Libro El Espíritu Santo y Tú: Prefacio

Prefacio

Este libro comparte algunos de los conocimientos adquiridos a través de una década de activo testimo­nio, enseñando, viajando y experimentando la obra y las manifestaciones de nuestro Señor, el Espíritu Santo, en numerosos lugares.
Pueden considerarse los últimos diez años como una década de testimonio, ya que el Bautismo en el Espíritu Santo ha tomado carta de ciudadanía en las iglesias “tradicionales”. Miles de pastores y sacer­dotes, y millones de laicos de las más tradicionales denominaciones, han recibido al Espíritu Santo como en el día del primer Pentecostés. Hechos 2:4. Y ahora, a medida que el testimonio progresa con fuerza cada día más crecien­te, se advierte una gran necesidad de enseñanza. Al­guien ha señalado que el primer síntoma de la recu­peración de un enfermo es cuando se despierta su apetito. ¡El pueblo de Dios ha estado muy enfermo, cercano a la muerte, pero ahora la Iglesia de Dios está convaleciente y hambrienta! Tenemos la espe­ranza de que este libro logre suplir parte del alimento necesario para una total recuperación.
Nosotros no nos inclinamos por ninguna denominación cristiana en particular. Nues­tro mayor deseo es que la gente encuentre en su vida al Señor Jesucristo, y reciba el poder del Espíritu Santo, haciendo caso omiso de su denominación, en caso de tenerla. Nos ocupamos de todo aquello que pueda unir a las iglesias, y hemos evi­tado la discusión de temas que han dividido a los cristianos a lo largo de los siglos.
Hemos escrito estos estudios con sinceridad e iluminados por la luz de que disponemos en este momento. Solamente podemos agradecer al Señor Jesús y al Espíritu Santo, que fue quien nos enseñó a todos. Juan 14:26. Nuestra fuente escrita más importante, demás esta decirlo, es la Es­critura misma. Y también hemos aprendido mucho de nuestras propias experiencias.
Esperamos y oramos para que este libro, El Espíritu Santo y tu, sea de ayuda a muchos, tanto a los que han sido bautizados en el Espíritu Santo desde años atrás, como para los que recién entran o están pre­parándose para entrar en esta área de la experiencia cristiana. Terminamos con las palabras de San Pablo
“Gracia y paz a vosotros, de Dios -nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús; porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en El, en toda palabra y en toda ciencia… de tal manera que nada os falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesu­cristo…” (1 Corintios 1:3-5, 7.)
En el amor de nuestro Señor Jesús,
Dennis y Rita Bennett

Capítulo 4 Preparándonos para el Bautismo en el Espíritu Santo.

