Capítulo 7   – El don de lenguas  y el don de interpretación  – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Capítulo 7 – El don de lenguas y el don de interpretación – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Analizaremos al mismo tiempo los dones de lenguas y de interpretación, desde el momento en que nunca deben ir separados en una reunión pública. Algunos sostienen que hablar en lenguas e interpretar lenguas son los dones de menor jerarquía, porque están anota­dos en ultimo lugar en la lista de dones de 1 Corintios 12:7-11. Si hubiera una razón especial por la cual estos dones aparecen últimos en la lista, una explicación mas lógica seria que fueron los últimos dones dados a la Iglesia. Los primeros siete dones de la lista aparecen en el Antiguo Testamento y en los Evan­gelios, pero estos dos últimos no fueron dados hasta después de Pentecostés.
Hay dos maneras de hablar en lenguas. La más común es la que se usa como un lenguaje devocional para edificación propia, y no hace falta interpretación. (1 Corintios 14:2.) Ya hemos discutido esto en detalle. Queremos referirnos, mas bien, a la manifestación publica de hablar en lenguas, es decir la que debe ser interpretada. A esto llamaremos el “don de lenguas”. Cuando un cristiano bautizado en el Es­píritu Santo siente la inspiración de hablar en lenguas en voz alta y en presencia de otros, a lo cual sigue generalmente la interpretación, estamos en pre­sencia del don de lenguas. (1 Corintios 14:27-28; 12:10.) El don de lenguas es transmitido o dado a los oyentes, que son edificados al escuchar la inter­pretación que sigue, hecha por quien tiene ese don.1 Es preferible que los dones de hablar en lenguas y de interpretación no se empleen en grupos de incrédu­los o de creyentes no suficientemente instruidos, sin una explicación previa sobre su significado, ya sea antes o después de sus manifestaciones.
Hay formal principales para expresar el don de lenguas en la congregación
1. Por medio del don de lenguas y de interpretación, Dios puede hablar a los incrédulos y/o a los creyentes.
Si bien Dios no habla en lenguas (¿como podría haber un lenguaje desconocido para el?) estimula al cristiano dócil a que lo haga, y de esa manera –me­diante las lenguas y la interpretación- habla a su pueblo hoy en día. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento dan testimonio conjunto de que Dios ha­bla a su pueblo mediante estos dones. Así dice Isaías:
“Porque en lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablara a este pueblo.” (Isaías 28:11.) San Pablo cita esa referencia cuando explica lo que significa hablar en lenguas e interpretar: “Esta escrito: en otras lenguas y con otros labios hablare a este pueblo… “(1 Corintios 14:21), la traducción lite­ral del griego dice así: “En otras lenguas y en labios de otros hablare a este pueblo…” Además la Escri­tura da por sobreentendido que el don de lenguas, su­mado al don de interpretación da por resultado una profecía, lo cual sigue siendo siempre Dios hablando al pueblo. (1 Corintios 14:3.)
1 El Don de lenguas también puede aplicarse como oración o alabanza a Dios
En don de lenguas no es una señal para el creyente, desde el momento en que el creyente no necesita de una señal, pero puede ser una señal para el incrédulo (generalmente no buscada), que lo induce a aceptar Señor Jesucristo. “Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos…”(1 Corintios 14:22.)
¿De que manera el don de lenguas puede ser una señal para el incrédulo?
a. La lengua puede ser un lenguaje comprensible al incrédulo, por el cual Dios le habla directamente a el.
b. La lengua puede ser un lenguaje incomprensible, pero el poderoso impacto del lenguaje hablado en lenguas, que como norma se acompaña siempre de interpretación, puede alcanzar al incrédulo y actuar como una señal para él.
Cuando el don de lenguas es un mensaje de Dios, que alcanza al incrédulo, sea por su conocimiento del lenguaje (una traducción), sea por la inspirada interpretación de un creyente, y en algunos casos sin con­tar con la interpretación o traducción, constituye una señal para el incrédulo de que Dios es real, vivo, y esta preocupado por el.
Un joven que formaba parte de las fuerzas de ocu­pación de los Estados Unidos de América en el Japón, y que pertenecía a una iglesia en el Estado de Oregón, se habla casado con una señorita japonesa. El joven matrimonio regreso a los Estados Unidos y en todo les iba bastante bien, a excepción de que la joven señora rechazaba rotundamente la fe cristiana de su marido, y se mantenía resueltamente aferrada a su budismo. Una noche, después del servicio nocturno, la pareja estaba en el altar, el orando a Dios por medio de Jesucristo, y ella elevando sus oraciones budistas. Al lado de ellos estaba arrodillada una señora de edad madura, ama de casa de la comuni­dad. Cuando esta señora comenzó a orar en lenguas en voz alta, súbitamente la esposa japonesa tomo del brazo a su marido
“¡Escucha!” le susurro excitada. “¡Esta mujer me esta hablando en japonés!” Me esta diciendo: “¿Has probado a Buda y no te ha hecho ningún bien? ¿Por que no pruebas con Jesucristo?” Y no me habla en el lenguaje japonés corriente sino en el idioma que se utilice en el templo ¡y usa mi nombre japonés com­pleto que nadie en este país conoce!” ¡No es de extrañar que esta joven señora abrazara la fe cristiana!
Hemos conocido muchos casos similares. Lo que ocu­rrió en el caso que acabamos de mencionar, es que como el ama de casa norteamericana se sometió a Dios orando en lenguas, el Espíritu Santo eligió cam­biar el lenguaje de oración a Dios, por un mensaje de Dios a través del don de lenguas.
Ruth Lascelle (entonces Specter) 2 se había criado en un hogar judío ortodoxo. Cuando al comienzo de su edad adulta, su madre aceptó a Jesús como su Mesías, Ruth creyó que su madre había perdido el juicio. Concurrió a la iglesia donde asistía su madre, en procura ‘de refutar sus creencias. En una de esas reuniones hubo un mensaje en lenguas que si bien es cierto que no fue interpretado, hizo un impacto tan profundo en Ruth que supo en ese preciso instante que Jesús era real, y ella también lo aceptó como su Mesías.
Este es un ejemplo del don de lenguas, ni enten­dido ni interpretado, y, sin embargo, fue una señal de una fuerza tal que Ruth se convirtió en el acto. Dice Ruth: “Le pedí a Dios que-me diera una señal que me indicara que la fe cristiana es la fe verda­dera. Hasta ese momento, por supuesto, nunca había oído la cita de la escritura del Nuevo Testamento que dice: “Los judíos piden señales.” 3 (1 Corintios 1:22.)
Otro caso interesante sucedió en 1964 en el norte de California, durante un servicio carismático. Una estudiante universitaria asistió a la reunión con su padre, prominente funcionario eclesiástico. Esta joven conoció a Jesús en su infancia, pero se había alejado cada vez mas de el, durante sus años de estudiante. Su fe se había hecho añicos, y estaba bajo tratamiento psiquiátrico. Casi al finali­zar la reunión los dones de lenguas y de interpretación se manifestaron en amor y en potencia. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras caminaba hacia el altar para orar. Le dijo a la persona que la acon­sejaba:
“Cuando oí hablar en lenguas por primera vez esta noche, y el mensaje que siguió, supe de nuevo, y sin ninguna duda, que Dios es real y que me ama!”
Este último caso es un ejemplo de estos dones co­mo una señal, no para el incrédulo, de acuerdo a lo que dijimos anteriormente, sino más bien para una creyente afectada de incredulidad temporaria.
Los dones de lenguas y de interpretación también pueden ser un mensaje de Dios para bendecir y ex­hortar a los fieles. Hay numerosos ejemplos que con­firman esta afirmación; solo mencionaremos uno. Un viernes por la noche, alrededor de un año después de que Rita fuera renovada en su experiencia del bau­tismo en el Espíritu Santo, asistía a una reunión de oración. Oro por una amiga que estaba trabajando como enfermera misionera en África, y que estaba so­portando difíciles pruebas. Cuando terminó de orar por Dorotea, hubo un momento de don de lenguas y de interpretación, que al efecto decía así: “Si tu mis­ma estas dispuesta a ir a ayudar a tu amiga, tus ora­ciones serán contestadas mas rápidamente.” A continuación el Señor le pregunto a Rita tres veces, de la misma manera que le preguntó a Pedro: “¿Me amas?” Ella, que había estado caminando muy cerca de e1, testificando activamente de el desde su reaviva­miento, se sintió penosamente sorprendida de que le preguntara si lo amaba, y rompió a llorar. Allí mis­mo Rita le aseguró a Dios que lo amaba tanto que estaba dispuesta a ir dondequiera la enviara. Tan convincente fue el mensaje que le dio el Espíritu San­to, que al finalizar la reunión ¡sus amigos la rodearon para despedirla! según resultaron las cosas, si bien estaba dispuesta a ir al África, en lugar de ello dos meses después el Señor la envió a Texas!
2. El don de lenguas también puede ser oración pública a Dios.
La mayoría de nosotros prefiere oír relatos del cielo que relatos de la tierra; preferiríamos oír a Dios hablándonos, que oír al hombre hablar a Dios. Sin embargo, leyendo las Escrituras, observamos que el don de lenguas es utilizado en reuniones públicas de oración y necesita interpretación para que los otros creyentes puedan asentir. (1 Corintios 14:13. 16.) De ahí se desprende que el don de lenguas, complementado por la interpretación, puede también ser una oración, acción de gracias o alabanza a Dios, lo cual estimula a la congregación. El don de lenguas en tanto sea oración o alabanza, puede ser un lenguaje conocido por los incrédulos, como ocurrió en el día de Pentecostés: “Les oímos hablar en nuestras len­guas las maravillas de Dios.” Pablo también establece que alguno en la reunión puede cantar su alabanza a Dios utilizando el don de lenguas; también la interpretación puede ser cantada, lo cual es de gran inspiración.
Cualquier creyente bautizado en el Espíritu Santo puede “cantar en el Espíritu”. Esto significa permitir al Espíritu Santo no solamente guiar nuestra pa­labra, sino también cantar mientras e1 dirige las palabras y la tonada. En un grupo de creyentes bien instruidos, varias personas pueden orar o alabar a Dios, hablando o cantando en lenguas al unísono, sin necesidad de interpretación. Y en algunas ocasiones, cuando todo el grupo se une “cantando en el Espíritu”, permitiendo al Espíritu Santo no solo guiar las votes individualmente, sino combinándolas a todas ellas, se logra una armonización tan sublime que se­meja el canto de un coro angélico.
Es motivo, de perplejidad para algunos, cuando unas pocas palabras en lenguas son seguidas de una larga respuesta en el idioma vernáculo. Varias razo­nes explican este hecho. Pudiera ser que el lenguaje dado por el Espíritu Santo fuera más conciso, que el lenguaje más elaborado del intérprete. También pu­diera ser que la interpretación misma fuera seguida por palabras proféticas. Otra explicación mas es la de que al hablar en lenguas era en realidad una oración privada, y la presunta interpretación era, en la realidad, una profecía.
Si bien es cierto, que todos los creyentes deberían hablar diariamente en lenguas durante sus oraciones, no todos pueden ejercitar el don de lenguas en una reunión pública. (1 Corintios 12:30.) Sabremos que Dios nos esta inspirando a manifestar el don de len­guas cuando sentimos con toda claridad en lo mas intimo de nuestro ser el avivamiento o el testimonio del Espíritu Santo. Esto no significa que tengamos que hacer nada impulsivamente. Debemos hablar al Señor tranquilamente y pedirle, para el caso de que os quiera utilizarnos de esta manera, que nos brinde la oportunidad, durante el servicio, de oficiar en el ministerio. Nunca debemos interrumpir cuando otra persona este hablando. !!!ión;pedirla,guas.¡El Espíritu Santo es un caballero!” Debemos preguntarle al Señor si este es el don particular que quiere para este grupo determinado. Al utilizar cualquiera de los Dones orales del Espíritu Santo –lenguas, interpretación o profecías- hablemos con voz suficientemente alta para que todos nos escuchen, pero no seamos innecesariamente ruidosos ni cambie­mos el tono de nuestra voz natural. El ser ruidosos o afectados asustara a la gente y podrán impugnar la genuinidad del don. Evitara que oigan lo que Dios quiere decirles. Hablemos con el máximo de preocupación por el bienestar de todos y en el amor de Dios. Si creemos que Dios quiere que manifestemos el don de lenguas, debemos estar preparados para orar también por el don de interpretación, para los casos en que no hubiera otra persona presente suficiente­mente entregada para hacerlo. (1 Corintios 14:13.)
La interpretación de lenguas es dar, en una reunión publica, el significado de lo que se ha dicho por el don de lenguas. Una persona se siente movida a hablar o a cantar en lenguas, y la misma u otra persona recibe del Espíritu Santo el significado de lo que se ha dicho. El que interpreta no entiende la lengua. No es una traducción sino una interpretación, dando el sentido general de lo que se ha dicho. El don de la interpretación puede hacerse presente directamente en la mente de la persona, en su totalidad, de lo contrario tan solo algunas pocas palabras al comienzo, y cuando el intérprete, confiando en el Se­ñor, comienza a hablar, se materializa el resto del mensaje. De esta manera se parece a hablar en len­guas: “Tu hablarás, y el Señor pondrá en tu boca las palabras.” La interpretación puede presentarse también en forma de imágenes o símbolos, o por un pensamiento inspirado, o el intérprete puede escuchar el discurso en lenguas, o parte del mismo, como si la persona estuviera hablando en el idioma vernáculo.
La interpretación dará el mismo resultado que una declaración profética, es decir de “edificación, exhor­tación, consolación”. (1 Corintios 14:3-5.) Recordemos que los dones no han sido dispuestos para que nos sirvan como guía de nuestras vidas, sino para confirmar lo que Dios ya nos esta diciendo en nuestro espíritu y .por medio de las Escrituras.
