Capítulo 13 – La palabra de ciencia y la palabra de sabiduría – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett


El octavo don de nuestro estudio es la “palabra de ciencia o conocimiento”. Es la revelación sobrenatural de hechos pasados, presentes o futuros sin intervención de la mente natural. Podemos describirla co­mo la mente de Cristo manifestada a la mente del creyente, y hecha conocer, cuando es necesario, en un abrir y cerrar de ojos. (1 Corintios 2:1ó.) Este don es utilizado para proteger a los cristianos, para indicarles como orar con más eficacia, o para mostrarles como ayudar a otros.
El noveno don, la “palabra de sabiduría” es la apli­cación sobrenatural del conocimiento. Es saber que hacer con el conocimiento natural o sobrenatural que Dios nos ha dado, tal como el sentido común, por ejemplo, que nos dice como iniciar una acción. La “palabra de sabiduría” es una información revelada de una manera sobrenatural, pero la “palabra de co­nocimiento” nos dice como aplicar la información.
Generalmente nos es dada la “palabra de sabiduría” juntamente con la “palabra de conocimiento”. Es conveniente esperar pacientemente la palabra de sabiduría, y no salir disparando con los nudos a me­dio hacer, cuando recibimos un conocimiento sobre­natural. Esperamos a que sea Dios quien nos diga que hacer con ella. La “palabra de sabiduría” nos in­dicara como hacer lo que Dios nos ha indicado que debemos hacer, como resolver los problemas que se plantean, o que cosas decir y como decirlas en una situación dada, especialmente cuando el desafío se refiere a nuestra fe. Los dones de la “palabra de conocimiento” y de la “palabra de sabiduría” pueden ponerse de manifiesto por una súbita inspiración que no se nos va de nosotros, sin “conocer” en lo mas hon­do de nuestro espíritu, o por la interpretación de un sueño, 1 una visión, una parábola, por los dones voca­les del Espíritu Santo y, mas raramente, oyendo en forma audible la voz de Dios, o por la visita de un ángel.
La Escritura habla de “palabra” de conocimiento y “palabra” de sabiduría. En ambos casos “palabra” en griego, es (logos), que puede significar “palabra”, “cuestión” o “asunto” y no esta reducida únicamente a la palabra hablada. Esto quiere decir que si reci­bimos los dones de conocimiento o de sabiduría, bien que sean audibles o no, siguen siendo dones de “pa­labra de conocimiento” o “palabra de sabiduría”. No tienen que ser, necesariamente, dones vocales. Con frecuencia, y refiriéndose a estos dones, se habla de “la palabra de conocimiento” o “la palabra de sabiduría”. En el original griego no aparece ningún artículo y simplemente los denomina “palabra de sabiduría” y “palabra de conocimiento”. El agregarle un artículo puede modificar artificiosamente su sig­nificado. Ni siquiera tenemos el derecho de utilizar el artículo indefinido: “una palabra de sabiduría” como lo hacen algunas versiones modernas, pues nue­vamente aquí se percibe el sutil cambio de sentido. Pero corrientemente, y para facilitar las referencias bíblicas, utilizamos el articulo determinante “la” pero si las escribimos debemos dejarla fuera de las comillas, indicando así que el articulo se refiere al don en general, y no a la “palabra” en particular. Bien pudie­ra ser que la ausencia del artículo en el original grie­go nos recuerde que estas “palabras” son tan solo fragmentos de la sabiduría y del conocimiento de Dios.
1 Si bien es cierto que a veces Dios le habla a una persona por medio do un sueño, esto no quiere decir que debemos 1levar un diario registro do todos nuestros sueños. E1 psicólogo puede tener interés en conocer 1os sueños de la personas que lo consultan, que le sirve como pista para saber lo que esta ocurriendo en el subconsciente, pero esto tiene muy poco qua ver con el tema que estamos tratando. Muchos de los sueños no son otra cosa que el resultado de haber comido demasiado antes de ir a dormir. Y algunos sueños los provoca el enemigo; ¿por que gastar nuestro tiempo prestándoles atención a la confusión que pueden originar? Si Dios nos ha hablado en un sueño y e1 quiere que 1o recorde­mos, lo recordaremos sin duda alguna. El dice qua el Espíritu Santo “os recordará todo lo que yo os he dicho”. (Juan 14:2ó.)
Podemos distinguir cuatro clases de conocimiento:

Primero: El conocimiento humano natural que a todas luces va en aumento. El libro de Daniel, refi­riéndose a los últimos tiempos dice: “Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentara.” (Daniel 12:4.) Recientemente un profesor universita­rio amigo nuestro, nos dijo que el progreso del cono­cimiento en el área de la matemática superior era tan extraordinario que en algunos casos los investigadores en dos campos diferentes de matemáticas, no logra­ban comunicarse entre ellos. Para poder relacionar y procesar la inmensa cantidad de datos obtenidos por la investigación, se torna indispensable recurrir a los cerebros electrónicos o computadoras, pues va mas allá de las posibilidades de la mente human al hacerlo con los métodos corrientes por un periodo más o menos prolongado. Por importante que sea la ciencia de este mundo, a veces crea tanto orgullo que les impide a algunos conocer al Señor. La epístola a los Corintios dice así: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para el son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1 Corintios 2:14.) También dice la Escritura: “El conocimiento envanece, pero el amor edifica.” (1 Corintios 8:1.)
Segundo: El conocimiento sobrenatural, producto de este mundo caído, que hemos mencionado antes, es el intento de la mente natural de obtener información por medios sobrenaturales que no son los del Espíritu Santo. Incluye lo oculto, lo psíquico, y las investigaciones “metafísicas” que utiliza Satanás para entrampar a un numero cada día creciente de perso­nas en la actualidad. Las así llamadas experiencias religiosas por medio de drogas, de cultos, de lo psíquico y fenómenos ocultos, crecen alarmantemente; basta con mirar los títulos de los libros en los estan­tes de una librería para comprobar el interés que despiertan las obras que se refieren a tales cosas. El conocimiento así adquirido esta por fuera de los limi­tes de lo permitido por Dios. ¡No lo toquemos!
Nuestra tercer categoría es et verdadero conoci­miento intelectual que lo adquirimos al conocer a Dios personalmente, por medio de Jesucristo (Juan 17:3; Filipenses 3.10), de recibir la plenitud del Espíritu Santo, estudiando la Palabra de Dios que nos hace saber la voluntad de Dios y sus caminos, para lo cual no hay substituto. (Salmo 103:7; Éxodo 33:13.) Ante un conocimiento natural de este mundo, tan sugestivo y en permanente desarrollo, es apasionante comprobar que el conocimiento del Señor va en aumento en su pueblo hoy más que nunca. Isaías nos dice que: “. . . la tierra será llena del conocimiento de JEHOVA como las aguas cubren el mar.” (Isaías 11:9.) Aun el libro de Daniel y su similar el de Apocalipsis han permanecido cerrados y sellados a la comprensión total del hombre hasta el tiempo del fin… (Daniel 12:4, 9.) Hay muchas cosas de la Palabra de Dios que nos serán reveladas a nosotros recién en los U1timos tiempos. ¡Estamos viviendo días gloriosos! El conocimiento del hom­bre pasara, pero el conocimiento del Señor es per­manente y durara toda la eternidad. (Mateo 24:35­36; 1 Pedro 1:25.)
La cuarta clase es el don de “palabra de conoci­miento“. Al considerar este don, digamos en primer lugar lo que no es. No es un fenómeno psíquico o una percepción extrasensorial tal como la telepatía (la presunta habilidad de leer las mentes), la clari­videncia (la presunta habilidad para conocer hechos que están ocurriendo en otras partes) o la precognición (la presunta habilidad para conocer el futuro). Estas “habilidades” están prohibidas en la Palabra de. Dios. (1 Crónicas 10:13; Deuteronomio 18:9-12.) No debemos incurrir en esas prácticas o abriremos la puerta a Satanás. Todas las actividades de esa naturaleza son peligrosas y malas. Experimentar con tales fenómenos psíquicos es jugar con los caídos poderes de este mundo que están controlados por Satanás En el mundo hay dos fuentes de poder espiri­tual: Dios y Satanás. E1 solo hecho de que algo sea “sobrenatural” no significa ni que sea bueno ni que sea de Dios.
El don de la “palabra de conocimiento” no es ninguna “habilidad” humana, sino un puro don de Dios. No se “desarrolla” como pueden serlo las mani­festaciones demoníacas, sino que se manifiesta como el resultado de estar en estrecho contacto con el Señor. El cristiano tiene algo infinitamente mejor que los dones fraudulentos de este mundo, porque esta gustando los poderes del mundo venidero, a tra­vés de Jesucristo, y los dones del Espíritu Santo. (Hebreos 6:5.) La epístola de Santiago dice: “Toda buena dadiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre…” (Santiago 1: 17.) Los dones do Dios vienen desde arriba, do lugares celestiales en Cristo Jesús, donde el cristiano vive en su Espíritu. Pablo le dice a los efesios: “… nos resucito y… nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.” (Efesios 2:6) El cristiano debe abstenerse de utili­zar la terminología del mundo para describir las ex­periencias sobrenaturales. Si un cristiano se entera de pronto sin recibir la noticia por las vías natu­rales que un amigo se encuentra en dificultades, y necesita oración y ayuda, eso no seria una “percepción extrasensoria” sino mas bien Dios que ma­nifiesta el don de la “palabra de conocimiento“. Los dones del Espíritu Santo vienen del Espíritu Santo y el es quien los hace llegar a nuestro espíritu y no desde el alma o de los sentidos físicos, ni a través de ellos.
Pablo les dijo a los cristianos en Corinto: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.” (1 Corintios 12:7.) Estos dones han sido dados para nuestro provecho y para que nos beneficiemos los unos con los otros. No deben ser erróneamente usados. Cuando Dios decide compartir su conocimiento con nosotros, es porque tiene un propósito en vista. ¡No nos es dado para el simple hecho de hacernos sentir “espirituales” o habilidosos!
Veamos algunos ejemplos de una “palabra de cono­cimiento” registrados en la Biblia:
Fue utilizada para encontrar personas u objetos extraviados, como sucedió con Saúl y las asnas per­didas. (1 Samuel 9:15-20; 10:21-23.) (Observemos que la “palabra de conocimiento” puede brindarnos información sobre asuntos aparentemente prosaicos. Dios se preocupa por cada una do las necesidades humanas. )
Natan recibió una “palabra de conocimiento” re­lacionada con el asunto que hubo entre David y Bet­sabe. También recibió sabiduría para tratar con el rey. (2 Samuel 12:7-13.)
Fue utilizada para desenmascarar a un hipócrita, a Giezi, el siervo de Eliseo. (2 Reyes 5:20-27.)
Eliseo, por revelación milagrosa, supo donde es­ taba emplazado el ejército sirio, salvando así a Israel de la batalla. (2 Reyes ó.8-23.)


El Señor Jesús use e1 don de la “palabra de co­nocimiento”. Cuando dejo de lado su gloria, acepto las limitaciones del intelecto humano. Mientras vivió en esta tierra no fue omnisciente -que tiene cono­cimiento de todas las cosas- pero todo el conoci­miento que necesitaba para encarar cualquier situación, lo obtenía del Espíritu Santo de la misma ma­nera que lo obtenemos nosotros por intermedio de el.
Cuando Jesús sana al paralítico, también le per­dono sus pecados. Esto provoco entre los escribas pensamientos aviesos contra Jesús. Jesús supo, por una “palabra de conocimiento” (no por “leer los pen­samientos”) lo que pensaban en su fuero intimo, y así se los dijo directamente. (Mateo 9:2-ó.)
Por media de este don de revelación (no por “cla­rividencia”) Jesús “vio” a Natanael mucho antes de conocerlo, sentado bajo la higuera, y también supo Jesús que clase de persona era. Vernos entonces que “la palabra de conocimiento” puede revelar las an­danzas de un hombre y la naturaleza de su corazón y de sus pensamientos. (Juan 1:47-50.)
Fue utilizado para convencer a la mujer samari­tana de su pecado, y de la necesidad de aceptar a Jesús como Mesías. “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho…” (Juan 4:17­18, 29.)
Este conocimiento sobrenatural se manifestó per­manentemente en los días de la iglesia primitiva.
Fue utilizado para revelar la corrupción en la igle­sia: Ananías y Safira. (Hechos 5:3.)
Otro Ananias, un cristiano de otra manera descono­cido supo, por una visión, de la conversión de Saulo, el nombre de la calle (Derecha), el nombre de la persona en cuya casa se hospedaba (Judas), a quien tenia que buscar (Saulo de Tarso), que estaba ha­ciendo Saulo (orando), su actitud (estaba arrepen­tido) y sus necesidades (curación y el bautismo con el Espíritu Santo). (Hechos 9:11-12, 17.)
El Espíritu Santo revelo a Pedro, por medio de la “palabra de conocimiento” que tres hombres pregun­taban por el a la puerta de su casa en Jope, y no tuvo ni un vestigio de duda de que debía acompañarlos. (Hechos 10:17-23.)
Como un ejemplo del día de hoy, relataremos algo que ocurrió en Spokane, Washington, mientras Rita daba una clase sobre los dones del Espíritu Santo. No se reducían tan solo a estudiar este tema intelec­tualmente, sino que oraban y esperaban que esos dones se manifestaran. La fe aumenta cuando se escucha la Palabra de Dios, y cuando la clase consideraba las Escrituras, aumento la atmósfera de fe a un punto tal en que lo milagroso podía ocurrir en cualquier momento. Mientras oraban, al finalizar la clase, Rita tuvo una fuerte impresión, una sensación desacostum­brada en su oído derecho. No sabiendo, al comienzo, de donde venia esa impresión, pidió la protección de Dios. Entonces se le ocurrió lo siguiente: “Tal vez Dios esta tratando de decirme que alguien de este grupo sufre de su oído derecho.” Estando entre ami­gos, decidió preguntar. Una joven, llamada Fran, respondió de inmediato, y dijo que padecía de una sor­dera del oído derecho desde hacia veinte años. Últimamente su sordera la molestaba tanto que había orado intensamente a Dios para que la sanara. Rita relata lo siguiente: “Nunca en mi vida se me había reve­lado de esta manera la “palabra de conocimiento” y supe, sin el mas leve asomo de duda, de que Dios la iba a sanar.” El grupo de oración rodeo a Fran y le impusieron las manos, pero fue innecesaria la oración de intercesión, porque Dios ya revelo lo que iba a hacer; con fe sencilla Rita ordeno al oído de Fran, en el nombre de Jesús, que se curara. Fran contó luego que ella sabia que algo había ocurrido, pero no testifico sobre su curación antes de ser exa­minada por el medico. Después canto que cuando se oro por ella sintió un chasquido y recobro el oído. El medico confirmó que su oído había vuelto a la normalidad. Y así ha quedado desde entonces. Este hecho muestra una combinación de tres dones, co­menzando con una “palabra de conocimiento”, que trajo un don do fe, que a su vez puso en acción el don de sanidades.
Tan maravilloso como es el hecho de que Dios nos había y nos diga lo que va a hacer y que papel vamos a jugar en sus planes (conocimiento), lo es, y de igual importancia, el que el nos muestre como eje­cutar nuestra tarea (sabiduría). Si una madre explicara a su hijita cuales son los ingredientes y las proporciones a utilizar para hacer una torta, pero no le diera la sabiduría necesaria para saber como mezclar esos ingredientes, el conocimiento no tendría ningún valor. En realidad el resultado seria desas­troso. De todo ello se desprende que corren parejos los dones de conocimiento y de sabiduría; es impor­tante disponer de ambos. El libro do Proverbios nos dice: “La lengua de los sabios adornara sabiduría.” (Proverbios 15:2.)
También tenemos cuatro clases de sabiduría
La sabiduría humana natural es el conocimiento natural aplicado. Por supuesto que este tipo de sabiduría esta en permanente aumento, desde el momen­to en que el conocimiento también lo esta. El conoci­miento seria inútil de no contar con la sabiduría. De más esta decirlo, es sabiduría del hombre. Comparada con la sabiduría de Dios, es pura tontería. También puede ser una piedra de tropiezo, apartado al hom­bre de Dios. Un día cesara la sabiduría natural del hombre: “Destruiré la sabiduría de los sabios, y desechare el entendimiento de los entendidos.” (1 Co­rintios 1:19.)
Tanto la sabiduría como el conocimiento sobrena­turales, productos de un mundo caído fueron justa­mente los recursos que se utilizaron para tentar al primer hombre y a la primera mujer, para desobe­decer el mandamiento de Dios. “… un árbol codicia­ble para alcanzar sabiduría…” leemos en Génesis 3:6. Esta clase de sabiduría fue -y continúa siéndolo prohibida por Dios. El hombre ya disponía de la sabiduría natural, que era buena, y abrió  Más puertas para que entrara el conocimiento sobrenatural maligno y su aplicación, la sabiduría perniciosa, que hasta ese momento era patrimonio exclusivo de los ángeles caídos. La astrología es un ejemplo de la sabiduría fraudulenta de hoy en día. (Daniel 2:27-28.)
Sabiduría intelectual verdadera. El libro de Pro­verbios y la Sabiduría de Salomón, son buenos ejem­plos de esto. Se obtiene cuando se respeta al Señor y a la Palabra de Dios (Job 28:28; Proverbios 9:1.0), y también estudiando la Palabra do Dios, que solo puede ser comprendida cuando es revelada por el Espíritu Santo. Para que esto sea posible debemos, en primer lugar, recibir a Cristo que es la sabiduría de Dios (1 Corintios 1:24). Y es importante, como es obvio, haber recibido el bautismo con el Espíritu Santo. La Escritura dice: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.” (Santiago 1:5.) Pablo oro sin cesar por la iglesia para que fueran “…llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual.” (Colosen­ses 1:9.) Tenemos que pedirle a Dios y creer que nos dará generosamente la sabiduría necesaria para eje­cutar de la mejor manera posible la tarea que el nos ha encomendado.
El don sobrenatural de la “palabra de sabiduríaconsiste en recibir en forma súbita y milagrosa la sabiduría necesaria para encarar cualquier situación que se presente, o responder a una pregunta dada, o utilizar un aspecto en particular del conocimiento, ya sea natural o sobrenatural. Al igual que la “palabra de conocimiento” no consiste en la puesta en juego de una destreza human adquirida, sino que es, exclu­sivamente, un don de Dios. Seria difícil establecer cual de las dos sabiduría o conocimiento- es más importante. Algo así como tratar de decidir cual es más importante, si el pintor o la pintura, puesto que si bien es cierto que el artista no puede pintar su cuadro sin contar con los materiales, estos sin la persona que sabe como usarlos, pueden estropear la tela y dar por resultado un mamarracho. De manera que si una persona cuenta con el conocimiento -ya sea natural o sobrenatural- pero no cuenta con la sabiduría para utilizarlo adecuadamente, el resultado final puede ser un daño irreparable.
Veamos algunos ejemplos del don do la “palabra de sabiduría” extractados del Antiguo Testamento:
Cuando José interpreto el sueño del Faraón, no se valió de una sabiduría natural, o de una sabiduría lograda por el estudio y la preparación previa: José recibió una respuesta sobrenatural inmediata. José se encontró de pronto en un aprieto. Con el tiempo ape­nas necesario para salir de la prisión tuvo que en­frentarse al Faraón e interpretar su sueño. Posterior­mente José dio sabios consejos sobre varios asuntos, entre ellos la necesidad de designar a una persona sabia y prudente como administrador general y a funcionarios a las órdenes de aquel, y sobre la forma de almacenar el alimento que serviría para los años de hambre que vendrían. Esto ultimo no fue una “palabra de sabiduría” sino la verdadera sabiduría intelectual que Dios brindo a. José, y que este use en numerosas oportunidades. Todo esto llevo al Faraón  a referirse a José como un hombre “entendido y sabio” y le dio un cargo ejecutivo, con autoridad sobre toda la administración egipcia, inferior únicamente al Faraón. (Génesis 41.)
Dios hablo a Moisés desde una zarza ardiente, encomendándole la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto (conocimiento), y Moisés tuvo que recu­rrir muchas veces a la palabra de sabiduría cuando en numerosas oportunidades debió enfrentarse a ese pueblo rebelde. (Éxodo 3.)
Dios le dijo a Moisés el conocimiento necesario para proyectar el tabernáculo que habría de construir en el desierto, y le informo que había llamado a Be­zaleel colmándolo de sabiduría y de conocimiento (que no poseía naturalmente) para trabajar el oro, la plata, el bronce, las piedras y la madera, y para encargarse del grueso de la construcción del tabernáculo. (Éxodo 31.)
Una de las grandes historian do “fe”, narradas en el Antiguo Testamento resulta ser también un extra­ordinario ejemplo de los dones espirituales de profecía, sabidurías y conocimiento. El rey Josafat se en­contraba acosado por la alianza de tres poderosos enemigos. Sabiendo que no disponía de lo recursos suficientes para defender su reino, puso todo el pro­blema delante de Dios. Todo el pueblo de Judá. “esta­ba de pie delante de Jehová” esperando la respuesta. Y la respuesta se recibió cuando “sobre Jahaziel… vino el Espíritu de Jehová en medio de la reunión” y Jahaziel empezó a profetizar:
“No temáis ni os amedrentéis delante de esta mul­titud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios.” Esto fue “edificación, exhortación y consuelo”. Luego siguió la “palabra de conocimiento” al informar Jahaziel al rey y al pueblo, exactamente donde estaría el enemigo, y donde lo podrían encon­trar. Nuevamente les dio una “palabra de sabiduría” al decirles que no tendrían que pelear, sino quedarse quietos y observar lo que haría Dios. A continuación Dios le dio a Josafat una “palabra de sabiduría” y es para ello que en lugar de salir al encuentro del enemigo al frente de sus guerreros escogidos, envió a hombres a cantar y alabar a Dios, y he aquí, los enemigos cayeron en sus propias emboscadas y se mataron entre ellos. (2 Crónicas 20:12-23.)
Daniel fue un hombre intelectualmente sabio y de amplísimos conocimientos, y por ello fue elegido para enseñar en el palacio del rey. Sin embargo, superior a ello fue la “palabra de sabiduría” que de tanto en tanto le daba Dios, de manera que pudo interpretar (sabiduría) el sumo que Nabucodonosor había sonado y olvidado. Estos secretos fueron revelados a Daniel en “visión de noche”. Daniel dijo: “Sea bendito el nombre de Dios por siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría… da la sabiduría a los sabios y la ciencia a los entendidos. El revela profundo y lo escondido…” (Daniel 2:20-22.) Como consecuencia de ello el rey lo designo gobernador general de Babilonia, con autoridad sobre los demás gobernadores. En el capitulo cuarto leemos que nuevamente Daniel interpreta el sumo do Nabucodonosor, esta vez anunciándole que su reino le seria quitado. Mas tarde, bajo el reinado de Belsasar fue llamado para interpretar la escritura de la pared. Los dones de Dios salvaron en varias oportunidades vida de Daniel y de sus compañeros.
Como el Gran Ejemplo, en todas las cosas, el Señor Jesús exhibió una y otra vez la “palabra de sabiduría” para encarar circunstancias particularmente difíciles. Los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo le preguntaron a Jesús sobre que autoridad; basaba semejantes pretensiones. La respuesta de Jesús, en forma de una pregunta, fue dictada por una “palabra de sabiduría”. (Mateo 21:23-27.)
Los fariseos quisieron entrampar a Jesús preguntándole silos hombres debían pagar tributo a Cesar, o no. Jesús respondió con una “palabra de sabiduría”: “Dad, pues, a Cesar lo que es de Cesar, y Dios lo que es de Dios.”
Un abogado fariseo tentó a Jesús, preguntando cual era, en su opinión, al más grande mandamiento de la ley. Jesús respondió con sabiduría. A continuación les pregunto a los fariseos quien creían ellos, que era el, de quien era hijo el Cristo. Ellos le respondieron “de David”. La cita de los Salmos con que les contesto Jesús fue tan profunda, que el evangelio de Mateo cuenta que desde ese día nadie oso preguntarle mas. (Mateo 22:34-4ó.) Así como Jesús  tenia una gran sabiduría, contamos con la promesa de que en medio de la persecución el nos dará “palabra y sabiduría” que nuestros adversarios no podrán desmentir ni rechazar. Estos dones serán más necesarios en los días por venir. El evangelio de Mateo dice: “guardaos de los hombres, porque os entregaran los  concilios… sinagogas… gobernadores y reyes por causa de mi… Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por como o que hablareis: porque en aquella, hora os será dado lo que habéis de hablar.” (Ma­teo 10:17-19.)
Este pasaje nos indica de donde sacaron Pedro y Juan la sabiduría que aplicaron cuando fueron ame­nazados por los dirigentes judíos a raíz de haber sanado a un cojo. (Hechos 4:7-21.) Mas tarde, al ser arrestados justamente por esa curación, leemos: “Entonces, viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús.” (Hechos 4:13.)
Se dijo de aquellos que disputaban con Esteban – que era un hombre lleno de gracia y do poder- ­que: “No podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba.” (Hechos 6:8-10.)
Por cierto que el apóstol Pablo no era un hombre entrenado en el arte de la navegación, y sin embargo, cuando se vio envuelto en un naufragio, tomo el mando de la situación a pesar del hecho de viajar como prisionero, rumbo a Roma, y el oficial romano le escucho con todo respeto. (Hechos 27:21-35.)

