante, si el pintor o la pintura, puesto que si bien es cierto que el artista no puede pintar su cuadro sin contar con los materiales, estos sin la persona que sabe como usarlos, pueden estropear la tela y dar por resultado un mamarracho. De manera que si una persona cuenta con el conocimiento -ya sea natural o sobrenatural- pero no cuenta con la sabiduría para utilizarlo adecuadamente, el resultado final puede ser un daño irreparable.
Veamos algunos ejemplos del don do la «palabra de sabiduría» extractados del Antiguo Testamento:
Cuando José interpreto el sueño del Faraón, no se valió de una sabiduría natural, o de una sabiduría lograda por el estudio y la preparación previa: José recibió una respuesta sobrenatural inmediata. José se encontró de pronto en un aprieto. Con el tiempo ape­nas necesario para salir de la prisión tuvo que en­frentarse al Faraón e interpretar su sueño. Posterior­mente José dio sabios consejos sobre varios asuntos, entre ellos la necesidad de designar a una persona sabia y prudente como administrador general y a funcionarios a las órdenes de aquel, y sobre la forma de almacenar el alimento que serviría para los años de hambre que vendrían. Esto ultimo no fue una «palabra de sabiduría» sino la verdadera sabiduría intelectual que Dios brindo a. José, y que este use en numerosas oportunidades. Todo esto llevo al Faraón  a referirse a José como un hombre «entendido y sabio» y le dio un cargo ejecutivo, con autoridad sobre toda la administración egipcia, inferior únicamente al Faraón. (Génesis 41.)
Dios hablo a Moisés desde una zarza ardiente, encomendándole la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto (conocimiento), y Moisés tuvo que recu­rrir muchas veces a la palabra de sabiduría cuando en numerosas oportunidades debió enfrentarse a ese pueblo rebelde. (Éxodo 3.)
Dios le dijo a Moisés el conocimiento necesario para proyectar el tabernáculo que habría de construir en el desierto, y le informo que había llamado a Be­zaleel colmándolo de sabiduría y de conocimiento (que no poseía naturalmente) para trabajar el oro, la plata, el bronce, las piedras y la madera, y para encargarse del grueso de la construcción del tabernáculo. (Éxodo 31.)
Una de las grandes historian do «fe», narradas en el Antiguo Testamento resulta ser también un extra­ordinario ejemplo de los dones espirituales de profecía, sabidurías y conocimiento. El rey Josafat se en­contraba acosado por la alianza de tres poderosos enemigos. Sabiendo que no disponía de lo recursos suficientes para defender su reino, puso todo el pro­blema delante de Dios. Todo el pueblo de Judá. «esta­ba de pie delante de Jehová» esperando la respuesta. Y la respuesta se recibió cuando «sobre Jahaziel… vino el Espíritu de Jehová en medio de la reunión» y Jahaziel empezó a profetizar:
«No temáis ni os amedrentéis delante de esta mul­titud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios.» Esto fue «edificación, exhortación y consuelo». Luego siguió la «palabra de conocimiento» al informar Jahaziel al rey y al pueblo, exactamente donde estaría el enemigo, y donde lo podrían encon­trar. Nuevamente les dio una «palabra de sabiduría» al decirles que no tendrían que pelear, sino quedarse quietos y observar lo que haría Dios. A continuación Dios le dio a Josafat una «palabra de sabiduría» y es para ello que en lugar de salir al encuentro del enemigo al frente de sus guerreros escogidos, envió a hombres a cantar y alabar a Dios, y he aquí, los enemigos cayeron en sus propias emboscadas y se mataron entre ellos. (2 Crónicas 20:12-23.)
Daniel fue un hombre intelectualmente sabio y de amplísimos conocimientos, y por ello fue elegido para enseñar en el palacio del rey. Sin embargo, superior a ello fue la «palabra de sabiduría» que de tanto en tanto le daba Dios, de manera que pudo interpretar (sabiduría) el sumo que Nabucodonosor había sonado y olvidado. Estos secretos fueron revelados a Daniel en «visión de noche». Daniel dijo: «Sea bendito el nombre de Dios por siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría… da la sabiduría a los sabios y la ciencia a los entendidos. El revela profundo y lo escondido…» (Daniel 2:20-22.) Como consecuencia de ello el rey lo designo gobernador general de Babilonia, con autoridad sobre los demás gobernadores. En el capitulo cuarto leemos que nuevamente Daniel interpreta el sumo do Nabucodonosor, esta vez anunciándole que su reino le seria quitado. Mas tarde, bajo el reinado de Belsasar fue llamado para interpretar la escritura de la pared. Los dones de Dios salvaron en varias oportunidades vida de Daniel y de sus compañeros.
Como el Gran Ejemplo, en todas las cosas, el Señor Jesús exhibió una y otra vez la «palabra de sabiduría» para encarar circunstancias particularmente difíciles. Los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo le preguntaron a Jesús sobre que autoridad; basaba semejantes pretensiones. La respuesta de Jesús, en forma de una pregunta, fue dictada por una «palabra de sabiduría». (Mateo 21:23-27.)
Los fariseos quisieron entrampar a Jesús preguntándole silos hombres debían pagar tributo a Cesar, o no. Jesús respondió con una «palabra de sabiduría»: «Dad, pues, a Cesar lo que es de Cesar, y Dios lo que es de Dios.»
Un abogado fariseo tentó a Jesús, preguntando cual era, en su opinión, al más grande mandamiento de la ley. Jesús respondió con sabiduría. A continuación les pregunto a los fariseos quien creían ellos, que era el, de quien era hijo el Cristo. Ellos le respondieron «de David». La cita de los Salmos con que les contesto Jesús fue tan profunda, que el evangelio de Mateo cuenta que desde ese día nadie oso preguntarle mas. (Mateo 22:34-4ó.) Así como Jesús  tenia una gran sabiduría, contamos con la promesa de que en medio de la persecución el nos dará «palabra y sabiduría» que nuestros adversarios no podrán desmentir ni rechazar. Estos dones serán más necesarios en los días por venir. El evangelio de Mateo dice: «guardaos de los hombres, porque os entregaran los  concilios… sinagogas… gobernadores y reyes por causa de mi… Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por como o que hablareis: porque en aquella, hora os será dado lo que habéis de hablar.» (Ma­teo 10:17-19.)
Este pasaje nos indica de donde sacaron Pedro y Juan la sabiduría que aplicaron cuando fueron ame­nazados por los dirigentes judíos a raíz de haber sanado a un cojo. (Hechos 4:7-21.) Mas tarde, al ser arrestados justamente por esa curación, leemos: «Entonces, viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús.» (Hechos 4:13.)
Se dijo de aquellos que disputaban con Esteban – que era un hombre lleno de gracia y do poder- ­que: «No podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba.» (Hechos 6:8-10.)
Por cierto que el apóstol Pablo no era un hombre entrenado en el arte de la navegación, y sin embargo, cuando se vio envuelto en un naufragio, tomo el mando de la situación a pesar del hecho de viajar como prisionero, rumbo a Roma, y el oficial romano le escucho con todo respeto. (Hechos 27:21-35.)