Dios actúa como quiere, pero se ajusta a ciertas pautas generales que nosotros podemos detectar. Al­gunos han denominado a 1 Corintios 14 como las reglas -de oro carismáticas del cristiano. Por ejemplo, 1 Corintios 14:27, dice así: “Si alguno habla en una lengua, su numero debe estar limitado a dos, o a lo sumo a tres, y cada uno (esperando su turno), y que alguien explique (lo que se ha dicho)” Esta escritura establece normas especifi­cas. Limita el número de intervenciones en lenguas e interpretaciones a dos o tres veces en una reunión. Algunos estiman que el próximo versículo significa que después de dos o tres dones de lenguas, un “in­terprete oficial” deberá brindar una sola interpretación para los dos o tres discursos en lenguas, pero el versículo 13 indica que cualquiera que esta acostum­brado a manifestar el don de lenguas, también puede orar pidiendo el don de la interpretación. Esto es importante que lo tengamos en cuenta, desde el mo­mento en que puede haber-otros en la reunión que no se sienten suficientemente entregados en ese mo­mento para hacer la interpretación que se necesita. A fin de evitar la confusión que produciría entre los incrédulos y los creyentes no instruidos la falta de interpretación del don de lenguas (versículos 23, 33) parece que es bíblico que cada vez que se hable en len­guas hay que hacer la interpretación separadamente. Además se tornaría muy difícil retener la interpretación por un periodo demasiado prolongado.
El hablar en lenguas seria reconocido mas como idioma conocido si hubiera alguien presente que su­piese ese lenguaje y pudiera traducirlo. También es posible que en alguna medida el hablar en lenguas sea en el “lenguaje de Ángeles”. (1 Corintios 13:1.) Sabemos que en el’ mundo hay alrededor de 3.000 idio­mas y dialectos, de modo que no puede sorprender a nadie que muy pocos idiomas puedan ser reconocidos en una localidad en particular ; en realidad es sor­prendente que se puedan reconocer tantos. En el día de Pentecostés había alrededor de 120 personas ha­blando en lenguas, pero solo fueron reconocidos ca­torce lenguajes (Hechos 1:15; 2:1, 4, 7-14), a pesar de que había “judíos piadosos” de todas las naciones del mundo conocido. Este es más o menos el porcen­taje de idiomas conocidos identificados hoy en día. Orando con personas pidiendo la bendición de Pentecostés, y habiendo asistido a numerosas reuniones carismáticas en muchas partes del mundo durante los pasados diez anos, hemos conocido gente que han ha­blado en lenguas en latín, castellano, francés, hebreo, vasco antiguo, japonés, arameo, chino mandarin, ale­mán, indonesio, dialecto chino foochow, griego neo­testamentario, ingles (por un orador no ingles) y polaco.
A veces, los que han recibido la experiencia de Pentecostés, deben soportar el desafió de algunos que no comprenden el propósito de hablar en lenguas, con preguntas tales como la siguiente:
“Si realmente le ha sido dado un nuevo lenguaje, ¿por que no lo hace analizar, descubre a que país pertenece y va a ese país como misionero a predicar el evangelio en ese idioma?” Otros preguntan
“Si Pentecostés es tan poderoso, ¿como es que los misioneros con esta experiencia tienen que estudiar un idioma en la Universidad?”
Estas personas no se dan cuenta que el don de lenguas es manifestado al incrédulo solamente cuan­do es dirigido por el Espíritu Santo, y aun en el caso de que una persona pueda ser utilizada una Bola vez para hablar un determinado lenguaje, y con ello al­canzando a alguien para Cristo, no tiene ninguna manera de saber si le será dado hablar alguna vez mas en la vida ese lenguaje especifico. Si bien el creyente bautizado en el Espíritu Santo puede hablar en su privada lengua devoción al, tanto en este como en el don de lenguas la elección del lenguaje que hable no puede ser regulada por el individuo. Dios lleva a cabo estos milagros vocales según su elección y de acuerdo a sus propósitos.
Aparte de todo ello, hay quienes erróneamente ase­guran que la proclamación del Evangelio se hizo en Pentecostés por medio del don de lenguas y por lo tanto seria el único propósito valido para hablar en lenguas hoy en día. Si bien es cierto que se escucha a algunos hablando, impulsados por el Espíritu Santo, en idioma conocido en el día de Pentecostés, también es cierto que no proclamaron el Evangelio en len­guas, sino que estaban alabando a Dios. El que evangelizó ese día fue Pedro. Aun cuando antes de hablar a la gente el también fue edificado al hablar en len­guas, en el momento de brindar el mensaje de salvación, habló en un lenguaje que el comprendía y que todos sus oyentes entendían.
Corre una idea muy generalizada, pero errónea, de que los oyentes en el día de Pentecostés eran “extran­jeros” que no entendían el dialecto arameo del hebreo, que era el idioma corriente, y fue por ello que al predicarles el evangelio lo hicieron en los idiomas de los países de los cuales provenían. Este error se co­rrige fácilmente prestando atención al relato. El se­gundo capitulo de los Hechos, dice así:
“Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo.” (He­chos 2:5.)
Las personas que oyeron hablar en lenguas en el día de Pentecostés a los 120 primeros creyentes, eran fieles judíos de la “Dispersión” o diáspora, que era el término utilizado para indicar el hecho de que ya en esos días el pueblo judío estaba desparramado por todo el mundo. Pero igual ha como lo hacen en el día de hoy, mantuvieron su identidad y criaron a sus hijos como buenos judíos. Y aún cuando hubieran nacido en el extranjero, y hubieran sido educados hablando otro idioma, a todos les enseñaban la lengua hebrea, y sin duda alguna esperaban ansiosos el día en que pudieran visitar Jerusalén. En el día de Pentecostés sucedió algo así como si los pueblos de habla inglesa de todo el mundo se reunieran en Londres en ocasión de un suceso nacional de gran importancia como seria, por ejemplo, la coronación de la Reina Isabel II. Habría gente de Nueva Zelanda, de Jamai­ca, de la India, británicos de nacionalidad, criados en hogares “a la inglesa”, hablando el idioma ingles, pero que nunca estuvieron en la “madre patria”. En su vida diaria hablarían a menudo una lengua “ex­tranjera”. Imaginémonos a esa gente reunida en Londres para la coronación que escucharan de pronto a un grupo de londinenses de clase popular -“cockneys”- con su acento característico; hablando her­mosamente en el lenguaje nativo, de los lejanos países de los cuales provenían! “¿No son “cockneys” todos estos que hablan? ¿Como, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en la lengua del país en que vi­vimos?”
“OH”, dicen algunos, “todos oyeron en su propio lenguaje. Los discípulos hablaban en una misteriosa “lengua” que milagrosamente le “sonaba” a cada uno como su propio lenguaje.” Es una teoría interesante, pero no bíblica. La Biblia dice: “Comenzaron a ha­blar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.” (Hechos 2:4.)
Cuando Pedro se dirigió a la multitud les dijo “Varones hermanos…” (Hechos 2:29.) No eran extranjeros sino “hermanos” un termino que los judíos no usaban livianamente. Además, es evidente que cuando Pedro se puso de pie para explicarles lo que estaba sucediendo, no hablo en lenguas. Se mencionan 14 naciones y sus respectivos lenguajes; ¿debemos imaginar que Pedro les hablo sucesivamente en esos 14 idiomas? Por supuesto que no; hablo en un len­guaje en que todos le entendieron. l. ¿Que estarían ha­ciendo en Jerusalén en el gran día si no entendieran el idioma y pudieran participar del acontecimiento? El relato nos dice también que había algunos prosélitos, es decir gentiles convertidos, pero estos, también habrían sido instruidos en el idioma hebreo.
Habiendo dejado aclarado este punto de que no se utiliza habitualmente el don de lenguas para anunciar el evangelio, y que no fue utilizado en el día de Pentecostés con ese propósito, reconozcamos también que, como en todos los casos, hay excepciones a la regla.
Hay ejemplos esparcidos a lo largo de la historia del cristianismo, de algunos a quienes el Espíritu Santo les dotó de la capacidad de hablar y entender un nuevo idioma, reteniendo esta capacidad en forma permanente. De acuerdo a sus biógrafos, el gran mi­sionero de Oriente, Francisco Javier, recibió de esta manera el idioma chino. Stanley Frodsham, en su libro Con señales siguiendo, nos relata varios ejemplos similares que han ocurrido en el movimiento pente­costal moderno.
John Sherrill, en su libro, Hablan en otras lenguas,4 cuenta de un misionero que en el año 1932 fue utili­zado por Dios, mediante el don de lenguas, para lle­var el mensaje de la salvación a una tribu de caníbales. El misionero H.B. Garlock fue capturado y juz­gado por los nativos. Les hab1ó durante veinte minu­tos en lo que para el era un idioma desconocido, pero que evidentemente los caníbales lo entendieron, les satisfizo lo que les dijo, y lo dejaron en libertad, y posteriormente se entregaron a Cristo. Es significa­tivo el hecho de que cuando Garlock volvió al centro misionero, continuó oficiando a los liberianos en el idioma de ellos que, le había demandado tanto tiempo y trabajo aprender. No retuvo en forma permanente el idioma de los caníbales pues el Espíritu se lo había “prestado” solamente para esa emergencia.
Alrededor de ocho anos atrás, una señorita de la iglesia de St. Luke, Seattle, al visitar un hospital se detuvo a conversar con una mujer asiática a quien no conocía. La mujer hablaba muy poco ingles, pero lo suficiente para entender que la visitante que­ría orar con ella, a lo cual reaccionó diciendo: “¡Yo, Buda! ¡Yo, Buda! “, significando con ello, por supues­to, que era budista. La señorita de la iglesia de St. Luke se sintió inclinada a hablarle a la mujer a me­dida que el Espíritu ponía las palabras en su boca, y durante varios minutos hab1ó en un idioma descono­cido para ella. Al hacer ademán de retirarse, la mujer le dijo, con el gozo reflejado en su rostro: “; ¡Yo, Jesús!
¡Yo Jesús!” Resulta obvio que la señorita de St. Luke había testificado a la asiática en su propio lenguaje, y la mujer respondió recibiendo a Jesús como su Salvador.
Otra idea no bíblica que sostienen algunos, es que los corintios eran las “ovejas negras” de la iglesia primitiva. Atentaban contra las buenas costumbres, hablando en lenguas, por ejemplo, porque no eran más que convertidos “a medias” de su paganismo. Pablo tuvo que “sermonearlos” debido a su emocionalismo. Aceptaba que hablaran en lenguas, pero a regañadientes.
Lo equivocado de esta idea puede comprobarse fácilmente leyendo con atención el Nuevo Testamento. Cuando Pablo fue a Corinto, Dios le dijo: “Yo tengo mucho pueblo en esta ciudad.” (Hechos 18:10). Fue en Corinto donde Pablo conoció a dos de. Sus grandes colaboradores, Alquila y Priscila, y también fue en Corinto donde trajeron a Apolo, uno de los mas elo­cuentes de entre los primeros evangelistas. No hay indicación alguna de que los corintios fuesen un grupo de segunda categoría. Lo que sucede es que esta generalizado un falso concepto popular de que una gran iglesia es una iglesia sin problemas. Lo cierto es todo lo contrario: mientras mayor sea la iglesia y mayor la obra que realiza, mayores serán los problemas que Satanás querrá provocar. Claro que tenían dificultades los corintios, pero ello era debido a que Dios estaba realizando una gran obra entre ellos y tenían que soportar el desafió del ene­migo.
Pablo no les echaba en cara a los corintios porque hablasen en lenguas, sino porque permitían la en­trada en su grupo al orgullo y al divisionismo. Su gran preocupación eran sus divisiones, su sectarismo, que a su vez originaban el abuso de los dones. Lejos de tratar de impedirles el use de los dones los insta repetidamente a solicitarlos: “Procurad los dones” (1 Corintios 12:31; 14:1.) “Que nada os falte en ningún don…” “Quiero que en todas las cosas seáis enriquecidos en é1, en toda lengua…” Pero también les dice: “Empero hágase, todo decentemente y con orden.” (1 Corintios 14:40.).
Si Pablo se hiciera presente en el mundo de hoy en día, con toda seguridad nos trataría como trato a los corintios:
A continuación Pablo volvería su mirada a los grupos carismáticos -o a algunos de ellos, por lo menos- y les diría algo así
“Mis queridos hermanos, estoy encantado de oír y ver los maravillosos dones del Espíritu manifes­tados en vosotros, pero, ¡por favor! ¿Tiene que gritar tan fuerte ese hermano? Observe que alguien se retiro de la reunión cuando ese hermano grito. Tuvisteis vosotros una reunión pública a la cual invitasteis a incrédulos, y todos vos­otros hablasteis en lenguas al mismo tiempo sin dar ninguna explicación. ¿Creísteis que fue esa la mejor manera de demostrar amor y preocupación por vuestros invitados? Estoy cierto que algunas de las personas que tratáis de alcanzar piensan que estáis locos. ¡Recordad que el espíritu del profeta esta sujeto al profeta!”
¿Puede ser imitado fraudulentamente el don de hablar en lenguas? Si, por supuesto. Todos los dones tienen su contrahechura satánica, que en el caso del don de lenguas se manifiesta por la emisión de expre­siones o sonidos en labios de quienes adoran otros dioses, o están envueltos en otras religiones o cultos, que configuran una falsificación del don de lenguas. En una reunión publica numerosa, donde resulta difícil ejercer un control estricto, puede darse el caso de que una tal persona manifieste una imitación fraudulenta. Y es en esas circunstancias cuando se pone de manifiesto la necesidad del don de discernir los espíritus. Ningún cristiano que esta caminando en el Espíritu bajo la protección de la sangre de Jesús, debe temer que pueda incurrir en una falsifi­cación del don de lenguas. La Escritura nos recuerda nuestra seguridad en Cristo
“¿Que padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿Si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿Pues si vosotros, siendo ma­los, sabéis dar buenas dadivas a vuestros hijos, cuan­to mas vuestro Padre celestial darán el Espíritu Santo a los que se lo piden?” (Lucas 11:11, 13.) “Nadie que hable por el Espíritu de Dios (esto puede sig­nificar un cristiano hablando en lenguas) llama anatema a Jesús.” (1 Corintios 12:3.)
Resumiendo, el don de lenguas, y el de interpretación de lenguas, es en primer lugar, una señal para los incrédulos (1 Corintios 14:22), siempre y cuan­do se manifiesten de acuerdo a las instrucciones bíblicas. En segundo lugar, ambos dones tienen el mis­mo efecto de una profecía, y por lo tanto sirven para que la iglesia reciba edificación. (1 Corintios 14:5, 26-27.)
Pidámosle a Dios que nos utilice en estos dos dones; ambos son necesarios. El apóstol Pablo en Corin­tios 12, compara los dones del Espíritu, públicamente manifestados, con varios miembros y sentidos del cuerpo, teniendo cada uno su lugar, y siendo cada uno necesario a su manera. A la luz de la Escritura, no vemos como pueden ser clasificados los dones en categorías de mayor o menor significación, desde el momento en que Pablo pone énfasis en el hecho de que cada miembro del cuerpo es importante. A me­nos de que se pongan de manifiesto todos los dones, el cuerpo de Cristo en la tierra se vera impedido en su accionar.
Cada uno de nosotros debería examinar su propia vida y arreglar cuentas con Dios antes de manifestar los dones de Dios. Si la gente resulta beneficiada, ¡démosle a Dios la gloria! Oremos para que la gloria de Dios también se manifieste a través de otros miem­bros del cuerpo de Cristo. (Juan 17:22.)