Tenemos que rectificar nuestra manera de pensar, y librarnos del viejo hábito de fijarle limitaciones a Dios en nuestras vidas y empezar a vivir con expec­tativa. En Cristo están escondidos “todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”. (Colosenses 2:3.) Desde el momento en que Cristo vive en nosotros, el hecho formidable es que su sabiduría y conocimiento también están allí, listos para sernos revelados por el avivamiento del Espíritu Santo. Contando con este maravilloso tesoro que es Jesucristo morando en nos­otros, podemos estar seguros que el Espíritu Santo sacara de ese tesoro los dones que necesitamos en la medida en que creamos en Dios. Dispongamos del tiempo necesario para agradecerle ahora mismo, por­que tanto la sabiduría como el conocimiento divinos se manifestaran en nuestras vidas por mandato de Dios, cuando surja la necesidad. ¡Alabemos a Dios por sus inefables riquezas!

 


En este estudio de los dones del Espíritu, comen­zamos con los dones de la palabra inspirada, porque son los de más fácil observancia, y los que más fre­cuentemente se manifiestan; a continuación los dones de poder; y en último lugar los dones de revelación. Todos los sucesos sobrenaturales registrados en la Biblia (a excepción de las imitaciones fraudulentas, por supuesto) pueden ser identificados con uno u otro de estos nueve dones del Espíritu, anotados en 1 Corintios 12:7-11.
Hay otras tres listas anotadas en el Nuevo Testa­mento, denominadas “dones”, pero una de ellas, en la carta a los Efesios, es una lista de cargos o minis­terios en la iglesia: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. (Efesios 4:8, 11.) Además en el original griego se usa un vocablo distinto: domata en lugar de carismata. Otra “lista” la tenemos en la carta a los Romanos, pero en realidad no se trata de un intento de hacer una lista de los dones, sino mas bien una serie de ilustraciones para instruir a los cristianos en la forma de vivir. (Romanos 12:4-21.) Mezcla unos cuantos dones y ministerios con otras funciones, algunas de las cuales según la exposición razonada de Pablo en sus otros escritos, se llamarían “frutos” del Espíritu. En Corintios, capitulo 12 -que es el capitulo donde con toda claridad aparece la lista de los dones- el apóstol cita nuevamente, al finalizar el capitulo, algunos de los dones y ministerios pero lo hace con un propósito ilustrativo.2 Pareciera ajus­tarse mas al esquema general de la Escritura, decir que 1 Corintios 12:7-11 es la lista de los dones, mien­tras que Efesios 4:11 hace referencia a los ministe­rios “oficiales” de la iglesia. De igual forma los fru­tos del Espíritu están anotados en Gálatas 5:22-23, pero en Efesios 5:9 Pablo utiliza el termino en estilo ilustrativo: “El fruto del Espíritu es toda bondad, justicia y verdad.”
Toda persona que ha sido bautizada en el Espíritu Santo puede ejercer cualquiera de los nueve dones espirituales, según sean las necesidades que se pre­senten, y según lo decida el Espíritu Santo. Conoce­mos muchos cristianos que en el transcurso de varios años se han valido de los nueve dones del Espíritu. Esto no quiere decir que Sean mas espirituales que los demás, pero si que han sido mas asequibles y han vivido mas a la expectativa.
2 Cualquiera de 1os dones- del Espíritu pueden llegar a ser un ministerio, como ya lo hemos dicho antes, pero los que aparecen al final de esta lista deben ser considerados específicamente como tales.
Nuestro ruego es que este estudio redundara en una mayor comprensión, de tal manera que los dones de poder y de revelación se manifiesten en el cuerpo de Cristo mucho más que en el pasado, y que los dones mas conocidos -los de la palabra inspirada- sean expresados con mayor belleza y edificación en la Iglesia.
Es nuestra opinión que Dios quiere que los dones se manifiesten en forma activa en la vida de la iglesia, para aumentar nuestra propia edificación y gozo, y también demostrarle al mundo que Jesús vive y es real. El Espíritu Santo reparte los dones a cada hom­bre individualmente, en la forma en que el lo cree oportuno, y el Espíritu Santo desea que vivamos una vida abundante en Cristo.
“Y a aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho mas abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos.”
(Efesios3:20-21.)

 

Capítulo 14 – El camino excelente – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

En Éxodo 28 leemos una descripción de las vesti­duras que el sumo sacerdote usaría al oficiar en el tabernáculo para adorar a Dios. El sumo sacerdote tenía una prenda llamada efod. Era azul y orlada con una decoración muy particular:
“Y en sus orlas harás granadas de azul, púrpura y carmesí alrededor, y entre ellas campanillas de oro alrededor. Una campanilla de oro y una granada, otra campanilla de oro y otra granada, en toda la orla alrededor.” (Éxodo 28:33-34.)
Las campanillas de oro pueden considerarse como un símbolo de los dones del Espíritu Santo. A los dones se los ve y se los oye, y son hermosos. Las cam­panillas tintineaban cuando el sumo sacerdote entraba al lugar santísimo, invisible a los adoradores de afue­ra, aunque sabían que el estaba orando por ellos. De la misma manera, los dones nos enseñan que Jesús, si bien invisible a nuestros ojos terrenales, vive y oficia por nosotros en el lugar santísimo.
Las granadas representan el fruto del Espíritu. Son dulces en sabor y atractivas en color, y llenas de se­millas, lo cual nos recuerda que no solamente son frutas, sino que son fructíferas. Hemos hecho un am­plio estudio sobre los dones del Espíritu Santo, las campanillas de oro, y ahora nos resta recordar que los dones del Espíritu Santo están balanceados por el fruto del Espíritu.
Digamos de nuevo que los dones del Espíritu (1 Corintios 12:7-11) son: sabiduría, ciencia, discernimiento de espíritus, fe, milagros, sanidades, profecía, lenguas e interpretación de lenguas; el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23) es: amor, gozo, paz, pa­ciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, tem­planza. Los sacerdotes creyentes de hoy, deberían con­trolar la orla de sus túnicas, es decir, sus vidas, para ver lo que hay allí.
Para que hubiera “una campanilla do oro y una granada, y otra campanilla de oro y otra granada” como dice la Escritura, alrededor de la túnica del sacerdote, tendría que haber un número igual de cada una. Es interesante consignar el hecho de que en la lista precedente, figuran nueve dones y nueve frutos del Espíritu. Para permitir que las campanillas de oro suenen con claridad, armoniosamente, sin entre­chocar unas con las otras, debe mediar un fruto entre cada una de ellas.
Los dones puestos de manifiesto por vidas despro­vistas de frutos, motivados por una auto estimación y sin otro deseo que el de llamar la atención, desper­tarán tanto entusiasmo como el que pudiera desper­tar el golpetear sobre unos tachos. Los dones del Espíritu son “irrevocables”, es decir, que Dios no los quita porque sean mal utilizados, y es por ello que pueden manifestarse a través de vidas que no son consagradas y a través de personas que le deben una reparación tanto a Dios como a los hombres; pero de cualquier manera tales personas no producen mas que un ruido ensordecedor para los que tienen discernimiento. A esto se refiere el apóstol cuando habla de “metal que resuena” y “címbalo que retine”. Nuestras campanas no deberían ser de bronce o de latón, sino de oro puro. Campanas de oro represen­tan vidas que están a tono con el Señor y con los hermanos, y cuyo deseo central es exaltar a Jesucris­to, mientras manifiestan los dones.
Es significativo el hecho de que esta figura de campanillas y granadas alternadas se proyecta en el Nuevo Testamento, ya que entre los dos grandes capítulos de los dones, -1 Corintios 12 y 14- se en­cuentra engarzado el hermoso capítulo 13, referido al amor, fruto central del Espíritu:
“Si tengo el don de hablar en lenguas, tanto de hombres como de ángeles, sin haberlas aprendido, pero no tengo amor, soy como ruidosa campana de bronce o címbalo que retiñe. Y si he sido utilizado en el don de profecía y entiendo todos los misterios y toda la ciencia; y haya colmado la medida de la fe, hasta para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. Y si todo lo que tengo se lo doy a los pobres y entrego mi cuerpo para ser quemado, pero el amor de Dios no brilla a través mío, nada me aprovecha.
El amor es paciente, es bondadoso; el amor no es envidioso; el amor no esta hinchado de orgullo, no se comporta indecorosamente o con desenfreno; no busca su propio interés, no se irrita con facilidad, no abriga malos pensamientos; no se regocija de la injusticia y de la perversidad, sino que se regocija cuando triunfa la justicia y la verdad; el amor es consistente, el amor esta siempre dispuesto a confiar, espera lo mejor, en todas las cosas, todo lo soporta como un buen soldado.
El amor nunca termina; las profecías pasaran; las lenguas cesarán; y también la ciencia, un día, dejara de ser. Porque nuestra ciencia es fragmentaria y nuestra profecía limitada. Pero cuando venga lo perfecto, será innecesario lo imperfecto.
Cuando fui niño hable como un niño, razone como un niño; pero cuando me hice hombre, abandone mis hábitos infantiles. Ahora miramos en un espejo una imagen borrosa, ¡pero entonces veremos cara a cara! Ahora comprendemos en parte, pero entonces conoceremos plenamente, de la misma manera en que somos conocidos.
De modo pues, que permanecen la fe, la esperanza y el amor, estas tres; pero el mayor de ellos es el amor.”
El amor es el fruto mas importante del Espíritu; sin el los otros ocho podrían no existir.