Tenemos que rectificar nuestra manera de pensar, y librarnos del viejo hábito de fijarle limitaciones a Dios en nuestras vidas y empezar a vivir con expec­tativa. En Cristo están escondidos «todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento». (Colosenses 2:3.) Desde el momento en que Cristo vive en nosotros, el hecho formidable es que su sabiduría y conocimiento también están allí, listos para sernos revelados por el avivamiento del Espíritu Santo. Contando con este maravilloso tesoro que es Jesucristo morando en nos­otros, podemos estar seguros que el Espíritu Santo sacara de ese tesoro los dones que necesitamos en la medida en que creamos en Dios. Dispongamos del tiempo necesario para agradecerle ahora mismo, por­que tanto la sabiduría como el conocimiento divinos se manifestaran en nuestras vidas por mandato de Dios, cuando surja la necesidad. ¡Alabemos a Dios por sus inefables riquezas!

 


En este estudio de los dones del Espíritu, comen­zamos con los dones de la palabra inspirada, porque son los de más fácil observancia, y los que más fre­cuentemente se manifiestan; a continuación los dones de poder; y en último lugar los dones de revelación. Todos los sucesos sobrenaturales registrados en la Biblia (a excepción de las imitaciones fraudulentas, por supuesto) pueden ser identificados con uno u otro de estos nueve dones del Espíritu, anotados en 1 Corintios 12:7-11.
Hay otras tres listas anotadas en el Nuevo Testa­mento, denominadas «dones», pero una de ellas, en la carta a los Efesios, es una lista de cargos o minis­terios en la iglesia: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. (Efesios 4:8, 11.) Además en el original griego se usa un vocablo distinto: domata en lugar de carismata. Otra «lista» la tenemos en la carta a los Romanos, pero en realidad no se trata de un intento de hacer una lista de los dones, sino mas bien una serie de ilustraciones para instruir a los cristianos en la forma de vivir. (Romanos 12:4-21.) Mezcla unos cuantos dones y ministerios con otras funciones, algunas de las cuales según la exposición razonada de Pablo en sus otros escritos, se llamarían «frutos» del Espíritu. En Corintios, capitulo 12 -que es el capitulo donde con toda claridad aparece la lista de los dones- el apóstol cita nuevamente, al finalizar el capitulo, algunos de los dones y ministerios pero lo hace con un propósito ilustrativo.2 Pareciera ajus­tarse mas al esquema general de la Escritura, decir que 1 Corintios 12:7-11 es la lista de los dones, mien­tras que Efesios 4:11 hace referencia a los ministe­rios «oficiales» de la iglesia. De igual forma los fru­tos del Espíritu están anotados en Gálatas 5:22-23, pero en Efesios 5:9 Pablo utiliza el termino en estilo ilustrativo: «El fruto del Espíritu es toda bondad, justicia y verdad.»
Toda persona que ha sido bautizada en el Espíritu Santo puede ejercer cualquiera de los nueve dones espirituales, según sean las necesidades que se pre­senten, y según lo decida el Espíritu Santo. Conoce­mos muchos cristianos que en el transcurso de varios años se han valido de los nueve dones del Espíritu. Esto no quiere decir que Sean mas espirituales que los demás, pero si que han sido mas asequibles y han vivido mas a la expectativa.
2 Cualquiera de 1os dones- del Espíritu pueden llegar a ser un ministerio, como ya lo hemos dicho antes, pero los que aparecen al final de esta lista deben ser considerados específicamente como tales.
Nuestro ruego es que este estudio redundara en una mayor comprensión, de tal manera que los dones de poder y de revelación se manifiesten en el cuerpo de Cristo mucho más que en el pasado, y que los dones mas conocidos -los de la palabra inspirada- sean expresados con mayor belleza y edificación en la Iglesia.
Es nuestra opinión que Dios quiere que los dones se manifiesten en forma activa en la vida de la iglesia, para aumentar nuestra propia edificación y gozo, y también demostrarle al mundo que Jesús vive y es real. El Espíritu Santo reparte los dones a cada hom­bre individualmente, en la forma en que el lo cree oportuno, y el Espíritu Santo desea que vivamos una vida abundante en Cristo.
«Y a aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho mas abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos.»
(Efesios3:20-21.)

 

Capítulo 14 – El camino excelente – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