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El don de profecía
El don de profecía se manifiesta cuando los cre­yentes expresan lo que esta en la mente de Dios, por inspiración del Espíritu Santo y no por inspiración de sus propios pensamientos. La profecía no es un don “privado”, sino que siempre interviene un grupo de creyentes, si bien pudiera estar destinada a una o más de las personas presentes. De esa ma­nera puede ser “juzgada”, es decir, evaluada por la iglesia.
A pesar de que la profecía aparece en el sexto lugar en la lista de 1 Corintios 12, Pablo la coloca al tope en el capitulo 14, significando con ello lo altamente beneficiosa que es para la iglesia. Así, dice Pablo:
“Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis… el que profetiza, edifica (construye) a la iglesia.” El versículo 39 es más enfático aun
¡procurad profetizar!”
Ya vimos en el ultimo capitulo que los dones de lenguas y de interpretación, actuando juntos servían, en primer lugar, como señal para los incrédulos y, en segundo lugar, para la edificación de la iglesia, es decir para los creyentes. La profecía es justamente el reverso, primero para la edificación de los cre­yentes y en segundo lugar para los incrédulos: “…la profecía (es señal), no a los incrédulos, sino a los creyentes.” (1 Corintios 14:22.)
La Escritura nos dice que hay tres maneras me­diante las cuales la profecía sirve a los creyentes: edificación, exhortación y consolación; o, dicho en otras palabras, construyendo, animando y consolando. (1 Corintios 14:3.) De ahí que la profecía tenga un carácter esencialmente estimulante para la iglesia, si bien no toda profecía tiene ese carácter. Si un padre terrenal nunca corrigiera a sus hijos, estaría adoptan­do una actitud perjudicial y descarriada. No crecerían ni madurarían normalmente. Si, por el contrario, el padre le dijera permanentemente al hijo que todo lo que hace esta mal y nunca le dijera que lo ama y aprecia lo que hace, no habría un vinculo de amor entre padre e hijo. Podríamos establecer una proporción adecuada: una tercera parte de exhortación y dos terceras partes de consolación. Es por ello que en una reunión hemos de contar con muchas profecías que expresan la consolación del Padre y en menor proporción las que suponen un regalo. Una profecía valida no tendrá que ser duramente condenatoria para los creyentes, pero si un consejo dado en tonos firmes e inequívocos.
Hasta el presente, en la mayoría de las reunio­nes carismáticas, ha sido mayor el ministerio dado a los creyentes por el don de lenguas y de interpretación que por la profecía. Una de las razones que explicarían este hecho es que pareciera que se requiere mas fe para hablar proféticamente, que la que hace falta para que una persona hable en len­guas y otra interprete. Hablar en lenguas es un don mas fácil de manifestar que el de la profecía, pre­cisamente porque A lenguaje es desconocido al ora­dor y por ello no siente ningún temor en caso de equivocarse y, además, porque la interpretación la realiza otra persona, por lo general. Por el contrario, sobre la persona que profetiza cae todo el peso de la responsabilidad.
Por lo tanto, el primer propósito del don de profecía es hablar a los creyentes, pero este don puede también atraer a los incrédulos a Dios. La Escritura dice : “Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, par todos es juzgado ; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorara a Dios, declarando que verdaderamente Dios esta en­tre vosotros.” (1 Corintios 14:24-25.) Esto indica el uso del don de profecía juntamente con el don de conocimiento. El don de conocimiento es la revelación divina de hechos no aprendidos por el enten­dimiento natural. Hablaremos más en detalle sobre este don en un capitulo más adelante. Cuando el incrédulo se da cuenta que son revelados hechos íntimos de su vida relacionados con su estado espiritual, se convence de la realidad de Dios y de inmediato se convierte. Por otro lado, el creyente incrédulo o indocto, que no entiende en su plenitud los dones del Espíritu, no habiendo recibido el bautismo del Espíritu Santo, muy a menudo, al llegar a este punto, se convence de que estas cosas son reales. (Esto ul­timo esta ocurriendo cada vez con mayor frecuencia, en el día de hoy. Muchos creyentes “no adoctrinados” solicitan recibir el bautismo del Espíritu Santo, por­que han visto en acción los dones de los cuales les habían dicho que “no eran para el día de hoy”.)
En el Antiguo Testamento hubo hombres inspira­dos de Dios para profetizar. Estos profetas fueron especialmente elegidos por Dios para comunicar su palabra a la gente, oficiando los dones combinados de profecía y conocimiento, y a menudo ejecutando “grandes proezas” por el poder de Dios. Muchas ve­ces, por medio de ellos hizo conocer Dios su voluntad e intención. Habitualmente toda profecía que se re­fiera al futuro va acompañada de la partícula con­dicional “si”.
“De aquí a cuarenta días Ninive será destruida” (Jonás 3:4) es lo que Jonás debía anunciar. Pero los habitantes de Ninive se arrepintieron en saco y ceniza. ¿De que habría valido enviar a Jonás si no hubieran tenido ninguna oportunidad de arrepentirse? De modo que Ninive no fue destruida -en esa ocasión al menos ¡lo cual molesto mucho a Jonás!
Jeremías fue un profeta de la antigüedad, que advirtió a los habitantes de las ciudades de Judá, que se volvieran de sus malos caminos. También esta fue una profecía “condicional”. Después de oírlo hablar las palabras del Señor, tanto el sacerdote como los profetas y el pueblo en general quisieron matar a Jeremías. A veces el papel del profeta lo hacia muy popular y en ocasiones muy peligroso. Esteban desa­fío al Sanedrín preguntando: “¿A cual de los profe­tas no persiguieron vuestros padres?” Jesús exclamó: “¡Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas…! (Mateo 23:37; Hechos 7:52.)
También hay profecías incondicionales que hacen referencia a planes definidos de Dios, relacionados especialmente con la venida de Cristo. Isaías 53 es un perfecto ejemplo, pues se trata de una de las más grandes profecías del Antiguo Testamento rela­cionadas con el Señor Jesús. Moisés profetizo sobre Cristo: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, lo levantara Jehová tu Dios; a el oiréis.” (Deuteronomio 18:15.) Y, en realidad, Jesucristo mis­mo fue un “profeta, poderoso en obra y en palabra”. (Lucas 24:19.) Fue el profeta, 1 de la misma manera que fue el sacerdote, el rey. En el Nuevo Testamento figuran numerosas declaraciones proféticas hechas por Jesús. Los capítulos 13 de Marcos y 24 de Mateo son poderosas profecías sobre acontecimientos veni­deros. El capitulo 16 de Juan en su casi totalidad es una profecía dada por Jesús a sus discípulos mas allegados
“Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsaran de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensara que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no cono­cen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. (Juan 16:1-4.) (Leer el resto del capitulo.)
Estas profecías “incondicionales” fueron dadas principalmente para servir como señales indicadoras a los creyentes, para que pudieran discernir las “se­ñales de los tiempos”. Jesús dijo: “Os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis.”
1 El mero hecho de reconocer en Jesús a un profeta, no hace cristiano a nadie; Jesús debe ser reconocido como el divino Hijo de Dios, Dios hecho carne.
(Juan 14:29.) En este momento no estamos deba­tiendo sobre el valor de las profecías, simplemente las mencionamos de paso, para ubicarnos y saber donde estamos en el plan calendario de Dios.
En tiempos del Antiguo Testamento Dios no podía andar, por su Espíritu, morar entre su pueblo, pero el Espíritu Santo descendió para ungir a ciertas per­sonas sometidas a Dios. El Espíritu reposo sobre ellos. Moisés profeta y líder del pueblo de Israel llego a la conclusión, cierto día, de que lo que se exigía de el constituía una carga demasiado pesada para soportarla por si solo, por lo cual Dios tomó el espíritu que estaba en el, y lo puso en otros setenta hom­bres; cuando esto ocurrió, ellos, a su vez, comenzaron a profetizar. Pero se planteo un problema, porque sobre dos personas, Edad y Medad, que no habían estado en el Tabernáculo con los otros setenta, tam­bién reposo el Espíritu y por su inspiración comenzaron a profetizar a campo abierto. Entonces algunos de los otros se quejaron y querían que Moisés les prohibiera que profetizaran. La respuesta de Moisés” fue, en si misma, una profecía:
“¿Tienes tu celos por mi? 0jalá que todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos.” (Números 11:29.)
Estas palabras se cumplieron en los días de Pentecostés. Justamente ese día Pedro hizo referencia a las palabras de Joel, que fueron similares a aque­llas: “Esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días derramaré de mi espíritu sobre toda carne. Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros anciano soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos en aquellos días derramaré de mi Espíritu y profetizarán.” (Hechos 2:16-18).
En Efeso, cuando Pablo impuso sus manos sobre los dote y recibieron su “Pentecostés “hablaban en lenguas y profetizaban”. (Hechos 19:6.) La Escritura nos dice que desde el día de Pentecostés y del derra­mamiento del Espíritu. Santo, en adelante, toda criatura sometida a Dios puede ser movida por el Espíritu Santo a profetizar. Pablo, estando en Corinto, luego de recomendarles con ahínco de que todos deben aspirar a obtener el don de la profecía, se ocupa de las per­sonas poseedoras de este don: “Los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero. Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados. Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas.” (1 Corintios 14:29-32.)
Estos versículos nos hablan de las “normas” a que deben ajustarse los que profetizan en reuniones. Los profetas deben limitarse a hablar dos o tres veces, lo mismo que para las lenguas y la interpretación. No importa cuan maravilloso sean los dones vocales, no deben ocupar toda la reunión. Hay que permitir el tiempo necesario para la enseñanza inspirada de la Palabra de Dios, para la alabanza y la oración, para compartir el testimonio, para cantar las alaban­zas a Dios, etc.
Como ya lo hemos expresado anteriormente, la profecía tiene siempre, como destinataria, a la comu­nidad: el pueblo de Dios. En todos los casos, debe ser anunciada en presencia de otros, porque la profecía tiene que ser juzgada o evaluada por la iglesia, en términos del testimonio del Espíritu-en los cora­zones de los demás hermanos, y en los términos es­tablecidos por la Palabra de Dios, con la cual debe concordar la profecía, sin excepción. Esto sirve tam­bién de control para evitar que una persona en parti­cular demande demasiado para si misma. El dirigen­te de la reunión debe estar atento para corregir cuan­do fuere necesario. Se hace mención a los buenos mo­dales y a la consideración debida a las demás perso­nas. “Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas”, nos recuerda que los dones del Espíritu son por inspiración y no por compulsión, y no hay ninguna excusa que justifique un comportamiento ex­travagante. Siguiendo al pie de la letra al Espíritu Santo, la reunión será pacifica, apacible y ordena­da: “decentemente y con orden”, como lo dice Pablo. Para nosotros la palabra “decentemente” pudiera tra­ducirse mejor por “con propiedad” o “decorosamente“.
A las mujeres se les permite ejercer el-ministerio de la oración y la profecía, siempre que estén sujetas a la dirección del hombre.
Si una mujer esta en duda con respecto a su de­recho de profetizar, puede recordar la hermosa profecías declarada por Maria, la madre de Jesús
“Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre. Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quito de los tronos a los poderosos, y exalto a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos.” (Lucas 1:46-53.)
Hasta aquí hemos hablado sobre el don de profecía referido a todos los miembros del cuerpo, pero ahora vamos a referirnos a los que hacen de la profecía su ministerio. De la misma manera que la era apostólica no es una cosa concluida y el ministerio del apostolado se mantiene en toda su vigencia en el día de hoy, así existen todavía los que tienen el ministerio de profeta. En razón de que los profetas del Antiguo Testamento hablaban contra los abusos sociales y políticos y contra las practicas sacerdotales y de la jerarquía de esa época, es decir contra la “institución”, ha echado raíces la errónea idea de que todo activista y todo aquel que protesta contra la injusticia social es un “profeta” y de que la “profecía” consiste, prin­cipalmente, en denunciar la maldad humana. Pero como ya lo hemos visto, no es lo que el hombre dice en el ámbito natural lo que- hace un profeta, sino el hecho de que es impulsado por el Espíritu de Dios para hablar las palabras que Dios pone en sus labios.
El verdadero profeta no tendrá necesidad de anun­ciar a los demás que é1 es un profeta; será recono­cido por su ministerio. Moisés es un excelente ejemplo de un profeta, y sin embargo la Biblia dice de é1: “Moisés era muy manso (humilde, benévolo), mas que todos los hombres que había sobre la tierra.” (Números 12:3.) Esto es un buen criterio para pro­bar a un profeta hoy en día. Es natural que un profeta de Dios oficiara con frecuencia en el don de la profecía, que muchas veces va unido al don de la palabra de sabiduría muy difícil a veces de es­tablecer la distensión entre ambas -haciendo conocer la voluntad y el pensamiento de Dios. Cuando Jesús, sentado junto al pozo, le contó a la mujer, con lujo de detalles, todo lo que sabía sobre su vida personal, la mujer de inmediato le dijo:
“Señor, me parece que lo eres profeta.” (Juan 4:19.)
Un verdadero profeta será un cristiano maduro, ya que su ministerio figura en la lista como uno de los oficios utilizados para la edificación de la iglesia. (Efesios 4:8, 11-16.) No se permitirá a nin­guna persona que ejerza el ministerio como profeta consagrado en la iglesia, a menos que sea perfecta­mente conocido por sus hermanos en cuanto a su doc­trina y a su manera de vivir. Un verdadero profeta denunciara todo lo que sea malo, sin tomar en con­sideración si el actuar así lo hará impopular o no. Atraerá a la gente a Dios, no a si mismo.
El ministerio del profeta debe ser juzgado más estrictamente que el de los hermanos en general que profetizan en las reuniones. Puede darse el caso de que un hombre sea utilizado en el oficio profético, y sin embargo cometerá errores garrafales de vez en cuando. Nunca habrán de aceptarse sus palabras por el mero hecho de su ministerio, sino que deberán ser puestas a prueba por la Palabra y el Espíritu; y esto, por supuesto, no significa de ninguna manera que sea un falso profeta, sino solamente de quien no ha alcanzado la perfección y por ello esta sujeto a error. “En parte profetizamos.” (1 Corintios 13:9.)
El enemigo dispone de imitaciones fraudulentas de todos los verdaderos dones, y hay profusión de falsos profetas en el mundo. Un falso profeta es tremen­damente peligroso, ya que usara de su presunta auto­ridad para ejercer su maligna influencia sobre las per­sonas, y sujetarlas a servidumbre por medio del te­rror. Lograra separarlos de los demás miembros de la familia de Cristo -a menos que se lo ponga en tela de juicio y se descubra su falsedad- con el argumen­to de que pertenecen a un pequeño y selecto grupo escogido. Eso es lo que ocurrió hace poco tiempo atrás en nuestra propia iglesia, cuando un grupito de fer­vientes cristianos fue dominado por un hombre de otra ciudad. Vino y les dijo que el habría, de ser su “pastor”. Tendrían que abstenerse del mas mínimo contacto -aun de sus familiares y amigos con toda persona que rechazara al grupo, y les prohibió que leyeran otra cosa fuera de lo que el les permitía leer; ¡la mayor parte de lo cual lo había escrito el mismo! Por supuesto, también les prohibió escuchar a ningún otro maestro fuera de e1. Les dijo además que cualquier persona que se separara del grupo, es­taría condenada a la perdición. Es conveniente estar precavidos, porque hay actualmente muchísimos “lo­bos rapaces” como los llamaba Pablo, rondando alre­dedor del pueblo de Dios.
“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: no escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan: os ali­mentan con vanas esperanzas: hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová.” (Jeremías 23:16.) El profeta mentiroso no advierte al pueblo que deben dejar de hacer lo malo (Jeremías 23:17-22)-, y generalmente la aparición de un falso profeta se acompaña de inmoralidad.
Debemos precavernos también de la profecía per­sonal y directa, especialmente cuando la misma no es ejercitada por un hombre maduro y sometido a Dios., Un abuso desenfrenado de “profecías persona­les” minó el movimiento del Espíritu Santo que comenzó a principios de siglo. Aun hoy subsiste. A los cristianos les son dadas palabras de sabiduría y de conocimiento para ser utilizadas entre ellos, “en el Señor” y tales palabras alientan y ayudan, pero tiene que haber un testimonio del Espíritu de parte de la persona destinataria de esas palabras, y habrá que extremar las precauciones al recibir cualquier supues­ta directiva o una profecía que predice el futuro. En ningún caso debemos tomar determinaciones basadas únicamente en el hecho de que alguien emitió una supuesta declaración profética o una interpretación de lenguas, o por una presunta palabra de conocimiento o de sabiduría. Nunca hagamos algo por el mero hecho de que un amigo se nos acerca y nos dice: “El Señor me dijo que lo dijera que hicieras tal o cual cosa.” Si el Señor en realidad tiene instruc­ciones para darnos, nos proveerá de un testigo en nuestros propios corazones, en cuyo caso las palabras emitidas por el amigo, o por intermedio de los dones del Espíritu Santo en una reunión, serán la confirmación de lo que Dios ya nos ha estado indicando. La dirección también debe concordar con la Escritura. Y ya que hablamos de Escrituras, veamos lo que dijo Pedro:
“Tenemos también la palabra profética mas segu­ra, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vues­tros corazones …” (2 Pedro 1:19.) La Palabra es­crita de Dios es nuestra guía del viajero, que debemos estudiar concienzudamente, y es el criterio para poner a prueba todas las palabras habladas. Hay un antiguo dicho que vale la pena repetir: “Si tenemos el Espíritu sin la Palabra, estallaremos; si tenemos la Pa­labra sin el Espíritu, nos secaremos; pero si tenemos el Espíritu y la Palabra, creceremos.”
Hagamos notar la cautela del profeta Jeremías. El Señor le dijo a Jeremías que comprara una propiedad a su primo Hanameel. Jeremías no hizo nada hasta que recibió la visita de su primo ofreciéndole vender­le la propiedad, sin tener este ultimo la menor idea de lo que el Señor el había dicho a Jeremías. “Enton­ces” dijo Jeremías, “conocí que era palabra de Jehová.” Si el profeta Jeremías, ese gran hombre de Dios, fue tan cauteloso que desconfiaba hasta de su propia profecía ¡cuanto mas deberemos serlo nosotros! (Jeremías 32:6-9.) 1 La profecía no es decir la buena­ventura! La profecía no es mirar en una bola de cris­tal, o echar las cartas, o una supuesta predicción del futuro por cualquier otro método. Como ya lo hemos dicho detalladamente en capítulos anteriores, Dios prohíbe terminantemente atisbar en el futuro; siempre lo ha prohibido. Si los hombres intentan hacerlo, recibirán información del enemigo para sus propios fines y, si persisten, será para su destrucción. Cierto es, como ya lo hemos mencionado, que la Escritura nos dice que Dios, por medio de sus profetas, nos revela hechos que habrán de suceder; pero esto nada tiene que ver con decir la buenaventura; se trata, simplemente, que en esos casos, Dios ha querido com­partir sus intenciones con sus hijos fieles. El verda­dero profeta no procuraba obtener información sobre el presente o el, futuro, pero como vivía en estrecha comunión con el Señor, Dios compartía con el su conocimiento. La verdadera profecía es anticipar, no vaticinar.
La profecía tampoco es una “predicación inspirada“. La predicación, que significa “proclamar el evange­lio” debe ser, naturalmente, inspirada por el Espíritu Santo, pero al predicar, esa inspiración del Espíritu Santo se extiende al intelecto, al entrenamiento, a la destreza, al trasfondo del predicador. Podemos es­cribir el sermón de antemano o improvisarlo, pero en ambos casos proviene de un intelecto inspirado. Pero la profecía significa que la persona esta pronuncian­do las palabras que Dios le suministra directamente; proviene del espíritu, no del intelecto. Una persona puede emitir palabras proféticas que ni siquiera el mismo entiende. Durante el transcurso de un sermón inspirado puede suceder que el predicador profetice o manifieste los dones de conocimiento y sabiduría, pero esas palabras no son parte de la predicación.
Pablo, en su primera carta a los tesalonicenses, dice así: “No menospreciéis las profecías. Examinad­lo todo; retened lo bueno.” (1 Tesalonicenses 5:20-21.) El hecho de que se abusa de los dones de Dios y de que el enemigo dispone de imitaciones fraudulentas, no significa que debemos rechazar lo que Dios tiene para nosotros. Eso es exactamente lo que quisiera el enemigo. Cuando los hijos de Israel abandonaron el desierto y penetraron en la tierra prometida, descu­brieron que los frutos eran mucho más grandes, pero también lo eran los enemigos. No solo uvas había en el valle de Escol, sino gigantes, y así puede ser nuestra experiencia. Si decidimos tomar este nuevo camino en el Espíritu, ¡pero la fruta vale el es­fuerzo!
Jesús es profeta, sacerdote y rey. También nos­otros podemos ser, boy en día, a través de los profetas, sacerdotes y reyes. (Apocalipsis 1:6.) El pro­feta habla a la gente las palabras de Dios; el sacer­dote le habla a Dios a favor de la gente, por medio de la alabanza y de la oración; el rey domina, impo­niendo su voluntad, por medio de la palabra, sobre las obras del enemigo. En los tres ministerios la voz es importantísima, y nos permite ahondar en la razón del porque la voz tiene que ser sometida en Pentecostés. Si aspiramos a los dones verbales, guardémonos de hablar iniquidades, y así entraremos en la categoría de quienes Dios dice “serás como mi boca”. (Jeremías 15:19.)
Aspiremos al don de la profecía. Pidámosle a Jesús que edifique su cuerpo en la tierra, por nuestro in­termedio. Al tener comunión con el Señor y con nuestros hermanos y hermanas en el Señor, habremos de experimentar que en nuestra mente toman forma pensamientos y palabras de inspiración que no escu­chamos ni compusimos. Si están de acuerdo con la Escritura, entonces debemos compartirlos con la Iglesia. En cuanto a la interpretación puede ocurrir que recibamos tan solo unas pocas palabras, que aumentaran una vez que hayamos empezado a interpretar. Podremos ver un cuadro con los “ojos de la mente” y las palabras brotaran cuando comenzamos a describir el cuadro. En cuanto a los dones de len­guas y de interpretación; el Espíritu brinda las pa­labras valiéndose de distintos medios. Algunos ven las palabras como si estuvieran escritas y se reducen a leerlas palabra por palabra.
Los dones se manifiestan por la habilidad de Dios, no de la nuestra. En la medida de nuestra fe el proveer las palabras que quiere que hablemos. (Roma­nos 12:6.) No tengamos miedo de emitir una profecía ni nos sintamos acomplejados porque la Iglesia debe evaluarla. No apaguemos el Espíritu. El profeta Amos pregunto: “Si habla Jehová el Señor ¿quien profetizara?” (Amos 3:8.) ¡0lvidemosnos de nuestro orgullo y testifiquemos de Jesús!