Se los deno­mina “fruto” en singular, y no “frutos” en plural, porque los otros son como los gajos de una naranja contenidas dentro del fruto del amor.
¿A qué amor se refiere este capítulo, que lo des­cribe como más grande que la fe, que es la llave a la Biblia y sin el cual no podemos recibir nada de Dios? De este amor se dice que es más grande que la ciencia (conocimiento), que es un don del Espíritu, y anhelado por los cristianos. ¡Es mayor que el martirio sufrido por confiar en Jesús! Es más importante que dar a los pobres, si bien el dar a los pobres es una buena obra. Este amor es superior al don de la profecía, don del cual dijo Pablo que todos los cristianos deberían desearlo como al más grande de los dones para la edificación de la iglesia. Es mayor que hablar en lenguas desconocidas. Es superior a la esperanza.
Con toda seguridad que aquí se esta hablando de una clase de amor diferente al amor humano, que es inconsistente y limitado. En nuestro idioma hay un solo vocablo para designar al amor, ¡mientras que el idioma griego tiene siete! El Nuevo Testamento hace mención solamente de dos de esos siete vocablos philia, que significa afecto o apego por otra persona, amistad, que es un tipo limitado de amor; y ágape que significa el perfecto amor de Dios -amor incondicional -tal como esta expresado en el amor de Dios por el hombre, o el amor fraternal cristiano en su más alta expresión, que nace como resultado de que Dios vive en el hombre.
Una tercera acepción para el vocablo amor en el idioma griego, es eros que significa amor físico o sensual. Tenemos, pues, una trilogía para la palabra “amor”: ágape, del espíritu ; philia, del alma; eros del cuerpo.
El fruto del Espíritu del que estamos hablando en este capítulo, es ágape. Dios manifestó su amor por el hombre a través del nacimiento, de la vida y de la muerte de Jesucristo. “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”, (Juan 15:13), y aún por sus enemigos. (Romano 5:7-10.) El amor de Dios en el hombre viene como resultado de la salvación. El bautismo en el Espíritu Santo provoca aun una mayor efusión del amor de Dios, en tanto que la persona more en Cristo y camine en el Espíritu. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Romanos 5:5.) El capítulo 13 de 1 Co­rintios, cuando habla del amor, se refiere a ágape, amor autosacrificial, amor sin reservas.
Y el amor no es solamente el fruto central del Espíritu, sino un mandamiento de Jesús
“Amarás al Señor tú Dios con todo tú corazón, y con toda tú alma, y con toda la mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De esos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:37-40.)
Jesús también dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros, como yo os he ama­do…” (Juan 13:34.)
En el Nuevo Testamento también se menciona al amor como una de las cosas que nos “edifican” es­piritualmente. “El conocimiento envanece, pero el amor edifica.”
La primera fase del amor es cuando solamente po­demos amar a los que antes nos amaron primero. “Nosotros le amamos a é1 (Dios) porque él nos amó primero.” (1 Juan 4:19.) Es un comienzo necesario. Pero no va más allá de ser una mezcla de amor. Con el amor puro viene un olvidarse de sí mismo y un mayor deseo de dar que de recibir. Cuando alcanza­mos esta etapa, nos damos cuenta que amamos a Dios no por lo que ha hecho o esta haciendo por nosotros, sino que le amamos por sí mismo.
Solamente después de haber hecho contacto con esa celestial fuente de amor, podemos esperar amar a nuestros semejantes. El primero y gran mandamiento, es decir amar a Dios, tiene que producirse antes del segundo, que es amar al prójimo, porque si no se cuenta con el amor de Dios, es imposible que amemos a nuestros semejantes.
Dios no hubiera exigido esta condición si fuera algo imposible de cumplir. Algunas personas sostienen que el amar a Dios les lleva todo su tiempo y no les queda ningún resto para ocuparse de otros. Jesús les ordenó a sus discípulos que se amaran los unos a los otros de la misma manera que el los había ama­do, como una señal para el mundo de que ellos eran sus seguidores. Cuando amamos a nuestros hermanos, amamos a Cristo, porque la Biblia dice que todos formamos el cuerpo do Cristo, carne de su carne y hueso de sus huesos. (Efesios 5:29-30; 1 Corintios 12:27.) Dios recepta nuestro amor en la medida en que amamos a los hermanos en Cristo, como asimismo en nuestra devoción a él en oración y alabanza. A la par que maduramos en amor, también podremos al­canzar y amar a los incrédulos, y aun amar a nuestros enemigos. (Mateo 5:43-48.)
Sin embargo, en un plano terrenal, el amor es im­posible sin amarnos a nosotros mismos, tal como lo dice la Escritura: “Ama a tu prójimo como a ti mis­mo.” Si nos odiamos a nosotros mismos, no podremos amar verdaderamente a Dios, a nuestros hermanos, a los incrédulos, o a nuestros enemigos. Y solamente podremos amarnos a nosotros mismos sabiendo quie­nes somos en Cristo, y sabiendo que el yo esencial es una nueva criatura en la cual mora Dios. Únicamente por causa de Jesús existe en nosotros algo por lo cual valga la pena amarnos a nosotros mismos. Es un pecado no amarnos a nosotros mismos. ¿Cómo po­demos dejar de amar todo lo que Dios ha creado?
Pablo dice al finalizar el capítulo 12: “Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente.” (1 Corintios 12:31.) El camino más excelente no es “en lugar de los dones” sino en lugar de “procurar los dones”: amar de tal manera que los dones fluyan hacia afuera con tanto donaire que semejen a las refrescantes aguas de un rió que vivifican todo a su paso. El ágape nunca falla, dice Pablo; pero la profecía, las lenguas, la ciencia, y los otros dones cesarán de ser cuando Jesús, el perfecto, vuelva a buscar a su iglesia. Los dones han sido esta­blecidos principalmente para la edificación y la protección de la iglesia en la tierra, pero cuando la igle­sia este con el Edificador, los dones dejarán de ser necesarios. Pero hoy en día si lo son.
Un joven se enrola en el ejército. Es de esperar que rinda un “fruto” en su vida: valor, resistencia, perseverancia, formalidad, etc. El fruto es de la máxima importancia, y deja una impronta permanente en su carácter. Imaginemos la reacción del joven si fuera enviado al frente de batalla y su superior le dijera:
“Bueno, hijo, cuentas con las cosas más importan­tes; el fruto se ha desarrollado en tu vida, no nece­sitas nada más.” El joven, con toda probabilidad, respondería:
“Señor, todo eso me parece muy bien y muy lindo, pero según rumores, hay un enemigo aquí cerca, y las bajas que traen de vuelta confirman esos rumores. Si no lo toma a mal quisiera que me diera armas (dones) para protegerme; ¡estamos en guerra!” Si le dijeran que han decidido prescindir de las armas, por­que el ejército no las necesita más, ¡sería muy difícil convencerlo!
Efectivamente hay una guerra en marcha; y du­rante todo el tiempo que vivamos en este mundo caído, necesitaremos los dones. Los dones todavía no han pasado; más aun, la Escritura señala que antes que Jesús vuelva a buscar a su iglesia, habrá un avivamiento aun mayor del Espíritu Santo, para combatir el incremento de la obra del enemigo, y como es obvio, los dones estarán incluidos en ese avi­vamiento. (Joel 2:23-24, 28-31; Hageo 2:9.) Y en un día glorioso, cuando la batalla haya concluido con la victoria, los dones dejarán de ser necesarios.
También pasarán la fe y la esperanza, tal cual las conocemos en este mundo. “La esperanza que se ve no es esperanza… pero si esperamos lo que no ve­mos con paciencia lo aguardamos.” (Romanos 8:24­25.) “Es, pues, la fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” (Hebreos 11:1.) Viendo la evidencia de nuestra fe, nos introducirá a una forma de relación de fe distinta a la que ahora conocemos. Cuando veamos a nuestro Señor cara a cara, todas estas cosas pasarán, tal como lo asegura la Escritura. Lo único que tendrá permanencia eterna será el amor -ágape- porque “Dios es amor”.
Hemos procurado demostrar que debe haber un equilibrio y una acción recíproca entre los dones y el fruto del Espíritu Santo. Los dones -las campa­nillas de oro- deben tintinear para proclamar al mun­do que nuestro sumo sacerdote vive por siempre ja­más, y sigue firme en su obra redentora, sanando al mundo por medio del ministerio de su pueblo. El fruto tiene que verse, para mostrar a la gente como es Jesús, y como los ama. El mundo tiene que ver el amor de Dios actuando en su pueblo.

15 Consagración



Ya hemos hablado de dos experiencias cristianas básicas, siendo la más importante la salvación, y en segundo lugar el Bautismo con el Espíritu Santo. Ambas se dan en forma gratuita a quienquiera que las pida y nada puede hacerse para ganarlas.
También puede darse un paso vital, que podríamos denominar consagración. Los dos primeros pasos los ofrece Dios para nuestra aceptación, mientras que en la consagración, nosotros nos damos a Dios:
“Así que, hermanos, os ruego… que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo (consagra­do), agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” (Romanos 12:1.)
Pablo esta hablando a los “hermanos”, a creyentes que son salvos y sin duda bautizados en el Espíritu Santo. La consagración es algo que nosotros hacemos, pero únicamente Dios nos da la capacidad para ello. Significa someter nuestra propia voluntad a Dios en la más alta medida posible para que su perfecta vo­luntad pueda manifestarse en nosotros y a través de nosotros. Este paso es una respuesta a la oración que dice:
“Venga tú reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra (en vasos de barro(2 Corintios 4:7.)” (Mateo 6:10.)
1 Otros términos usados al mismo fin son: entrega, discipulado o dedicación.
Lo que en realidad quiere decir es que debemos permitir a Jesús que sea EL Rey y Señor de nuestras vidas.
“¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?” pregunto el rey David a su pueblo. (1 Crónicas 29:5.) El pueblo de Israel respondió voluntaria­mente y “de todo corazón”; dieron de sí y dieron sus bienes para la construcción del templo del Señor. A continuación, David elevó una hermosa oración, termi­nando con las conocidas palabras:
“Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tus manos lo damos.” (1 Crónicas 29:14.)
Nosotros y todo lo que tenemos, pertenece a Dios, pero habiéndonos dado libre albedrío, tiene que esperar a que seamos nosotros quienes le retribu­yamos voluntariamente.
De la manera en que somos salvos cuando por vez primera recibimos a Jesús, y sin embargo nuestra salvación continua día a día; de la manera en que recibimos el Espíritu Santo en un determinado mo­mento, de una vez y para siempre, pero debemos permitirle que nos llene día a día; así también tenemos que efectuar el acto inicial de la consagración, que también tendrá que ser renovado día a día, reuniendo las facetas de nuestra vida que parecieran haberse apartado de él, y juntarlos en el sitio donde deben estar. Muchos hay que han nacido de nuevo y han silo bautizados en el Espíritu Santo, que no se dan cuenta de la necesidad de consagrarse. Y, sin embar­go, la consagración es el único camino para una vida plena y victoriosa en Cristo.
La consagración se produce, entonces, cuando op­tamos caminar con Jesús, día a día; significa poner a Jesús en primer lugar en nuestras vidas y caminar con é1. “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo ó:33.) Jesús nos ha prometido estar siempre con nosotros, pero el creyente no consagrado pretende que Jesús le acompañe adonde él quiere ir, en tanto que la persona consagrada sigue a Jesús adonde Jesús quiere ir. Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día (someta su propia voluntad cada día) y sígame (Lucas 9:23)
Al llegar a este punto alguien puede plantear lo siguiente: “Todo esto suena muy bonito, pero ¿cómo aprender a hacerlo?” El mejor consejo que podemos dar es que debemos descubrir la diferencia que existe entre alma y espíritu. Ya hemos mencionado la im­portancia de comprender que no estamos reducidos a dos partes, -alma y cuerpo- como los anímales, sino que conformamos tres partes: espíritu, alma y cuerpo.
El espíritu (pneuma) es la parte mas recóndita de nuestro ser, que fue creado para tener comunión con Dios. Estaba muerto “en delitos y pecados” y cobró vida al hacernos cristianos, y Dios vino a morar justa­mente allí. Es en nuestro espíritu donde subyace ese conocimiento o testimonio interior de la voluntad de Dios. En la carta a los Colosenses leemos: “Porque en él (Jesús) habita toda la plenitud de la Deidad (Trinidad), y vosotros (los cristianos) estáis comple­tos en él.” (Colosenses 2:9-10.) En el evangelio de Juan, leemos lo que dijo Jesús: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en é1.” (Juan 14:16.) ¿Qué más podemos pedir cuando el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven en nuestro espíritu? Esta es la parte de nuestro ser denominada “nueva criatura” sitio en el cual nuestro espíritu se ha unido al Espíritu Santo y se han hecho uno solo. (1 Corintios 6:17.) Con frecuencia, esta es la parte más descuida­da de nuestro ser, siendo, como es, la mas impor­tante.
El alma (psiquis) es la parte del hombre que lo ha gobernado siempre, desde la caída. Esta compues­ta de tres partes: el intelecto la voluntad y las emo­ciones. El alma del cristiano ha llegado a un punto en que puede ser puesta en orden; todavía es una mezcla de bien y de mal. Resulta maravilloso cuando el alma se somete a Dios; pero cuando no lo está, puede bloquear lo que Dios quiere hacer en nosotros y a través nuestro. Si bien el “viejo hombre” fue crucificado con Cristo, todavía quedan restos del des­orden que dejó allí desde la época en que dominaba nuestra alma; la tarea de limpieza -en lenguaje bíblico- se llama santificación. ¡Esta esfera es un verdadero campo de batalla! Es el campo del “yo” que Jesús quiere que neguemos.
E1 cuerpo (soma) es el ámbito de los cinco sentidos gusto, tacto, olfato, vista y oído. El cuerpo es la casa donde habitan el alma y el espíritu, y el cuerpo del cristiano pasa a ser el templo del Espíritu Santo. (1 Corintios 6:19) Con el bautismo en el Espíritu Santo el cuerpo se llena hasta rebosar con la gloria de Dios. En tanto nuestros cuerpos -que todavía con­servan tendencias a caer- no controlen nuestras vi­das, antes bien son controlados por el Espíritu Santo y por nuestro estado de “nuevas criaturas”, expresaran la hermosura y el gozo del Señor. Dios tiene sus planes con respecto a nuestros cuerpos físicos, y los ejecutará en la medida en que seamos obedientes a la inspiración del Espíritu Santo y de su Palabra, referidas a su templo. Dios quiere que “seas pros­perado… y que tengas salud, así como prospera el alma”. (3 Juan 1:2.)
Nuestra situación en la vida puede ser comparada a lo que puede ocurrir en un gran trasatlántico. El capitán ha estado gravemente enfermo y durante el prolongado período que duró su enfermedad, no pudo ejercer el comando de la nave. La tripulación, bien entrenada, supo muy bien lo que tenía que hacer y tomó el control. Desgraciadamente, sin conocer ni el destino ni el propósito del viaje, navegan por el Océano sin rumbo fijo. Se suscitan disputas entre ellos, y queda muy poco combustible. Desde el mo­mento en que no conocen el arte de la navegación y por lo tanto como llegar a un puerto, no pueden rea­bastecerse. ¡La situación se ha tornado grave! Mi­lagrosamente, mejora el capitán, pero se da cuenta que le demandara un tiempo ganar nuevamente el control del buque. De vez en cuando la tripulación le presta atención, pero las mayoría de las veces le dicen “Vea, señor, hemos navegado mucho tiempo sin su ayuda, y sabemos hacerlo. Déjenos en paz.”
Nuestro espíritu, unido al Espíritu Santo, es quien debe -presuntuosamente- gobernar nuestra alma, y nuestra alma sometida debe -también presuntuosamente- gobernar nuestro cuerpo. Pero por mucho tiempo, sin embargo, desde el momento en que na­cimos, nuestro espíritu ha estado fuera de acción y nuestra alma y nuestro cuerpo han actuado por su propia cuenta. ¿Qué tiene que hacer el capitán del barco para tomar nuevamente el control? Lo que la tripulación desconoce es que las cosas volverán a la normalidad y todos serán felices, solamente cuan­do el capitán, con sus mapas y su brújula, y su co­nocimiento del mar, logre recuperar el control total de la situación. Además el capitán también sabe coómo manipular la radio para pedir ayuda y dar indi­caciones sobre la posición del barco, solicitando com­bustible y otros elementos necesarios. La paz y la felicidad volverán a reinar en el barco en el memento en que el capitán retome el control.
Para el cristiano, inmediatamente después de su bautismo en el Espíritu Santo, la presencia de Dios resulta tan real, que no le demanda ningún esfuerzo colocar a Dios en el primer lugar. Está primero en nuestra mente temprano a la mañana, es el tema favorito en nuestra conversación durante el día. Y es e último en quien pensamos antes de retirarnos a dor­mir. Su espíritu renovado (el capitán) esta por encima de su alma (la tripulación), y el cuerpo (el barco) fun­ciona de acuerdo a las directivas del capitán. Sucede que en algunas personas esta paz y orden duran más que en otras, pero bien pronto el alma comienza a forcejear para recuperar el control que le corresponde. Para que todo se desarrolle en orden, el cristiano tiene que tener una idea bien clara de la diferencia que hay entre su alma y su espíritu. Y esto lo puede saber aplicándose al estudio de las Escrituras.
“La Palabra de Dios es viva y eficaz, y mas cor­tante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las inten­ciones del corazón.” (Hebreos 4:12.)
¿Por qué la Biblia insiste en la necesidad de esta­blecer una clara división o separación o distinción entre el alma y el espíritu? El alma, como ya lo he­mos dicho, es una mezcla de bien y de mal. La Biblia nunca nos dice que debemos caminar o vivir en el alma, pero sí nos repite una y otra vez “andad en el Espíritu”, “vivid en el Espíritu”, “orad en el Espíritu”, “cantad en el Espíritu” ¡Nuestras almas podrán ser limpiadas, curadas, restauradas y utilizadas para la gloria de Dios, en la medida en que aprendamos a caminar en el Espíritu, sometiendo nuestras almas al Espíritu de Dios! Las palabras del salmista David nos parecen apropiadas a este respecto:
“Junto a aguas de reposo me pastoreará; confor­tará mi alma.” (Salmo 23:2-3.)
De la misma manera que somos tres partes -espíritu, alma y cuerpo- nuestras almas también están formadas por tres partes: intelecto, voluntad y emociones. Nuestro intelecto con forma una de la áreas mas difíciles de nuestra alma, en el intento de someternos a la obra del Espíritu Santo. Pareciera que es el que más hondo ha caído a causa del pecado original, ya que justamente fue el intelecto el que incursionó en las zonas prohibidas por Dios, y por allí entró el pecado en el mundo. Dijo al tentador: “Sabe Dios que el día que comías de él, serán abier­tos vuestros ojos y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5.)
Y desde entonces el hombre ha vivido de acuerdo a los razonamientos de su intelecto. Desde el primer grado de la escuela primaria se nos ha enseñado que el intelecto es la parte más importante en nuestras vidas, pero la educación no constituye la respuesta completa para cambiar el mundo. (La madre de Den­nis solía decir: “¡Si educamos a un diablo, lo más que podremos obtener es un diablo capaz!”). Satanás es un embaucador más hábil que el más hábil de los abogados criminalistas; no nos cabe la menor duda de que podrá engañar nuestro intelecto, si nuestro in­telecto es lo único con que contamos. Nuestra mente ha logrado acumular informaciones buenas y malas, verdaderas y falsas, y aun después de la conversión y del bautismo con el Espíritu Santo, toma tiempo efectivizar un cambio. Sin embargo, el intelecto es algo maravilloso siempre que este sometido a Dios y haya sido renovado por el Espíritu Santo.
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos”. Las palabras “transformado” y “transfigurado” provienen del mismo vocablo griego metamorfo, (de donde viene la palabra metamorfosis). “…por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y per­fecta” (Romanos 12:2.).
También dicen las Sagradas Escrituras: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo tam­bién en Cristo Jesús.” (Filipenses 2:5.)
No aceptemos, como nuestra, cualquier idea que surja en nuestra mente. Debemos investigar su ori­gen preguntándonos a nosotros mismos: ¿Vino de Dios? ¿Vino de mi nueva vida en Cristo? ¿Vino del enemigo? Es preciso que de inmediato eliminemos de nuestra vida los dardos de fuego y la dañina imaginación del enemigo. La tentación no constituye un pecado en sí, pero lo es cuando .nos solazamos con la tentación, que en última instancia nos hará caer en la mala acción. La Biblia dice “Refutando argumentos, y toda altivez que se le­vanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cau­tivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.” (2 Corintios 10:5.)
El “conocimiento de Dios” es que el creyente es una nueva criatura, de ahí que sus pensamientos serán sanos y buenos. Todo otro pensamiento que viene del enemigo o de la villa del alma y debe ser resis­tido. El creyente debe oponerse permanentemente a esos pensamientos desviados (se hará mas fácil el esfuerzo con el correr del tiempo) o, de lo contrario, volverá a su vieja manera de ser. Watchman Nee2 el gran líder chino, dice que hay muchos hijos de Dios que tienen corazones nuevos pero cabezas viejas.
La expresión “refutando argumentos” en el pasaje precedente, significa que es necesaria nuestra cooperación y aquí es donde entra en acción nuestra vo­luntad. La voluntad es el núcleo del alma, el lugar donde se hacen las elecciones y se toman las decisio­nes. Es el yo esencial, y ha sido usada para ejercitar la propia voluntad y no la voluntad de Dios. Dios le entregó al hombre una libre voluntad para que libre­mente pudiera decidir amarle, pero el mal uso que de la libre voluntad hizo el hombre, causó la muerte de Jesús. El libre albedrío fue adquirido por la muer­te de Jesús. Dios nunca nos quita el libre albedrío, pero todos los días debemos demostrarle nuestro amor a él, devolviéndole espontáneamente nuestra volun­tad. Esto, en otros términos, es la consagración
Dios no tiene ningún interés en que nosotros le obedezcamos como autómatas, porque en ese caso no tendríamos poder de decisión. Todos aquellos que aceptan que Dios se ha revelado en las Escrituras, y especialmente en Jesucristo, saben perfectamente bien que Dios quiere criaturas que vo­luntariamente desean que el haya dispuesto para ellos. No pierden sus voluntades; conscientemente, activa­mente, gozosamente, acomodan sus voluntades a la de él, porque sienten y conocen su amor, y porque están respondiendo a su amor. Dios nos dio libre albedrío, es decir, la potestad para elegir, para que pudiéramos amarle libremente y obedecerle también libremente. Dios quiere hijos, no robots. El Padre anhela la obediencia de sus hijos, porque los ama y quiere lo mejor para ellos. Los hijos, a su vez, desean obedecer al Padre, porque le aman.
Jesús, cuya voluntad era sin pecado y, por lo tanto, distinta de la nuestra, sirvió de ejemplo cuando nos dijo: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.” (Juan 5:30.)
Pudiera darse el caso de tener miedo de someter nuestra voluntad a la de Dios, porque el enemigo nos ha asustado diciéndonos cosas como: “Con toda se­guridad que Dios lo obligará a dejar la familia y lo enviará a un país lejano”, o “Dios te obligará a pararte en una esquina de tu pueblo a predicar a los transeúntes.” ¡No le prestemos atención!
Debemos dejar sentado con toda claridad en nues­tra mente, de una vez por todas, que Dios nos ama, y quiere lo mejor para nosotros; solamente andando de acuerdo a sus planes podremos rendir una vida fructífera, ahora y por la eternidad. ¡No debemos permi­tir que nada impida que Dios nos dé lo mejor!
También es la voluntad la que controla esa tercera parte de nuestras almas: nuestras emociones. Las emociones son los “sentimientos” del alma. Algunos cristianos tienen emociones que se parecen mucho a ese conocido juego de los niños llamado Yo-Yo. Hoy sienten que son salvos; mañana dudan y sienten que no son salvos. Hoy sienten que Dios los está guian­do; mañana no están seguros ni siquiera de si Dios sabe que ellos existen.
Como es obvio, nuestras emociones no son de fiar, y si procuramos guiar nuestras vidas según sus dic­tados, terminaremos en una total confusión. Hemos hecho mal uso de nuestras emociones en el pasado: arranques de mal humor, cediendo a la autoconmise­ración, etc. Nuestras vidas no pueden ser dirigidas por nuestros sentimientos; también ellas son una mez­cla del bien y del mal. Debemos manejarnos por el conocimiento interior que nace en nuestros espíritus y en concordancia con la Palabra de Dios. “Los sen­timientos no son hechos.” Por supuesto que esto no quiere decir, de ninguna manera, que la vida cristia­na deba estar desprovista de emociones, sino que Dios, en esta esfera de nuestra vida, también tiene una tarea que realizar con respecto a la sanidad y a la renovación de nuestro ser.
Si todavía no es una realidad en nuestras vidas, debemos dar ese paso de la consagración, que resulta fácil cuando aprendemos a discernir entre lo que es alma y lo que es espíritu. Es algo que exige nues­tro consentimiento y, cuando lo hacemos, se profun­diza, y todas las demás cosas ocupan su lugar en nuestras almas. No es pura casualidad que el capítulo cuarto de Hebreos hable de entrar en el reposo de Dios, justamente antes de explicar la necesidad de establecer una clara distinción entre el alma y el espíritu. El reposo es la consecuencia de vivir en el espíritu y no en el alma, pero muchos cristianos todavía tienen que aprender a reconocer esa diferen­cia. La salvación significa un descanso para el espíritu del hombre. “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan a la presencia del Señor tiempos de refrigerio.” (He­chos 3:19.) Jesús dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28.) El bautismo en el Espíritu Santo sig­nifica un rebosamiento de ese descanso que brinda reposo al alma. Isaías lo expresa de la siguiente ma­nera: “Porque en lenguas de tartamudos, y en extraña lengua hablara a este pueblo, a los cuales el dijo: Este es el reposo; dad reposo al cansado; y este es el re­frigerio…” (Isaías 28:11-12.) El intelecto entra en reposo cuando se somete a Dios, y el hablar en lenguas constituye uno de los medios más importantes para dejar que el Espíritu Santo renueve y refresque nues­tras mentes y almas. En la medida en que aprenda­mos a negar a nuestras almas el derecho de gober­narnos y caminemos en ese reposo con nuestras almas y espíritus sometidos al Señor, podrá Dios eliminar la “madera, el heno y la hojarasca” y establecer todo aquello que tenga valor permanente en nuestras vidas. (1 Corintios 3:12-13.) Jesús dijo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallarles descanso para vues­tras almas.” (Mateo 11:29.)
“Llevad mi yugo sobre vosotros.” Cuando uno de los bueyes (nosotros) es guiado por el otro (Jesús) estando ambos bajo el mismo yugo – los dos están sujetos a servidumbre y deben transportar la carga – el buey guía dirige al otro y soporta el mayor peso del trabajo. Cuando empezamos a acusar el peso de la carga, podemos estar seguros que estamos quitándole al Señor la dirección, y debemos retomar el lugar que nos corresponde, es decir, exactamente a la par de él. El peso de la carga puede compararse a un termómetro espiritual para advertirnos que el alma y no el espíritu esta tomando la iniciativa. La pesadez nos está di­ciendo que nuestras almas no están reposando en Cristo.
Cuidémonos de no volver atrás, a la época en que actuábamos de acuerdo a los dictados de nuestro per­vertido intelecto, de nuestras emociones y de nuestra propia voluntad, y en cambio mantengamos vivo el torrente que empezó en nuestro particular Pentecostés; la mente de Cristo que se manifiesta en nosotros, sus emociones fluyendo a través nuestro, y su vo­luntad cumplida en nosotros.
Esta oración podemos elevarla a nuestro Dios tal cual la transcribimos, o utilizando nuestras propias palabras:

Amado Padre celestial:
Te agradezco por los maravillosos dones de la salvación y el bautismo en el Espíritu Santo. ¡Las pala­bras son inadecuadas para expresar mi gratitud! Re­conozco que estos dones son gratuitos y que me los has dado, no por méritos propios, sino simplemente porque me amas. Ahora quiero darte lo único que tengo para dar… yo mismo. Bien sé que tu voluntad con respecto a mi vida es maravillosa, y te pido que tu perfecta voluntad se cumpla en mí y a través de mi persona, desde hoy en adelante. Ayúdame para que mi voluntad se someta a la tuya y ambas sean una sola voluntad. Pido a tu Hijo, Jesucristo, que venga y ocupe el trono de mi vida para que el reine como Señor.
Sé perfectamente que esto no lo puedo hacer ba­sado en mis propias fuerzas, pero confío en tu poten­cia y en tu diaria dirección para ayudarme. Gracias, Padre, por escuchar mi oración. ¡Alabado sea tu nombre!
Te lo pido en el nombre del Señor Jesús. Amén.


4 Cosas muy importantes:


1. La Salvación: Juan 10:9; Hechos 16:30-31; Romanos 10:9,13; Mateo 9:22; Lucas 7:50; Juan 3:16-17; Lucas 17: 19; 2 Timoteo 1:9; Tito 3:5.
2. Bautismo en el Espíritu Santo: Hechos 1:5, 8; 2:4; Efesios 5:18; Hechos 19:6; 8:17; 9:17; Hechos 10:45-46; 11:16.
3. Consagración, entrega total a Cristo, decidir hacer siempre su voluntad:
Juan 5:30; 8:29; Mateo 26:39; Marcos 14:36; Lucas 22:42; Romanos 12:2; Hechos 13:36; Juan 7:17; 9:31; Hebreos 10:7; 10:36; 13:21; 1 Pedro 4:2; 1 Juan 2:17. Efesios 5:17; Juan 20:21.
4. Saber el propósito de Dios para su vida, su llamado personal y enfocarse en él sin
desviarse nunca. “Dando fruto con perseverancia”.


Buenas obras. Ya sabemos que las buenas obras no nos dan el rótulo de buenos cristianos, pero la Biblia nos dice repetidamente que Dios nos premiara de acuerdo a lo que hayamos hecho. Amar al prójimo como a nosotros mismos significa alimentarlo cuan­do esta hambriento, vestirlo cuando le falte ropa, visitarlo cuando esta enfermo o en la prisión. Y, tal cual lo explicó Jesús, nues­tro prójimo no se reduce a nuestro vecino, sino a cualquier persona necesitada que recurra a nosotros. El apóstol Santiago afirma que es una burla decirle a alguien que tiene hambre y frío: ¡Dios te bendiga! ¡Caliéntate! ¡Aliménta­te!”, si no hacemos algo para ayudarlos.
La acción social de cristiano, de lo cual tanto se habla hoy en día, se reduce, en pocas palabras, a la acción del cristiano en el mundo dondequiera se en­cuentre. No se supone que la iglesia, como organi­zación, se transforme en un factor de poder político, pero los cristianos deben interesarse en la política, y traer sus convicciones con ellos. La iglesia, como organización, no debe intervenir directamente en las diferencias entre capital y trabajo, pero los cristianos que sean dirigentes en el campo del capital y del trabajo, deben participar con sus convicciones cuando se plantean las confrontaciones de los dos campos. El comerciante que está en Cristo, tratará a sus empleados como los trataría Cristo, y los em­pleados cristianos rendirán su jornada de trabajo como lo haría Jesús. La base de una verdadera “ac­ción social” es actuar según la premisa establecida en 1 Juan 4:17: “… como él es, así somos nosotros en este mundo.”
En compañía de toda la familia debemos participar colaborando con la obra de Dios sobre bases más amplias aun, ayudando al sostén del campo misione­ro, ayudando en los proyectos de la iglesia local, etc. Por supuesto, debemos contar con el Señor, quien nos dirigirá en todas estas cosas, pero que el “esperar en el Señor” no se convierta en una excusa para no hacer nada. El hacerla constituye una parte vital de nuestra vida y testimonios cristianos.
Cooperando con Dios. La palabra cooperar signifi­ca simplemente “trabajar juntos”, y la Escritura nos dice que Dios quiere que seamos colaboradores con él. (1 Corintios 3:9: 2 Corintios 6:1.) Todo esto quiere decir que si bien Dios nos ha creado como seres libres, él está pendiente de nuestra colabora­ción para introducir su amor al mundo.
El Señor Jesús no escribió ningún libro, pero el más importante de todos los libros del mundo es­cribe sobre él; nunca viajó más allá de unos pocos kilómetros de su lugar de nacimiento, y sin embargo trazó un plan para alcanzar los lugares mas remotos del mundo. Después de limpiarlos de sus pecados, lle­nó a sus seguidores con el amor, el gozo y el poder de Dios, y los envió para derramar ese gozo, ese amor y ese poder sobre otros y decirles que ellos también podían ser perdonados y llenados de la gloria y del poder de Dios. En esto consisten las buenas nuevas, el Evangelio, y las personas que lo escuchan y lo aceptan forman parte del pueblo de Dios, la Iglesia.
Es un método notablemente eficaz, pues si una persona recibe hoy a Cristo, y al mismo tiempo recibe un mayor poder para testificar recibiendo el bautismo en el Espíritu Santo, y mañana ayuda a otros dos a recibirlo, asegurándose de que estos también sean bautizados en e1 Espíritu Santo, y a su vez esas dos personas alcanzan a cuatro en el día subsiguiente, y esos cuatro ganen a ocho, y se continúa en esa pro­gresión geométrica, en un mes, es decir en treinta y un días se habrán alcanzado y ganado para el reino de Dios, !mil millones de personas! 1


1Esta multiplicación extraordinaria se daría en el caso de que cada cristiano ganara solamente dos personas para Dios durante toda su vida. Como es de imaginar, un cristiano que cuenta con el poder de Dios debería orar pidiendo 1a oportunidad de testifi­car por Cristo todos les días, para que durante su existencia centenares de personas fueran ganadas para Cristo
Este es el principio sobre el cual se basó Jesús para alcanzar al mundo: cada persona contándole a los demás, y ellos, a su vez, a otros, hasta que sean millones los que estén llenos de la gloria de Dios en toda la redondez de la tierra. Este plan de acción ha sido iniciado una y otra vez, y luego ha fracasado, debido a la infidelidad y a lo olvidadizo del ser huma­no, y a la confusión y a las desviaciones provocadas por el enemigo. Pero mayormente el fracaso se ha debido a que el mensaje fue transmitido solo par­cialmente: perdón sin poder. Hoy en día. sin embar­go, nuevamente es proclamado el “Evangelio comple­to”, no solamente el hecho esencial de que Dios perdona y ama a su pueblo, sino que al hacerlo les da poder para ganar a otros. El plan de Dios es que millones de hombres y mujeres, y también de niños, en todo el mundo, sean portadores de su mensaje de amor, perdón, sanidad y poder para toda la humani­dad. Estamos viviendo la era del reavivamiento de la iglesia, ¡y es algo tan emocionante! En todo el mundo la gente está descubriendo qué maravilloso es hablar a los demás sobre Jesús y el poder del Espíritu Santo, ¡y sabemos que el plan de Dios no fracasará! Bien pudiera ser este el último avivamiento antes de la venida del Señor. Esperamos y oramos para que este libro ayude a muchos a cooperar con Dios y que, como hijos y colaboradores seamos llenados, hasta rebosar, con su gran gozo.

Capítulo 15 – Consagración – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett


Ya hemos hablado de dos experiencias cristianas básicas, siendo la más importante la salvación, y en segundo lugar el bautismo con el Espíritu Santo. Ambas se dan en forma gratuita a quienquiera que las pida y nada puede hacerse para ganarlas.
También puede darse un paso vital, que podríamos denominar consagración.’ Los dos primeros pasos los ofrece Dios para nuestra aceptación, mientras que en la consagración, nosotros nos damos a Dios:
“Así que, hermanos, os ruego… que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo (consagra­do), agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” (Romanos 12:1.)
Pablo esta hablando a los “hermanos”, a creyentes que son salvos y sin duda bautizados en el Espíritu Santo. La consagración es algo que nosotros hacemos, pero únicamente Dios nos da la capacidad para ello. Significa someter nuestra propia voluntad a Dios en la más alta medida posible para que su perfecta vo­luntad pueda manifestarse en nosotros y a través de nosotros. Este paso es una respuesta a la oración que dice:
“Venga tú reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra (en vasos de barro (2 Corintios 4:7.)” (Mateo 6:10.)
1 Otros términos usados al mismo fin son: entrega, discipulado o dedicación.
Lo que en realidad quiere decir es que debemos permitir a Jesús que sea EL Rey y Señor de nuestras vidas.
“¿Y quien quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?” pregunto el rey David a su pueblo. (1 Crónicas 29:5.) El pueblo de Israel respondió voluntaria­mente y “de todo corazón”; dieron de si y dieron sus bienes para la construcción del templo del Señor. A continuación David elevo una hermosa oración, termi­nando con las conocidas palabras:
“Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tus manos lo damos.” (1 Crónicas 29:14.)
Nosotros y todo lo que tenemos pertenecemos a Dios, pero habiéndonos dado libre albedrío, tiene que esperar a que seamos nosotros quienes le retribu­yamos voluntariamente.
De la manera en que somos salvos cuando por vez primera recibimos a Jesús, y sin embargo nuestra salvación continua día a día; de la manera en que recibimos el Espíritu Santo en un determinado mo­mento, de una vez y para siempre, pero debemos permitirle que nos llene día a día; así también tenemos que efectuar el acto inicial de la consagración, que también tendrá que ser renovado día a día, reuniendo las facetas de nuestra vida que parecieran haberse apartado de el, y juntarlos en el sitio donde deben estar. Muchos hay que han nacido de nuevo y han silo bautizados en el Espíritu Santo, que no se dan cuenta de la necesidad de consagrarse. Y, sin embar­go, la consagración es el único camino para una vida plena y victoriosa en Cristo.
La consagración se produce, entonces, cuando op­tamos caminar con Jesús, día a día; significa poner a Jesús en primer lugar en nuestras vidas y caminar con e1. “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:33.) Jesús nos ha prometido estar siempre con nosotros, pero el creyente no consagrado pretende que Jesús le acompañe adonde el quiere ir, en tanto que la persona consagrada sigue a Jesús adonde Jesús quiere ir. Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz cada día (someta su propia voluntad cada día) y sígame (Lucas 9:23)
Al llegar a este punto alguien puede plantear lo siguiente: “Todo esto suena muy bonito, pero ¿como aprender a hacerlo?” El mejor consejo que podemos dar es que debemos descubrir la diferencia que existe entre alma y espíritu. Ya hemos mencionado la im­portancia de comprender que no estamos reducidos a dos partes, -alma y cuerpo- como los anímales, sino que conformamos tres partes: espíritu, alma y cuerpo.
El espíritu (pneuma) es la parte mas recóndita de nuestro ser, que fue creado para tener comunión con Dios. Estaba muerto “en delitos y pecados” y cobro vida al hacernos cristianos, y Dios vino a morar justa­mente allí. Es en nuestro espíritu donde subyace ese conocimiento o testimonio interior de la voluntad de Dios. En la carta a los Colosenses leemos: “Porque en el Jesús} habita toda la plenitud de la Deidad Trinidad], y vosotros los cristianos] estáis comple­tos en el.” (Colosenses 2:9-10.) En el evangelio de Juan, leemos lo que dijo Jesús: “El que me ama, mi palabra guardara; y mi Padre lo amara, y vendremos a el, y haremos morada en e1.” (Juan 14:16.) ¿Que mas podemos pedir cuando el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven en nuestro espíritu? Esta es la parte de nuestro ser denominada “nueva criatura” sitio en el cual nuestro espíritu se ha unido al Espíritu Santo y se han hecho uno solo. (1 Corintios 6:17.) Con frecuencia esta es la parte mas descuida­da de nuestro ser, siendo, como es, la mas impor­tante.
El alma (psiquis) es la parte del hombre que lo ha gobernado siempre, desde la caída. Esta compues­ta de tres partes: el intelecto la voluntad y las emo­ciones. El alma del cristiano ha llegado a un punto en que puede ser puesta en orden; todavía es una mezcla de bien y de mal. Resulta maravilloso cuando el alma se somete a Dios; pero cuando no lo esta, puede bloquear lo que Dios quiere hacer en nosotros y a través nuestro. Si bien el “viejo hombre” fue crucificado con Cristo, todavía quedan restos del des­orden que dejo allí desde la época en que dominaba nuestra alma; la tarea de limpieza -en lenguaje bíblico- se llama santificación; Esta esfera es un verdadero campo de batalla! Es el campo del “yo” que Jesús quiere que neguemos.
E1 cuerpo (soma) es el Ámbito de los cinco sentidos gusto, tacto, olfato, vista y oído. El cuerpo es la casa donde habitan el alma y el espíritu, y el cuerpo del cristiano pasa a ser el templo del espíritu Santo. (1 Corintios 6:19) Con el bautismo en el espíritu Santo el cuerpo se llena, hasta rebosar, con la gloria de Dios. En tanto nuestros cuerpos -que todavía con­servan tendencias a caer- no controlen nuestras vi­das, antes bien son controlados por el Espíritu Santo y por nuestro estado de “nuevas criaturas”, expresaran la hermosura y el gozo del Señor. Dios tiene sus planes con respecto a nuestros cuerpos físicos, y los ejecutara en la medida en que seamos obedientes a la inspiración del Espíritu Santo y de su Palabra, referidas a su templo. Dios quiere que “seas pros­perado… y que tengas salud, así como prospera el alma”. (3 Juan 1:2.)
Nuestra situación en la vida puede ser comparada a lo que puede ocurrir en un gran trasatlántico. El capitán ha estado gravemente enfermo y durante el prolongado periodo que duro su enfermedad, no pudo ejercer el comando de la nave. La tripulación, bien entrenada, supo muy bien lo que tenía que hacer y tomo el control. Desgraciadamente, sin conocer ni el destino ni el propósito del viaje, navegan por el Océano sin rumbo fijo. Se suscitan disputas entre ellos, y queda muy poco combustible. Desde el mo­mento en que no conocen el arte de la navegación y por lo tanto como llegar a un puerto, no pueden rea­bastecerse. La situación se ha tornado grave, ¡mi­lagrosamente mejora el capitán!, pero se da cuenta que le demandara un tiempo ganar nuevamente el control del buque. De vez en cuando la tripulación le presta atención, pero las mas de las veces le dicen “Vea, señor, hemos navegado mucho tiempo sin su ayuda, y sabemos hacerlo. “Déjenos en paz’.”
Nuestro espíritu, unido al Espíritu Santo, es quien debe -presuntamente- gobernar nuestra alma, y nuestra alma sometida debe -también presuntamente- gobernar nuestro cuerpo. Pero por mucho tiempo, sin embargo, desde el momento en que na­cimos, nuestro espíritu ha estado fuera de acción y nuestra alma y nuestro cuerpo han actuado por su propia cuenta. ¿Que tiene que hacer el capitán del barco para tomar nuevamente el control? Lo que la tripulación desconoce es que las cosas volverán a la normalidad y todos serán felices, solamente cuan­do el capitán, con sus mapas y su brújula, y su co­nocimiento del mar, logre recuperar el control total de la situación. Además el capitán también sabe co­mo manipular la radio para pedir ayuda y dar indi­caciones sobre la posición del barco, solicitando com­bustible y otros elementos necesarios. La paz y la felicidad volverán a reinar en el barco en el memento en que el capitán retome el control.
Para el cristiano, inmediatamente después de su bautismo en el Espíritu Santo, la presencia de Dios resulta tan real, que no le demanda ningún esfuerzo colocar a Dios en el primer lugar. Está primero en nuestra mente temprano a la mañana, es el tema favorito en nuestra conversación durante el día. Y el último en quien pensamos antes de retirarnos a dor­mir. Su espíritu renovado (el capitán) esta por encima de su alma (la tripulación), y el cuerpo (el barco) fun­ciona de acuerdo a las directivas del capitán. Sucede que en algunas personas esta paz y orden duran mas que en otras, pero bien pronto el alma comienza a forcejear para recuperar el control que le corresponde. Para que todo se desarrolle en orden, el cristiano tiene que tener una idea bien clara de la diferencia que hay entre su alma y su espíritu. Y esto lo puede saber aplicándose al estudio de las Escrituras.
“La Palabra de Dios es viva y eficaz, y mas cor­tante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las inten­ciones del corazón.” (Hebreos 4:12.)
¿Por que la Biblia insiste en la necesidad de esta­blecer una clara división o separación o distinción entre el alma y el espíritu? El alma, como ya lo he­mos dicho, es una mezcla de bien y de mal. La Biblia nunca nos dice que debemos caminar o vivir en el alma, pero si nos repite una y otra vez  ¡”andad en el Espíritu”, “vivid en el Espíritu”, “orad en el Espíritu”, “cantad en el Espíritu” ¡Nuestras almas podrán ser limpiadas, curadas, restauradas y utilizadas para la gloria de Dios, en la medida en que aprendamos a caminar en el Espíritu, sometiendo nuestras almas al Espíritu de Dios. Las palabras del salmista David nos parecen apropiadas a este respecto:
“Junto a aguas de reposo me pastoreara; confor­tara mi alma.” (Salmo 23:2-3.)
De la misma manera que somos tres partes -espíritu, alma y cuerpo- nuestras almas también están formadas por tres partes: intelecto, voluntad y emociones. Nuestro intelecto con forma una de la áreas mas difíciles de nuestra alma, en el intento de someternos a la obra del Espíritu Santo. Pareciera que es el que mas hondo ha caído a causa del pecado original, ya que justamente fue el intelecto el que incursiono en las zonas prohibidas por Dios, y por allí entro el pecado en el mundo. Dijo al tentador:
“Sabe Dios que el día que comías de el, serán abier­tos vuestros ojos y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5.)
Y desde entonces el hombre ha vivido de acuerdo a los razonamientos de su intelecto. Desde el primer grado de la escuela primaria se nos ha enseñado que el intelecto es la parte más importante en nuestras vidas, pero la educación no constituye la respuesta completa para cambiar el mundo. (La madre de Den­nis solía decir: “! Si educamos a un diablo, lo mas que podremos obtener es un diablo capaz!”) Satanás es un embaucador más hábil que el más hábil de los abogados criminalistas; no nos cabe la menor duda de que podrá engañar nuestro intelecto, si nuestro in­telecto es lo único con que contamos. Nuestra mente ha logrado acumular informaciones buenas y malas, verdaderas y falsas, y aun después de la conversión y del bautismo con el Espíritu Santo, toma tiempo efectivizar un cambio. Sin embargo, el intelecto es algo maravilloso siempre que este sometido a Dios y haya sido renovado por el Espíritu Santo.
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos mas palabras transformado y transfigurado provienen del mismo vocablo griego metamorfo, de donde viene la palabra metamorfosis] por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y per­fecta.” (Romanos 12:2.) También dicen las Sagradas Escrituras
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo tam­bién en Cristo Jesús.” (Filipenses 2:5.)
No aceptemos, como nuestra, cualquier idea que surja en nuestra mente. Debemos investigar su ori­gen preguntándonos a nosotros mismos: ¿Vino de Dios? .Vino de mi nueva vida en Cristo? Vino del enemigo? Es preciso que de inmediato eliminemos de nuestra vida los dardos de fuego y la dañina imaginación del enemigo. La tentación no constituye un pecado en si, pero lo es cuando .nos solazamos con la tentación, que en última instancia nos hará caer en la mala acción. La Biblia dice “Refutando argumentos, y toda altivez que se le­vanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cau­tivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.” (2 Corintios 10:5.)
El “conocimiento de Dios” es que el creyente es una nueva criatura, de ahí que sus pensamientos serán sanos y Buenos. Todo otro pensamiento viene del enemigo o de la villa del alma y debe ser resis­tido. El creyente debe oponerse permanentemente a esos pensamientos desviados (se hará mas fácil el esfuerzo con el correr del tiempo) o, de lo contrario, volverá a su vieja manera de ser. Watchman Nee, 2 el gran líder chino dice que hay muchos hijos de Dios que tienen corazones nuevos pero cabezas viejas.
La expresión “refutando argumentos” en el pasaje precedente, significa que es necesaria nuestra cooperación y aquí es donde entra en acción nuestra vo­luntad. La voluntad es el núcleo del alma, el lugar donde se hacen las elecciones y se toman las decisio­nes. Es el yo esencial, y ha sido usada para ejercitar la propia voluntad y no la voluntad de Dios. Dios le entrego al hombre una libre voluntad para que libre­mente pudiera decidir amarle, pero el mal uso que de la libre voluntad hizo el hombre, causo la muerte de Jesús. El libre albedrío fue adquirido por la muer­te de Jesús. Dios nunca nos quita el libre albedrío, pero todos los días debemos demostrarle nuestro amor a el, devolviéndole, espontáneamente, nuestra volun­tad. Esto, en otros términos, es la consagración
Dios no tiene ningún interés en que nosotros le obedezcamos como autómatas, porque en ese caso no tendríamos poder de decisión. Todos aquellos que aceptan que Dios se ha revelado en las Escrituras, y especialmente en Jesucristo, saben perfectamente bien que Dios quiere criaturas que vo­luntariamente desean que el haya dispuesto para ellos. No pierden sus voluntades; conscientemente, activa­mente, gozosamente, acomodan sus voluntades a la de el, porque sienten y conocen su amor, y porque están respondiendo a su amor. Dios nos dio libre albedrío, es decir, la potestad para elegir, para que pudiéramos amarle libremente y obedecerle también libremente. Dios quiere hijos, no robots. El Padre anhela laobediencia de sus hijos, porque los ama y quiere lo mejor para ellos. Los hijos, a su vez, desean obedecer al Padre, porque le aman.
Jesús, cuya voluntad era sin pecado y, por lo tanto, distinta de la nuestra, sirvió de ejemplo cuando nos dijo: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.” (Juan 5:30.)
Pudiera darse el caso de tener miedo de someter nuestra voluntad a la de Dios, porque el enemigo nos ha asustado diciéndonos cosas como: “Con toda se­guridad que Dios lo obligara a dejar la familia y lo enviara a un país lejano”, o “Dios te obligara a pararte en una, esquina de tu pueblo a predicar a los transeúntes.” ¡No, le prestemos atención!
Debemos dejar sentado con toda claridad en nues­tra mente, de una vez por todas, que Dios nos ama, y quiere lo mejor para nosotros; solamente andando de acuerdo a sus planes podremos rendir una vida fructífera, ahora y por la eternidad. ¡No debemos permi­tir que nada impida que Dios nos de lo mejor!
También es la voluntad la que controla esa tercera parte de nuestras almas: nuestras emociones. Las emociones son los “sentimientos” del alma. Algunos cristianos tienen emociones que se parecen mucho a ese conocido juego de los niños llamado Yo-Yo. Hoy sienten que son salvos; mañana dudan y sienten que no son salvos. Hoy sienten que Dios los esta guian­do; mañana no están seguros ni siquiera de si Dios sabe que ellos existen.
Como es obvio, nuestras emociones no son de fiar, y si procuramos guiar nuestras vidas según sus dic­tados, terminaremos en una total confusión. Hemos hecho mal uso de nuestras emociones en el pasado: arranques de mal humor, cediendo a la autoconmise­ración, etc. Nuestras vidas no pueden ser dirigidas por nuestros sentimientos; también ellas son una mez­cla del bien y del mal. Debemos manejarnos por el conocimiento interior que nace en nuestros espíritus y en concordancia con la Palabra de Dios. “Los sen­timientos no son hechos.” Por supuesto que esto no quiere decir, de ninguna manera, que la vida cristia­na deba estar desprovista de emociones, sino que Dios, en esta esfera de nuestra vida, también tiene una tarea que realizar con respecto a la sanidad y a la renovación de nuestro ser.
Si todavía no es una realidad en nuestras vidas, debemos dar ese Paso de la consagración, que resulta fácil cuando aprendemos a discernir entre lo que es alma y lo que es espíritu. Es algo que exige nues­tro consentimiento y, cuando lo hacemos, se profun­diza, y todas las demás cosas ocupan su lugar en nuestras almas. No es pura casualidad que el capitulo cuarto de Hebreos hable de entrar en el reposo de Dios, justamente antes de explicar la necesidad de establecer una clara distinción entre el alma y el espíritu. El reposo es la consecuencia de vivir en el espíritu y no en el alma, pero muchos cristianos todavía tienen que aprender a reconocer esa diferen­cia. La salvación significa un descanso para el espíritu del hombre. “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan a la presencia del Señor tiempos de refrigerio.” (He­chos 3:19.) Jesús dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28.) El bautismo en el Espíritu Santo sig­nifica un rebosamiento de ese descanso que brinda reposo al alma. Isaías lo expresa de la siguiente ma­nera: “Porque en lenguas de tartamudos, y en extraña lengua hablara a este pueblo, a los cuales el dijo: Este es el reposo; dad reposo al cansado; y este es el re­frigerio…” (Isaías 28:11-12.) El intelecto entra en reposo cuando se somete a Dios, y el hablar en lenguas constituye uno de los medios más importantes para dejar que el Espíritu Santo renueve y refresque nues­tras mentes y almas. En la medida en que aprenda­mos a negar a nuestras almas el derecho de gober­narnos y caminemos en ese reposo con nuestras almas y espíritus sometidos al Señor, podrá Dios eliminar la “madera, el heno y la hojarasca” y establecer todo aquello que tenga valor permanente en nuestras vidas. (1 Corintios 3:12-13.) Jesús dijo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón; y hallarles descanso para vues­tras almas.” (Mateo 11:29.)
“Llevad mi yugo sobre vosotros.” Cuando uno de los bueyes (nosotros) es guiado por el otro (Jesús) estando ambos bajo el mismo yugo – los dos están sujetos a servidumbre y deben transportar la carga – el buey guía dirige al otro y soporta el mayor peso del trabajo. Cuando empezamos a acusar el peso de la carga, podemos estar seguros que estamos quitándole al Señor la dirección, y debemos retomar el lugar que nos corresponde, es decir, un paso detrás de el. El peso de la carga puede compararse a un termómetro espiritual para advertirnos que el alma y no el espíritu esta tomando la iniciativa. La pesadez nos esta di­ciendo que nuestras almas no están reposando en Cristo.
Cuidémonos de no volver atrás, a la época en que actuábamos de acuerdo a los dictados de nuestro per­vertido intelecto, de nuestras emociones y de nuestra propia voluntad, y en cambio mantengamos vivo el torrente que empezó en nuestro particular Pentecostés; la mente de Cristo que se manifiesta en nosotros, sus emociones fluyendo a través nuestro, y su vo­luntad cumplida en nosotros.
Esta oración podemos elevarla a nuestro Dios tal cual la transcribimos, o utilizando nuestras propias palabras:
Amado Padre celestial:
Te agradezco por los maravillosos dones de la salvación y el bautismo en el Espíritu Santo. ¡Las pala­bras son inadecuadas para expresar mi gratitud! Re­conozco que estos dones son gratuitos y que me los has dado, no por meritos propios, sino simplemente porque me amas. Ahora quiero darte lo único que tengo para dar… yo mismo. Bien se que la voluntad, con respecto a mi vida, es maravillosa y te pido que tu perfecta voluntad se cumpla en mi y a través de mi persona, desde hoy en adelante. Ayúdame para que mi voluntad se someta a la tuya y ambas sean una sola voluntad. Pido a tu Hijo, Jesucristo, que venga y ocupe el trono de mi vida para que el reine como Señor.
Se perfectamente que esto no lo puedo hacer ba­sado en mis propias fuerzas, pero confío en tu poten­cia y en tu diaria dirección para ayudarme. Gracias, Padre, por escuchar mi oración. ¡Alabado sea tu nombre!
Te lo pido en el nombre del Señor Jesús,
Amen.