En Éxodo 28 leemos una descripción de las vesti­duras que el sumo sacerdote usaría al oficiar en el tabernáculo para adorar a Dios. El sumo sacerdote tenía una prenda llamada efod. Era azul y orlada con una decoración muy particular:
«Y en sus orlas harás granadas de azul, púrpura y carmesí alrededor, y entre ellas campanillas de oro alrededor. Una campanilla de oro y una granada, otra campanilla de oro y otra granada, en toda la orla alrededor.» (Éxodo 28:33-34.)
Las campanillas de oro pueden considerarse como un símbolo de los dones del Espíritu Santo. A los dones se los ve y se los oye, y son hermosos. Las cam­panillas tintineaban cuando el sumo sacerdote entraba al lugar santísimo, invisible a los adoradores de afue­ra, aunque sabían que el estaba orando por ellos. De la misma manera, los dones nos enseñan que Jesús, si bien invisible a nuestros ojos terrenales, vive y oficia por nosotros en el lugar santísimo.
Las granadas representan el fruto del Espíritu. Son dulces en sabor y atractivas en color, y llenas de se­millas, lo cual nos recuerda que no solamente son frutas, sino que son fructíferas. Hemos hecho un am­plio estudio sobre los dones del Espíritu Santo, las campanillas de oro, y ahora nos resta recordar que los dones del Espíritu Santo están balanceados por el fruto del Espíritu.
Digamos de nuevo que los dones del Espíritu (1 Corintios 12:7-11) son: sabiduría, ciencia, discernimiento de espíritus, fe, milagros, sanidades, profecía, lenguas e interpretación de lenguas; el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23) es: amor, gozo, paz, pa­ciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, tem­planza. Los sacerdotes creyentes de hoy, deberían con­trolar la orla de sus túnicas, es decir, sus vidas, para ver lo que hay allí.
Para que hubiera «una campanilla do oro y una granada, y otra campanilla de oro y otra granada» como dice la Escritura, alrededor de la túnica del sacerdote, tendría que haber un número igual de cada una. Es interesante consignar el hecho de que en la lista precedente, figuran nueve dones y nueve frutos del Espíritu. Para permitir que las campanillas de oro suenen con claridad, armoniosamente, sin entre­chocar unas con las otras, debe mediar un fruto entre cada una de ellas.
Los dones puestos de manifiesto por vidas despro­vistas de frutos, motivados por una auto estimación y sin otro deseo que el de llamar la atención, desper­tarán tanto entusiasmo como el que pudiera desper­tar el golpetear sobre unos tachos. Los dones del Espíritu son «irrevocables», es decir, que Dios no los quita porque sean mal utilizados, y es por ello que pueden manifestarse a través de vidas que no son consagradas y a través de personas que le deben una reparación tanto a Dios como a los hombres; pero de cualquier manera tales personas no producen mas que un ruido ensordecedor para los que tienen discernimiento. A esto se refiere el apóstol cuando habla de «metal que resuena» y «címbalo que retine». Nuestras campanas no deberían ser de bronce o de latón, sino de oro puro. Campanas de oro represen­tan vidas que están a tono con el Señor y con los hermanos, y cuyo deseo central es exaltar a Jesucris­to, mientras manifiestan los dones.
Es significativo el hecho de que esta figura de campanillas y granadas alternadas se proyecta en el Nuevo Testamento, ya que entre los dos grandes capítulos de los dones, -1 Corintios 12 y 14- se en­cuentra engarzado el hermoso capítulo 13, referido al amor, fruto central del Espíritu:
«Si tengo el don de hablar en lenguas, tanto de hombres como de ángeles, sin haberlas aprendido, pero no tengo amor, soy como ruidosa campana de bronce o címbalo que retiñe. Y si he sido utilizado en el don de profecía y entiendo todos los misterios y toda la ciencia; y haya colmado la medida de la fe, hasta para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si todo lo que tengo se lo doy a los pobres y entrego mi cuerpo para ser quemado, pero el amor de Dios no brilla a través mío, nada me aprovecha.
El amor es paciente, es bondadoso; el amor no es envidioso; el amor no esta hinchado de orgullo, no se comporta indecorosamente o con desenfreno; no busca su propio interés, no se irrita con facilidad, no abriga malos pensamientos; no se regocija de la injusticia y de la perversidad, sino que se regocija cuando triunfa la justicia y la verdad; el amor es consistente, el amor esta siempre dispuesto a confiar, espera lo mejor, en todas las cosas, todo lo soporta como un buen soldado.
El amor nunca termina; las profecías pasaran; las lenguas cesarán; y también la ciencia, un día, dejara de ser. Porque nuestra ciencia es fragmentaria y nuestra profecía limitada. Pero cuando venga lo perfecto, será innecesario lo imperfecto.
Cuando fui niño hable como un niño, razone como un niño; pero cuando me hice hombre, abandone mis hábitos infantiles. Ahora miramos en un espejo una imagen borrosa, ¡pero entonces veremos cara a cara! Ahora comprendemos en parte, pero entonces conoceremos plenamente, de la misma manera en que somos conocidos.
De modo pues, que permanecen la fe, la esperanza y el amor, estas tres; pero el mayor de ellos es el amor.»
El amor es el fruto mas importante del Espíritu; sin el los otros ocho podrían no existir.