Capítulo 7   – El don de lenguas  y el don de interpretación  – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Capítulo 8 – El Don de profecía – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett


El don de profecía se manifiesta cuando los cre­yentes expresan lo que esta en la mente de Dios, por inspiración del Espíritu Santo y no por inspiración de sus propios pensamientos. La profecía no es un don “privado”, sino que siempre interviene un grupo de creyentes, si bien pudiera estar destinada a una o más de las personas presentes. De esa ma­nera puede ser “juzgada”, es decir, evaluada por la iglesia.

A pesar de que la profecía aparece en el sexto lugar en la lista de 1 Corintios 12, Pablo la coloca al tope en el capitulo 14, significando con ello lo altamente beneficiosa que es para la iglesia. Así, dice Pablo:
“Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis… el que profetiza, edifica (construye) a la iglesia.” El versículo 39 es más enfático aun
¡procurad profetizar!”
Ya vimos en el ultimo capitulo que los dones de lenguas y de interpretación, actuando juntos servían, en primer lugar, como señal para los incrédulos y, en segundo lugar, para la edificación de la iglesia, es decir para los creyentes. La profecía es justamente el reverso, primero para la edificación de los cre­yentes y en segundo lugar para los incrédulos: “…la profecía (es señal), no a los incrédulos, sino a los creyentes.” (1 Corintios 14:22.)
La Escritura nos dice que hay tres maneras me­diante las cuales la profecía sirve a los creyentes: edificación, exhortación y consolación; o, dicho en otras palabras, construyendo, animando y consolando. (1 Corintios 14:3.) De ahí que la profecía tenga un carácter esencialmente estimulante para la iglesia, si bien no toda profecía tiene ese carácter. Si un padre terrenal nunca corrigiera a sus hijos, estaría adoptan­do una actitud perjudicial y descarriada. No crecerían ni madurarían normalmente. Si, por el contrario, el padre le dijera permanentemente al hijo que todo lo que hace esta mal y nunca le dijera que lo ama y aprecia lo que hace, no habría un vinculo de amor entre padre e hijo. Podríamos establecer una proporción adecuada: una tercera parte de exhortación y dos terceras partes de consolación. Es por ello que en una reunión hemos de contar con muchas profecías que expresan la consolación del Padre y en menor proporción las que suponen un regalo. Una profecía valida no tendrá que ser duramente condenatoria para los creyentes, pero si un consejo dado en tonos firmes e inequívocos.
Hasta el presente, en la mayoría de las reunio­nes carismáticas, ha sido mayor el ministerio dado a los creyentes por el don de lenguas y de interpretación que por la profecía. Una de las razones que explicarían este hecho es que pareciera que se requiere mas fe para hablar proféticamente, que la que hace falta para que una persona hable en len­guas y otra interprete. Hablar en lenguas es un don mas fácil de manifestar que el de la profecía, pre­cisamente porque A lenguaje es desconocido al ora­dor y por ello no siente ningún temor en caso de equivocarse y, además, porque la interpretación la realiza otra persona, por lo general. Por el contrario, sobre la persona que profetiza cae todo el peso de la responsabilidad.
Por lo tanto, el primer propósito del don de profecía es hablar a los creyentes, pero este don puede también atraer a los incrédulos a Dios. La Escritura dice : “Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, par todos es juzgado ; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorara a Dios, declarando que verdaderamente Dios esta en­tre vosotros.” (1 Corintios 14:24-25.) Esto indica el uso del don de profecía juntamente con el don de conocimiento. El don de conocimiento es la revelación divina de hechos no aprendidos por el enten­dimiento natural. Hablaremos más en detalle sobre este don en un capitulo más adelante. Cuando el incrédulo se da cuenta que son revelados hechos íntimos de su vida relacionados con su estado espiritual, se convence de la realidad de Dios y de inmediato se convierte. Por otro lado, el creyente incrédulo o indocto, que no entiende en su plenitud los dones del Espíritu, no habiendo recibido el bautismo del Espíritu Santo, muy a menudo, al llegar a este punto, se convence de que estas cosas son reales. (Esto ul­timo esta ocurriendo cada vez con mayor frecuencia, en el día de hoy. Muchos creyentes “no adoctrinados” solicitan recibir el bautismo del Espíritu Santo, por­que han visto en acción los dones de los cuales les habían dicho que “no eran para el día de hoy”.)
En el Antiguo Testamento hubo hombres inspira­dos de Dios para profetizar. Estos profetas fueron especialmente elegidos por Dios para comunicar su palabra a la gente, oficiando los dones combinados de profecía y conocimiento, y a menudo ejecutando “grandes proezas” por el poder de Dios. Muchas ve­ces, por medio de ellos hizo conocer Dios su voluntad e intención. Habitualmente toda profecía que se re­fiera al futuro va acompañada de la partículacon­dicional “si”.
“De aquí a cuarenta días Ninive será destruida” (Jonás 3:4) es lo que Jonás debía anunciar. Pero los habitantes de Ninive se arrepintieron en saco y ceniza. ¿De que habría valido enviar a Jonás si no hubieran tenido ninguna oportunidad de arrepentirse? De modo que Ninive no fue destruida -en esa ocasión al menos ¡lo cual molesto mucho a Jonás!
Jeremías fue un profeta de la antigüedad, que advirtió a los habitantes de las ciudades de Judá, que se volvieran de sus malos caminos. También esta fue una profecía “condicional”. Después de oírlo hablar las palabras del Señor, tanto el sacerdote como los profetas y el pueblo en general quisieron matar a Jeremías. A veces el papel del profeta lo hacia muy popular y en ocasiones muy peligroso. Esteban desa­fío al Sanedrín preguntando: “¿A cual de los profe­tas no persiguieron vuestros padres?” Jesús exclamó: “¡Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas…! (Mateo 23:37; Hechos 7:52.)
También hay profecías incondicionales que hacen referencia a planes definidos de Dios, relacionados especialmente con la venida de Cristo. Isaías 53 es un perfecto ejemplo, pues se trata de una de las más grandes profecías del Antiguo Testamento rela­cionadas con el Señor Jesús. Moisés profetizo sobre Cristo: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, lo levantara Jehová tu Dios; a el oiréis.” (Deuteronomio 18:15.) Y, en realidad, Jesucristo mis­mo fue un “profeta, poderoso en obra y en palabra”. (Lucas 24:19.) Fue el profeta, 1 de la misma manera que fue el sacerdote, el rey. En el Nuevo Testamento figuran numerosas declaraciones proféticas hechas por Jesús. Los capítulos 13 de Marcos y 24 de Mateo son poderosas profecías sobre acontecimientos veni­deros. El capitulo 16 de Juan en su casi totalidad es una profecía dada por Jesús a sus discípulos mas allegados
“Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsaran de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensara que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no cono­cen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. (Juan 16:1-4.) (Leer el resto del capitulo.)
Estas profecías “incondicionales” fueron dadas principalmente para servir como señales indicadoras a los creyentes, para que pudieran discernir las “se­ñales de los tiempos”. Jesús dijo: “Os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis.”
1 El mero hecho de reconocer en Jesús a un profeta, no hace cristiano a nadie; Jesús debe ser reconocido como el divino Hijo de Dios, Dios hecho carne.
(Juan 14:29.) En este momento no estamos deba­tiendo sobre el valor de las profecías, simplemente las mencionamos de paso, para ubicarnos y saber donde estamos en el plan calendario de Dios.
En tiempos del Antiguo Testamento Dios no podía andar, por su Espíritu, morar entre su pueblo, pero el Espíritu Santo descendió para ungir a ciertas per­sonas sometidas a Dios. El Espíritu reposo sobre ellos. Moisés profeta y líder del pueblo de Israel llego a la conclusión, cierto día, de que lo que se exigía de el constituía una carga demasiado pesada para soportarla por si solo, por lo cual Dios tomó el espíritu que estaba en el, y lo puso en otros setenta hom­bres; cuando esto ocurrió, ellos, a su vez, comenzaron a profetizar. Pero se planteo un problema, porque sobre dos personas, Edad y Medad, que no habían estado en el Tabernáculo con los otros setenta, tam­bién reposo el Espíritu y por su inspiración comenzaron a profetizar a campo abierto. Entonces algunos de los otros se quejaron y querían que Moisés les prohibiera que profetizaran. La respuesta de Moisés” fue, en si misma, una profecía:
“¿Tienes tu celos por mi? 0jalá que todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos.” (Números 11:29.)
Estas palabras se cumplieron en los días de Pentecostés. Justamente ese día Pedro hizo referencia a las palabras de Joel, que fueron similares a aque­llas: “Esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días derramaré de mi espíritu sobre toda carne. Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros anciano soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos en aquellos días derramaré de mi Espíritu y profetizarán.” (Hechos 2:16-18).
En Efeso, cuando Pablo impuso sus manos sobre los dote y recibieron su “Pentecostés “hablaban en lenguas y profetizaban”. (Hechos 19:6.) La Escritura nos dice que desde el día de Pentecostés y del derra­mamiento del Espíritu. Santo, en adelante, toda criatura sometida a Dios puede ser movida por el Espíritu Santo a profetizar. Pablo, estando en Corinto, luego de recomendarles con ahínco de que todos deben aspirar a obtener el don de la profecía, se ocupa de las per­sonas poseedoras de este don: “Los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero. Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados. Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas.” (1 Corintios 14:29-32.)
Estos versículos nos hablan de las “normas” a que deben ajustarse los que profetizan en reuniones. Los profetas deben limitarse a hablar dos o tres veces, lo mismo que para las lenguas y la interpretación. No importa cuan maravilloso sean los dones vocales, no deben ocupar toda la reunión. Hay que permitir el tiempo necesario para la enseñanza inspirada de la Palabra de Dios, para la alabanza y la oración, para compartir el testimonio, para cantar las alaban­zas a Dios, etc.
Como ya lo hemos expresado anteriormente, la profecía tiene siempre, como destinataria, a la comu­nidad: el pueblo de Dios. En todos los casos, debe ser anunciada en presencia de otros, porque la profecía tiene que ser juzgada o evaluada por la iglesia, en términos del testimonio del Espíritu-en los cora­zones de los demás hermanos, y en los términos es­tablecidos por la Palabra de Dios, con la cual debe concordar la profecía, sin excepción. Esto sirve tam­bién de control para evitar que una persona en parti­cular demande demasiado para si misma. El dirigen­te de la reunión debe estar atento para corregir cuan­do fuere necesario. Se hace mención a los buenos mo­dales y a la consideración debida a las demás perso­nas. “Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas”, nos recuerda que los dones del Espíritu son por inspiración y no por compulsión, y no hay ninguna excusa que justifique un comportamiento ex­travagante. Siguiendo al pie de la letra al Espíritu Santo, la reunión será pacifica, apacible y ordena­da: “decentemente y con orden”, como lo dice Pablo. Para nosotros la palabra “decentemente” pudiera tra­ducirse mejor por “con propiedad” o “decorosamente“.
A las mujeres se les permite ejercer el-ministerio de la oración y la profecía, siempre que estén sujetas a la dirección del hombre.
Si una mujer esta en duda con respecto a su de­recho de profetizar, puede recordar la hermosa profecías declarada por Maria, la madre de Jesús
“Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre. Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quito de los tronos a los poderosos, y exalto a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos.” (Lucas 1:46-53.)
Hasta aquí hemos hablado sobre el don de profecía referido a todos los miembros del cuerpo, pero ahora vamos a referirnos a los que hacen de la profecía su ministerio. De la misma manera que la era apostólica no es una cosa concluida y el ministerio del apostolado se mantiene en toda su vigencia en el día de hoy, así existen todavía los que tienen el ministerio de profeta. En razón de que los profetas del Antiguo Testamento hablaban contra los abusos sociales y políticos y contra las practicas sacerdotales y de la jerarquía de esa época, es decir contra la “institución”, ha echado raíces la errónea idea de que todo activista y todo aquel que protesta contra la injusticia social es un “profeta” y de que la “profecía” consiste, prin­cipalmente, en denunciar la maldad humana. Pero como ya lo hemos visto, no es lo que el hombre dice en el ámbito natural lo que- hace un profeta, sino el hecho de que es impulsado por el Espíritu de Dios para hablar las palabras que Dios pone en sus labios.
El verdadero profeta no tendrá necesidad de anun­ciar a los demás que é1 es un profeta; será recono­cido por su ministerio. Moisés es un excelente ejemplo de un profeta, y sin embargo la Biblia dice de é1: “Moisés era muy manso (humilde, benévolo), mas que todos los hombres que había sobre la tierra.” (Números 12:3.) Esto es un buen criterio para pro­bar a un profeta hoy en día. Es natural que un profeta de Dios oficiara con frecuencia en el don de la profecía, que muchas veces va unido al don de la palabra de sabiduría muy difícil a veces de es­tablecer la distensión entre ambas -haciendo conocer la voluntad y el pensamiento de Dios. Cuando Jesús, sentado junto al pozo, le contó a la mujer, con lujo de detalles, todo lo que sabía sobre su vida personal, la mujer de inmediato le dijo:
“Señor, me parece que lo eres profeta.” (Juan 4:19.)
Un verdadero profeta será un cristiano maduro, ya que su ministerio figura en la lista como uno de los oficios utilizados para la edificación de la iglesia. (Efesios 4:8, 11-16.) No se permitirá a nin­guna persona que ejerza el ministerio como profeta consagrado en la iglesia, a menos que sea perfecta­mente conocido por sus hermanos en cuanto a su doc­trina y a su manera de vivir. Un verdadero profeta denunciara todo lo que sea malo, sin tomar en con­sideración si el actuar así lo hará impopular o no. Atraerá a la gente a Dios, no a si mismo.
El ministerio del profeta debe ser juzgado más estrictamente que el de los hermanos en general que profetizan en las reuniones. Puede darse el caso de que un hombre sea utilizado en el oficio profético, y sin embargo cometerá errores garrafales de vez en cuando. Nunca habrán de aceptarse sus palabras por el mero hecho de su ministerio, sino que deberán ser puestas a prueba por la Palabra y el Espíritu; y esto, por supuesto, no significa de ninguna manera que sea un falso profeta, sino solamente de  quien no ha alcanzado la perfección y por ello esta sujeto a error. “En parte profetizamos.” (1 Corintios 13:9.)
El enemigo dispone de imitaciones fraudulentas de todos los verdaderos dones, y hay profusión de falsos profetas en el mundo. Un falso profeta es tremen­damente peligroso, ya que usara de su presunta auto­ridad para ejercer su maligna influencia sobre las per­sonas, y sujetarlas a servidumbre por medio del te­rror. Lograra separarlos de los demás miembros de la familia de Cristo -a menos que se lo ponga en tela de juicio y se descubra su falsedad- con el argumen­to de que pertenecen a un pequeño y selecto grupo escogido. Eso es lo que ocurrió hace poco tiempo atrás en nuestra propia iglesia, cuando un grupito de fer­vientes cristianos fue dominado por un hombre de otra ciudad. Vino y les dijo que el habría, de ser su “pastor”. Tendrían que abstenerse del mas mínimo contacto -aun de sus familiares y amigos con toda persona que rechazara al grupo, y les prohibió que leyeran otra cosa fuera de lo que el les permitía leer; ¡la mayor parte de lo cual lo había escrito el mismo! Por supuesto, también les prohibió escuchar a ningún otro maestro fuera de e1. Les dijo además que cualquier persona que se separara del grupo, es­taría condenada a la perdición. Es conveniente estar precavidos, porque hay actualmente muchísimos “lo­bos rapaces” como los llamaba Pablo, rondando alre­dedor del pueblo de Dios.
“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: no escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan: os ali­mentan con vanas esperanzas: hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová.” (Jeremías 23:16.) El profeta mentiroso no advierte al pueblo que deben dejar de hacer lo malo (Jeremías 23:17-22)-, y generalmente la aparición de un falso profeta se acompaña de inmoralidad.
Debemos precavernos también de la profecía per­sonal y directa, especialmente cuando la misma no es ejercitada por un hombre maduro y sometido a Dios., Un abuso desenfrenado de “profecías persona­les” minó el movimiento del Espíritu Santo que comenzó a principios de siglo. Aun hoy subsiste. A los cristianos les son dadas palabras de sabiduría y de conocimiento para ser utilizadas entre ellos, “en el Señor” y tales palabras alientan y ayudan, pero tiene que haber un testimonio del Espíritu de parte de la persona destinataria de esas palabras, y habrá que extremar las precauciones al recibir cualquier supues­ta directiva o una profecía que predice el futuro. En ningún caso debemos tomar determinaciones basadas únicamente en el hecho de que alguien emitió una supuesta declaración profética o una interpretación de lenguas, o por una presunta palabra de conocimiento o de sabiduría. Nunca hagamos algo por el mero hecho de que un amigo se nos acerca y nos dice: “El Señor me dijo que lo dijera que hicieras tal o cual cosa.” Si el Señor en realidad tiene instruc­ciones para darnos, nos proveerá de un testigo en nuestros propios corazones, en cuyo caso las palabras emitidas por el amigo, o por intermedio de los dones del Espíritu Santo en una reunión, serán la confirmación de lo que Dios ya nos ha estado indicando. La dirección también debe concordar con la Escritura. Y ya que hablamos de Escrituras, veamos lo que dijo Pedro:
“Tenemos también la palabra profética mas segu­ra, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vues­tros corazones …” (2 Pedro 1:19.) La Palabra es­crita de Dios es nuestra guía del viajero, que debemos estudiar concienzudamente, y es el criterio para poner a prueba todas las palabras habladas. Hay un antiguo dicho que vale la pena repetir: “Si tenemos el Espíritu sin la Palabra, estallaremos; si tenemos la Pa­labra sin el Espíritu, nos secaremos; pero si tenemos el Espíritu y la Palabra, creceremos.”
Hagamos notar la cautela del profeta Jeremías. El Señor le dijo a Jeremías que comprara una propiedad a su primo Hanameel. Jeremías no hizo nada hasta que recibió la visita de su primo ofreciéndole vender­le la propiedad, sin tener este ultimo la menor idea de lo que el Señor el había dicho a Jeremías. “Enton­ces” dijo Jeremías, “conocí que era palabra de Jehová.” Si el profeta Jeremías, ese gran hombre de Dios, fue tan cauteloso que desconfiaba hasta de su propia profecía ¡cuanto mas deberemos serlo nosotros! (Jeremías 32:6-9.) 1 La profecía no es decir la buena­ventura! La profecía no es mirar en una bola de cris­tal, o echar las cartas, o una supuesta predicción del futuro por cualquier otro método. Como ya lo hemos dicho detalladamente en capítulos anteriores, Dios prohíbe terminantemente atisbar en el futuro; siempre lo ha prohibido. Si los hombres intentan hacerlo, recibirán información del enemigo para sus propios fines y, si persisten, será para su destrucción. Cierto es, como ya lo hemos mencionado, que la Escritura nos dice que Dios, por medio de sus profetas, nos revela hechos que habrán de suceder; pero esto nada tiene que ver con decir la buenaventura; se trata, simplemente, que en esos casos, Dios ha querido com­partir sus intenciones con sus hijos fieles. El verda­dero profeta no procuraba obtener información sobre el presente o el, futuro, pero como vivía en estrecha comunión con el Señor, Dios compartía con el su conocimiento. La verdadera profecía es anticipar, no vaticinar.
La profecía tampoco es una “predicación inspirada“. La predicación, que significa “proclamar el evange­lio” debe ser, naturalmente, inspirada por el Espíritu Santo, pero al predicar, esa inspiración del Espíritu Santo se extiende al intelecto, al entrenamiento, a la destreza, al trasfondo del predicador. Podemos es­cribir el sermón de antemano o improvisarlo, pero en ambos casos proviene de un intelecto inspirado. Pero la profecía significa que la persona esta pronuncian­do las palabras que Dios le suministra directamente; proviene del espíritu, no del intelecto. Una persona puede emitir palabras proféticas que ni siquiera el mismo entiende. Durante el transcurso de un sermón inspirado puede suceder que el predicador profetice o manifieste los dones de conocimiento y sabiduría, pero esas palabras no son parte de la predicación.
Pablo, en su primera carta a los tesalonicenses, dice así: “No menospreciéis las profecías. Examinad­lo todo; retened lo bueno.” (1 Tesalonicenses 5:20-21.) El hecho de que se abusa de los dones de Dios y de que el enemigo dispone de imitaciones fraudulentas, no significa que debemos rechazar lo que Dios tiene para nosotros. Eso es exactamente lo que quisiera el enemigo.Cuando los hijos de Israel abandonaron el desierto y penetraron en la tierra prometida, descu­brieron que los frutos eran mucho más grandes, pero también lo eran los enemigos. No solo uvas había en el valle de Escol, sino gigantes, y así puede ser nuestra experiencia. Si decidimos tomar este nuevo camino en el Espíritu, ¡pero la fruta vale el es­fuerzo!
Jesús es profeta, sacerdote y rey. También nos­otros podemos ser, boy en día, a través de los profetas, sacerdotes y reyes. (Apocalipsis 1:6.) El pro­feta habla a la gente las palabras de Dios; el sacer­dote le habla a Dios a favor de la gente, por medio de la alabanza y de la oración; el rey domina, impo­niendo su voluntad, por medio de la palabra, sobre las obras del enemigo. En los tres ministerios la voz es importantísima, y nos permite ahondar en la razón del porque la voz tiene que ser sometida en Pentecostés. Si aspiramos a los dones verbales, guardémonos de hablar iniquidades, y así entraremos en la categoría de quienes Dios dice “serás como mi boca”. (Jeremías 15:19.)
Aspiremos al don de la profecía. Pidámosle a Jesús que edifique su cuerpo en la tierra, por nuestro in­termedio. Al tener comunión con el Señor y con nuestros hermanos y hermanas en el Señor, habremos de experimentar que en nuestra mente toman forma pensamientos y palabras de inspiración que no escu­chamos ni compusimos. Si están de acuerdo con la Escritura, entonces debemos compartirlos con la Iglesia. En cuanto a la interpretación puede ocurrir que recibamos tan solo unas pocas palabras, que aumentaran una vez que hayamos empezado a interpretar. Podremos ver un cuadro con los “ojos de la mente” y las palabras brotaran cuando comenzamos a describir el cuadro. En cuanto a los dones de len­guas y de interpretación; el Espíritu brinda las pa­labras valiéndose de distintos medios. Algunos ven las palabras como si estuvieran escritas y se reducen a leerlas palabra por palabra.
Los dones se manifiestan por la habilidad de Dios, no de la nuestra. En la medida de nuestra fe el proveer las palabras que quiere que hablemos. (Roma­nos 12:6.) No tengamos miedo de emitir una profecía ni nos sintamos acomplejados porque la Iglesia debe evaluarla. No apaguemos el Espíritu. El profeta Amos pregunto: “Si habla Jehová el Señor  ¿quien profetizara?” (Amos 3:8.) ¡0lvidemosnos de nuestro orgullo y testifiquemos de Jesús!
Capítulo 7   – El don de lenguas  y el don de interpretación  – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Capítulo 9 – Dones de Sanidades – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett


Los dones de poder son la sanidad, los milagros y la fe. Configuran la continuidad del ministerio de misericordia de Jesús hacia los necesitados. La mayoría de las personas se muestran interesadas en los dones de la sanidad, porque la necesidad es algo tan generalizado. Es fácil comprender que se trata de uno de los dones que más benefician al hombre en su vida. De los nueve dones es, con mucho, el más aceptado por la cristiandad. Fue el Señor Jesús quien le dio la preeminencia que tiene, pues el noventa por ciento de su ministerio en la tierra lo utilizo sanando enfermos. La primera instrucción que les dio a sus discípulos fue:
“¡Sanad enfermos!” (Mateo 10:8.)
Sin embargo, en el lapso transcurrido entre la resurrección y su ascensión, la Biblia no registra que Jesús practicara ninguna curación. Durante esos cua­renta días, ocupo gran parte de su tiempo enseñando y preparando a sus discípulos para proseguir con el ministerio que el comenzó. Inmediatamente después de Pentecostés, los primeros creyentes continua­ron el ministerio de Jesús, sanando enfermos, resu­citando a los muertos, y echando fuera espíritus in­mundos. El ministerio de sanidad de Jesús ha pro­seguido por casi dos mil anos, y continuara así hasta que el vuelva a la tierra. Jesús nos dio esta gran promesa: “El que en mi cree, las obras que yo hago, el las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre.” (Juan 14:12.)
Los dones de la sanidad se destinan para la Curación de lesiones, incapacidades físicas o mentales, y enfermedades en general, sin la ayuda de medios naturales de la destreza humana. Son manifestaciones del Espíritu Santo que, movido a misericordia, y canalizándose a través de seres humanos, van en ayuda del necesitado. Las personas utilizadas por Dios como sus conductor para ejercer la sanidad; no deberían tener la pretensión de “poseer” esos dones, ni deberían adjudicarse el titulo de “sanadores”, sino mas bien darse cuenta que a través de ellos podrían ma­nifestarse cualquiera de los nueve dones, en la ocasión en que lo dispusiera el Espíritu Santo, de acuerdo a las necesidades de los que lo rodean. Existe una real interdependencia entre Dios y el hombre en todo lo relativo a los dones del Espíritu. Por ejemplo, si somos movidos a orar por un amigo, debemos tomar nuestro vehículo, ir a la casa del amigo, hablar de como Jesús sana hoy en día, orar con el amigo y Jesús hará la curación. Un espectador podría decir: “A, lo que parece, lo han hecho todo.” En realidad, al principio, fuimos un “testigo”, informando lo que puede hacer Jesús; luego un “mensajero”, trayendo el don de Jesús, a través del Espíritu Santo que mora en nosotros. Dios nos guía y nos utiliza en su tarea, pero el que sana es Jesús. Gozamos del privilegio de ser colaboradores juntamente con el Señor Jesús. Después de la ascensión y de Pentecostés, la Escritura nos dice que los discípulos “… saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían”. (Marcos 16:20.)
No es indispensable que un cristiano haya recibido el bautismo del Espíritu Santo para poder orar por los enfermos, ni el hecho de que una persona que ha orado con resultados positivos por un enfermo sea una señal de que ha recibido el bautismo del Espíritu Santo. Jesús dijo: “Estas señales seguirán a los que creen… sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanaran.” (Marcos 16:17-18.) Cualquier creyente pue­de orar por un enfermo y verlo curarse por el poder de Jesús. Sin embargo, y hablando en términos ge­nerales, el don de sanidad se manifiesta después de haber recibido el bautismo en el Espíritu Santo, al aumentarse la fe, y recién entonces el cristiano co­mienza a ministrar a los enfermos. Al igual que los otros dones, el de sanidad se exterioriza con mucha mayor intensidad y realidad, después de recibir el Espíritu Santo.
Se entiende habitualmente por “imposición de las manos” el tocar la cabeza del enfermo con una o las dos manos, mientras elevamos la oración. No es un acto mágico, pero es bíblico. Como lo expresa Oral Roberts, constituye un “punto de contacto” para que el enfermo “libere su fe”. Puede también ser una vía por la cual se canalice el efectivo poder del Espíritu. La Biblia dice que podemos poner las ma­nos sobre el enfermo, y así lo hacemos. No obstante, tomemos nota de que Jesús oro por los enfermos de muy variadas maneras. A veces ponía sus manos so­bre ellos, o tocaba sus ojos o sus orejas; en otras oca­siones les soplaba su halito; y a veces no hacia ni siquiera un gesto, simplemente pronunciaba una pa­labra y los enfermos eran curados. En algunas oca­siones les ordenaba a ellos que hicieran algo, como un acto de fe. Una vez le unto con barro los ojos a un hombre y le ordeno que se lavara. Y a unos lepro­sos todo lo que les dijo fue: “Id, mostraos a los sa­cerdotes” (el departamento sanitario), y al darse vuel­ta para ir, ¡fueron sanados! De paso, debemos llamar la atención sobre todas las personas afectadas de enfermedades que requieren tratamiento medico y están sometidas a medicación. Aconsejamos a los tales, que no suspendan el tratamiento especifico (con­tra la epilepsia, la diabetes, los trastornos cardiacos, por ejemplo) antes de “ir y mostrarse a los sacer­dotes” -los médicos- quienes deberán certificar la curación. Lo mismo se aplica a las personas afectadas de tuberculosis o cualquier otra enfermedad contagio­sa, que ha sido curada por Jesús por medio del don de sanidad.
En la epístola de Santiago leemos de curaciones efectuadas a enfermos “ungiéndoles con aceite” (San­tiago 5:14-15) y en respuesta a sus oraciones eleva­das con fe. Los ancianos, los dirigentes de la congregación, efectúan el ungimiento al par que oran por los enfermos de esa congregación en particular. Los discípulos ungían con aceite y oraban por los enfermos. (Marcos 6:13.) En la Biblia el aceite re­presenta uno de los símbolos del Espíritu Santo. “Ungir” significaba derramar aceite (generalmente de oliva) sobre el enfermo mientras se oraba por el. Actualmente la costumbre se reduce a tocar la frente del enfermo con aceite. La epístola de Santiago dice a continuaci6n: “La oración de fe salvará (sanara) al enfermo, y el Señor lo levantara…” (Santiago 5:15.) Notemos la naturaleza incondicional de la pro­mesa. En la Escritura no hallamos ningún manda­miento que nos exija concluir la oración de sanidad con esa frase tan devastadora de la fe que dice: “Si es tu voluntad”. Dios ha dejado claramente sentado en su Palabra, que es su voluntad curar a los enfer­mos, de modo que todo cuanto se diga al respecto esta demás. Jesús jamás utilizó la forma condicional cuando oro por los enfermos. El nos dijo que debemos creer que habremos de recibir la respuesta a nuestras oraciones, aun antes de que oremos. (Marcos 11:24.) Algunos nos recuerdan que Jesús oro en Getsemani diciendo “Padre, si quieres…” 0 “no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Pero esta es una situación totalmente distinta. Jesús sabía cual era la voluntad del Padre. Vino al mundo con el exclusivo propósito de morir por nuestros pecados y resucitar para nues­tra justificación. La oración se refería a su renuencia de sentirse separado de la amante comunión con su Padre, que es lo que ocurriría durante las dolorosas horas de la cruz, cuando cargo sobre sus hombros e1 pecado de toda la humanidad.
Y cuando se trata de la sanidad, sabemos cual es la voluntad del Padre: “Yo soy Jehová, el sanador.” (Éxodo 15:26.) “El que sana todas tus dolencias.” (Salmo 103:3.) “Quitare toda enfermedad de en me­dio de ti.” (Éxodo 23:25.)
Algunos confían en que Jesús podría sanar ¡pero no están muy seguros en cuanto al Padre! En cierta ocasi6n le pidieron a Dennis que visitara a una mujer gravemente enferma a quien los médicos habían desahuciado.
Cuando entro a la pieza, pudo ver que efectiva­mente estaba muy enferma. Pálida y enflaquecida, mostraba, sin embargo, un hermoso resplandor en su rostro. Con una sonrisa le dijo a Dennis: -No se preocupe. Estoy reconciliada con el hecho de que esta es la voluntad de Dios.
¿Que podía responder a eso? Lo habían enviado a orar por su mejoría, y ella estaba segura de que Dios quería que muriera. Le dijo:
-No puedo discutir con usted en momentos como estos, pero le ruego me conteste una pregunta: si Jesús en persona entrara a esta pieza ¿que cree usted que haría?
-¡Me sanaría!
Dennis asintió. -¿No tiene ninguna duda en cuanto a eso?
Movió su cabeza en un gesto negativo.
-Bueno. Jesús dijo que el únicamente hacia las cosas que veía hacer al Padre, es decir que no hacia nada por si mismo. (Juan 5:19.) También dijo que el y su Padre estaban tan unidos, como si fueran uno, y que, si le habíamos visto a e1, habíamos visto al Padre. ¿Cómo puede usted decir, entonces, que Jesús la sanaría pero que la voluntad del Padre es que muera de esta enfermedad?
Medito un rato y luego su rostro se ilumin6 mas de lo que ya estaba.
-Comprendo bien lo que usted quiere decir.
Y ahora si podían orar en favor de su curación.
Una señora nos relato su experiencia. “Cuando es­tuve gravemente enferma, varias personas oraron conmigo pero al terminar siempre añadían las pa­labras “si fuere tu voluntad, Señor”. Yo me angustia­ba cada vez que oía esa frase. El día en que recupere la salud fue el día en que una de esas personas oró con verdadera fe. Estuve esperando escuchar la frase “si fuere tu voluntad”, pero ¡alabado sea el Señor! no la dijo.” Si no podemos orar por un enfermo con certeza y fe, deberíamos abstenernos de orar hasta que logremos hacerlo o, de lo contrario, pedirle a otro que lo haga.
No es necesario que elevemos largas oraciones por los enfermos. Cuando contamos con la fe necesaria para pronunciarla, una palabra imperativa basta para lograr el resultado apetecido: “¡Sana, en el nombre de Jesús!” Jesús sanaba con un toque o una palabra, casi siempre con una orden: “Se limpio” le dijo al leproso. Al paralítico le dijo: “Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa.” Ordenó a los oídos del sordo: “Se abierto.” Al hombre que tenía la mano seca le ordenó: “Extiende tu mano” y la mano le fue res­taurada sana.
Observemos que en la lista de 1 Corintios 12:9 Pablo habla de “dones de sanidades” y no de “don de la sanidad”. Los menciona tres veces en el capitulo y en todos los casos los dos sustantivos están en plural. La traducción literal diría: “Dones de sanidades.”
Y es lógico que así sea, desde el momento en que hay muchas enfermedades se necesitan muchos Do­nes. Una de las mas hermosas promesas de sanidad, referidas a Jesús como nuestro Sanador, es la que dice: “El herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre e1, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Isaías 53:5.) Y nosotros podemos decir con Pedro, lo que e1 dijo mirando atrás hacia la crucifixión: “Por cuya herida fuisteis sanados.” (1 Pedro 2:24.) Las treinta llagas en las espaldas de Jesús representan la sanidad de todas nuestras enfermedades. Al igual que con los demás dones, algunos cristianos reciben el ministerio de sanidad, y con frecuencia son utilizados de esta manera. Y no es raro observar, en este mi­nisterio, que resulta más efectivo orar por algunas enfermedades en particular. Por ejemplo, un amigo nuestro realiza un poderoso ministerio para la artri­tis, otro para los dolores de muelas, etc. Tal vez sea esta la razón porque Pablo habla de “dones de sanida­des”. Algunos han desarrollado’ este ministerio de manera notable, a resultas de lo cual miles de perso­nas han sido curadas y auxiliadas. Estamos profunda­mente agradecidos a esas personas dedicadas y entre­gadas a Dios. Y será aun más esplendido cuando un crecido numero de los hijos de Dios, tomen la inicia­tiva y obedezcan el mandato de “sanad a los enfer­mos”. En toda congregación donde sus miembros han recibido el bautismo en el Espíritu Santo se encuentra gente con un ministerio de sanidad latente.
Una persona puede ser curada por la fe de otra cuando esta demasiado enferma o débil para ejer­citar su propia fe (Marcos 2:3-5) aun cuando este inconsciente o en coma. La curación puede efectivi­zarse por medio de la fe sola (en Jesús) del enfermo (Mateo 9:22, 29) o por la fe combinada del enfermo y del que ejerce su ministerio. (Marcos 5:25-34.) Esto último, por supuesto, es la situación más de­seable. Cuando sea posible, es importante darse el tiempo suficiente para cimentar la fe del enfermo, antes de imponerle las manos para la curación. Esto puede hacerse compartiendo pasajes de la Biblia que se refieren a la sanidad, y compartiendo testimonios personales. Ya le dijo el apóstol Pablo escribiendo a los romanos: “La fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios.” (Romanos 10:17.) Debemos acla­rar con toda precisión que ni siquiera necesitamos depender de la fe de otros, y que nos basta con la Palabra de Dios.
Rita estaba compartiendo su testimonio con un grupo de mujeres en un hogar en Spokane, Washing­ton, en el año 1965, cuando sonó el teléfono. Era una señora que se llamaba Juanita Beeman. La dueña de casa la presentó a Rita por teléfono, y tomó cono­cimiento del problema. Juanita tenía una afección cardiaca que se manifestaba por taquicardia (aceleración de los latidos del corazón) debido a lo cual le hablan instalado un marcapaso electrónico. A pe­sar de que habían transcurrido varios meses desde la operación para implantarle el aparato, tenia que guardar cama en reposo absoluto. Su corazón estaba dilatado y cada quince días tenían que extraerle el líquido que resumía y que se deposita alrededor del corazón, debido a la presencia del aparato que ac­tuaba como un cuerpo extraño. Le pidió por teléfono a Rita que fuera a su casa a orar por ella. A la mañana se dio cuenta de que eran verdaderos creyentes. Después de compartir los pasajes referidos a la sanidad y de hablar sobre los distintos casos de sanidad que ella había presenciado, oraron. La presencia de Dios se hizo tan patente y poderosa, que todos ellos fueron movidos a lágrimas. Varios días después, cuando Jua­nita entro caminando al consultorio del medico (antes debido a su debilidad tenia que ser transportada en una silla de ruedas), este le pregunto sorprendido:
-¿Que ha sucedido?
Ella le respondió alegremente: ¡Dios contesta las oraciones, doctor!
El medico la examino, y comprobó que su corazón se había reducido a su tamaño normal, y que no se había depositado mas liquido. Juanita, desde entonces, ha vivido una vida gozosa y activa.
Cuando oramos por los enfermos, tanto ellos como nosotros deberíamos sentirnos edificados. SEIT Wig­glesworth aseguro que nunca sentía tan de cerca el poder de Dios como cuando oraba por los enfermos. Muchas veces tuvo una visión de Jesús cuando es­taba entregado a una ferviente oración de sanidad. Descubrió, además, la importancia’ que tiene el medio ambiente que nos rodea cuando hacemos la oración.
Nos consta que hemos visto a un paciente literal­mente dominado por la televisión, cuando tenia sus ojos pegados a la pantalla ¡y a duras penas logramos convencerlo que apagara el televisor para poder ele­var una oración de sanidad! Si las circunstancias están bajo nuestro control, debemos insistir en quitar todo motivo de distracción, no solamente durante el momento que dure la oración, sino especialmente después y, si es posible, antes. Smith Wigglesworth, si podía, solicitaba a los incrédulos que abandonaran la pieza antes de elevar la oración de sanidad. Así lo hizo Jesús cuando resucito a la hija de Jairo. (Mar­cos 5:38-40.) Por supuesto que todas estas actitu­des deben ser tomadas con amor.
Las personas que sientan la vocación de orar por los enfermos deben dedicar el tiempo que sea nece­sario para preguntarle a Dios como proceder. Se debe contar con que otros dones del Espíritu, tales como la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento se manifiesten conjuntamente con los Dones de sani­dades. Pudiera haber algo en la vida del enfermo que este impidiendo la curación, y que podría ser re­velada por la palabra de sabiduría.
El don de la palabra de sabiduría puede ser un gran edificador de la fe. A veces el Señor le hará conocer a un cristiano que otro padece de una enfer­medad. Al compartir ambos cristianos este conoci­miento, le infundirá al enfermo una gran certeza y la fe necesaria para receptar la sanidad que se le ofrece. Varios evangelistas de sanidad dependen en gran medida de la palabra de sabiduría para cimen­tar la fe, y a medida que el Señor pone de manifiesto las necesidades, la gente es curada allí donde se en­cuentren, sentadas o de pie, sin necesidad de que nadie en particular oficie con ellos individualmente, aparte del Señor.
La fe, por supuesto, es el más importante de los dones en el ministerio de la sanidad. Hay ocasiones en las cuales el don de la fe será tan fuerte, que sabremos, aun antes de orar, que la persona será curada.
Es importante explicarle al enfermo, que cuando las manos les son impuestas, debe dar rienda suelta a su fe y recibir la curación. Como ya lo hemos dicho, la sanidad de Dios puede producirse por un toque, una palabra o cualquier otro acto de fe. Algunas per­sonas fueron curadas escuchando la radio cuando un evangelista predicaba sobre la sanidad. Esto ocurrió recientemente durante el curso de una transmisión radial en Seattle, Washington, a pesar de ni siquiera haberlo sugerido. Una radio escucha dió rienda suelta a su fe y se curó.
Personas en lugares alejados, fueron curadas por las oraciones de sus amigos (Mateo 8:8), aun sin saber que los amigos estaban orando. Un grupo de miembros de la Iglesia Episcopal de Van Nuys, California, oraban por una amiga que sufría de un tremendo absceso en la mue­la. Mientras oraban, sonó el teléfono:
¿Que esta ocurriendo ahí? -pregunto la mu­jer-. ¡De pronto me he curado!
La Biblia registra otros casos extraordinarios de sanidad por el simple hecho de que la sombra de una persona pasara sobre los enfermos (Hechos 5:15) o entregando a los enfermos paños o delantales que habían tocado las personas utilizadas por Dios para ese ministerio de la sanidad. (Hechos 19:11-12.) De más esta decir que estas cosas pueden ser motivo de abuso o de uso incorrecto, pero sin duda alguna son reales y verdaderas. Además, repetimos, brindan la ocasión para dar rienda suelta a la fe. Sabemos de casos, en la actualidad, en que alguien ha puesto en contacto con el cuerpo del enfermo -sin que el en­fermo lo supiera- un pañuelo bendecido, y el enfer­mo se ha curado. En este caso actúa la fe de la per­sona que trae el objeto bendecido y que es el conducto que Dios utiliza para la curación.
Sabemos por la Biblia que Dios quiere que su pueblo sea integro en espíritu, alma y cuerpo. A pesar de lo maravilloso que es la curación física, estamos conscientes de que nuestra vida en este planeta no pasa de ser una gota en el Océano de la eternidad. De ahí que, como es fácil comprender, la sanidad mas importante es la curación del alma y del espíritu, pues ello tiene valor eterno. Muchas veces, sin embargo, cuando el hombre interior recibe la salvación de Dios, se produce una reacción en cadena por la cual la santidad de Dios le infunde salud al espíritu y al cuerpo. La carta a los romanos dice así: “Si confesares con la boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios se levanto de los muertos, serás salvo.” (Romanos 10:9.) En griego, la palabra que nosotros traducimos como “salvar” es sozo, que sig­nifica ser curado, resguardado de peligro, mantenido en lugar seguro, o salvado de la muerte eterna. Es una palabra que abarca muchísimos conceptos, y se aplica no solo al espíritu sino también al alma y al cuerpo. Cuando Ananias oro por Pablo, este fue cura­do de su mal físico y bautizado en el Espíritu Santo casi simultáneamente. (Hechos 9:17-18.) Y sabemos que estas cosas ocurren en el día de hoy. La oración en el lenguaje que dicta el Espíritu Santo (hablando en lenguas) puede curar, pues el Espíritu Santo nos guía para que oremos por nuestras debilidades y dolencias, y por las necesidades de otro. (Romanos 2:26.)
Hemos mencionado, según Santiago 5, las directi­vas de ungir a los enfermos con aceite y pronunciar la oración de la fe. También observamos que Santia­go dice “Si hubiere cometido pecados, le serian per­donados”. (Santiago 5:15.) La enfermedad, como la muerte, apareció como resultado de la caída del hom­bre. Pero el Señor Jesús dejó claramente sentado que no toda enfermedad es el resultado directo del pecado en la vida del individuo. Los discípulos le preguntaron sobre el ciego relatado en Juan 9:”¿Quien peco, este o sus padres, para que haya nacido ciego?” La res­puesta de Jesús fue terminante: “No es que peco este ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en el.” (Juan 9:3.)
Pero en otras ocasiones, Jesús establece una rela­ción directa entre los pecados del individuo y su en­fermedad. En Lucas 5 leemos de la forma de que se valieron cuatro amigos para transportar un paralítico hasta donde estaba Jesús. Como primera medida Jesús le dijo al paralítico: “Hombre, tus pecados te son perdonados.” Luego le ordeno que se levantara y se fuera a su casa.
En Juan 5 Jesús sana otro paralítico, pero esta vez le advierte: “No peques mas, para que no te venga alguna cosa peor.” (Juan 5:14.)
Cuando oramos por los enfermos, debemos estar advertidos de que un pecado sin arrepentimiento, un hondo resentimiento o una pésima actitud, pueden interferir e impedir la curación. El Libro de Oración Común en la parte correspondiente al servicio para la visitación de enfermos, da las siguientes directivas:
“Entonces la persona enferma será exhortada a hacer una confesión especial de sus pecados, si sien­te preocupación de conciencia; después de tal confesión, y con la evidencia de su arrepentimiento, el ministro le dará seguridad de la misericordia y perdón de Dios.” 1 Es de buena política, antes de orar por un enfermo, preguntarle si “siente preocupación de conciencia”, y en caso afirmativo guiarlo al arrepen­timiento y a la confesión de su pecado, de la manera en que siempre lo haremos. 2
Doquiera se mueva el Espíritu Santo, habrá sani­dad. Dios no es glorificado en la enfermedad de su pueblo, como algunos erróneamente enseñan, sino, por el contrario, en su curación. Cuando Pablo nos dice que el se “gloriara en sus debilidades” (que no sig­nifica necesariamente debilidades físicas o enferme­dad) quiere decir que su debilidad le da ocasión a Dios para demostrar su poder. Los hombres son guiados a Jesús hoy en día al comprobar su poder de sanidad, de la misma manera que lo era en los días del Nuevo Testamento. La curación física del incrédulo debería llevarle a Jesús como su Salvador. Debido a que con el correr de los años, y aun hoy, tantas iglesias han dejado de proclamar la verdad de que Jesús sana en la actualidad, han surgido cultos falsos exhibiendo un tipo de sanidad que no es bíblica y que no glorifica a Jesús.

Por otra parte, numerosas iglesias de todas las de­nominaciones, que se están movilizando en una dirección carismática, comprueban más y más casos de sanidad. Ciegos que recuperan la vista; cataratas que se disuelven (¡y aun cuencas vacías que se lle­nan!); oídos sordos que oyen; tumores que desapa­recen; huesos fracturados que sueldan de inmediato; cardiopatías curadas; esclerosis múltiple, tuberculosis, cáncer, parálisis, artritis, y todas las enfermedades que afectan al cuerpo humano y son curadas por el toque de la mano del Maestro. Algunas de estas cura­ciones han sido instantáneas, otras progresivas, al­gunas parciales… En las ocasiones en las que hubiéramos esperado ver una curación y no la vimos, la culpa no fue de Dios sino del hombre. Somos muy rápidos para decir: “Dios no lo hizo. Me imagino que no esta dispuesto a sanarme.” Sin embargo, la Pala­bra de Dios nos asegura que si lo esta, y ahora mismo.3
La gente dice: “Yo creería en la sanidad si viera un caso en el cual el medico tomara una radiografía, luego se orara, a continuación el medico tomara otra radiografía que probara que efectivamente se curó.”
3Las Escrituras prometen salud para el creyente. Por otro lado, debido a una variedad de razones, a veces los creyentes enferman. La promesa, sin embargo, es que si enfermamos, Dios nos sanará. Algunos dicen: “Pero no van a vivir para siempre. Algún día tienen que morir.” Es cierto. Pero el pueblo de Dios tiene la pro­mesa de una larga vida, y cuando vayamos al hogar de nuestro Padre, no es necesario que lo hagamos en enfermedad y dolor. En Génesis 25:8 leemos que: “Y exhalo el espíritu, y murió Abra­ham en buena vejez, anciano y lleno de años, y fue unido a su pueblo.”
Hay muchos de esos casos que están debidamente re­gistrados y archivados, con la curación perfectamen­te corroborada por la evidencia médica, con radiografías, análisis de laboratorio, etc. Desgraciada­mente, los que exigen tales pruebas nunca las bus­can. Jesús dijo: “Si no oyen a Moisés y a los profe­tas (que ciertamente fueron testigos de las curaciones de Dios), tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.” (Lucas 16:31.)
La mejor manera de aprender sobre la sanidad, es comenzar a orar por los enfermos. Pidámosle a Dios que nos ayude en esta decisión y andemos en fe. Algunos saben cuando deben orar por un enfermo por el testimonio interior; otros perciben una tibieza en sus manos; otros pueden acusar una arrolladora compasión. No debemos depender solamente de estos signos exteriores, pero si confirman la percepción interior de nuestro espíritu, contaremos con dos tes­timonies para reclamar la sanidad de Dios, especial­mente si las circunstancias favorecen que oremos por los necesitados. Cuando se produce la sanidad, demos la gloria a Dios y guiemos a Jesús a la persona sana­da, si aún no lo ha encontrado. Las señales nos seguirán en la medida que continuemos mirando al Señor Jesús y permanezcamos en su amante comunión.