Buenas obras. Ya sabemos que las buenas obras no nos dan el rótulo de buenos cristianos, pero laBiblia nos dice repetidamente que Dios nos premiara de acuerdo a lo que hayamos hecho. Amar al prójimo como a nosotros mismos significa alimentarlo cuan­do esta hambriento, vestirlo cuando le falte ropa, visitarlo cuando esta enfermo o en la prisión. Y nues­tro prójimo no se reduce a nuestro vecino, tal cual lo explicó Jesús, sino a cualquier persona necesitada que recurra a nosotros. El apóstol Santiago afirma que es una burla decirle a alguien que tiene hambre y frío: ¡Dios te bendiga! ¡Caliéntate! !Aliménta­te!”, si no hacemos algo para ayudarlos.
La acción social de cristiano, de lo cual tanto se habla hoy en día, se reduce, en pocas palabras, a la acción del cristiano en el mundo dondequiera se en­cuentre. No se supone que la iglesia, como organi­zación, se transforme en un factor de poder político, pero los cristianos deben interesarse en la política, y traer sus convicciones con ellos. La iglesia, como organización, no debe intervenir directamente en las diferencias entre capital y trabajo, pero los cristia­nos que sean dirigentes en el campo del capital y del trabajo, deben participar con sus convicciones cuando se plantean las confrontaciones de los dos campos. El comerciante que esta en Cristo, tratara a sus empleados como los trataría Cristo, y los em­pleados cristianos rendirán su jornada de trabajo como lo haría Jesús. La base de una verdadera “ac­ción social” es actuar según la premisa establecida en 1 Juan 4:17: “… como él es, así somos nosotros en este mundo.”
En compañía de toda la familia debemos participar colaborando con la obra de Dios sobre bases más amplias aun, ayudando al sostén del campo misione­ro, ayudando en los proyectos de la iglesia local, etc. Por supuesto debemos contar con el Señor, quien nos dirigirá en todas estas cosas, pero que el “esperar en el Señor” no se convierta en una excusa para no hacer nada. El hacerla constituye una parte vital de nuestra vida y testimonios cristianos.
Cooperando con Dios. La palabra cooperar signifi­ca simplemente “trabajar juntos”, y la Escritura nos dice que Dios quiere que seamos colaboradores con el. (1 Corintios 3:9: 2 Corintios 6:1.) Todo esto quiere decir que si bien Dios nos ha creado como seres libres, él esta pendiente de nuestra colabora­ción para introducir su amor al mundo.
El Señor Jesús no escribió ningún libro, pero el mas importante de todos los libros del mundo es­cribe sobre el; nunca viajó mas allá de unos pocos kilómetros de su lugar de nacimiento, y sin embargo trazó un plan para alcanzar los lugares mas remotos del mundo. Después de limpiarlos de sus pecados, lle­nó a sus seguidores con el amor, el gozo y el poder de Dios, y los envió para derramar ese gozo, ese amor y ese poder sobre otros y decirles que ellos también podían ser perdonados y llenados de la gloria y del poder de Dios. En esto consisten las buenas nuevas, el evangelio, y las personas que lo escuchan y lo aceptan forman parte del pueblo de Dios, la Iglesia.
Es un método notablemente eficaz, pues si una persona recibe hoy a Cristo, y al mismo tiempo recibe un mayor poder para testificar recibiendo el bautismo en el Espíritu Santo, y mañana ayuda a otros dos a recibirlo, asegurándose de que estos también sean bautizados en e1 Espíritu Santo, y a su vez esas dos personas alcanzan a cuatro en el día subsiguiente, y esos cuatro ganen a ocho, y se continua en esa pro­gresión geométrica, en un mes, es decir en treinta y un días se habrán alcanzado y ganado para el reino de Dios, !mil millones de personas! 1


1Esta multiplicación extraordinaria se daría en el caso de que cada cristiano ganara solamente dos personas para Dios durante toda su vida. Como es de imaginar, un cristiano que cuenta con el poder de Dios debería orar pidiendo 1a oportunidad de testifi­car por Cristo todos les días, para que durante su existencia centenares de personas fueran ganadas para Cristo
Este es el principio sobre el cual se baso Jesús para alcanzar al mundo: cada persona contándole a los demás, y ellos, a su vez, a otros, hasta que sean millones los que estén llenos de la gloria de Dios en toda la redondez de la tierra. Este plan de acción ha sido iniciado una y otra vez, y luego ha fracasado, debido a la infidelidad y a lo olvidadizo del ser huma­no, y a la confusión y a las desviaciones provocadas por el enemigo. Pero mayormente el fracaso se ha debido a que el mensaje fue transmitido solo par­cialmente: perdón sin poder. Hoy en día, sin embar­go, nuevamente es proclamado el “Evangelio Comple­to” no solamente el hecho esencial de que Dios perdona y ama a su pueblo, sino que al hacerlo les da poder para ganar a otros. El plan de Dios es que millones de hombres y de mujeres, y también de niños, en todo el mundo, sean portadores de su mensaje de amor, perdón, sanidad y poder para toda la humani­dad. Estamos viviendo la era del reavivamiento de la iglesia, ¡y es algo tan emocionante! En todo el mundo la gente esta descubriendo que maravilloso es hablar a los demás sobre Jesús y el poder del Espíritu Santo, ¡y sabemos que el plan de Dios no fracasara! Bien pudiera ser este el último avivamiento antes de la venida del Señor. Esperamos y oramos para que este libro ayude a muchos a cooperar con Dios y que, como hijos y colaboradores seamos llenados, hasta rebosar, con su gran gozo.
Capítulo 1.  El Primer Paso

Capítulo 1. El Primer Paso

Varios años atrás, en uno de los estados de Nueva Inglaterra, la esposa de un comerciante cristiano, ami­go nuestro, lavaba los platos que habían sido utilizados para el desayuno, cuando escucho que llamaban a la puerta de calle. Al salir para atender el llamado vio a su vecina, parada en la vereda y con una mirada de infinita tristeza en los ojos.
-He venido para despedirme- le dijo la visita-. Por mucho tiempo hemos sido vecinas, y si bien no nos hemos tratado mayormente, he creído oportuno informarle que nos mudamos.
-¿Por que?- le preguntó la dueña de casa-. ¿Ha conseguido un nuevo puesto su marido, o algo por el estilo? Pase, por favor y tome asiento. Dígame qué ha sucedido.
La vecina se dejo caer pesadamente en una silla. -No- dijo -no se trata de eso. Vamos a perder la casa, porque no podemos pagar las cuotas. También perderemos el automóvil.
Sin decir otra palabra se quedo mirando fijamente sus manos abiertas que descansaban sobre su falda. Luego levanto los ojos. -Ya que estamos, le contare toda la historia. Juan y yo nos vamos a divorciar.
-Pero ¿Por qué? ¿Qué puede haber sucedido?
-Tanto mi esposo como yo somos alcohólicos em­pedernidos- dijo tristemente la mujer-. No podemos librarnos del vicio. Hemos perdido nuestro dinero y prácticamente todos nuestros bienes. Lo que más nos aflige es nuestro niño; no quisiéramos que fuera la victima de un hogar destrozado, con todo lo que eso significa.
La pobre mujer estaba al borde de las lágrimas.
-Pero- dijo la esposa de nuestro amigo -¿no sabes que hay una solución?
La vecina levantó la vista bruscamente: -¿Qué quieres decir? Hemos probado todos los medios. No podemos cumplir con el programa que nos fijó la sociedad de Alcohólicos Anónimos. Hemos consul­tado a un psiquiatra, pero aun en el caso de que fuera esa la solución, no tenemos el dinero para pagar las consultas.
-¿Por qué no le pides a Jesús que te ayude?
Ahora fue la vecina la que se quedo perpleja. -¿Je­sús? ¿Qué tiene que ver él con todo esto?
– ¡Por supuesto que tiene que ver! ¡El es el Salvador!- exclamó la esposa de nuestro amigo.
-Oh- dijo la vecina -estás hablando de religión y todo eso. Yo soy religiosa. Es decir, creo en Dios, y siempre traté de ser una persona decente.
Se rió haciendo una mueca, y añadió. Por lo visto no lo he logrado.
-No, no, no es eso lo que quiero decir. Me refiero a que Jesús es el Salvador, él salva, rescata a la gente. El te librara de tu situación, si le pides que se haga cargo de todo. Supongo que quieres salir del hoyo en que te encuentras. Es decir, que quieres ser diferente, que quieres ordenar tu vida.
La vecina miro por un instante a la dueña de casa. -Nunca nadie me lo dijo de esa manera- exclamo-. ¿Quieres decir que es así de simple? ¿Solamente pedirle a el?
La esposa de nuestro amigo asintió. -¡Aja! El vive y está aquí mismo. ¡El lo hará!
La vecina permaneció por un rato en silencio y luego, de pronto, se dejó caer sobre sus rodillas y levantó las manos en un gesto de rendición. -No sé cómo expresarlo- dijo –pero te ruego, Jesús, que me ayudes a salir de este problema. ¡Por favor te pido que te hagas cargo!
A continuación se puso de pie y sin más se fue a su casa.
Dos días después el marido de la vecina tocó tam­bién el a la puerta de calle. -¿Qué ha pasado con mi esposa?- preguntó con aspereza. ; ¡Yo también quiero de lo mismo!
Los esposos cristianos le explicaron al hombre la realidad de lo que había experimentado su esposa, y le llegó el turno a el de ponerse de rodillas sobre el piso de la cocina y pedirle a Jesús que se hiciera cargo de su vida.
¿Qué sucedió después? Desapareció el problema del alcohol, que no era más que un síntoma del vacío de sus vidas. No se perdió el hogar. No se disolvió el matrimonio. Jesús salva. Jesús salvó su hogar, su matrimonio, su salud, y probablemente sus vidas. Jesús no duda un instante en acudir de inmediato para solucionar las necesidades mas apremiantes de la gente. Recordemos que dos de sus grandes milagros los hizo para dar de comer a los hambrientos. A decir verdad, casi todos sus milagros fueron para satisfacer las necesidades físicas de la gente. Ocurre a menudo que el primer paso a dar para ser cristianos es nada más que un grito en demanda de ayuda. Hechos 2:21; Romanos 10:13; Sal 103:1-2.
Pero otras cosas ocurrieron, además, al matrimonio de ex-alcohólicos. Toda su vida sufrió un cambio notable. Eran diferentes. Algo sucedió dentro de ellos.
La palabra “salvar” en nuestras Biblias, traduce el original griego sozo que significa, de acuerdo a nuestro vocabulario; “proteger o rescatar de peligros naturales y aflicciones … salvar de la muerte … sa­car con mano firme de una situación llena de peligro mortal … resguardar o evitar el contagio de enfer­medades … evitar la posesión demoníaca … devolver la salud perdida, mejorar, guardar, mantener en ópti­mas condiciones … tener buen éxito, prosperar, an­dar bien… salvar o proteger contra la muerte eterna … ”
Abrazar la fe cristiana no significa aceptar una filosofía o un juego de normal, o creer en una lista de principios abstractos;
Abrazar la fe cristiana sig­nifica permitir a Dios que entre y viva en nosotros. (Colosenses 1:27.)
Abrazar la fe cristiana significa arrepentirnos. (He­chos 2:38; 26:18.) Y eso, a su vez, significa querer ser diferentes, admitir que estamos en el mal camino y que queremos volver a la buena senda. Muchos vie­nen a Jesús, como el matrimonio de nuestro relato, porque saben que están en un callejón sin salida, ca­mino a la destrucción. Si están dispuestos a cambiar, Jesús los acepta y atiende a sus necesidades.

Abrazar la fe cristiana significa convertirnos. (He­chos 3:19; Mateo 18:3.) Y para eso hay que darse vuelta y caminar en la dirección opuesta -la verda­dera dirección- con Jesús.

Abrazar la fe cristiana significa ser perdonado. (Salmo 103:11-12.) Y eso significa ser despojados de nuestros pecados como si jamás hubieran existido y que no queden ni rastros de ellos. Mas aún, signi­fica ser perdonados cada día, ¡vivir en estado de perdón! (1 Juan 1:9.)
Abrazar la fe cristiana es nacer de nuevo. (Juan 3:1-21; 1 Pedro 1:23.) Y aquí llegamos al meollo del asunto. Un erudito y anciano dignatario fue a Jesús de noche buscando respuestas a sus interrogantes. Jesús le dijo:
Nicodemo, tienes que nacer de nuevo.
El anciano sacudió la cabeza. -¿Como es posible que un hombre ya grande vuelva a nacer? ¿Puede acaso entrar de nuevo en el vientre de su madre para volver a nacer?
Jesús le respondió: Nicodemo. Para un hombre docto y erudito es muy pobre la respuesta que me has dado. No estoy hablando del nacimiento físico; eso ya sucedió. Tienes que nacer del Espíritu. (Del Espíritu Santo).
¿Qué quiso decir Jesús?
La Biblia nos enseña que Dios creó al hombre con la capacidad suficiente para conocerle y correspon­derle. Pero desde el comienzo el hombre interrumpió esa relación y cuando lo hizo, murió espiritualmente y transmitió esa muerte espiritual a todos sus des­cendientes. Lo mas recóndito de nuestra personalidad toma el nombre de “espíritu” o pneuma en griego, y fue creado con el propósito principal de conocer a Dios. Los animales tienen cuerpo y alma, pero los hombres tienen cuerpo, alma y espíritu. (1 Tesalo­nicenses 5:23.) Cuando el hombre, en el comienzo, destruyo la relación con Dios -lo que llamamos la caída del hombre- murió esa parte recóndita, o que­do fuera de acción, y siempre desde entonces el hombre actuó a impulsos de su alma y de su cuerpo. (Génesis 2:17.) ¡No es de extrañar entonces que nos ha­yamos metido en semejante enredo! El “alma”, psiquis en griego, es el componente psicológico, formado por nuestro intelecto o voluntad, y nuestras emocio­nes. Esta parte de nuestra personalidad es maravillosa cuando esta bajo el control de Dios a través del Es­píritu, pero es capaz de cosas terribles cuando esta descontrolada.
He aquí el por qué la historia de la humanidad está plagada de odio, derramamiento de sangre, crueldad y confusión; los seres humanos están muertos espiri­tualmente: “muertos en vuestros delitos y pecados”, (Efesios 2:1) procurando vivir de acuerdo al alma pero fuera de todo contacto con Dios y, por lo tanto, perdidos. (Lucas 19:10.) La palabra “perdido” sig­nifica que no sabemos dónde estamos, a dónde vamos, o para qué somos. Si no se corrige esta situación, naturalmente significa el infierno, significa que la persona se perderá eternamente, y morará en la oscu­ridad, en el miedo, en la rebelión, en el odio, separado de Dios para siempre; y no solamente eso, sino que será parte de la interminable destrucción del diablo y sus ángeles, porque allí no habrá “tierra de nadie”. Por lo tanto, la necesidad más urgente y apremiante es renacer, volver a la comunión con Dios; y eso, exac­tamente, es lo que Jesucristo nos ofrece. Por medio de Jesús, y por Jesús solamente -no hay otro ca­mino- se manifiesta la vida de Dios que alienta su vida en nosotros. (Juan 10:10.)
Sin embargo, las iniquidades que cometimos cuando estábamos perdidos y fuera del contacto con Dios, levantaron un muro divisorio de pecado y de culpabilidad que hacían imposible recibir esta nueva vida. (Isaías 59:2.) Dios es amor pero también es justicia. No puede “dejar pasar por alto” lo que hacemos, de la misma manera que un padre amante no puede “dejar pasar por alto a su hijo” si sabe que es cul­pable de un delito. El padre tendría que insistir ante el muchacho para “que se entregue” a las autoridades. Pero si el joven estuviera realmente arrepentido, seria una buena ocasión para que el padre ofreciera pagar la multa, o cumplir una sentencia, o aun morir en su lugar, si tal cosa fuera posible. En ese caso se habría satisfecho tanto a la justicia como al amor.
Y esto es justamente lo que hizo Jesús. Satisfizo los requerimientos de la justicia al morir por nosotros. Jesús era Dios en carne humana, la encarnación de la segunda persona de la divinidad, el Dios Creador, por quien el Padre creó el universo. (Efesios 3:9; Hebreos 1:2.) El no tuvo ni pecado ni culpa. Cuando Jesús murió en la cruz, porque era Dios y porque era inocente, satisfizo totalmente la justicia en bene­ficio de todos los pecados que el hombre había cometido o que cometería en el futuro.
De esta manera resolvió Jesús el problema de nues­tra culpabilidad que nos mantenía apartados de Dios, y cuando murió y resucitó quedo expedito el camino al Padre para enviar al Espíritu Santo, por medio de quien fue posible que la vida de Dios se hiciera presente y morara en nosotros. El único requisito que se nos exige a nosotros es que reconozcamos que he­mos vivido en el error y pidamos perdón. Luego debemos pedirle a Jesús que venga y viva en nosotros y que sea nuestro Señor y Salvador. Por medio del Espíritu Santo, Jesús entra en nuestras vidas, nues­tros pecados son borrados por su sangre derramada, y obtenemos una vida diferente. Y el Espíritu Santo se une a nuestro espíritu (1 Corintios 6:17) haciéndolo pasar de muerte a vida; “nace de nuevo” y se transforma en lo que Pablo llama una “nueva cria­tura”. (2 Corintios 5:17; Apocalipsis 21:4-5.)
Esa nueva vida creada por el Espíritu Santo en nosotros, es lo que Jesús llama “vida eterna”. Esto va mucho mas allá de un mero “seguir andando”; es la vida de Dios en nosotros, la clase de vida que nunca se acaba, que nunca se cansa, que nunca se aburre, que es siempre gozosa y lozana. (1 Juan 5:11.)
Cuando Jesús dijo que un niño pequeñito era lo más grande en el reino de los cielos, estaba haciendo un co­mentario sobre la vida eterna. Una niño nunca se cansa de hacer la misma cosa una y otra vez.” ¡Léemelo de nuevo, mamita!” “¡hazlo de nuevo, papa!” Esta per­manente y continuada frescura y falta de tedio ex­presa con mucha aproximación la vida que Dios nos quiere dar. “! ¡He aquí hago nuevas todas las co­sas!” Y no una sola vez, sino continuadamente, dice Jesús. ¡Es el permanente renovador! Se nos ha pro­metido que andaremos en “novedad de vida” que es lo mismo que decir vida eterna: siempre lozaños, siem­pre renovándonos. La palabra “eterno” significa lite­ralmente “sempiterno”, que nunca envejece.
Isaías dice: “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantaran las alas como águilas; correrán y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” (Isaías 40:31.).

 

¿Cómo aceptamos el perdón y recibimos esta nueva vida?
1. Dándonos cuenta que hemos estado extraviados, yendo en una dirección equivocada y que esta­mos ansiosos de andar en los caminos de Dios.
2. Admitiendo que estuvimos equivocados y pidiéndole al Padre que borre nuestras culpas y peca­dos, con la sangre de Jesús.
3. Pidiéndole a Jesucristo, el Unigénito Hijo de Dios, que entre en nuestras vidas y sea nuestro Salvador y Señor. (Apocalipsis 3:20.)
4. Creyendo que el ha venido en el instante en que lo pedimos. Agradecerle por salvarnos y darnos la nueva vida. (1 Juan 5:11-15.)
He aquí una sencilla oración que podemos elevar si decidimos recibir a Jesús:
“Querido Padre, creo que Jesucristo es tu Hijo Unigénito, que se hizo un ser humano, derramó su sangre y murió en la cruz para limpiar mi culpa y mi pecado que me separaban de ti. Creo que se levantó de entre los muertos, físicamente, para darme nueva vida. Señor Jesús, te invito a que entres en mi cora­zón. Te acepto como mi Salvador y Señor. Te con­fieso mis pecados y te pido que los borres. Creo que has venido, y vives en mí en este preciso instante.
¡Gracias, Jesús!”
Cuando decimos esta oración, podemos sentir o no que algo ha ocurrido. Nuestro “espíritu” que tome vida a través de Jesucristo, se esconde mas profun­damente que nuestras emociones; de ahí que a veces se exterioriza una reacción emocional y otras veces no. Sea que sintamos o no sintamos algo de inme­diato, descubriremos que somos distintos, porque Je­sús cumplirá lo que ha prometido. Jesús nunca falta a su palabra. El dijo: “El cielo y la tierra pasaraán, pero mis palabras no pasarán.” (Mateo 24:35.)

