Amados hermanos, el profundo deseo de mi corazón y mi oración a Dios es que los cristianos (de nombre solamente) lleguen a ser salvos.
Yo sé que ellos tienen un entusiasmo por Dios, y creen que son cristianos y creen que deben con fervor tratar de cumplir los mandamientos y ritos de la religión, pero es un fervor mal encauzado.
Pues no entienden la forma en que Dios hace justas a las personas con él. Se niegan a aceptar el modo de Dios y, en cambio, se aferran a su propio modo de hacerse justos ante él tratando de cumplir los mandamientos, que por su naturaleza pecaminosa, que los lleva a la tendencia al pecado, nunca pueden cumplirlos todos.
Pero Cristo ya cumplió el propósito por el cual se entregó los mandamientos. Como resultado, a todos los que creen en El se les declara justos a los ojos de Dios.
Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.
Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al poder de Espíritu Santo que vive en ellos.
Y somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios,
Y dice:
nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones.
Y cuando los pecados han sido perdonados, ya no hace falta ofrecer más sacrificios.
Así que, hermanos, tenemos libertad para entrar en el Lugar Santísimo del cielo por la sangre de Jesucristo, derramada en la cruz para pagar nuestros pecados.
Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios.
La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo.

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