Capítulo 7   – El don de lenguas  y el don de interpretación  – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Capítulo 10 – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Los milagros son hechos que anulan o contradicen a las denominadas “leyes de la naturaleza”. Estricta­mente hablando, no existen “leyes de la naturaleza” como tales. El concepto de “leyes” físicas ha sido des­cartado por la física moderna, que define los sucesos naturales en términos de “probabilidades”. Por ejem­plo, la antigua física newtoniana establecía que:
“Hay una ley según la cual -descontando la re­sistencia del aire- todos los objetos caen con una aceleración de 9,81 metros/segundo, en cada segun­do.” La ciencia moderna diría: “Es probable que todo objeto que cae acelerara su velocidad a razón de 9,81 metros/segundo, en cada segundo.” Y esto se asemeja muchísimo a lo que dice el cristiano: “Las denominadas leyes de la naturaleza, codificadas por la ciencia humana, no son otra cosa que la manera habitual que tiene Dios de hacer las cosas.” Man­tiene un orden regulado para nuestra conveniencia. ¡Que desmañado seria vivir en un universo donde nada se repitiera dos veces de la misma manera! ¡Seria como vivir en un mundo de “Alicia en el país de las maravillas” y en medio de un gran desorden! Sin embargo, Dios en beneficio de su pueblo creyente, cambiara su acostumbrada manera de hacer las cosas, para poder atender a sus necesidades y además para mostrarles que el es soberano y tiene todo el poder. Los grandes milagros del Antiguo Testamento se hi­cieron, justamente, para atender a las necesidades, de la gente, y demostrarles que Dios era real, y que todo esta bajo su control.
No es siempre fácil trazar una delgada línea di­visoria entre el don de milagros y los dones de sani­dades. Pareciera que la “sanidad” comprende a aque­llos actos de poder que supone la curación de una condición en el cuerpo humano (o en el cuerpo ani­mal, porque la sanidad alcanza también a los anima­les por la oración). Otros sucesos caerían bajo el titulo de milagros.
Mencionaremos algunos de los milagros típicos del Antiguo Testamento: la separación de las aguas del mar Rojo para que escapara el pueblo de Israel (Éxodo 14:21-31) ; la detención del sol y de la luna para Josué (Josué 10:12-14); la tinaja de harina que no escaseo y la vasija de aceite que no menguo durante el hambre en la tierra (1 Reyes 17:8-16) ; el fuego que cayo del cielo sobre el Monte Carmelo para que­mar el sacrificio de Elías y revelar al verdadero Dios. (1 Reyes 18:17-39); el retroceso de diez grados del sol según el reloj de Acaz, en respuesta a la oración de Isaías, (2 Reyes 20:8-11); las milagrosas plagas de Egipto (Éxodo 7:12); la transformación en ino­cua de un potaje venenoso realizado por un acto de fe de Eliseo. (2 Reyes 4:38-41.) La mayoría de los grandes milagros del Antiguo Testamento ocurrieron en las vidas de Moisés, Elías y Eliseo.
El relato de Elías y de su discípulo Eliseo nos habla a nosotros en el día de hoy. Eliseo pidió una “doble porción” del Espíritu Santo que poseía Elías. Cuando Elías fue arrebatado al cielo, su manto -símbolo de su ungimiento- cayó sobre Eliseo. (2 Reyes 2:9-14.) El hecho notable que registra la Escritura, es que Eliseo hizo el doble de los milagros que había ejecutado Elías. Esto es simbólico de lo que les ocurrió a los creyentes después de la ascensión de Jesús, si bien Jesús no les legó solo una “doble porción” de su Espíritu, pues no estableció limite al­guno. Simplemente dijo: “Mayores obras hará, porque yo voy al Padre.” (Juan 14:12.)

El don de milagros es uno de los dones que rinde mucha gloria a Dios y uno de los que más debería manifestarse en el día de hoy, de acuerdo a la pro­mesa de Jesús. Dios se deleita en hacer milagros, y esta utilizando a sus hijos en la práctica de este don. El poder para hacer mayores obras viene del hecho de que Jesús ascendió al cielo y Pentecostés recibió la plena potencia del Espíritu Santo, poder con que cuen­tan los cristianos desde aquel entonces.
Por supuesto que Jesús ejecuto más milagros que ningún otro personaje en la Biblia, sin que todos ellos, aparentemente al menos, hayan sido registrados. Como ya lo dijo Juan: “Y hay también muchas otras cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir.” (Juan 21:25.) Unos cuantos de sus milagros, que hallamos en la Biblia, incluyen los siguientes: transformar el agua en vino (Juan 2:1-11) ; caminar sobre las aguas (Mateo 14:25-33); alimentar milagrosamente a la multitud (Marcos 6:38-44; Mateo 16:8-10) ; calmar la tempes­tad en el mar (Marcos 6:45-52) ; la pesca milagrosa (Juan 21:5-12) ; pescar un pez y sacar una moneda ,de su boca (Mateo 17:27).
El primer milagro de Jesús fue la transformación del agua en vino: “Este principio de señales hizo Jesús en Cana de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en el.” (Juan 2:11.) Jesús realizo milagros movido por su compasión- frente a las necesidades humanas y por razones practicas. Cuando camino sobre las aguas fue para tranquilizar a sus discípulos y además porque tenía apuro en llegar a Betsaida. Cuando alimento milagrosamente a las multitudes, lo hizo porque era imposible con­seguir alimento de otra manera. Cuando transformo el agua en vino fue por que había necesidad de vino en la fiesta. Observemos que los milagros no se eje­cutaron para asustar a los incrédulos y forzarlos a creer, sino más bien para estimular a los que ya creían o a los que querían creer. “La generación mala y adultera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás (haciendo referencia a su muerte y resurrección).” (Mateo 12:39-40.) Mu­cha gente dice: ¡Ahí lo tienen! ¡No se supone que tengamos señal!” Pero pasan por alto el hecho de que Jesús esta hablando a una “generación mala y adultera”. Por otra parte, Jesús dijo:
Estas señales seguirán a los que creen…” (Mar­cos 16:17.)
Después de Pentecostés, los apóstoles y otros que no lo eran, hicieron muchas señales de poder: en va­rias ocasiones los creyentes fueron liberados de la cárcel por el poder angélico (Hechos 12:1-17; 16:25­40; 5:17-25); el evangelista Felipe fue transportado corporalmente a Azoto por el poder del Espíritu San­to. (Hechos 8:39-40.) (Tomemos nota de lo siguiente: esto no fue una “proyección astral” o nada parecido. Felipe fue físicamente y corporalmente arrebatado por el Espíritu Santo y transportado de Gaza a Azo­to, (¡una distancia de 38 kilómetros !) Obrando mila­grosamente, Pablo encegueció transitoriamente a Eli­mas el mago para que cesara en su oposición al evan­gelio. (Hechos 13:9-12.) Pablo fue mordido por una víbora venenosa y no sufrió daño alguno. (Hechos 28:3-6.)
Pedro y Pablo cuentan en su haber el mayor número de milagros registrados en el libro de los Hechos de los Apóstoles, pero también ejecutaron milagros Es­teban y Felipe, y en 1 Corintios 12 el don de hacer milagros es uno de los nueve dones que regularmente manifestaban los creyentes.
¿Que quiso decir Jesús cuando afirmo que los que creen en el harían “cosas mayores”? Algunos pien­san que significa que se producirán muchos mas mi­lagros, en razón del mayor numero de personas que hoy en día son llenados con el Espíritu Santo. Otros creen que podría significar también que se harán nuevos milagros, en adición a los que registra el relato bíblico, y mayores aun que aquellos. De una cosa estamos seguros, y es de que si Jesús tuvo la intención de que los creyentes hicieran nuevos mila­gros, serian siguiendo el modelo determinado ya por el Señor, y de acuerdo con las Escrituras. Hay mu­chos hechos horripilantes que tienen lugar en la actua­lidad, a medida que los hombres y las mujeres expe­rimentan con lo oculto y lo psíquico, es decir con los poderes de Satanás, y el cristiano no debe dejarse engañar por ellos. La Escritura nos dice que los se­guidores del enemigo harán “grandes señales y pro­digios, de tal manera que engañaran, si fuese posible, aun a los escogidos”. (Mateo 24:24; Marcos 13:22.)
Sin embargo, los milagros se suceden hoy en día, de acuerdo a las normas establecidas por las Escri­turas. En el libro Nine O’Clock in the Morning, (A las nueve de la mañana), citamos varios casos en que Dios modifico sorprendentemente las condiciones atmosféricas, en respuesta a una oración hecha con fe.1
Hay ejemplos de personas que, en la actualidad, han sido transportadas f1sicamente en el Espíritu, de la misma manera en que lo fue Felipe el evangelista, según la crónica registrada en Hechos 8:39-40. David duPlessis, probablemente el mas conocido testigo del reavivamiento carismático, fue actor de un milagro igual, al comienzo de su ministerio. Estaba reunido juntamente con otros hombres en el jardín de la casa de un amigo, orando por otro hombre gravemente en­fermo y que vivía en una casa distanciada casi dos kilómetros de donde estaban ellos.
“Mientras orábamos”, cuenta David, “el Señor me dijo: “¡te necesitan ya mismo al lado del lecho de ese enfermo!” Arrebate mi sombrero, corrí alrededor de la casa y di un primer paso saliendo del portal, para dar el segundo paso en el umbral de la casa donde yacía enfermo mi amigo, ¡a casi dos kilómetros de distancia! Por supuesto que me sorprendí sobre­manera. Me consta que fui transportado de manera instantánea esa distancia, porque alrededor de quince minutos llego el resto de los hombres con quienes había estado orando, los cuales llegaron agitados por el esfuerzo realizado. Me preguntaron: ” ¿Como llegas­te aquí tan rápido?”
David tenía que llegar inmediatamente, y Dios sim­plemente proyecto el transporte.
En estos últimos años se esta desarrollando en Indonesia lo que tal vez sea el mas poderoso reavi­vamiento de cristianismo neotestamentario, que el mundo haya experimentado jamás. Nos llegan infor­mes bien documentados de sucesos milagrosos de la misma naturaleza y magnitud que los relatados en la Biblia. 2 Miles de personas han sido milagrosamente alimentadas con provisiones calculadas para unos cuantos centenares; el agua ha sido transformada en vino para poder tomar la santa cena; grupos de cristianos han caminado sobre las aguas para poder cruzar ríos y proclamar las buenas nuevas de Cristo, por no decir nada de los miles que han sido sanados y aun resucitados de entre los muertos.3 Se podrían descartar estos informes como fantasiosos, salvo el hecho de que han sido confirmados por testigos fide­dignos, y a menudo por cristianos que previamente no creían que los milagros relatados en el Nuevo Tes­tamento pudieran repetirse hoy en día. Tal vez la mas poderosa evidencia indirecta de la verdad de estas señales, radica en el hecho que más de dos mi­llones y medio de musulmanes han aceptado a Cristo, como asimismo miles de comunistas. La prensa maho­metana admitió recientemente ¡la conversión de dos millones de mahometanos a la fe cristiana!
Una de las principales razones de lo que esta ocurriendo, sin duda alguna, estriba en el hecho de que están viendo el poder de Dios manifestado, no solamente en el mi­lagro de vidas transformadas, sino en los milagros literales de la Biblia. ¿Por que habrían de ocurrir semejantes acontecimientos? Es debido a que los in­donesios nunca les han dicho que ciertas partes de la Biblia “no son para hoy”; de ahí que lo están practicando en fe simple; ¡Y da resultado! ¡Dios vive!
Dios se arriesga cuando comparte con su pueblo sus obras sobrenaturales. Sin duda obraría mas mi­lagros entre su pueblo, pero bien sabe que eso seria perjudicial para nosotros a menos que estemos es­piritualmente preparados. Oímos la verdadera histo­ria de un evangelista que había sido poderosamente utilizado por Dios, hasta que una noche el poder y la gloria de Dios elevaron a esta persona un par de metros desde el suelo, a plena vista de la congregación. Fue tan impresionante esta experiencia, que desde esa noche en adelante ese particular siervo de Dios no podía hablar de otra cosa sino de como algún día los cristianos serán transportados de un lugar a otro en el Espíritu para proclamar el evange­lio a todo el mundo. Al final se redujo a ser el único tema de ese evangelista, resultando ser un impedimento para la predicación del evangelio y un buen ministerio reducido a casi nada
Conviene detenernos un poco y analizar este ejem­plo en particular. ¿Cual fue el propósito de este mi­lagro? Podríamos responder de inmediato: “!Oh, pa­ra probar a los asistentes que el evangelista estaba diciendo la verdad!” No, de ninguna manera, porque también Satanás puede elevar a las personas en el fenómeno denominado “Levitación”. Entre las perso­nas que incursionan en el campo de lo oculto actual­mente, algunos experimentan con estos fenómenos, tratando de aprender a flotar en el aire o levantar objetos pesadísimos con la ayuda de poderes “espi­rituales”. Una variedad del espiritismo que se prac­tica en tertulias familiares y que consiste en hacer mover una mesa sin tocarla, es una forma de levitación. El hecho de que alguien pueda ser elevado de la tierra, de ninguna manera prueba que esa persona sea de Dios, como tampoco lo prueba el hecho de que pueda sanar a los enfermos.
En el caso particular que estemos analizando, no era necesario un milagro para probar que el evan­gelista era de Dios, pues eso surgía claramente de lo que estaba diciendo: proclamaba el evangelio de Jesucristo. ¿Cual fue, entonces, el propósito del mi­lagro? Era simplemente Para alegrar el corazón de la gente que estaba escuchando, mostrando una vez mas cuan real es Dios. No era otra cosa que Dios expresando el amor al predicador y a los oyentes de una manera extraordinaria. Nuestro amigo evange­lista cometió el error de querer adelantarse a Dios y a las Escrituras, especulando sobre las cosas que tal vez Dios haría en el futuro, y edificando sobre ello toda una doctrina. Si bien es posible que a me­dida que aumenta el fragor de la batalla aumentara el numero de personas que sean transportadas en el Espíritu, no contamos con antecedentes bíblicos para decir que Dios lo va a establecer como un “ministe­rio”. Si hubo alguien en la historia que pudo haber utilizado esa “vía aérea”, ese alguien fue el apóstol Pablo, pero no tenemos ninguna noticia de que haya sido transportado de esa manera. Si bien es cierto que Dios obra en su vida otros milagros, cuando se trato de viajar, viajo siempre como los demás.
Inmediatamente después de ser bautizada en el Espíritu Santo, la gente experimenta una mayor ca­pacidad para lo milagroso en su vida, Luego se ad­vierte una disminución de estas experiencias porque nos invaden las viejas maneras de pensar y de vivir, y Dios nos tiene que inscribir en la escuela del Espíritu Santo. Quiere enseñarnos algunas cosas antes de poder confiar plenamente en nosotros en esta área, no sea que se meta de por medio nuestro orgullo y otros pecados, provocando nuestra propia exaltación, para luego caer estrepitosamente. (1 Timoteo 2:6.) Sin embargo, el cristiano prudente, habiendo una vez pro­bado las maravillosas obras del Señor, es estimulado a someterse al manejo de Dios y a sus lecciones, para que siga adelante, y no retroceda en el camino andado. Es la voluntad del Padre que permanezcamos en esta nueva dimensión.
Ya hemos advertido en detalle en un capitulo an­terior, y al comienzo de este mismo capitulo, en el sentido de que para cada uno de los dones de Dios hay una imitación fraudulenta demoníaca. Un hongo y una seta venenosa parecen exactamente iguales, pe­ro uno es un alimento delicioso y el otro un veneno mortal. Solamente la Escritura puede enseñarnos a detectar una “seta venenosa” espiritual. Los verda­deros milagros de Dios pueden manifestarse únicamente a través de aquellos que han recibido a su divino Hijo Jesús. Los cristianos no esperan mila­gros por el milagro en si, sino porque Dios prometió que seguirían en la vida de sus hijos y porque atien­den a las necesidades de los hombres y llevan a otros a Jesús.
El Nuevo Testamento registra más sucesos milagro­sos en la vida de San Pablo que en ninguno de los doce apóstoles originales. Si pensamos que los prime­ros apóstoles gozaban de un “status” especial porque anduvieron y hablaron con Jesús durante su vida te­rrenal, deberíamos sentirnos estimulados por Pablo que no conoció a Jesús “según la carne”. (2 Corintios 5:16.) Es interesante notar el hecho que el poder de Pablo en el Espíritu Santo no disminuyo al llegar a viejo. Más bien, lo vemos manifestando las mismas aptitudes milagrosas de Dios y su poder de sanidad con mayor potencia en el último capitulo de los He­chos que en cualquier otro momento de su vida. (He­chos 27:28.) Pablo nunca disminuyo su ritmo, ni aun llegado a viejo.
Muchas veces los milagros de Dios se hacen de una manera tan “naturalmente sobrenatural” que pode­mos no percibirlos si no estamos alertados. Debemos mantenernos a la expectativa para que los milagros de Dios se manifiesten en nosotros y a través de nuestra vida. Oremos para que el Poder de Dios también se manifieste a los demás miembros del cuer­po de Cristo. Contemos con un milagro y mantenga­mos los ojos puestos en Jesús.

Capítulo 7   – El don de lenguas  y el don de interpretación  – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Capítulo 11 – El don de la fe – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