Capítulo 2:  El desbordamiento

Capítulo 2: El desbordamiento

Si hemos recibido a Jesús como nuestro Salvador en la forma descrita en el capítulo anterior, se habrá cumplido su promesa y desde ese instante Dios vive en nosotros. Por medio del Espíritu Santo se ha unido a nuestro espíritu, la parte más recóndita de nuestro ser, esta vivo, y no solamente vivo sino que esta lleno del maravilloso gozo, y del amor y de la paz y de la gloria de Dios mismo.
“Si alguno esta en Cristo” dice el apóstol Pablo, “nueva criatura es.” (2 Corintios 5:17.) También, al hablar de los cristianos, dice que están sentados en lugares celestiales con Cristo. (Efesios 2:6.)
Al llegar a este punto puede ocurrirnos lo que a muchos:
“Bueno, en realidad soy distinto. Algo sucedió cuan­do invite a Jesús a entrar en mi corazón, y por un tiempo tuve esa honda sensación de amor y de gozo de que me están hablando. Quise hacer partícipes a todos de mi experiencia. Pero estoy perdiendo ese primer entusiasmo. La vida ya no es tan diferente. Me doy cuenta todavía que las cosas han cambiado en el fondo de mi ser, pero la mayor parte del tiempo me siento igual que antes. Por las mañanas, cuan­do me aparto para orar, siento a veces la presencia de Dios, pero durante el día lo pierdo de vista, por así decirlo”
¿Por qué ocurre esto? No es difícil comprenderlo si recordamos y tomamos en serio lo que dijimos en el capítulo anterior. En realidad, muchos proble­mas muy difíciles en la experiencia cristiana, se en­tienden fácilmente si aceptamos lo que la Biblia nos dice sobre la naturaleza del hombre como un ser tri­partito: espíritu, alma y cuerpo. (1 Tesalonicenses 5:23.) Si todavía pensamos en términos de un doble aspecto -alma y cuerpo- inevitablemente confundi­remos nuestras reacciones psicológicas con nuestra vida espiritual. Muchos excelentes maestros de la Biblia en el día de hoy, bajo la presión de la psicológica, identifican el espíritu del hom­bre con la “mente inconsciente” o con la “psiquis profunda”, simplemente porque no toman en serio la forma apropiada en que la Biblia hace la distinción entre el alma y el espíritu. (Hebreos 4:12.) Pero si hacemos esta distinción no solamente podremos apre­ciar lo que sucede en el bautismo en el Espíritu Santo, sino que podremos dar razón de otras cosas que nos han mantenido perplejos en nuestra vida cristiana.
En ocasión de recibir a Jesús como nuestro Salva­dor, nuestro espíritu cobro vida, comenzó a hacer valer sus derechos en esta nueva vida y a ocupar el lugar que le correspondía como cabeza de nuestra alma -esa porción psicológica de nuestro ser (inte­lecto, voluntad y emociones)- y de nuestro cuerpo, esa porción psíquica. Sin embargo, nuestro cuerpo y nuestra alma estaban acostumbrados a ser dirigentes y a veces no pasa mucho tiempo antes de que ambos dominen otra vez nuestra nueva vida en el espíritu, y reasuman el comando. Cuando oramos por la ma­ñana, las interferencias de nuestra alma y de nuestro cuerpo alcanzan su más bajo nivel; nuestro espíritu tiene la oportunidad de hacernos saber que esta pre­sente; y en este, como en otros momentos, vislum­bramos, en lo más profundo de nuestro ser, que la nueva vida es un hecho real y concreto. Pero no bien recomienza el fragor de la existencia, automáticamente depositamos nuestra confianza en el alma y en el cuerpo en lugar de hacerlo en el espíritu. Estuvimos tan acostumbrados a vivir de acuerdo a nuestros pen­samientos, sentimientos y deseos -de acuerdo a nuestra alma, nuestro ser psicológico- y a las de­mandas de nuestro cuerpo, que bien pronto dejamos de oír la voz – del espíritu recién nacido, escondido en lo mas hondo de nuestro ser. Pareciera que es ne­cesario que algo le ocurra a nuestra alma y a nuestro cuerpo antes de que nuestro espíritu pueda ejercer un control mas firme y decidido.
Este “algo” que debe suceder es que el Espíritu Santo que vive en nuestro espíritu, necesita desbor­dar para llenar nuestra alma y nuestro cuerpo. La Escritura describe todo esto de diversas formas. Así como la experiencia de aceptar a Jesús es relatada en la Biblia de diferentes maneras, así también se recurre a variadas descripciones de la experiencia que e sigue: “bautismo en (o con)1 e1 Espíritu Santo”, “recibir el Espíritu Santo”, “Pentecostés”, “recibir el poder”, el Espíritu Santo “vino sobre” o “se derramó sobre” una persona. “Fue lleno del Espíritu Santo. Son todas expresiones que tra­ducen una misma verdad, vista desde diferentes ángulos.
De cualquier manera, creemos estar pisando sobre un terreno bíblico firme cuando utilizamos la expresión “bautismo en el Espíritu Santo” ya que una impre­sionante cantidad de personajes bíblicos la usaron: Dios el Padre (Juan 1:33), Dios el Hijo (Hechos 1:5) y Dios el Espíritu Santo, que es, por supuesto, el inspirador de las Escrituras donde se hallan estas expresiones; también figura Juan el Bautista (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 1:33), los cuatro evangelis­tas, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, en los evangelios citados, y el apóstol Pedro (Hechos 11:16). Si leemos cuidadosamente estas referencias, y las comparamos unas con otras, constataremos que en ningún caso se refieren a la salvación sino a una segunda expe­riencia.
1 La preposición griega utilizada en utilizada en esta frase, puede traducirse “en” o “con”.
Esto es lo que en la Escritura se llama “el bautismo en el Espíritu Santo”, porque se trata, efectiva­mente, de un bautismo, significando con ello un ver­dadero empapamiento, un desbordamiento, una saturación de nuestra alma y cuerpo con el Espíritu Santo. Cuando la Biblia habla de Jesús “bautizando” en el Espíritu Santo, de inmediato visualizamos algo externo, alguien a quien se introduce dentro de algo. Sin embargo, en griego la palabra bautizar significacubrir totalmente” -se utiliza en el griego clásico para referirse a un barco que hizo agua y se hundió modo que no hace realmente a la cuestión si Jesús nos sumerge en el Espíritu Santo en el sentido ex-, terno de la palabra; o si nos inunda desde afuera; o si Jesús induce al Espíritu Santo a desbordarse des­de donde mora dentro de nosotros para cubrir nues­tras almas y nuestros cuerpos. Probablemente sean ciertas ambas imágenes. El “viene sobre nosotros” tanto desde adentro como desde afuera, pero es im­portante recordar que el Espíritu Santo esta viviendo en nosotros y por lo tanto es desde adentro de donde e1 puede inundar nuestra, alma y nuestro cuerpo. Jesús dice:
“El que cree en mi… ríos de agua viva correrán de su interior (el Espíritu Santo)” 2 (Juan 7:38), y la Biblia Amplificada dice: “Desde lo mas recóndito de su ser correrán …” Cuando recibimos a Jesús como Salvador, entra el Espíritu Santo, pero a medida que perseveramos ‘ en confiar y en creer en Jesús, el Espíritu Santo que habita en nosotros puede fluir co­piosamente para inundar, o bautizar, nuestra alma y cuerpo y vivificar el mundo en derredor.
Por ello es que una y otra vez en la Escritura, la primera evidencia normativa que aparece de esta ex­periencia pentecostal es una efusión:
“Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y co­menzaron a hablar en otras lenguas…” (Hechos 2:4.)Algunos están perplejos por la expresión “recibir el Espíritu Santo”. Un cristiano puede formularse la siguiente pregunta: “¿Cómo puedo recibir el Espíritu Santo si ya está viviendo dentro de mí?” Esta expresión puede entenderse fácilmente si recordamos que estamos refiriéndonos a una Persona, no a una cosa o a una parte de algo. Hay quienes hablan del Espíritu Santo de una manera cuantitativa, como si pudiéramos recibir una porción del Espíritu Santo en el momen­to de la salvación, y otra porción en una fecha pos­terior. Pero si el Espíritu Santo es una Persona, como que lo es, entonces o está en nosotros o no lo está.
Todos sabemos lo que significa “recibir” a una persona. Imaginemos por un momento el hogar de la familia Brown. Son las 5:40 horas de la tarde, y el señor Brown acaba de llegar del trabajo y se está duchando antes de la hora de cenar. La señora Brown está dando los toques finales a una comida especial­mente preparada, porque los Brown han invitado a la familia Jones a cenar. La invitación ha sido fijada para las 6 de la tarde, pero 15 minutos antes sonó el timbre de la puerta de calle. La señora de Brown se aturde un poco, porque todavía no ha terminado de hacer la salsa; tiene restos de harina en la nariz ¡y su cabello esta desgreñado!
-¡Susie!- le grita a su hija -por favor atiende a los Jones; muéstrales el diario de la tarde o habla con ellos ¡todavía no estoy lista!
Y para colmo, en ese preciso instante suena el teléfono en la cocina, y la señora de Brown contesta
-¡Hola! ¿María?- pregunta la voz por el teléfono-. Soy Helen. ¿Está la familia Jones en tu casa?
-Si- respondió la señora de Brown -aquí están.
-¿Y como están? pregunto Helen.
-Bueno, en realidad no lo se -dijo la señora de Brown armándose de paciencia-. No los he reci­bido todavía. No he terminado de preparar las cosas en la cocina.
-Te conviene apurarte y recibirlos- dijo Helen-. Resulta que ¡yo se que tienen muy buenas noticias para ustedes y que les han llevado algunos hermo­sos regalos!
La señora de Brown cuelga el auricular, termina rápidamente lo que estaba haciendo, se arregla el cabello, se da unos toques de polvo en la cara y en­tonces, en compañía de su marido, recibe a sus ami­gos, escucha las noticias que tienen para ellos, y aceptan los regalos que han traído. La Persona del Espíritu Santo ha estado viviendo en nuestra “casa” desde el momento de nuestro nuevo nacimiento, pero ahora reconocemos su presencia y recibimos sus dones.
Resumiendo, digamos que la primera experiencia de la vida cristiana, es la llegada del Espíritu Santo, por medio de Jesucristo, para darnos nueva vida, la vida de Dios, la vida eterna. La segunda experiencia es cuando recibimos o damos la bienvenida al Espíritu Santo, con lo cual Jesús lo induce a que haga posible que exterioricemos esta nueva vida de nuestros espíritus, a que bautice nuestras almas y nuestros cuerpos, y luego el mundo que nos rodea, con su poder refrescante y renovador. “¡Ríos de agua viva corre­rán de su vientre!” La palabra utilizada aquí es koilia, que se refiere literalmente al cuerpo físico, sig­nificando con ello que es por medio del cuerpo físico -y sus palabras y acciones- que entramos en con­tacto con el medio ambiente y con la gente que nos rodea. El mundo no recibirá ninguna ayuda ni acep­tara ningún desafió mientras no escuche ni experi­mente la vida de Jesús que brota de nosotros.
Imaginemos un canal de irrigación en el sur de California u otra región cualquiera habitualmente árida la mayor parte del año. El canal esta seco como también lo están los campos aledaños. La vegetación esta seca y muerta. De pronto se abren las compuertas del dique y el canal se llena de agua.
¡Antes que nada, es el canal mismo el que se siente renovado! La fresca corriente arrastra el detritus y apaga el polvo. A continuación el pasto crece y las flores se abren a lo largo de sus márgenes, mientras los árboles a cada lado del canal cobran frescura y verdor. Pero no termina ahí la cosa; a lo largo del canal, los gran­jeros abren las compuertas y el agua bienhechora se derrama por los campos haciendo que “el desierto flo­rezca como la rosa”.
Así ocurre con nosotros. El depósito, el pozo, está en nosotros cuando nos hacemos cristianos. Entonces, cuando permitimos que el agua de vida del Espíritu que está depositada en nosotros fluya hacia nuestras almas y cuerpos, somos nosotros los primeros en recibir sus efectos vivificantes. De una manera no­vedosa, nuestras mentes toman conciencia de la reali­dad de Dios. Comenzamos a pensar en él, aun a soñar con él, con más frecuencia y regocijo que antes. Nues­tras emociones reaccionan adecuadamente y empe­zamos a sentirnos felices en ál. También responde nuestra voluntad y queremos hacer lo que él quiere que hagamos. De la misma manera responden nuestros cuerpos, no solamente con una sensación de bienestar, sino con renovadas fuerzas, salud y juventud. Luego el agua de vida fluye hacia otros, que comprueban lo que puede el poder y el amor de Jesús en su pueblo. Ahora está en condición de utilizarnos para vivificar el mundo que nos rodea.

Capítulo 3 ¿Qué dicen las Escrituras?

Capítulo 3 ¿Qué dicen las Escrituras?