Se los deno­mina «fruto» en singular, y no «frutos» en plural, porque los otros son como los gajos de una naranja contenidas dentro del fruto del amor.
¿A qué amor se refiere este capítulo, que lo des­cribe como más grande que la fe, que es la llave a la Biblia y sin el cual no podemos recibir nada de Dios? De este amor se dice que es más grande que la ciencia (conocimiento), que es un don del Espíritu, y anhelado por los cristianos. ¡Es mayor que el martirio sufrido por confiar en Jesús! Es más importante que dar a los pobres, si bien el dar a los pobres es una buena obra. Este amor es superior al don de la profecía, don del cual dijo Pablo que todos los cristianos deberían desearlo como al más grande de los dones para la edificación de la iglesia. Es mayor que hablar en lenguas desconocidas. Es superior a la esperanza.
Con toda seguridad que aquí se esta hablando de una clase de amor diferente al amor humano, que es inconsistente y limitado. En nuestro idioma hay un solo vocablo para designar al amor, ¡mientras que el idioma griego tiene siete! El Nuevo Testamento hace mención solamente de dos de esos siete vocablos philia, que significa afecto o apego por otra persona, amistad, que es un tipo limitado de amor; y ágape que significa el perfecto amor de Dios -amor incondicional -tal como esta expresado en el amor de Dios por el hombre, o el amor fraternal cristiano en su más alta expresión, que nace como resultado de que Dios vive en el hombre.
Una tercera acepción para el vocablo amor en el idioma griego, es eros que significa amor físico o sensual. Tenemos, pues, una trilogía para la palabra «amor»: ágape, del espíritu ; philia, del alma; eros del cuerpo.
El fruto del Espíritu del que estamos hablando en este capítulo, es ágape. Dios manifestó su amor por el hombre a través del nacimiento, de la vida y de la muerte de Jesucristo. «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos», (Juan 15:13), y aún por sus enemigos. (Romano 5:7-10.) El amor de Dios en el hombre viene como resultado de la salvación. El bautismo en el Espíritu Santo provoca aun una mayor efusión del amor de Dios, en tanto que la persona more en Cristo y camine en el Espíritu. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.» (Romanos 5:5.) El capítulo 13 de 1 Co­rintios, cuando habla del amor, se refiere a ágape, amor autosacrificial, amor sin reservas.
Y el amor no es solamente el fruto central del Espíritu, sino un mandamiento de Jesús
«Amarás al Señor tú Dios con todo tú corazón, y con toda tú alma, y con toda la mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De esos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.» (Mateo 22:37-40.)
Jesús también dijo: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros, como yo os he ama­do…» (Juan 13:34.)
En el Nuevo Testamento también se menciona al amor como una de las cosas que nos «edifican» es­piritualmente. “El conocimiento envanece, pero el amor edifica.»
La primera fase del amor es cuando solamente po­demos amar a los que antes nos amaron primero. «Nosotros le amamos a é1 (Dios) porque él nos amó primero.» (1 Juan 4:19.) Es un comienzo necesario. Pero no va más allá de ser una mezcla de amor. Con el amor puro viene un olvidarse de sí mismo y un mayor deseo de dar que de recibir. Cuando alcanza­mos esta etapa, nos damos cuenta que amamos a Dios no por lo que ha hecho o esta haciendo por nosotros, sino que le amamos por sí mismo.
Solamente después de haber hecho contacto con esa celestial fuente de amor, podemos esperar amar a nuestros semejantes. El primero y gran mandamiento, es decir amar a Dios, tiene que producirse antes del segundo, que es amar al prójimo, porque si no se cuenta con el amor de Dios, es imposible que amemos a nuestros semejantes.
Dios no hubiera exigido esta condición si fuera algo imposible de cumplir. Algunas personas sostienen que el amar a Dios les lleva todo su tiempo y no les queda ningún resto para ocuparse de otros. Jesús les ordenó a sus discípulos que se amaran los unos a los otros de la misma manera que el los había ama­do, como una señal para el mundo de que ellos eran sus seguidores. Cuando amamos a nuestros hermanos, amamos a Cristo, porque la Biblia dice que todos formamos el cuerpo do Cristo, carne de su carne y hueso de sus huesos. (Efesios 5:29-30; 1 Corintios 12:27.) Dios recepta nuestro amor en la medida en que amamos a los hermanos en Cristo, como asimismo en nuestra devoción a él en oración y alabanza. A la par que maduramos en amor, también podremos al­canzar y amar a los incrédulos, y aun amar a nuestros enemigos. (Mateo 5:43-48.)
Sin embargo, en un plano terrenal, el amor es im­posible sin amarnos a nosotros mismos, tal como lo dice la Escritura: «Ama a tu prójimo como a ti mis­mo.» Si nos odiamos a nosotros mismos, no podremos amar verdaderamente a Dios, a nuestros hermanos, a los incrédulos, o a nuestros enemigos. Y solamente podremos amarnos a nosotros mismos sabiendo quie­nes somos en Cristo, y sabiendo que el yo esencial es una nueva criatura en la cual mora Dios. Únicamente por causa de Jesús existe en nosotros algo por lo cual valga la pena amarnos a nosotros mismos. Es un pecado no amarnos a nosotros mismos. ¿Cómo po­demos dejar de amar todo lo que Dios ha creado?
Pablo dice al finalizar el capítulo 12: «Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente.» (1 Corintios 12:31.) El camino más excelente no es «en lugar de los dones» sino en lugar de «procurar los dones»: amar de tal manera que los dones fluyan hacia afuera con tanto donaire que semejen a las refrescantes aguas de un rió que vivifican todo a su paso. El ágape nunca falla, dice Pablo; pero la profecía, las lenguas, la ciencia, y los otros dones cesarán de ser cuando Jesús, el perfecto, vuelva a buscar a su iglesia. Los dones han sido esta­blecidos principalmente para la edificación y la protección de la iglesia en la tierra, pero cuando la igle­sia este con el Edificador, los dones dejarán de ser necesarios. Pero hoy en día si lo son.
Un joven se enrola en el ejército. Es de esperar que rinda un «fruto» en su vida: valor, resistencia, perseverancia, formalidad, etc. El fruto es de la máxima importancia, y deja una impronta permanente en su carácter. Imaginemos la reacción del joven si fuera enviado al frente de batalla y su superior le dijera:
«Bueno, hijo, cuentas con las cosas más importan­tes; el fruto se ha desarrollado en tu vida, no nece­sitas nada más.» El joven, con toda probabilidad, respondería:
«Señor, todo eso me parece muy bien y muy lindo, pero según rumores, hay un enemigo aquí cerca, y las bajas que traen de vuelta confirman esos rumores. Si no lo toma a mal quisiera que me diera armas (dones) para protegerme; ¡estamos en guerra!» Si le dijeran que han decidido prescindir de las armas, por­que el ejército no las necesita más, ¡sería muy difícil convencerlo!
Efectivamente hay una guerra en marcha; y du­rante todo el tiempo que vivamos en este mundo caído, necesitaremos los dones. Los dones todavía no han pasado; más aun, la Escritura señala que antes que Jesús vuelva a buscar a su iglesia, habrá un avivamiento aun mayor del Espíritu Santo, para combatir el incremento de la obra del enemigo, y como es obvio, los dones estarán incluidos en ese avi­vamiento. (Joel 2:23-24, 28-31; Hageo 2:9.) Y en un día glorioso, cuando la batalla haya concluido con la victoria, los dones dejarán de ser necesarios.
También pasarán la fe y la esperanza, tal cual las conocemos en este mundo. «La esperanza que se ve no es esperanza… pero si esperamos lo que no ve­mos con paciencia lo aguardamos.» (Romanos 8:24­25.) «Es, pues, la fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.» (Hebreos 11:1.) Viendo la evidencia de nuestra fe, nos introducirá a una forma de relación de fe distinta a la que ahora conocemos. Cuando veamos a nuestro Señor cara a cara, todas estas cosas pasarán, tal como lo asegura la Escritura. Lo único que tendrá permanencia eterna será el amor -ágape- porque «Dios es amor».
Hemos procurado demostrar que debe haber un equilibrio y una acción recíproca entre los dones y el fruto del Espíritu Santo. Los dones -las campa­nillas de oro- deben tintinear para proclamar al mun­do que nuestro sumo sacerdote vive por siempre ja­más, y sigue firme en su obra redentora, sanando al mundo por medio del ministerio de su pueblo. El fruto tiene que verse, para mostrar a la gente como es Jesús, y como los ama. El mundo tiene que ver el amor de Dios actuando en su pueblo.