La Biblia nos habla de la fe desde el Génesis hasta el Apocalipsis, pero la define en una sola ocasión. La encontramos en la carta a los Hebreos: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción do lo que no se ve.” (Hebreos 11:1.) Varias son las cosas que aprendemos, de este versículo. La fe es ahora o no es fe. Fe es tiempo presente; esperanza es tiempo futuro. Fe es creer antes de ver, pero dará substancia a lo que hemos creído. La fe no es algo pasivo sino algo activo.
Todo el mundo, tanto creyentes como incrédulos, pueden entender lo que es la fe humana natural. La gente tiene fe en las cosas de este mundo por la experiencia adquirida a través de sus cinco sentidos. Por fe natural prendemos el televisor, creyendo que veremos o escucharemos algo interesante. Si bien la mayoría de las personas no entienden el sistema eléctrico de la televisión, a pesar de eso su fe natural lo insta a encenderlo. Para sentarnos en una silla echamos mano a nuestra fe natural. Si las personas pudieran ver la estructura molecular de la silla y los enormes espacios intermoleculares en esa materia que parece tan sólida, ¡tomarían asiento cautelosamente! Por fe natural encendemos una luz, viajamos en avión, manejamos un automóvil o simplemente vivimos. Las personas pueden tener esta clase de fe y no creer en Dios. La fe natural es la confianza puesta en algo o en alguien que Podemos ver, oír y tocar,”Ver para creer”.
La fe verdadera, la que viene de Dios es sobrenatural, es decir que trasciende los sentidos naturales.
La Primera es “la fe que salva”. La Biblia nos dice que sin fe es imposible agradar a Dios. (Hebreos, 11:6) No obtenemos la salvación por nuestras buenas obras si no por la fe en Jesucristo.
“Cree (ten fe) en el Señor Jesucristo, y serás salvo…” (Hechos 1ó:31.) La llave a la fe cristiana no es ver para creer” sino “creer antes de ver”. “La fe” dice el autor de Hebreos “Es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no so ve”. (Hebreos 11:1.) Jesús no se evidencia a nuestros sentidos físicos, pero por medio del Espíritu Santo podemos experimentar, aquí y ahora, su amor y comunión. Esta fe salvadora es un don de Dios. y no algo que nosotros podamos fa­bricar. (Efesios 2:8-9.) La fe salvadora llega al hom­bre por medio do la proclamación de la Palabra de Dios. “La fe es por el oír y el oír, por la palabra de Dios.” (Romanos 10:17.)
Una vez que hemos recibido a Jesús, la Escritura nos dice que cada cristiano recibe “la medida de fe”. (Romanos 12:3.) Todos iniciamos la carrera con una medida igual, pero algunos crecemos en fe y otros no, y ello dependerá de nosotros. Dios siempre tiene una reserva para sus hijos; sus depósitos son ilimitados.
La segunda clase de fe, as la fe como un “fruto del Espíritu“. (Gálatas 5:22.) Esto viene como resul­tado de nuestra salvación: unión con Cristo. Jesús dice: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mi, y yo en él éste lleva mucho fruto.” (Juan 15:5.) Desde el mismo instante de nuestra unión con él (la viña) tenemos potencial­mente la capacidad do dar frutos.
Nuestra fe (confianza, creencia) en Jesús es la obra de Dios Espíritu Santo, y es el él que nos abastece de fe a medida que avanzamos en la vida cristiana. Nuestra parte es responderle a él. La fe en Jesús, tanto la fe inicial coma la fe permanente constituye la base para todos los otros frutos y dones del Espíritu. Es imposible sobreestimar su import­ancia. “Conforme a vuestra fe os sea hecho” dice Jesús: y en otro pasaje: “Al que cree, todo le es posible.” (Mateo 9:29; Marcos 9:23.)
La fe, como fruto, es la resultante de un proceso que se obtiene con el tiempo. No se planta un árbol y se espera que al día siguiente brinde frutos, El árbol tiene que ser cultivado, alimentado y regado. La palabra “morar” significa tomar residencia permanente. El resultado de morar es el fruto de un carácter cristiano piadoso. Nuestro crecimiento en el fruto de la fe dependerá de un caminar con Cristo sin altibajos, de una diaria alimentación de las Escrituras, y de la comunión en el Espíritu Santo.
El don de la fe existe potencialmente en el creyen­te desde el momento en que recibe a Cristo pero al igual que los otros dones, se torna mucho mas activo después del bautismo en el Espíritu Santo. A diferencia del fruto, Es dado en forma instantánea. Es una súbita oleada de fe, habitualmente durante una crisis, para creer confiadamente, sin un ápice de dudas, que lo que hagamos o hablemos en el nombre de Jesús, sucederá.
La palabra “confesión” toma sus raíces de dos vocablos griegos, homo logos, que significa hablar lo mismo que la Palabra de Dios. El don de fe verbal es confesar lo que dice Dios, dirigido por el Espíritu Santo. Uno de los, versículos que mejor describes este pensamiento esta registrado en Marcos:
“Respondiendo Jesús les dijo: Tened fe en Dios.” (La traducción literal del griego es: “Tened la fe de Dios.”) “Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho le que dice, lo que diga le será hecho.” (Marcos 11:22-2.3.)
Elías constituye un sugestivo ejemplo de este don en el Antiguo Testamento. Aparece súbitamente en escena en I Reyes 17:1 presentándose ante Acab, el más perverso de los reyes de la historia de Israel, diciéndole: “Vive Jehová, Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra.” Y su advertencia so cumplió al pie de la letra. El profeta Elías debe de haber, vivido en un alto nivel de fe, si bien sabemos que en algunas ocasiones su fe se derrumbo casi por com­pleto, como esta registrado en 1 Reyes 19:3 ¡cuando perdió el valor y huyo despavorido! Nadie podrá dudar que Elías tiene que haber recibido verdaderas oleadas de fe, especiales dones de fe, para enfrentar crisis como las que hemos mencionado, o la tremenda prueba del monte Carmelo: “Si Jehová es Dios, se­guidle; y si Baal, id en pos de él”, (1 Reyes 18:21) cuando bajo fuego del cielo para confirmar que el Dios de Elías era el Dios verdadero a quien había que servir.
Por otra parte, hallamos un don de fe en acción, en el conocido incidente en la vida del profeta Daniel. Funcionarios celosos urdieron un complot contra Da­niel, como resultado del cual fue sentenciado y echado a un foso de leones hambrientos. Daniel no dijo ni una palabra, simplemente confió en Dios, y los leones no lo dañaron. A pesar de ser Daniel un hombre ex­traordinario, tiene que haber tenido una gran dosis de fe para soportar esta espantosa experiencia. (Da­niel 6:17-28.)
En el Señor Jesucristo, el fruto y el don se com­binan a la perfección, porque el vivió siempre en la cima de la plenitud de su fe en el Padre. Los evan­gelios están repletos de ejemplos de su gran fe. Un día Jesús y sus discípulos decidieron cruzar el lago en una pequeña barca. Jesús estaba cansado y Se durmió recostado sobre un cabezal en la popa de la embarcación. Súbitamente se desato una gran tor­menta que echaba las olas en la barca que se inun­daba. Los discípulos estaban aterrorizados y desper­taron a Jesús. Unas pocas palabras le bastaron para aquietar la tormenta. Aun cuando lo despertaron de un profundo sueño, no tuvo necesidad que le inyecta­ran una dosis especial de fe para realizar el milagro. (Marcos 4:35-41.)
El don de fe es distinto al de obrar milagros, que estudiamos en el capitulo anterior, si bien puede producir milagros. Si los discípulos, en el barco ajetreado por la tormenta hubieran permanecido calmos y seguros a pesar de su peligrosa situación. Hubieran estado manifestando el don do fe. Pero como ocu­rrieron las cosas, fue, Jesús quien por medio, de un milagro, tuvo que acallar la tormenta. Si Daniel, en el foso de los, leones, hubiera dado muerte a las pe­ligrosas fieras con nada mas que un gesto, hubiera aplicado el don del milagro, Pero lo que sucedió es que permaneció ileso en Presencia de los bravos leo­nes, de mostrando una formidable dosis de fe. Cosas parecidas a estas encontramos entre los creyentes del nuevo testamento. ¿Quién más inestable que Pedro? Después de Pentecostés, el Espíritu Santo lo estabili­zo considerablemente, pero, al igual que cualquiera de nosotros tenia sus altibajos. Estaba siempre tan atento a lo que la gente pudiera decir que Pablo se vio obligado a “resistirle cara a cara”. (Gálatas 2:11) Pero al recibir la noticia do que Dorcas o Tabita, la amada discípula de Jope había muerto, sin dudar un instante fue y pronuncio la palabra de fe: “Tabita, levántate” (Hechos 9:40.)
Veamos, el ejemplo de fe en acción en Hechos 12. Pedro fue arrestado por Herodes Agripa I y encarcelado, con el deliberado propósito de ejecutarlo a la mañana siguiente, tal cual lo había hecho ya con Jacob, hermano de Juan. Leemos:
“Estaba Pedro durmiendo entre dos, soldados, su­jeto con dos cadenas y los guardias delante de la Puerta custodiaban la cárcel. Y he aquí que se presento un ángel del Señor, y una luz resplandeció en la cárcel; y tocando a Pedro en el costado, le despertó, diciendo: Levántate pronto. Y las cadenas se cayeron de las manos”; ¡EI Ángel lo saco a Pedro de la cárcel antes de que Pedro se diera cuenta ni siquiera de que estaba despierto! (Hechos 12:6-7.)
Cuando el pasaje habla de que el ángel toco a Pedro, significa “darle un golpe”, no una palmadita cariñosa. Pedro dormía tan profundamente, que aun cuan­do ya se había despertado le tomo un tiempo “volver en si” y darse cuenta de lo que había ocurrido. Esto es la fe en acción en un sentido muy parecido al de Daniel. Cualquiera de nosotros tal vez nos hubiéramos mantenido despiertos, preocupados por lo que nos habría de ocurrir o planeando una manera de esca­par pero no es lo que Pedro hacia. Estaba durmiendo placidamente dejándolo todo en las manos de Dios, y recibió la recompensa por su fe.
El don do fe hoy en día
Ya hemos hecho mención de los grandes aconteci­mientos que están ocurriendo en Indonesia, país donde millones de mahometanos y comunistas están acep­tando a Cristo. Acompañando a este reavivamiento se han producido milagros do una magnitud neotestamentaria. Tres anos atrás ya había treinta y tres casos perfectamente documentados de resurrecciones en la isla de Timor. Cuando David duPlessis visito Indonesia este año nos contó que al preguntar cuan­tos eran los muertos que habían resucitado a la fecha, le contestaron: “Hemos perdido la cuenta y, de todas formas, ¡nadie nos cree!”
Un amigo, Sherwin McCurdy de Dallas, Texas, fue utilizado para resucitar a un hombre. La historia fue relatada en la revista Christian Life de octubre de 19ó9.1 McCurdy esperaba un taxi en las proximida­des del aeropuerto de Amarillo, Texas, una mañana ­temprano, cuando se le aproximo corriendo un niño de nueve años, asustado y pidiendo ayuda: “Mi pa­dre se muere!” jadeo. Siguiendo al niño, McCurdy encontró un auto metido en una zanja, y el conductor, un hombre de edad mediana, a todas luces muerto. Un hijo mayor le explicó que su padre sufrió un ataque cardiaco alrededor de 45 minutos antes. Le había aplicado la respiración artificial de boca a boca, pero sin ningún resultado positivo. El recto de la familia estaba al borde de la histeria. El Señor le dio el don de la fe a McCurdy instruyéndole de que colocara Sus manos sobre el cadáver, y ordenándole que hiciera retirar al espíritu de la muerte y retornar al espíritu de la vida. Así lo hizo Sherwin. “Fue como poner las manos sobre un pedazo de hielo” explico; cuando apoyo sus palmas sobre la frente fría (el cadáver mostraba la rigidez y la cianosis de la muerte) e hizo como Dios le había indicado, el hom­bre de inmediato volvió, no solo a la vida, sino a la normalidad, y tanto el como toda su familia aceptaron a Jesús como su Señor y Salvador.
Nos ha llegado el relato de un dramático y verdadero ejemplo del don de fe, unido al don de mila­gros de un misionero de Tanzania. Una congregación formada por personas del lugar, se había reunido para un servicio de Pascua, cuando de pronto surgió de la selva una leona enfurecida, que parecía enloquecida, atacando cuanto hallaba a su paso mato a varios animales domésticos, a una mujer y a un niño, y se encamino directamente a los creyentes allí reunidos. Bud Sickler, el misionero que recibió la información de boca del pastor local, cuenta lo que sucedió de la siguiente manera:
“De pronto la congregación vio a la leona. Se había detenido a pocos metros de distancia, rugiendo fe­rozmente. La gente tembló espantada. Pero el predicador grito: ¡No tengan miedo; aquí esta el Dios que salvo a Daniel de los leones, aquí esta el Cristo de la Pascua!” Se dio vuelta mirando a la leona, y le dijo: “Tu, leona, te maldigo en el nombre de .Jesu­cristo!” A continuación sucedió la cosa más extraordinaria. De entre las dispersas nubes, sin la más mínima señal de lluvia, cayo un rayo sobre la leona que se desplomo muerta. El predicador entonces salto sobre el cuerpo sin vida del animal y lo utilizo como una plataforma para predicar. El corolario final de la historia es que no solamente se salvaron vidas humanas, sino que se conmovió toda la aldea, y 17 personas entregaron sus villas al Señor Jesús.2
EI nivel de fe en la cual estamos viviendo, puede fluctuar. A veces constatamos que somos fuertes en la fe; el Espíritu Santo, en nuestro espíritu, tiene libertad de acción, y suceden cosas maravillosas en nuestras vidas. En otras ocasiones, nuestros empeños, dudas, temores y los “detritos” que hay en nuestras almas y que el Espíritu Santo es empeñado en qui­tar, se interponen, y no podemos funcionar satisfac­toriamente. Algunos creyentes operan en forma per­manente a un alto nivel de fe, mientras otros parecen no poder “despegar”. A pesar de que el don de fe puede mostrarse activo de tanto en tanto en nuestras vidas, no debe llamarnos la atención si también nos entra la duda. Esto debería servir para recordarnos la Escritura: “Porque Dios es el que en vosotros pro­duce así el querer como el hacer, por su buena vo­luntad.” (Filipenses 2:13.) Esperemos que el Señor manifieste por nuestro intermedio este maravilloso don de la fe, así como esperamos los otros dones.

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Al concluir esta sección sobre los dones del poder, mencionamos nuevamente que mas a menudo los do­nes del Espíritu Santo, se manifiestan juntos, interactuando y acrecentando su mutuo poder.
En el evangelio de Mateo, Jesús encarga a los discípulos la siguiente misión: “Sanad enfermos, lim­piad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demo­nios; de gracia recibisteis, dad de gracia.” (Mates 10:8.) Para poder cumplimentar esta orden habrán de requerirse los tres dones del poder: sanar a los enfermos y limpiar a los leprosos (dones de sanida­des); resucitar a los muertos (dones de fe, de mila­gros y de sanidades); echar fuera los demonios (don de fe, mas los otros dones de los cuales hablaremos en la próxima sección).


12
Discernimiento de espíritus

A los últimos tres dones los, denominaremos dones de revelación porque nos dan información sobrenatu­ralmente revelada por Dios. Podríamos definirlos sen­cillamente como “la mente de Cristo manifestada a través de un creyente lleno del Espíritu Santo” Cada uno de estos dones consiste en la habilidad dada por Dios para recibir de el información con referencia a algo, a cualquier cosa que humanamente nos seria totalmente imposible conocer, revelada al creyente para lograr protección, orar con mas efectividad o ayudar a alguno en su necesidad.1
1Hay solamente dos maneras -Aparte de la vía natural a través de los sentidos físicos de la vista, del oído, del olfato, del gusto y del tacto – por las cuales la mente humana puede recibir información. Una de ellas es ponernos en contacto mentalmente con el mundo “psíquico”, de tal manera que la información la receptamos directamente de los espíritus de Satanás. Es lo que ocurre con los fenómenos llamados percepción extrasensorial, espiritismo, clarividencia, etc. Todas estas cosas están estrictamente prohibidas por Dios, y no debemos practicarlas.
La otra vía de información es la que nos viene por la renovación de nuestro espíritu, que a su vez ha sido inspirado por el Espíritu Santo. Esta forma de conocimiento sobrenatural es aceptable a Dios -nos viene, directamente de El – y no representa, ningún peligro para nosotros. El Espíritu Santo compartirá con nosotros solamente aquellas cosas que el sabe que necesitamos y que pueden ser de Ayuda para otros Recibimos este conocimiento, no tratando de desarrollar alguna misteriosa destreza oculta, sino andando en estrecha relación con Dios en Jesucristo, y permitiéndole a su Espíritu que obre en nuestras vidas.
Discernimiento
Antes de referirnos al discernimiento espiritual, conviene hablar del discernimiento en general. En primer lugar existe lo que podemos denominar “discernimiento natural” que es patrimonio tanto de cris­tianos como de no cristianos. Consiste en la facultad de poder juzgar a las personas y a las circunstancias y a nuestro propio comportamiento, que deriva de la enseñanza que hemos recibido en nuestros hogares y como, consecuencia del medio ambiente en que actuamos y de nuestra cultura. De este material esta compuesta nuestra “conciencia” natural, y de ahí que no podamos confiar, mucho en ella. La mente, y esa porción de la mente que llamamos conciencia es una mezcla de bueno y de malo, de verdad y de error. Su discernimiento y sus juicios morales carecen de valor. Es una verdad indiscutida que las pautas de la moral humana varían de cultura a cultura, y de generación a generación, y todo lo que nos puede decir la mente por natural no va mas allá de saber si concuerda o no, si es aceptable o inaceptable, con el tiempo y el lugar en el cual estamos viviendo. Esto es lo que el mundo en general utiliza coma base para sus decisiones. Carecen de estabilidad.
El verdadero discernimiento intelectual no proviene de una mente natural desfigurada, sino de una mente que ha sido renovada en Cristo. Este discernimiento se desarrolla cuando encontramos y recibimos a Cris­to y llegamos a conocerlo mejor, por medio de la comunión y del estudio de la Palabra de Dios. Como lo dice la carta a los Hebreos: “Todo aquel que participa do la leche es inexperto en la palabra de justicia. porque es niño: pero el alimento sólido es para los que han alcanzado la madurez, para los que por el uso de los sentidos (griego: percepciones, criterio) ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.” (Hebreos 15:13-14.) A medida que crecemos en la vida cristiana, el Espíritu Santo hace una selección de nuestras mentes, y conciencias, descartando lo malo e incrementando lo bueno. Si no le hemos puesto tra­bas a Dios para obrar de esta manera, con el correr del tiempo nuestras mentes y conciencias se ajustaran cada vez mas a las Escrituras y el Espíritu Santo que vive en nosotros. Nos saturamos tanto del “sabor” de lo que Jesucristo realmente es, y de la manera de obrar de Dios, que inmediatamente reconocemos in­telectualmente algo que sea diferente. Es importantísimo que los cristianos desarrollen este tipo de dis­cernimiento. Significa una firme defensa contra las doctrinas falsas. Deberíamos poder decir de inme­diato, si oímos una enseñanza extraña que no guarda relación con la verdad que: ¡Eso no suena a Dios!; Dios no actúa de esa manera”
El aumento de nuestra facultad de discernimiento intelectual, afectara, por supuesto, nuestro compor­tamiento con relación a Dios y a nuestros semejantes. Antes de que Pablo aceptara a Jesús personalmente, estaba convencido que era de buena conciencia per­seguir a los cristianos. Luego de su conversión y después de muchos años de caminar con el Señor, Pablo nos dice: “Yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy.” (Hechos 23:1.) Procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres.” (Hechos 24:1ó.) Tendríamos que orar para que nuestras mentes y nuestras conciencias sean de tal manera renovadas por el Espíritu, que podamos decir lo mismo.

Falso discernimiento natural

Una señorita perteneciente a la iglesia de St. Luke, caminaba tranquilamente por una calle del centro de Seattle, sin inmiscuirse con nadie, cuando de pronto una señora de edad corrió hacia ella profiriendo obs­cenidades y amenazas, y sacudiendo, furiosa, su bastón. La muchacha se alarmo, por supuesto, pero no se asusto, pues se dio cuenta lo que estaba sucediendo. Esa señora de edad estaba poseída demoníacamente y el espíritu maligno había detectado la presencia del Espíritu Santo en la señorita, y por ello se alboroto en airada protesta.
Tales incidentes no son raros, si bien habitualmen­te no son tan dramáticos e inesperados como el que hemos relatado. Si una persona ha estado al servicio de Satanás y por ello esta oprimida o poseída totalmente, bajo la influencia del poder del enemigo, se sentirá repelida por la presencia de cualquiera que esta caminando en el Espíritu. Esta es la imitación fraudulenta del diablo al discernimiento de los espíritus.
Uno de los más vividos ejemplos de lo que llevamos dicho, es el gran resentimiento que demuestran los espiritistas contra todos aquellos que han recibido el bautismo en el Espíritu Santo.
Cierto día, sentado Dennis a la cabecera de la mesa durante un almuerzo que reunía a hombres de la Fraternidad de Hombres del Evangelio Completo, el caballero sentado a su lado, un bien conocido medico que había recibido el Espíritu Santo, le mostró una carta que lo atacaba grosera y bárbaramente, con­denando al buen doctor por sus actividades pentecos­tales. Dennis le pregunto
¿El que firma esa carta es un espiritualista, verdad?
El medico asintió: -Me temo que si.
No debemos extrañarnos si el ataque y la persecución furibundos nos viene de personas de la comu­nidad que no solamente no conocen al Señor, sino que, además, están entregados a practicas prohibidas y antibíblicas.

Capítulo 7   – El don de lenguas  y el don de interpretación  – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett

Capítulo 12 – Discernimiento de espíritus – Libro El Espíritu Santo y tú. D. Bennett