Esto es lo más importante de todo. De nada vale la habilidad que tengamos para exponer nuestras teorías: si no concuerdan con las Escrituras, son inacep­tables. ¿De que manera actuó el Espíritu Santo entre los primeros cristianos del Nuevo Testamento?
En primer lugar hablemos de Jesús. Si alguien hubo en quien habitó el Espíritu Santo, ese alguien fue Jesús. Fue concebido por el Espíritu Santo, es decir, que su nacimiento físico se produjo por la acción directa del Espíritu Santo. Fue la encarnación de la Palabra de Dios. Por la acción del Espíritu Santo, el Unigénito Hijo de Dios, el Verbo Creador, quien fue desde la eternidad con el Padre, por quien fueron creados los mundos, tomó sobre si mismo for­ma humana en alma y cuerpo. Una vez hecho esto, sin embargo, dejó de lado su poder, es decir, que provisoriamente aceptó las limitaciones de su natura­leza humana (Filipenses 2:7-8). 1 Su cuerpo humano, si bien perfecto, era verdaderamente humano, con todas las limitaciones de un cuerpo humano. Su alma, su ser psicológico, si bien perfecto, también estaba sujeto a limitaciones. La Biblia nos dice que “Y Jesús crecía (en su alma) y en estatura (en su cuerpo) y en gracia para con Dios y los hombres”. (Lucas 2:52.) Se sometió al proceso del crecimiento y del desarrollo como cualquier niño humano. Lo que en realidad sabe­mos, a través de las Escrituras, es que Jesús vivió en Nazareth hasta alcanzar la edad de 30 años y nadie tenia la menor idea de que él era Dios encarnado. Aún su propia madre, María, no tenía más que una leve sospecha. ¿Cómo sabemos esto? Porque cuando Jesús comenzó su ministerio, su madre estaba mara­villada y preocupada por él; ni siquiera sus hermanos y hermanas creían en él. Los habitantes de la aldea donde se crió, dijeron: ¿Quién se cree que es? Nos­otros le conocemos; ¡es el hijo del carpintero!” Es­taban tan indignados que trataron de matarlo (Mateo 13:54-58; Lucas 4:16-30).
¿Que pasó con Jesús en el lapso transcurrido desde que vivió en la aldea de Nazareth trabajando como carpintero (probablemente también como albañil y herrero) y el momento en que súbitamente abandonó la aldea y comenzó a proclamar: “¡El reino de los cielos se ha acercado!” y a curar enfermos, y echar fuera demonios, y, aun a resucitar a los muertos, como prueba de su pretensión de ser el Mesías Rey de Dios? La respuesta es bien fácil: “Recibió el poder del Espíritu Santo.” Desde el comienzo nació del Espíritu Santo, pero cuando comenzó su ministerio a la edad de 30 años, el Espíritu Santo se manifestó en el de una nueva manera. Leemos en los cuatro evange­lios de cómo Juan el Bautista vio al Espíritu Santo descender y posarse sobre Jesús. Jesús era, desde la eternidad, el Unigénito Hijo de Dios, mucho antes de que la multitud a orillas del Jordán oyera la voz de Dios hablándole desde el cielo y reconociéndole como Hijo. De la misma manera el Espíritu Santo estaba en Jesús desde el comienzo de su vida terre­nal, mucho antes que Juan el Bautista lo viera posarse sobre el en forma de paloma. No obstante, y en esta línea de pensamiento, el Espíritu comenzó a manifes­tarse, por medio de Jesús, con un nuevo poder. Co­menzó su ministerio. El Espíritu le llevo al desierto para ser tentado por el diablo, y luego de su victoria, leemos: “Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor.” (Lucas 4:14.) ¿Por qué se demoró hasta este momento la plena manifestación del Espíritu Santo?
Una de las razones es que de esa manera Jesús podía vivir una vida normal en Nazareth sin ser de­tectado como una Persona especial. El Padre mantuvo a su Hijo oculto, por así decirlo, hasta el momento apropiado para revelarlo ante el mundo. Pareciera que el mismo diablo se vio engañado por esto. Satanás lo enfrento recién después que Jesús fuera revelado en la plena potencia del Espíritu. Pudiéramos ver en el intento de Herodes de matar a Jesús en su infancia, un esfuerzo de parte de Satanás de librarse del Hijo de Dios, pero mas bien pareciera que el príncipe de la oscuridad no se percato de la existencia de Jesús hasta que fue bautizado en el Espíritu Santo.
Otra razón que explicaría esa demora sería la de que Jesús podría así mostrarnos, por su ejemplo, lo que habría de ocurrirnos a nosotros. El bautizante en el Espíritu Santo fue, a su vez, bautizado por el Espíritu Santo.
El Padre le dijo a Juan el Bautista, que aquel so­bre quien viere descender el Espíritu y que reposara sobre el, habría de ser el que bautizaría con Espíritu Santo. (Juan 1:33.) Bien podría ser que esta fuera la razón por la cual Juan le dijo a Jesús: “Yo ne­cesito ser bautizado por ti, ¿y tu vienes a mi?” (Ma­teo 3:14.) Si bien es cierto que eso lo dijo Juan antes de que efectivamente el Espíritu descendiera sobre Jesús, es posible que Juan hubiera percibido profé­ticamente que Jesús iba a ser el bautizante en el Espíritu Santo.
Parece que fue práctica universal en la iglesia pri­mitiva, el bautismo con agua en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, o en el nombre de Jesús -ambas formulas son utilizadas en el Nuevo Testa­mento- como el “signo exterior visible” de la “gra­cia interior del Espíritu”, de la salvación y de la nueva vida en Cristo. Partimos de la base de que quienes lean este libro y acepten a Cristo, recibirán o habrán recibido el bautismo por agua a la manera de cada congregación cristiana a la cual pertenezcan, y de acuerdo y en concordancia con la comprensión de lo que las Escrituras enseñan al respecto. Pero notemos, sin embargo, que el bautismo con agua es el signo exterior de un bautismo que nos introduce en Jesús (salvación) (1 Corintios 12:12), pero no el bautismo por Cristo que nos bautiza en el Espíritu Santo (Pentecostés) (Lucas 3:16). Probablemente sea esta la razón por la cual Jesús mismo nunca bautizó a nadie con agua, durante su ministerio en la tierra, si bien habrá instruido a sus discípulos en ese sen­tido, antes de su crucifixión. Juan 4:1 dice: “Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza mas discípulos que Juan, (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea.” Tal vez Jesús se abstuvo de bautizar el mismo con agua, para dejar claramente sentado que el tenía otro bautismo que hacer: que el habría de bautizar “en Espíritu Santo“.
No hay duda que una de las razones por las cuales los conversos de Juan siguieron a Jesús es que ellos habían oído que Jesús tenía otro bautismo para dar­les. Por la forma en que Juan había hablado, los discípulos imaginaban que habría de ser una expe­riencia maravillosa, y que esta experiencia sería tan clara y positiva como había sido su bautismo por agua. Probablemente esperaban que sucediera en cual­quier momento, pero esperaron en vano. Ellos siguie­ron a Jesús viéndole hacer milagros, sanando a los enfermos; luego fue crucificado, y resucitó de entre los muertos; y hasta ese momento ¡ninguno había sido bautizado con el Espíritu Santo!
Después que Jesús murió y resucitó, apareció a sus discípulos la misma noche del día en que resucitó, y los invistió de la nueva vida en el Espíritu de lo cual hablamos en el capítulo primero. (Juan 20:22.) El Espíritu Santo vino a vivir en ellos, dando vida a sus espíritus: “nacieron de nuevo del Espíritu”, de la misma manera que lo hemos sido nosotros si he­mos aceptado a Jesús como Salvador. Este nuevo na­cimiento para nosotros, corresponde al hecho de que Jesús fue “concebido por el Espíritu Santo”, por lo cual nuestros espíritus nacen de nuevo del Espíritu Santo. Pero Jesús aun no había ascendido para ocu­par su lugar “en lo alto” con su Padre, por lo que no podía derramar el Espíritu Santo “sobre toda car­ne”, pero podía -y así lo hizo-, otorgarlo indivi­dualmente para que morara en unos cuantos, que eran sus primeros escogidos.
Les dijo que habría para ellos una nueva expe­riencia y que se mantuvieran a la expectativa. Sus palabras finales, antes de la ascensión, fueron para recordarles esto.
Si tuviéramos la oportunidad de decir algunas pa­labras finales a nuestros amigos y familiares antes de separarnos de ellos por un largo lapso ¡no cabe duda que escogeríamos cuidadosamente esas palabras! Jesús las eligió bien. Hasta ese momento su mensaje mas importante habla sido: “debes nacer otra vez.” Pero ahora que sus seguidores ya habían recibido el nuevo nacimiento les dio la segunda instrucción importantísima: “ Esperen hasta recibir el poder” (Lucas 24:49.)
Jesús les dijo: “Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.” (Hechos 1:5.) El cre­yente sigue el modelo que Jesús ha diseñado. El nuevo nacimiento en el Espíritu corresponde a lo que en Jesús significó ser concebido por el Espíritu Santo. El creyente es bautizado con agua, de la misma ma­nera que lo fue Jesús. Después de esto, dijo Jesús, debemos esperar el bautismo en el Espíritu Santo, recibiendo el poder del Espíritu, tal cual lo recibió él.
De manera que estos 120 seguidores de Jesús, que habían nacido de nuevo, esperaron, según él les ordenó. Alababan a Dios, oraban, iban al templo; hasta tuvieron una asamblea y una elección (Hechos 1:15­26.) No leemos, sin embargo, que hablaran a nadie sobre Jesús. El poder para hacerlo con efectividad lo recibirán en el día de Pentecostés.
Jesús les había dicho: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en SaMaría, y hasta lo ultimo de la tierra.” (Hechos 1:8.) Un “testigo” es una persona que no solamente ve que sucede algo, sino que está dispuesta a declarar que vio cuando tal cosa ocurrió.
Diez días después de, que Jesús los dejó para vol­ver a su Padre, el día de la fiesta de Pentecostés, la fiesta de las primicias, vino el poder, con el estruen­do de “un viento recio” con llamas como de fuego y los discípulos “fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, seguir el Espíritu les daba que hablasen”. (Hechos 2:4.) E­s importante recordar el hecho de que el Espíritu Santo ya habitaba en ellos desde que Jesús los invistió de la nueva vida en el Espíritu en la noche de la resurrección. Esta nueva vida era el Espíritu Santo unido a sus espíritus. “El que se une al Señor, un espíritu es con él”, (1 Corintios 6:17) dice Pablo, y también dice que: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” (Romanos 8:9.) Ahora, en la fiesta de Pentecostés, el Padre, por medio del Señor Jesús, ya ascendido y sentado a su mano derecha, derramó el Espíritu Santo desde “lo alto” sobre toda carne; es decir, que el nuevo nacimiento, la nueva vida en Cristo, está ahora a disposición de todos los que le invoquen. Ha venido el Espíritu Santo. Dios se ha hecho asequible al hombre de una nueva ma­nera. “¡El reino de los cielos se ha acercado!” Pero al par que el Espíritu Santo fue derramado sobre toda la raza humana, también se agitó dentro de esos primeros seguidores -había morado en ellos desde que Jesús los invistió especialmente en la noche después de la resurrección- y comenzó a fluir de ellos
No hay duda alguna que hay cristianos que si bien alegan no haber tenido una “experiencia pentecostal”, testifican con éxito; ¡pero cuánto más eficaces serian de haber recibido la plena eman­cipación del Espíritu! La evidencia más característica del reavi­vamiento de Pentecostés es el tremendo aumento en el testimonio cristiano, que ha resultado en una renovación espiritual en todo el mundo y que desde hace casi cien años va en progresivo aumento.
En formidables manifestaciones de poder. Los anona­dó -eso es lo que quiere decir la Escritura cuando expresa que “cayó sobre ellos” o “vino sobre ellos “­bautizando sus almas y cuerpos en el poder y en la gloria que ya moraba en sus espíritus. Esta segunda experiencia, el derramamiento del Espíritu Santo, también les ocurrió a otros que recibieron a Jesús, pero nuevamente aquí los primeros beneficiarios fue­ron los 120 seguidores escogidos. Los hizo desbordar en el mundo en derredor, inspirándolos para que ala­baran y glorificaran a Dios, no solamente en sus propias lenguas sino en otros lenguajes, y al hacerlo domeño sus lenguas para su servicio, libero sus espíritus, renovó sus mentes, vivifico sus cuerpos, y les dio poder para testificar. La multitud que se juntó quedó atónita ante el sonido emitido por estos gali­leos que hablaban y alababan a Dios en el idioma de lejanos países. Los que escucharon no eran extran­jeros sino judíos piadosos de todas las naciones. (Hechos 2:5.) Habían venido a su tierra para el día de la gran fiesta. Miraban asombrados como esta gente humilde alababa a Dios en idiomas que bien sabían ellos que eran incapaces de haber aprendido, lengua­jes de países donde se habían criado los que escucha­ban, y otras lenguas que no reconocían, “lenguas hu­manas y angélicas”. (1 Corintios 13:1.)
Algunos se burlaban, diciendo: “Están borrachos, eso es todo” Pero Pedro respondió: “¡No, no están borrachos! Después de todo, ¡son apenas las nueve de la mañana! Pero esto es lo dicho por el profeta Joel: … en los postreros días, dice Dios, derrama­ré de mi Espíritu sobre toda carne.” (Hechos 2:13­17.) Tan convincentes fueron las señales, que tres mil de esos “hombres devotos” aceptaron a Jesús co­mo al Mesías, se arrepintieron de sus pecados, fueron bautizados, y recibieron asimismo, ese día, el don del Espíritu Santo.
Es raro el hecho de que aun notables eruditos de la Biblia digan que: “Pentecostés sucedió solo una vez”, cuando con toda claridad el Nuevo Testamento relata varios “pentecosteses“. El próximo tuvo lugar en Sa­María. Los samaritanos formaban el remanente de los israelitas del Reino del Norte. Ellos y los judíos, el pueblo del Reino de Judea del Sur, estaban en per­manente disputa. Se odiaban a muerte. En Hechos 8 leemos de cómo Felipe -no el apóstol, sino uno de los siete nominados para ayudar a los apóstoles (He­chos 6:1-6) fue a SaMaría y les habló de Jesús a los samaritanos. Era un territorio difícil, pero los samaritanos escucharon a Felipe, a pesar de ser judío y proclamar un Mesías judío, porque le vieron hacer las obras de poder que Jesús hizo, y le oyeron hablar con autoridad, tal como hab1ó Jesús. El Espíritu Santo en Felipe impresionó a los samaritanos con la verdad y la realidad de lo que estaba diciendo, y aceptaron a Jesús, nacieron de nuevo del Espíritu y fueron bautizados con agua. (Hechos 8:5-12.)
Cuando los apóstoles en Jerusalén oyeron de esta puerta abierta en SaMaría, enviaron a Pedro y a Juan para ver que es lo que estaba sucediendo. No bien llegaron los dos notaron que algo faltaba. El Espíritu Santo no estaba “cayendo” sobre los nue­vos creyentes. Pedro y Juan no dudaron que los samaritanos habían nacido de nuevo del Espíritu, pero estaban preocupados por el hecho de que el Espíritu no hubiera “descendido” sobre ellos; por lo tanto “les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”. (Hechos 8:1-17.) Observemos que Pedro y Juan es­peraban que el Espíritu Santo ya hubiera “descendi­do” sobre los conversos samaritanos. Lo cierto es que esta es la primera vez que se menciona la imposición de manos para recibir el primer llenamiento del Espíritu Santo o el bautismo en el Espíritu Santo. Nada se nos dice de imposición de manos para los 3.000 converti­dos en Pentecostés, ni por supuesto, a los 120 prime­ros. Tampoco dice nada mas adelante el mismo capítulo de imposición de manos al eunuco etiope. (Hechos 8:27-40.) Hemos de presumir que muchas veces el derramamiento o bautismo del Espíritu Santo seguía espontáneamente a la salvación, como ocurrió más tarde con Cornelio, en Cesárea de Filipo. (Hechos 10:44.) Pero en este caso Pedro y Juan consideraron que era necesaria una imposición de manos para ani­mar a los samaritanos a recibir el Espíritu Santo. El Espíritu Santo moraba en estos conversos samaritanos. Estaba listo para inundar sus almas y cuerpos, a bautizar, a rebasar, pero ellos tenían que res­ponder, que recibir. No bien lo hicieron, el Espíritu Santo comenzó a exteriorizarse desde ellos como ocu­rrió con los primeros creyentes en el día de Pentecostés. Sin duda alguna, exhibieron las mismas seña­les, hablando en nuevas lenguas y glorificando a Dios. No lo dice así específicamente la Escritura, pero la mayoría de los comentaristas concuerdan que eso es lo que ocurrió.
“Les impusieron las manos para significar con ello que sus oraciones habían sido contestadas y que les había sido conferido el don del Espíritu Santo; y en base al uso de esta sepan que recibieron el Espíritu Santo y hablaron en lenguas.”
Un observador, por lo menos, quedó hondamente impresionado: Simón, el hechicero, que había enga­ñado a los habitantes de SaMaría por muchos años con su magia negra. Corrió a Pedro, con oro en sus manos y dijo:
“¡Yo los haré ricos si me dicen como hacen estas cosas! ¡Denme ese poder para que a cualquiera a quien yo le imponga las manos reciba este Espíritu Santo!” (Hechos 8:18-24.) Pedro, por supuesto, le correspondió a Simón con toda firmeza que el don de Dios no se podía comprar con dinero, pero aún queda en pie la pregunta: ¿Que fue lo que vio Simón? Seguramente que hablaban en lenguas, y alababan a Dios de una manera diferente de la que hacía pocos minutos antes.
Recordemos que cuando Pablo recibió el Espíritu Santo, si bien se le impusieron las manos, fueron las manos de un desconocido de quien la Escritura sola­mente dice que: “Había entonces un discípulo… llamado Ananías…” (Hechos 9:10.) A pesar de que la Escritura no registra, con respecto a este hecho, que Pablo hablara en lenguas, sabemos que lo hacia según 1 Corintios 14:18: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas mas que todos vosotros.”
El próximo “Pentecostés” relatado en los Hechos de los Apóstoles, tuvo lugar en la localidad de Cesá­rea de Filipo, que era un centro de las tropas de ocupación romanas. En este lugar, un devoto oficial romano, de nombre Cornelio, que creía en Dios de todo su corazón, recibió la visita de un ángel que le indicó pidiera a Pedro -que a la sazón estaba en Jope, la ultra judía comunidad de la costa- que vi­niera para decirle lo que tenía que hacer. (Hechos 10:6.)
Pedro, naturalmente, hubiera deseado no tener que ir y hablarles de Jesús y del bautismo del Espíritu Santo a los soldados romanos. Hasta ese momento se creía que el nuevo nacimiento y el bautismo en el Espíritu Santo eran patrimonio exclusivo de los creyentes judíos. Si un gentil, es decir un no-judío, quería recibir a Cristo y al Espíritu Santo, previa­mente tenía que hacerse judío, y someterse a todos los complicados requerimientos de la ley judía. Sin embargo, el Espíritu Santo hizo ver con toda claridad a Pedro, por medio de una serie de visiones y de instrucciones directas, que tenía que ir con los romanos cuando lo invitaran, y así lo hizo. (Hechos 10:2­23.) Ante el gran asombro de Pedro, cuando llegó a la casa de Cornelio y comenzó a hablarles de Jesús a los romanos allí reunidos, respondieron de inme­diato. Lo primero que Pedro y sus compañeros que le habían acompañado vieron y oyeron fue que estos romanos, llenos de jubilo, hablaban en lenguas y mag­nificaban a Dios (Hechos 10: 24-48.) Habían abierto sus corazones a Jesús, quien les dio nueva vida en el Espíritu, y de inmediato permitieron que esa nueva vida los llenara y rebosara. Pedro y sus amigos no salían de su asombro, pero reconocieron de inmediato que Dios “estaba derramando el don del Espíritu Santo sobre los gentiles”, primero en ocasión de la salva­ción y luego en el bautismo en el Espíritu Santo. Por ello es que Pedro dijo: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nos­otros?” (Hechos 10:47.) Defendiéndose contra las cri­ticas dirigidas contra el al volver a Jerusalén por haber bautizado a no-judíos, Pedro dijo:
“Y cuando comencé a hablar (a los romanos), cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: “Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo.” Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?” (Hechos 11:1-17.)
Observemos que Pedro habla del don del Espíritu dado a los que creyeron, clara referencia de que los romanos primero creyeron y luego el Espíritu Santo cayó sobre ellos.
Transcurrieron 30 años antes de que nuevamente el libro de los Hechos relatara otro “Pentecostés”. Tal vez el Espíritu Santo dejó pasar un lapso tan pro­longado para mostrar que estas cosas no mueren. Durante su segunda visita a Éfeso, Pablo recibió el saludo de un grupo de doce hombres que sostenían ser discípulos. Pablo no se dio por satisfecho, pues intuía que faltaba algo, y por ello les preguntó: “¿Re­cibieron ustedes el Espíritu Santo cuando creyeron?” (Hechos 19:2.) Nuevamente constatamos aquí que se espera que la experiencia de la salvación sea seguida por el bautismo en el Espíritu, pero que los primeros cristianos reconocieron que podría haber una demora, pues de lo contrario ¿por que se habría molestado Pablo en formular esa pregunta? Más bien hubiera puesto en tela de juicio su salvación.
“¡Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo!” (Hechos 19:2) replicaron los efesios. Investigando mas a fondo, Pablo descubrió que no sabían ni de Jesús, y los guió para aceptar a Jesús, bautizándolos con agua, y a continuación leemos: “Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban.” (Hechos 19:6.) Nuevamente aquí la distinción es bien clara. Recibieron a Cristo y fueron bautizados con agua como un signo exterior; luego, estimulados por la imposición de manos hecha por Pablo, respon­dieron al Espíritu Santo que vino a morar en ellos y exteriorizaron su alabanza a Dios en nuevos idiomas, Hebreos 6:12.
Hemos procurado en este capítulo mostrar el mode­lo bíblico de lo que el autor de la carta a los Hebreos llama la “doctrina de bautismos”. El apóstol Pablo, en Efesios 4:5 dice que hay “un Señor, una fe, un bautismo”, si bien es claro que en el Nuevo Testa­mento este “un bautismo” se divide en tres. En 1 Corintios 12:13, Pablo dice: “Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo… y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.” Aquí se refiere al bautismo espiritual en Cristo que tiene lugar en el instante de aceptar a Jesús como Salva­dor. Esto era seguido del bautismo con el Espíritu Santo, en el cual el Espíritu Santo que ahora mora en el creyente se vierte al exterior para poner de manifiesto a Jesús ante el mundo, por medio de la vida del creyente. Ya fuera antes o después del bautismo con el Espíritu Santo, en ambos casos se exigía el signo exterior del bautismo con agua, símbolo de la limpieza interior efectuada por la sangre de Jesús, la muerte del “viejo hombre” y la resurrección a una nueva vida en Cristo. ¿A cual de estos tres bautismos se refiere Pablo cuando habla de “un bautismo”?
Un artista puede mirar un cuadro que esta pintando de diferentes maneras. Puede mirar para asegurarse que es una composición bien equilibrada; puede mirar de nuevo para controlar los efectos lumínicos del reflejo de el sobre el agua o los Árboles; nuevamente lo mira desde otro ángulo para evaluar la perspectiva. Hemos estado analizando los diferentes aspectos de la tarea salvadora de Dios para con el hombre. Es pre­ciso mirar a estas tres experiencias -la salvación, el bautismo por agua y Pentecostés- separadamente, separación que la hemos establecido artificialmente, debido a nuestros pruritos, perdiendo así el panorama general. En la iglesia primitiva las tres experiencias estaban estrechamente ligadas, pero en el día de hoy no ocurre así habitualmente.
Habiendo examinado el cuadro de distintas mane­ras, en el curso de nuestro estudio, debemos dar un paso atrás y contemplarlo en su totalidad. Pablo dice que hay “un Señor”, y sin embargo la Divinidad es tres en uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El hom­bre es una unidad, si bien esta compuesto por la trinidad de cuerpo, alma y espíritu. El Cuerpo de Cristo en la tierra es uno, pero formado por muchos miembros. De modo que cuando Pablo habla de “un bautismo” pareciera referirse a la acción combinada por la cual Jesucristo viene a vivir en nosotros, el signo exterior por el cual queda sellada esta acción, y el derramamiento, del Espíritu Santo a través de nosotros para ministrar a un mundo perdido.
Nuestra recomendación es que todo aquel que en­cuentre difícil entender estas cosas por medio del razonamiento, trate de experimentar’ la realidad de Dios en la plenitud del Espíritu. La comprensión intelectual vendrá después. Como lo dijo el gran San Agustín: “Credo ut intelligam”, es decir: “Yo creo para lograr entender.”
­Lo que sucede generalmente es
1. Aceptar a Jesús (recibir la salvación, el nuevo nacimiento y la vida eterna)
2. En ese momento el Espíritu Santo viene a vivir en la persona.
3. Esta persona puede pedir y ser Bautizada en agua.
4. Y luego ser Bautizada con el Espíritu Santo: Pidiéndolo a Jesús en oración, o con imposición de manos de un cristiano lleno del Espíritu Santo.
Puede recibirlo antes de ser bautizada en agua, pero no antes de recibir a Cristo.

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