15 Consagración



Ya hemos hablado de dos experiencias cristianas básicas, siendo la más importante la salvación, y en segundo lugar el Bautismo con el Espíritu Santo. Ambas se dan en forma gratuita a quienquiera que las pida y nada puede hacerse para ganarlas.
También puede darse un paso vital, que podríamos denominar consagración. Los dos primeros pasos los ofrece Dios para nuestra aceptación, mientras que en la consagración, nosotros nos damos a Dios:
«Así que, hermanos, os ruego… que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo (consagra­do), agradable a Dios, que es vuestro culto racional.» (Romanos 12:1.)
Pablo esta hablando a los «hermanos», a creyentes que son salvos y sin duda bautizados en el Espíritu Santo. La consagración es algo que nosotros hacemos, pero únicamente Dios nos da la capacidad para ello. Significa someter nuestra propia voluntad a Dios en la más alta medida posible para que su perfecta vo­luntad pueda manifestarse en nosotros y a través de nosotros. Este paso es una respuesta a la oración que dice:
«Venga tú reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra (en vasos de barro(2 Corintios 4:7.)” (Mateo 6:10.)
1 Otros términos usados al mismo fin son: entrega, discipulado o dedicación.
Lo que en realidad quiere decir es que debemos permitir a Jesús que sea EL Rey y Señor de nuestras vidas.
«¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?» pregunto el rey David a su pueblo. (1 Crónicas 29:5.) El pueblo de Israel respondió voluntaria­mente y «de todo corazón»; dieron de sí y dieron sus bienes para la construcción del templo del Señor. A continuación, David elevó una hermosa oración, termi­nando con las conocidas palabras:
«Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tus manos lo damos.» (1 Crónicas 29:14.)
Nosotros y todo lo que tenemos, pertenece a Dios, pero habiéndonos dado libre albedrío, tiene que esperar a que seamos nosotros quienes le retribu­yamos voluntariamente.
De la manera en que somos salvos cuando por vez primera recibimos a Jesús, y sin embargo nuestra salvación continua día a día; de la manera en que recibimos el Espíritu Santo en un determinado mo­mento, de una vez y para siempre, pero debemos permitirle que nos llene día a día; así también tenemos que efectuar el acto inicial de la consagración, que también tendrá que ser renovado día a día, reuniendo las facetas de nuestra vida que parecieran haberse apartado de él, y juntarlos en el sitio donde deben estar. Muchos hay que han nacido de nuevo y han silo bautizados en el Espíritu Santo, que no se dan cuenta de la necesidad de consagrarse. Y, sin embar­go, la consagración es el único camino para una vida plena y victoriosa en Cristo.
La consagración se produce, entonces, cuando op­tamos caminar con Jesús, día a día; significa poner a Jesús en primer lugar en nuestras vidas y caminar con é1. «Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.» (Mateo ó:33.) Jesús nos ha prometido estar siempre con nosotros, pero el creyente no consagrado pretende que Jesús le acompañe adonde él quiere ir, en tanto que la persona consagrada sigue a Jesús adonde Jesús quiere ir. Jesús dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día (someta su propia voluntad cada día) y sígame (Lucas 9:23)
Al llegar a este punto alguien puede plantear lo siguiente: «Todo esto suena muy bonito, pero ¿cómo aprender a hacerlo?» El mejor consejo que podemos dar es que debemos descubrir la diferencia que existe entre alma y espíritu. Ya hemos mencionado la im­portancia de comprender que no estamos reducidos a dos partes, -alma y cuerpo- como los anímales, sino que conformamos tres partes: espíritu, alma y cuerpo.
El espíritu (pneuma) es la parte mas recóndita de nuestro ser, que fue creado para tener comunión con Dios. Estaba muerto «en delitos y pecados» y cobró vida al hacernos cristianos, y Dios vino a morar justa­mente allí. Es en nuestro espíritu donde subyace ese conocimiento o testimonio interior de la voluntad de Dios. En la carta a los Colosenses leemos: «Porque en él (Jesús) habita toda la plenitud de la Deidad (Trinidad), y vosotros (los cristianos) estáis comple­tos en él.» (Colosenses 2:9-10.) En el evangelio de Juan, leemos lo que dijo Jesús: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en é1.» (Juan 14:16.) ¿Qué más podemos pedir cuando el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven en nuestro espíritu? Esta es la parte de nuestro ser denominada «nueva criatura» sitio en el cual nuestro espíritu se ha unido al Espíritu Santo y se han hecho uno solo. (1 Corintios 6:17.) Con frecuencia, esta es la parte más descuida­da de nuestro ser, siendo, como es, la mas impor­tante.
El alma (psiquis) es la parte del hombre que lo ha gobernado siempre, desde la caída. Esta compues­ta de tres partes: el intelecto la voluntad y las emo­ciones. El alma del cristiano ha llegado a un punto en que puede ser puesta en orden; todavía es una mezcla de bien y de mal. Resulta maravilloso cuando el alma se somete a Dios; pero cuando no lo está, puede bloquear lo que Dios quiere hacer en nosotros y a través nuestro. Si bien el «viejo hombre» fue crucificado con Cristo, todavía quedan restos del des­orden que dejó allí desde la época en que dominaba nuestra alma; la tarea de limpieza -en lenguaje bíblico- se llama santificación. ¡Esta esfera es un verdadero campo de batalla! Es el campo del «yo» que Jesús quiere que neguemos.
E1 cuerpo (soma) es el ámbito de los cinco sentidos gusto, tacto, olfato, vista y oído. El cuerpo es la casa donde habitan el alma y el espíritu, y el cuerpo del cristiano pasa a ser el templo del Espíritu Santo. (1 Corintios 6:19) Con el bautismo en el Espíritu Santo el cuerpo se llena hasta rebosar con la gloria de Dios. En tanto nuestros cuerpos -que todavía con­servan tendencias a caer- no controlen nuestras vi­das, antes bien son controlados por el Espíritu Santo y por nuestro estado de «nuevas criaturas», expresaran la hermosura y el gozo del Señor. Dios tiene sus planes con respecto a nuestros cuerpos físicos, y los ejecutará en la medida en que seamos obedientes a la inspiración del Espíritu Santo y de su Palabra, referidas a su templo. Dios quiere que «seas pros­perado… y que tengas salud, así como prospera el alma». (3 Juan 1:2.)