Llegamos ahora al don espiritual. Como sucede con todos los otros dones, este don no se adquiere por medio de un entrenamiento especial, sino que es dado cuando la necesidad lo requiere. Cualquier cristiano puede manifestar este don pero, al igual que los de­más, se intensifica después del bautismo en el Espíritu Santo. Los creyentes que no han sido bautizados en el Espíritu Santo no están lo suficientemente fami­liarizados con las actividades de Satanás, como para preocuparse por el discernimiento de espíritus, si bien, por supuesto, hay excepciones.
Por el don del discernimiento de espíritus, el cre­yente esta capacitado para saber inmediatamente que es lo que esta motivando a una persona o a una situación. Se da el caso de que un creyente puede estar actuando bajo la inspiración del Espíritu Santo, o expresando sus propios pensamientos, sentimiento o anhelos de su alma, y hasta es posible que permita que un espíritu extraño lo oprima, y revele pensa­mientos, justamente, de ese espíritu maligno. El incrédulo, por supuesto puede estar totalmente poseído por ese espíritu del mal. El don de discernimiento de espíritus permite revelar inmediatamente lo que esta ocurriendo.
Puede ayudarnos a entender al don de discerni­miento de espíritus si reconocemos lo que sucede cuan­do discernimos el Espíritu Santo. El himno evangelio dice: “Hay un dulce, dulce Espíritu en este lugar, y yo se que es el Espíritu del Señor!” Los creyentes conocen esa feliz sensación producida por la presencia del Espíritu Santo o, dicho en otras pa­labras, se dan cuenta del testimonio del Espíritu Santo en otra persona o en una reunión. Cuando decimos: “Verdaderamente sentí la presencia de Dios”, estamos hablando del discernimiento del Espíritu San­to. Experimentamos un ejemplo, en cierta medida divertido de este tipo de discernimiento, después que vinimos a Seattle.
A Dennis lo habían invitado a concurrir a un con­cierto coral en una iglesia cercana. El director del coro era un cristiano bautizado en el Espíritu Santo, que tenía muchos amigos en Sr. Luke. Dennis sabia que unas 20 o 30 personas de esa iglesia, que habían recibido el Espíritu Santo, planeaban asistir al con­cierto. Llego algo tarde y le indicaron un asiento en la, galería. Le llamo la atención, al mirar hacia abajo a la congregación reunida en la planta baja, no ver a ninguno de sus amigos. Dennis gozo del programa pero todo el tiempo estuvo un poco desconcertado porque una leve exaltación interior de gozo, un claro testimonio del Espíritu Santo, lo inundo durante to­do el concierto. Era un sentimiento hermoso, pero no podía interpretar su significado. El coro era bueno, ¡pero no tan bueno! La explicación la tuvo cuando al abandonar la iglesia al final de la velada, fue sa­ludado por unos treinta episcopales llenos del espíritu, que durante el concierto ocuparon asientos de­bajo de la galería donde el estuvo sentado. Dennis no los había visto, ¡pero el espíritu de Dennis discernió su presencia!
Los informes que nos llegan de personas que tra­bajan detrás de la cortina de hierro, indican que este don adquiere significativa importancia a medida que se agrava la persecución. Se mencionan numerosos casos de cristianos que reconocen a otro cristiano, cada uno “en el Espíritu” sin mediar una sola pala­bra. En un lugar, las autoridades interferían per­manentemente en las reuniones, de modo que los her­manos dejaron de anunciar horario y lugar para su comunión, y dependieron exclusivamente del Espíritu Santo para que señalara aquellos que habrían de asis­tir a cada reunión. Todos asistían, y todos daban la misma explicación. En estos casos se puede pensar en una. combinación del don de sabiduría y del don de discernimiento.
Para comprender el discernimiento de los espíritus malignos, imaginémonos lo opuesto a todo esto. La sensación de la presencia del Espíritu Santo trae gozo, amor y paz; el discernimiento de los espíritus fal­sos da una sensación de abatimiento e intranquilidad.
Algunos años atrás, cuando todavía éramos nuevos en esta materia, nos visito una persona en la iglesia do Sr. Luke, y nos hablo en la reunión de oración. Llego precedido de buenas referencias y parecía no tener “segundas intenciones”. Cuenta Dennis: “Le hice entrega de la reunión a nuestro visitante, y me pareció aceptable lo que decía, pero al observar los rostros de los oyentes, era obvio que algo andaba mal. Se mostraban afligidos, desdichados e incómodos. Una señora abandono su asiento y salio de la pieza excu­sándose, al pasar a mi lado, de que sentía nauseas. No tuve el buen tino suficiente para interrumpir al orador y decirle: “Discúlpeme, pero esta provocando malestar en la gente, ¿que pasa?” Al día siguiente el hombre se traslado a otro pueblo, pero cuando hablo allí, la persona que presidía lo interrumpió y le dijo:”Sus palabras son hermosas, pero discierno un espíritu falso en su vida2 que sucede?, Así enfren­tado, el hombre confeso que era un impostor, vivien­do en abierto pecado. Resulta obvio comprender que el don se manifestó no solo para proteger a la gente del engaño del enemigo, sino para lograr el arre­pentimiento y la liberación de ese hombre.
Algunas veces la influencia perturbadora no es de la persona que esta hablando u oficiando, sino de al­guien que simplemente asiste a la reunión. Un indi­viduo activamente comprometido en prácticas espiri­tistas, por ejemplo, puede producir un enfriamiento con su sola presencia, en una reunión de oración donde se solicita el Espíritu Santo. Si la reunión lan­guidece, es mejor parar y orar pidiendo al Espíritu Santo que revele la causa del malestar. Si alguno de los presentes estuviere oprimido puede ser ayuda­do y liberado.
Por lo tanto, podemos decir que el don de discer­nimiento de los espíritus actúa en un papel de “policía”, para protegernos contra el enemigo y evitar que su influencia perjudique nuestra comunión. Des­graciadamente, cuando las personas reciben este tipo de discernimiento dudan muchas veces en utilizarlo para no parecer duros y faltos de caridad. Si el don de discernimiento espiritual nos dice que algo anda mal en una reunión que no estamos dirigiendo, tran­quilamente y con la mayor discreción posible, debemos hacer saber ese hecho al líder; de esa manera podemos orar pidiendo el don de sabiduría para saber que ocurre y el don de conocimiento para saber como resolver el problema. Habrá otros probablemente con el mismo discernimiento, pues habitualmente lo recibe más de uno, para confirmación.
El discernimiento de los espíritus se torna espe­cialmente útil cuando en una reunión se ejercitan otros dones. Nadie espera de nosotros que debamos aceptar cada palabra que se emite por medio de los dones, ni en ninguna otra manifestación, ni aun en la predicación, y hemos de aceptar solamente lo que el Espíritu Santo nos mueve a aceptar, siempre que este de acuerdo con la Biblia. “Los profetas hablen dos o tres y los demás juzguen (disciernan).” (1 Co­rintios 14:29.) Los dones del Espíritu Santo son pu­ros, pero los canales por donde se conducen varían según los grados de sometimiento y santificación que posean. Una manifestación puede ser setenta y cinco por ciento de Dios, pero el veinticinco por ciento restante los propios pensamientos de la persona. Debemos discernir entre ambos.

2Tomemos nota de que los “espíritus falsos” no son, y no pueden ser, los espíritus de personas que han muerto. El discernimiento de los espíritus nada tiene que ver con el espiritismo o el espi­ritualismo. Los espíritus de los seres humanos que han muerto,
no están en esta tierra, ¡y esta prohibido todo intento de entrar en contacto con ellos! Los “espíritus falsos” de que estamos ha­blando, son los que la Escritura menciona como “gobernadores de las tinieblas de este siglo es decir, ángeles caídos, “demonios”. (Efesios 6:12; Mateo 10:8.)
Además, el enemigo puede enviar gente a la reunión con el deliberado propósito de perturbarla con una manifestación de imitación fraudulenta. Hechos 16 relata el incidente según el cual una mujer poseída de un espíritu de adivinación, durante varios días interrumpió a Pablo diciendo algo que tenia todo el aspecto de una profecía: “Estos hombres son sier­vos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación.” (Hechos 16:17) Lo que decía era cier­to, pero hablaba bajo el influjo del enemigo. La Es­critura nos dice que cuando Pablo discernió el espíritu le causo desagrado, por lo cual le ordeno al espíritu que la abandonara y la dejara libre. Este ejemplo nos dice que las manifestaciones fraudulentas deben ser encaradas, dentro de lo posible, en el momento mismo en que se manifiestan.
La historia de Eliseo y su siervo Giezi es un ejem­plo del Antiguo Testamento de los dones de discer­nimiento de los espíritus y de sabiduría. Naamán, general del rey de Siria, era leproso. Cumpliendo con las instrucciones del profeta Eliseo, se lavó siete ve­ces en las aguas del Jordán y se curo de su enfermedad. En gratitud Naaman ofreció presentes a Eliseo, pero este los rechazo. En cambio Giezi, el siervo de Eliseo, siguió secretamente a Naaman, le mintió diciéndole que habían llegado dos visitas inesperadas y pidiéndole a Naaman dos mudas de ropa y algún dinero, todo lo cual, no hace falta decirlo, Giezi se guardo para el. Cuando Giezi se presento de nuevo ante su patrón, Eliseo discernió su espíritu deshonesto, y por el don de conocimiento supo lo que había hecho. (2 Reyes 5.)
Hay muchos ejemplos de Jesús cuando discernía espíritus. Sin conocer a Natanael, discernió inmedia­tamente que era “un verdadero israelita, en quien no hay engaño”. (Juan 1:47.) Cuando Pedro hizo su gran confesión sobre Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, Jesús le alabo. Pero cuando Jesús les dijo a sus seguidores que é1 habría de mo­rir, Pedro no pudo aceptar sus palabras. Comenzó o reconvenir a Jesús, diciendo: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.” Jesús discernió que Pedro estaba hablando por boca de un falso espíritu, y le dijo: ¡Quítate de delante de mi, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cocas de Dios, sino en las de los hombres.” (Mateo 1ó:15-23.) Cuando Jesús no fue recibido en una aldea de Samaria, Jacobo y Juan se enojaron y le preguntaron a Jesús si podían ordenar que cayera fuego del cielo para consumir a los habitantes. Pero Jesús les respondió: “Vosotros no sabéis de que espíritu sois.” (Lucas 9:54-55.) Vemos a través de estos dos últimos ejemplos, que aun los más cercanos seguidores de Jesús pueden ser conducidos a conclu­siones erróneas.
Profecías ya cumplidas y otras señales bíblicas, indican que es muy probable que estemos viviendo la parte final de los últimos días. La Escritura enseña que antes del retorno de Jesucristo a la tierra, habrá muchos mas espíritus mentirosos desatados, de ma­nera que será mas necesario que nunca discernir entre lo falso y lo verdadero. (Mateo 24; Apocalip­sis 13:11-14.)
Otro uso muy importante del don de discernimiento de los espíritus es para desatar al que el enemigo tiene atados. Una de las señales que seguirían a los creyentes, les dijo Jesús, seria la de echar fuera a los demonios en su nombre (de Jesús).
3 Se da el nombre de exorcismo, desde la antigüedad, al ministerio de echar fuera a los espíritus malignos.




Alrededor de un veinticinco por ciento del ministerio de Jesús consistió en dar libertad a los que Satanás tenía cautivos; y también nosotros debemos esperar ser usados de esa manera. Jesús dijo: “El Espíritu de Jehová el Señor esta sobre mi, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel…” (Isaías 61:1) En este pasaje Isaías se refería específicamente a Jesús, pero ahora, desde el Calvario, con Cristo que vive en nosotros, también nosotros estamos ungidos con el Espíritu Santo, y también se aplica a nosotros. Esto no quiere decir que debemos buscar específicamente a los que necesitan ser liberados o desarrollar una morbosa fascinación por este tema, pero si debemos saber como orar por las personas que lo necesiten. Si estamos sometidos a Dios y adecuadamente pre­parados, e1 pondrá en nuestro camino a los que nece­sitan ser liberados.
La epístola de Santiago nos dice como entrenarnos para orar por aquellos que necesitan ser puestos en libertad: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Santiago 4:7.) El primer paso, entonces, es someternos a Dios. Esto lo podemos hacer por medio do la oración, pidiéndole que nos muestre las facetas de nuestra vida que requieren corrección. Tenemos que cortar por lo sano con cualquier pecado conocido que tengamos en nuestra vida.
Es importante también que nos afirmemos en la autoridad que tenemos en Jesús, estudiando los pasa­jes que se refieran a esta materia.4 Debemos com­prender que en el nombre de Jesús tenemos autoridad para atar a los espíritus inmundos y para arrojarlos fuera. Algunas personas enseñan que al tratar con un espíritu maligno, se debe decir: “El Señor te reprenda”, en lugar de enfrentar al enemigo direc­tamente. Citan a Judas 9 y a Zacarías 3:2. Los santos Ángeles, a pesar de ser criaturas de Dios, sin pecado, tienen que actuar frente al enemigo de esa manera.
4 Ver Efesios 1:1-23; 2:1-10; Lucas 10:19; Gálatas 2:20; 2 Co­rintios 5:17; 1 Juan 4:4.
Pero nosotros, los cristianos, no solamente somos cria­turas de Dios, sino hijos de Dios, con Cristo en nos­otros. Jesús nos dijo que tratáramos con el enemigo directamente: “…en mi nombre echaran fuera de­monios…” (Marcos 1ó:17.)5 y no hay otra manera de hacerlo., según todo el Nuevo Testamento.
A menos que la persona para quien estamos orando sea un intimo amigo o un familiar, debe haber siem­pre una tercera persona cuando oramos pidiendo liberación. Esta tercera persona puede no hacer otra cosa que permanecer de pie o arrodillada y aprobando en oración. Si la persona que necesita ser liberada quiere hablar confidencialmente, la tercera persona, puede retirarse a la próxima pieza mientras hablamos, pero en todos los casos debe estar presente cuando se eleva la oración de liberación. No es prudente que un hombre ore en privado con una mujer pidiendo su liberación, o viceversa (siempre es mejor que los mismos sexos oficien unos con otros en todas las áreas del ministerio). Si es inevitable que sea un hombre el que ore por la liberación de una mujer o de una niña, siempre tiene que estar presente otra mujer.






Un cristiano no puede ser poseído en su espíritu (donde mora el Espíritu Santo), pero su mente, sus emociones o su voluntad (las tres partes constitutivas de su alma) pueden estar deprimidas, oprimidas, ob­sesionadas, o aun poseídas, si le ha permitido la en­trada al enemigo, por andar en los caminos del pecado antes que con Jesús. Una persona que no es creyente, por supuesto, puede estar poseída en su espíritu, alma y cuerpo. De lo antedicho resulta claro, entonces, que el primero y más importante paso para ayudar a una persona a librarse del enemigo es asegurarnos que e1 o ella conocen al Señor Jesús como su Salvador.
Si la persona por quien estamos orando no es cris­tiana, debemos guiarla para aceptar a Jesús. Aconse­jamos releer el capitulo primero que nos ayudara en este punto. Es de gran ayuda tener un definido “plan de salvación” en mente, con escrituras apropiadas.
Una serie típica puede ser la siguiente:

1. Romanos 3:23: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.”
2. Romanos 6:23: “Porque la paga del pecado es muerte. “
3. Romanos 5:8: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cris­to murió por nosotros.”
4. Romanos 6:23: “Mas la dadiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”
5. Juan 1:12: ‘Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.”
6. Apocalipsis 3:20. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entrare a é1, y cenaré con é1, y él conmigo.”
Leamos y expliquemos estos versículos y guiemos a las personas a pronunciar una oración como la que sugerimos al final del primer capitulo de este libro, o una oración similar en sus propias palabras.
Ahora, cristianos los dos, y protegidos por la san­gre de Jesús, elevemos una abierta confesión como la siguiente: “Gracias, Jesús, por la protección de tu preciosa sangre sobre nosotros y alrededor nuestro.” A continuación debemos preguntarle a la persona con quien hemos estado orando si esta segura que Dios le ha perdonado sus pecados. Si le queda un resto de duda, debemos hacer énfasis sobre la siguiente Es­critura: “Si confesamos nuestros pecados, el es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9.) Puede ser de ayuda que la persona confiese sus pecados a Dios en nues­tra presencia y en voz alta.6 En esos casos debemos escuchar en silencio y en espíritu de oración lo que tiene que decir, y cuando ha terminado, declararle el perdón de Dios. Podemos decir algo por el estilo:
6 Si se da el caso de que escuchamos cuando alguien confiesa sus pecados a Dios, debemos recordar que jamás, bajo ninguna cir­cunstancia, debemos revelar absolutamente a nadie lo que hemos oído, ni aun a nuestro más intimo y querido amigo. Debemos olvidar lo que escuchamos. Constituye un pecado grave si delibe­radamente revelamos lo que nos ha dicho en confianza una per­sona confesando sus pecados a Dios.
“He oído confesar tus pecados a Dios y se que estas verdaderamente arrepentido. Dios dice: “Cuanto esta lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.” (Salmo 103:12.) Si la persona todavía tiene dificultades, lo mejor es llamar a un pastor entrenado para aconsejarlo con su mayor ex­periencia y tratar de convencerlo y tranquilizar su mente.
Debemos asegurarnos, por supuesto, de confesar y pedir perdón por los propios pecados conocidos de nuestra vida, y de que hemos perdonado a otros. El cristiano debería vivir diariamente en este estado de perdonar y pedir perdón.
Debemos tratar, en lo posible, de descubrir la natu­raleza exacta del espíritu o de los espíritus con los que tenemos que lidiar. Dejemos que sea el Espíritu Santo quien nos guíe en esto, como en todo lo demás. No nos metamos en una interminable sesión de “con­sejos” con lo cual se puede perder mucho tiempo, sino que tenemos que descubrir que es lo que esta per­turbando a la persona: es miedo, odio, lujuria, ideas perversas, complejo de persecución, terror a los ani­males, enojo, etc.? Pidámosle a la persona que nom­bre las cosas que la afligen. Tratemos cada problema como una entidad espiritual, y encarémosla directa­mente como tal. El diablo es muy hábil en este as­pecto, y tratara de que la persona ore así: ” Echo fuera esta neurosis de ansiedad!” o ” Reprendo a este espíritu de ansiedad!” No es así la forma. Te­nemos que guiarlo para que diga lo siguiente: “Espíritu de ansiedad, te ato en el nombre de Jesús, bajo su preciosa sangre, y te arrojo a las tinieblas de afuera, para nunca mas volver, en el nombre de Jesús!” A veces es necesario que la persona repita juntamente con nosotros, al comienzo, frase por fra­se, pero luego es conveniente que la persona diga por si sola toda la oración. Después que la persona la haya repetido, nosotros la decimos de nuevo repren­diendo y arrojando al espíritu fuera de el, haciendo causa común con ella en la oración. Es importante que la persona que necesita ser liberada aprenda a decir su propia oración, pues de esta manera adquiere la confianza necesaria para usar su autoridad sobre el enemigo y puede orar por si sola si el enemigo retorna.
Cuando la persona logra captar la idea, ocurre con frecuencia que ora por otros problemas que no men­ciono al comienzo, a medida que el Espíritu Santo los trae a su mente. Algunos espíritus logran crear mayores reacciones emocionales en unas personas opri­midas más que en otras. Algunos consiguen crear nauseas, o exagerados accesos de tos, bostezos, es­tornudos, etc. A. veces se producen reacciones mas violentas, tales come ser arrojados al suelo. Si suce­den tales cosas no nos dejemos arredrar por ello. Ala­bemos al Señor, supliquemos la protección de la san­gre de Jesús, ¡y sigamos adelante! Por otra parte, no creamos que porque tales reacciones no se han producido, nada ha sucedido. Tampoco debemos pen­sar que, por el hecho de que una persona ha tenido una reacción física ya esta liberada. Tales manifes­taciones son efectos secundarios de la liberación.
Si la persona necesitada de oración se siente inca­paz de cooperar, o no tiene una clara percepción inte­rior de sus problemas, tendremos que actuar nosotros solos para atar a los espíritus y arrojarlos fuera en el nombre de Jesús y bajo la protección de su sangre, tal como lo hizo el apóstol Pablo en el incidente rela­tado en Hechos 16:16:18Si, por otra parte, una per­sona esta en plena posesión de sus facultades y de su voluntad, y no quiere cooperar, es probable que este­mos perdiendo nuestro tiempo con el, hasta que e1 mismo se den cuenta de su necesidad y solicite ayuda.
¡Hay personas que realmente gozan de sus problemas! ¡y a través de ellos Satanás se deleita en hacer perder el tiempo y la energía a los cristianos!
A veces tenemos que ser muy enérgicos, cuando oramos por la liberación. El Espíritu debe obedecer cuando la orden la damos con fe y en el nombre de Jesús. Si el espíritu detecta la más leve vacilación de nuestra parte, evadirá nuestra orden! Insistamos! (Es conveniente explicar rápidamente y en términos sencillos al “paciente” que no le estamos hablando a el cuando reprendemos al espíritu inmundo. Digamos algo por el estilo: “No te estoy hablando a ti, sino al espíritu que te esta perturbando.”)
No hay un solo caso en las Escrituras de imposición de manos para echar fuera espíritus, y la mayoría opina que no debe practicarse. No creemos que en la persona que oficia, si es un cristiano y esta pro­tegido por la sangre de Cristo, pueda sufrir ningún daño, pero podemos esperar que la persona que nece­sita ser liberada reaccione fuerte y violentamente si se la toca. Es preferible evitar todo contacto físico cuando estamos ofreciendo oraciones para la liberación.
Una vez obtenida la liberación, debemos alabar al Señor y rendirle a el la gloria. Ahora si coloquemos las manos sobre la cabeza de la persona y oremos para que el Espíritu Santo llene todos los espacios que antes ocupaban los espíritus. Si 1a persona no ha sido bautizada en el Espíritu Santo, esta es una ex­celente oportunidad para explicarle como se recibe y debemos ayudarla para hacerlo. Es imperativo que la casa este rebosante del Espíritu Santo y de su poder.
Debemos insistir ante la persona sobre la impor­tancia de alimentarse diariamente con la Palabra de Dios, en la oración, en la alabanza, y en la comunión con otros en el Señor.
Hemos dado solamente los lineamientos generales sobre este tema, pero antes de pasar adelante, que­remos señalar que el echar fuera los espíritus no esta limitado, de ninguna manera, a las personas que están profundamente oprimidas o poseídas. En toda opor­tunidad en que sentimos que el enemigo nos esta acosando y no podemos deshacernos de el mediante nuestras propias oraciones, no debemos dudar un ins­tante de recurrir a un amigo en el Señor y pedirle que ore con nosotros y nos ayude a echar fuera el mal. Cada vez que estamos luchando contra un pecado que no nos da reposo -enojo, lujuria, temor- aunque no se trate mas de que un leve problema, si no podemos dominarlo, debemos tratarlo como un espíritu de opresión, sujetarlo y arrojarlo afuera; y si no podemos hacerlo por nuestra propia cuenta, ¡pida­mos ayuda! En esos casos nuestro consejo es recurrir a un consejero cristiano bien calificado para que hable y ore con nosotros.
Oremos para que nuestro discernimiento sobre las tácticas del enemigo en nuestras propias vidas y en las vidas de otros, sea aguzado de tal manera que podemos experimentar la total liberación de los cau­tivos. Recordemos, además, que los setenta seguido­res de Jesús que salieron luego de recibir el poder contra el enemigo, volvieron llenos de gozo declarando que habían logrado sujetar a los demonios en el nombre de Jesús. Pero Jesús, que sin duda alguna se regocijo con ellos, los trajo de vuelta a la realidad: “No os regocijéis de que los espíritus se os sujeten, sino regocijaos de que vuestros nombres están escri­tos en los cielos.” Mientras oramos para que la gente sea librada de la servidumbre, no olvidemos de re­gocijarnos más que nada, de que nuestros nombres están escritos en el Libro de la Vida del Cordero.

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