Nuestra situación en la vida puede ser comparada a lo que puede ocurrir en un gran trasatlántico. El capitán ha estado gravemente enfermo y durante el prolongado período que duró su enfermedad, no pudo ejercer el comando de la nave. La tripulación, bien entrenada, supo muy bien lo que tenía que hacer y tomó el control. Desgraciadamente, sin conocer ni el destino ni el propósito del viaje, navegan por el Océano sin rumbo fijo. Se suscitan disputas entre ellos, y queda muy poco combustible. Desde el mo­mento en que no conocen el arte de la navegación y por lo tanto como llegar a un puerto, no pueden rea­bastecerse. ¡La situación se ha tornado grave! Mi­lagrosamente, mejora el capitán, pero se da cuenta que le demandara un tiempo ganar nuevamente el control del buque. De vez en cuando la tripulación le presta atención, pero las mayoría de las veces le dicen «Vea, señor, hemos navegado mucho tiempo sin su ayuda, y sabemos hacerlo. Déjenos en paz.»
Nuestro espíritu, unido al Espíritu Santo, es quien debe -presuntuosamente- gobernar nuestra alma, y nuestra alma sometida debe -también presuntuosamente- gobernar nuestro cuerpo. Pero por mucho tiempo, sin embargo, desde el momento en que na­cimos, nuestro espíritu ha estado fuera de acción y nuestra alma y nuestro cuerpo han actuado por su propia cuenta. ¿Qué tiene que hacer el capitán del barco para tomar nuevamente el control? Lo que la tripulación desconoce es que las cosas volverán a la normalidad y todos serán felices, solamente cuan­do el capitán, con sus mapas y su brújula, y su co­nocimiento del mar, logre recuperar el control total de la situación. Además el capitán también sabe coómo manipular la radio para pedir ayuda y dar indi­caciones sobre la posición del barco, solicitando com­bustible y otros elementos necesarios. La paz y la felicidad volverán a reinar en el barco en el memento en que el capitán retome el control.
Para el cristiano, inmediatamente después de su bautismo en el Espíritu Santo, la presencia de Dios resulta tan real, que no le demanda ningún esfuerzo colocar a Dios en el primer lugar. Está primero en nuestra mente temprano a la mañana, es el tema favorito en nuestra conversación durante el día. Y es e último en quien pensamos antes de retirarnos a dor­mir. Su espíritu renovado (el capitán) esta por encima de su alma (la tripulación), y el cuerpo (el barco) fun­ciona de acuerdo a las directivas del capitán. Sucede que en algunas personas esta paz y orden duran más que en otras, pero bien pronto el alma comienza a forcejear para recuperar el control que le corresponde. Para que todo se desarrolle en orden, el cristiano tiene que tener una idea bien clara de la diferencia que hay entre su alma y su espíritu. Y esto lo puede saber aplicándose al estudio de las Escrituras.
«La Palabra de Dios es viva y eficaz, y mas cor­tante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las inten­ciones del corazón.» (Hebreos 4:12.)
¿Por qué la Biblia insiste en la necesidad de esta­blecer una clara división o separación o distinción entre el alma y el espíritu? El alma, como ya lo he­mos dicho, es una mezcla de bien y de mal. La Biblia nunca nos dice que debemos caminar o vivir en el alma, pero sí nos repite una y otra vez «andad en el Espíritu», «vivid en el Espíritu», «orad en el Espíritu», «cantad en el Espíritu» ¡Nuestras almas podrán ser limpiadas, curadas, restauradas y utilizadas para la gloria de Dios, en la medida en que aprendamos a caminar en el Espíritu, sometiendo nuestras almas al Espíritu de Dios! Las palabras del salmista David nos parecen apropiadas a este respecto:
«Junto a aguas de reposo me pastoreará; confor­tará mi alma.» (Salmo 23:2-3.)
De la misma manera que somos tres partes -espíritu, alma y cuerpo- nuestras almas también están formadas por tres partes: intelecto, voluntad y emociones. Nuestro intelecto con forma una de la áreas mas difíciles de nuestra alma, en el intento de someternos a la obra del Espíritu Santo. Pareciera que es el que más hondo ha caído a causa del pecado original, ya que justamente fue el intelecto el que incursionó en las zonas prohibidas por Dios, y por allí entró el pecado en el mundo. Dijo al tentador: «Sabe Dios que el día que comías de él, serán abier­tos vuestros ojos y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal» (Génesis 3:5.)
Y desde entonces el hombre ha vivido de acuerdo a los razonamientos de su intelecto. Desde el primer grado de la escuela primaria se nos ha enseñado que el intelecto es la parte más importante en nuestras vidas, pero la educación no constituye la respuesta completa para cambiar el mundo. (La madre de Den­nis solía decir: «¡Si educamos a un diablo, lo más que podremos obtener es un diablo capaz!»). Satanás es un embaucador más hábil que el más hábil de los abogados criminalistas; no nos cabe la menor duda de que podrá engañar nuestro intelecto, si nuestro in­telecto es lo único con que contamos. Nuestra mente ha logrado acumular informaciones buenas y malas, verdaderas y falsas, y aun después de la conversión y del bautismo con el Espíritu Santo, toma tiempo efectivizar un cambio. Sin embargo, el intelecto es algo maravilloso siempre que este sometido a Dios y haya sido renovado por el Espíritu Santo.
«No os conforméis a este siglo, sino transformaos”. Las palabras “transformado” y “transfigurado” provienen del mismo vocablo griego metamorfo, (de donde viene la palabra metamorfosis). “…por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y per­fecta» (Romanos 12:2.).
También dicen las Sagradas Escrituras: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo tam­bién en Cristo Jesús.» (Filipenses 2:5.)
No aceptemos, como nuestra, cualquier idea que surja en nuestra mente. Debemos investigar su ori­gen preguntándonos a nosotros mismos: ¿Vino de Dios? ¿Vino de mi nueva vida en Cristo? ¿Vino del enemigo? Es preciso que de inmediato eliminemos de nuestra vida los dardos de fuego y la dañina imaginación del enemigo. La tentación no constituye un pecado en sí, pero lo es cuando .nos solazamos con la tentación, que en última instancia nos hará caer en la mala acción. La Biblia dice «Refutando argumentos, y toda altivez que se le­vanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cau­tivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.» (2 Corintios 10:5.)
El «conocimiento de Dios” es que el creyente es una nueva criatura, de ahí que sus pensamientos serán sanos y buenos. Todo otro pensamiento que viene del enemigo o de la villa del alma y debe ser resis­tido. El creyente debe oponerse permanentemente a esos pensamientos desviados (se hará mas fácil el esfuerzo con el correr del tiempo) o, de lo contrario, volverá a su vieja manera de ser. Watchman Nee2 el gran líder chino, dice que hay muchos hijos de Dios que tienen corazones nuevos pero cabezas viejas.
La expresión «refutando argumentos» en el pasaje precedente, significa que es necesaria nuestra cooperación y aquí es donde entra en acción nuestra vo­luntad. La voluntad es el núcleo del alma, el lugar donde se hacen las elecciones y se toman las decisio­nes. Es el yo esencial, y ha sido usada para ejercitar la propia voluntad y no la voluntad de Dios. Dios le entregó al hombre una libre voluntad para que libre­mente pudiera decidir amarle, pero el mal uso que de la libre voluntad hizo el hombre, causó la muerte de Jesús. El libre albedrío fue adquirido por la muer­te de Jesús. Dios nunca nos quita el libre albedrío, pero todos los días debemos demostrarle nuestro amor a él, devolviéndole espontáneamente nuestra volun­tad. Esto, en otros términos, es la consagración
Dios no tiene ningún interés en que nosotros le obedezcamos como autómatas, porque en ese caso no tendríamos poder de decisión. Todos aquellos que aceptan que Dios se ha revelado en las Escrituras, y especialmente en Jesucristo, saben perfectamente bien que Dios quiere criaturas que vo­luntariamente desean que el haya dispuesto para ellos. No pierden sus voluntades; conscientemente, activa­mente, gozosamente, acomodan sus voluntades a la de él, porque sienten y conocen su amor, y porque están respondiendo a su amor. Dios nos dio libre albedrío, es decir, la potestad para elegir, para que pudiéramos amarle libremente y obedecerle también libremente. Dios quiere hijos, no robots. El Padre anhela la obediencia de sus hijos, porque los ama y quiere lo mejor para ellos. Los hijos, a su vez, desean obedecer al Padre, porque le aman.
Jesús, cuya voluntad era sin pecado y, por lo tanto, distinta de la nuestra, sirvió de ejemplo cuando nos dijo: «No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.» (Juan 5:30.)
Pudiera darse el caso de tener miedo de someter nuestra voluntad a la de Dios, porque el enemigo nos ha asustado diciéndonos cosas como: «Con toda se­guridad que Dios lo obligará a dejar la familia y lo enviará a un país lejano», o «Dios te obligará a pararte en una esquina de tu pueblo a predicar a los transeúntes.» ¡No le prestemos atención!
Debemos dejar sentado con toda claridad en nues­tra mente, de una vez por todas, que Dios nos ama, y quiere lo mejor para nosotros; solamente andando de acuerdo a sus planes podremos rendir una vida fructífera, ahora y por la eternidad. ¡No debemos permi­tir que nada impida que Dios nos dé lo mejor!
También es la voluntad la que controla esa tercera parte de nuestras almas: nuestras emociones. Las emociones son los «sentimientos» del alma. Algunos cristianos tienen emociones que se parecen mucho a ese conocido juego de los niños llamado Yo-Yo. Hoy sienten que son salvos; mañana dudan y sienten que no son salvos. Hoy sienten que Dios los está guian­do; mañana no están seguros ni siquiera de si Dios sabe que ellos existen.
Como es obvio, nuestras emociones no son de fiar, y si procuramos guiar nuestras vidas según sus dic­tados, terminaremos en una total confusión. Hemos hecho mal uso de nuestras emociones en el pasado: arranques de mal humor, cediendo a la autoconmise­ración, etc. Nuestras vidas no pueden ser dirigidas por nuestros sentimientos; también ellas son una mez­cla del bien y del mal. Debemos manejarnos por el conocimiento interior que nace en nuestros espíritus y en concordancia con la Palabra de Dios. «Los sen­timientos no son hechos.» Por supuesto que esto no quiere decir, de ninguna manera, que la vida cristia­na deba estar desprovista de emociones, sino que Dios, en esta esfera de nuestra vida, también tiene una tarea que realizar con respecto a la sanidad y a la renovación de nuestro ser.
Si todavía no es una realidad en nuestras vidas, debemos dar ese paso de la consagración, que resulta fácil cuando aprendemos a discernir entre lo que es alma y lo que es espíritu. Es algo que exige nues­tro consentimiento y, cuando lo hacemos, se profun­diza, y todas las demás cosas ocupan su lugar en nuestras almas. No es pura casualidad que el capítulo cuarto de Hebreos hable de entrar en el reposo de Dios, justamente antes de explicar la necesidad de establecer una clara distinción entre el alma y el espíritu. El reposo es la consecuencia de vivir en el espíritu y no en el alma, pero muchos cristianos todavía tienen que aprender a reconocer esa diferen­cia. La salvación significa un descanso para el espíritu del hombre. «Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan a la presencia del Señor tiempos de refrigerio.» (He­chos 3:19.) Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.» (Mateo 11:28.) El bautismo en el Espíritu Santo sig­nifica un rebosamiento de ese descanso que brinda reposo al alma. Isaías lo expresa de la siguiente ma­nera: «Porque en lenguas de tartamudos, y en extraña lengua hablara a este pueblo, a los cuales el dijo: Este es el reposo; dad reposo al cansado; y este es el re­frigerio…» (Isaías 28:11-12.) El intelecto entra en reposo cuando se somete a Dios, y el hablar en lenguas constituye uno de los medios más importantes para dejar que el Espíritu Santo renueve y refresque nues­tras mentes y almas. En la medida en que aprenda­mos a negar a nuestras almas el derecho de gober­narnos y caminemos en ese reposo con nuestras almas y espíritus sometidos al Señor, podrá Dios eliminar la «madera, el heno y la hojarasca» y establecer todo aquello que tenga valor permanente en nuestras vidas. (1 Corintios 3:12-13.) Jesús dijo: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallarles descanso para vues­tras almas.» (Mateo 11:29.)
«Llevad mi yugo sobre vosotros.» Cuando uno de los bueyes (nosotros) es guiado por el otro (Jesús) estando ambos bajo el mismo yugo – los dos están sujetos a servidumbre y deben transportar la carga – el buey guía dirige al otro y soporta el mayor peso del trabajo. Cuando empezamos a acusar el peso de la carga, podemos estar seguros que estamos quitándole al Señor la dirección, y debemos retomar el lugar que nos corresponde, es decir, exactamente a la par de él. El peso de la carga puede compararse a un termómetro espiritual para advertirnos que el alma y no el espíritu esta tomando la iniciativa. La pesadez nos está di­ciendo que nuestras almas no están reposando en Cristo.
Cuidémonos de no volver atrás, a la época en que actuábamos de acuerdo a los dictados de nuestro per­vertido intelecto, de nuestras emociones y de nuestra propia voluntad, y en cambio mantengamos vivo el torrente que empezó en nuestro particular Pentecostés; la mente de Cristo que se manifiesta en nosotros, sus emociones fluyendo a través nuestro, y su vo­luntad cumplida en nosotros.
Esta oración podemos elevarla a nuestro Dios tal cual la transcribimos, o utilizando nuestras propias palabras:

Amado Padre celestial:
Te agradezco por los maravillosos dones de la salvación y el bautismo en el Espíritu Santo. ¡Las pala­bras son inadecuadas para expresar mi gratitud! Re­conozco que estos dones son gratuitos y que me los has dado, no por méritos propios, sino simplemente porque me amas. Ahora quiero darte lo único que tengo para dar… yo mismo. Bien sé que tu voluntad con respecto a mi vida es maravillosa, y te pido que tu perfecta voluntad se cumpla en mí y a través de mi persona, desde hoy en adelante. Ayúdame para que mi voluntad se someta a la tuya y ambas sean una sola voluntad. Pido a tu Hijo, Jesucristo, que venga y ocupe el trono de mi vida para que el reine como Señor.
Sé perfectamente que esto no lo puedo hacer ba­sado en mis propias fuerzas, pero confío en tu poten­cia y en tu diaria dirección para ayudarme. Gracias, Padre, por escuchar mi oración. ¡Alabado sea tu nombre!
Te lo pido en el nombre del Señor Jesús. Amén.


4 Cosas muy importantes:


1. La Salvación: Juan 10:9; Hechos 16:30-31; Romanos 10:9,13; Mateo 9:22; Lucas 7:50; Juan 3:16-17; Lucas 17: 19; 2 Timoteo 1:9; Tito 3:5.
2. Bautismo en el Espíritu Santo: Hechos 1:5, 8; 2:4; Efesios 5:18; Hechos 19:6; 8:17; 9:17; Hechos 10:45-46; 11:16.
3. Consagración, entrega total a Cristo, decidir hacer siempre su voluntad:
Juan 5:30; 8:29; Mateo 26:39; Marcos 14:36; Lucas 22:42; Romanos 12:2; Hechos 13:36; Juan 7:17; 9:31; Hebreos 10:7; 10:36; 13:21; 1 Pedro 4:2; 1 Juan 2:17. Efesios 5:17; Juan 20:21.
4. Saber el propósito de Dios para su vida, su llamado personal y enfocarse en él sin
desviarse nunca. “Dando fruto con perseverancia”.


Buenas obras. Ya sabemos que las buenas obras no nos dan el rótulo de buenos cristianos, pero la Biblia nos dice repetidamente que Dios nos premiara de acuerdo a lo que hayamos hecho. Amar al prójimo como a nosotros mismos significa alimentarlo cuan­do esta hambriento, vestirlo cuando le falte ropa, visitarlo cuando esta enfermo o en la prisión. Y, tal cual lo explicó Jesús, nues­tro prójimo no se reduce a nuestro vecino, sino a cualquier persona necesitada que recurra a nosotros. El apóstol Santiago afirma que es una burla decirle a alguien que tiene hambre y frío: ¡Dios te bendiga! ¡Caliéntate! ¡Aliménta­te!», si no hacemos algo para ayudarlos.
La acción social de cristiano, de lo cual tanto se habla hoy en día, se reduce, en pocas palabras, a la acción del cristiano en el mundo dondequiera se en­cuentre. No se supone que la iglesia, como organi­zación, se transforme en un factor de poder político, pero los cristianos deben interesarse en la política, y traer sus convicciones con ellos. La iglesia, como organización, no debe intervenir directamente en las diferencias entre capital y trabajo, pero los cristianos que sean dirigentes en el campo del capital y del trabajo, deben participar con sus convicciones cuando se plantean las confrontaciones de los dos campos. El comerciante que está en Cristo, tratará a sus empleados como los trataría Cristo, y los em­pleados cristianos rendirán su jornada de trabajo como lo haría Jesús. La base de una verdadera «ac­ción social» es actuar según la premisa establecida en 1 Juan 4:17: «… como él es, así somos nosotros en este mundo.»
En compañía de toda la familia debemos participar colaborando con la obra de Dios sobre bases más amplias aun, ayudando al sostén del campo misione­ro, ayudando en los proyectos de la iglesia local, etc. Por supuesto, debemos contar con el Señor, quien nos dirigirá en todas estas cosas, pero que el «esperar en el Señor» no se convierta en una excusa para no hacer nada. El hacerla constituye una parte vital de nuestra vida y testimonios cristianos.
Cooperando con Dios. La palabra cooperar signifi­ca simplemente «trabajar juntos», y la Escritura nos dice que Dios quiere que seamos colaboradores con él. (1 Corintios 3:9: 2 Corintios 6:1.) Todo esto quiere decir que si bien Dios nos ha creado como seres libres, él está pendiente de nuestra colabora­ción para introducir su amor al mundo.
El Señor Jesús no escribió ningún libro, pero el más importante de todos los libros del mundo es­cribe sobre él; nunca viajó más allá de unos pocos kilómetros de su lugar de nacimiento, y sin embargo trazó un plan para alcanzar los lugares mas remotos del mundo. Después de limpiarlos de sus pecados, lle­nó a sus seguidores con el amor, el gozo y el poder de Dios, y los envió para derramar ese gozo, ese amor y ese poder sobre otros y decirles que ellos también podían ser perdonados y llenados de la gloria y del poder de Dios. En esto consisten las buenas nuevas, el Evangelio, y las personas que lo escuchan y lo aceptan forman parte del pueblo de Dios, la Iglesia.
Es un método notablemente eficaz, pues si una persona recibe hoy a Cristo, y al mismo tiempo recibe un mayor poder para testificar recibiendo el bautismo en el Espíritu Santo, y mañana ayuda a otros dos a recibirlo, asegurándose de que estos también sean bautizados en e1 Espíritu Santo, y a su vez esas dos personas alcanzan a cuatro en el día subsiguiente, y esos cuatro ganen a ocho, y se continúa en esa pro­gresión geométrica, en un mes, es decir en treinta y un días se habrán alcanzado y ganado para el reino de Dios, !mil millones de personas! 1


1Esta multiplicación extraordinaria se daría en el caso de que cada cristiano ganara solamente dos personas para Dios durante toda su vida. Como es de imaginar, un cristiano que cuenta con el poder de Dios debería orar pidiendo 1a oportunidad de testifi­car por Cristo todos les días, para que durante su existencia centenares de personas fueran ganadas para Cristo
Este es el principio sobre el cual se basó Jesús para alcanzar al mundo: cada persona contándole a los demás, y ellos, a su vez, a otros, hasta que sean millones los que estén llenos de la gloria de Dios en toda la redondez de la tierra. Este plan de acción ha sido iniciado una y otra vez, y luego ha fracasado, debido a la infidelidad y a lo olvidadizo del ser huma­no, y a la confusión y a las desviaciones provocadas por el enemigo. Pero mayormente el fracaso se ha debido a que el mensaje fue transmitido solo par­cialmente: perdón sin poder. Hoy en día. sin embar­go, nuevamente es proclamado el «Evangelio comple­to», no solamente el hecho esencial de que Dios perdona y ama a su pueblo, sino que al hacerlo les da poder para ganar a otros. El plan de Dios es que millones de hombres y mujeres, y también de niños, en todo el mundo, sean portadores de su mensaje de amor, perdón, sanidad y poder para toda la humani­dad. Estamos viviendo la era del reavivamiento de la iglesia, ¡y es algo tan emocionante! En todo el mundo la gente está descubriendo qué maravilloso es hablar a los demás sobre Jesús y el poder del Espíritu Santo, ¡y sabemos que el plan de Dios no fracasará! Bien pudiera ser este el último avivamiento antes de la venida del Señor. Esperamos y oramos para que este libro ayude a muchos a cooperar con Dios y que, como hijos y colaboradores seamos llenados, hasta rebosar, con su gran gozo.

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