Capítulo 4 Preparándonos para el Bautismo en el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo viene a vivir en nosotros cuan­do recibimos a Jesús, y somos nacidos de nuevo en el Espíritu. El bautismo en el Espíritu Santo es el fluir del Espíritu. No podemos pretender que el Espíritu se derrame a través de nosotros, a menos que viva en nosotros; de manera que antes de solicitar ser bautizados en el Espíritu Santo, tenemos que ase­gurarnos que ciertamente hemos recibido al Señor Jesús como Salvador, y hemos invitado a su Espíritu a que viva en nosotros.
Jesús es el camino a Dios. No hay otro. Es el único camino por el cual podemos conocer a Dios y recibir su vida. Jesucristo es verdaderamente Dios y verdaderamente Hombre. Este es el significado de la encarnación: Dios, real y verdaderamente, se hizo hombre en el claustro materno de la virgen María. De aquí que Jesús sea el punto de unión entre Dios y el hombre.
Hay otras filosofías y otras religiones que se re­fieren a Dios, y algunas de las cosas que dicen son ciertas; pero si queremos que Dios mismo, venga a vivir en nosotros lo podemos encontrar solamente por medio de Jesucristo. Sea lo que fuere que decidamos hacer, no pidamos ser “bautizados en el Espíritu Santo” a menos que hayamos recibido a Jesucristo como nuestro Salvador personal, so pena de caer en una profunda confusión espiritual.
“¿Pero qué diremos de las personas que nunca han oído de Jesús? ¿Qué diremos de los componentes de otras culturas y de otras religiones? ¿Se perderán sim­plemente porque nunca oyeron?” Podemos responder solamente
1. Nadie entrará al reino de los cielos, excepto por Jesucristo.
2. Para los que nacieron desde que Jesucristo vino al mundo, la decisión debe ser tomada en la vida presente. No habrá oportunidad de aceptar a Cristo después de la muerte. (Hebreos 9:27.)
3. Dios dispone de medios para alcanzar a la gente en esta vida de lo cual ni siquiera tenemos idea. Abrigamos la esperanza de que Dios es capaz, de alguna manera, de ofrecer la oportunidad de conocer a Jesús a todos aquellos que lo aceptarían si tuvieran la oportunidad de co­nocerle. Sabemos que Dios quiere que todos va­yan a él, y que “no se complace en la muerte del impío”. (Ezequiel 33:11.) Sin embargo, Dios, que es omnipotente y omnisciente, se ha limita­do a sí mismo, en su trato con los hombres, dándoles realmente libre albedrío.
4. La mejor y verdadera respuesta a quienes sien­ten que sería terrible que algún ser humano no tuviera la oportunidad de conocer a Jesús, es que también Jesús estaba preocupado por lo mismo, y dio e1 la respuesta: “¡Vayan por todo el mundo y cuénteselo a todos!” (Marcos 16:5.)
Los cristianos han fracasado tan tristemente en hacer eso (una reciente encuesta ha demostrado que el 95 por ciento de todos los cristianos nunca le han hablado a nadie sobre el Salvador) que muchas personas inteligentes y con hambre espiritual, buscan las respuestas en sitios inadecuados y son presas de confusión y error.

Caítulo 5. Cómo recibir el Bautismo en el Espíritu Santo.

Caítulo 5. Cómo recibir el Bautismo en el Espíritu Santo.

Hemos recibido a Jesús como nuestro Salvador; hemos renunciado a cualquier falsa enseñanza que nos pudiera tener sujetos o confundidos, y ahora estamos listos para orar pidiendo ser bautizados en el Espíritu Santo. ¿Quién nos va a bautizar en el Espíritu Santo? ¡Jesús lo hará! ¡Siendo esto así!, ¿po­demos recibir el Espíritu Santo en cualquier lugar y en cualquier momento?
“Pero yo creía que alguien tenía que imponerme las manos para “darme” el Espíritu Santo.” No, ya hemos dejado eso bien sentado. Habiendo recibido a Jesús, ya tenemos el Espíritu Santo, de manera que nadie tiene que “dárnoslo” ¡aunque pudieran hacerlo! Jesús vive en nosotros y está dispuesto a bautizarnos en el Espíritu Santo tan pronto como estemos listos para responder. El que alguien imponga sus manos sobre nosotros puede ser de ayuda, y ciertamente es bíblico, pero no absolutamente necesario. Hemos ex­plicado ya que en tres ocasiones en los Hechos de los Apóstoles, se impusieron las manos, no ocurriendo así en otros dos casos. Mucha gente ha recibido el bautismo del Espíritu Santo, en años recientes, sin que nadie estuviera cerca de ellos, excepto Jesús. Po­demos recibir el bautismo del Espíritu Santo en la iglesia, sentados o arrodillados en los bancos de la iglesia, manejando nuestros vehículos en la carretera, limpiando la alfombra con la aspiradora, lavando los platos o cortando el césped. Ocurrirá en el momento en que lo pidamos y creamos.

¿Pero debo hablar en lenguas?

Cuando Dennis procuraba recibir el Espíritu Santo, dijo: “No me interesa ese asunto de las ‘lenguas’ de que me están hablando” Creía que hablar en lenguas era un cierto tipo de borrascoso emocionalismo, y su crianza inglésa lo hacia cauteloso de tales cosas.1 ¿No pudieron menos de reírse los cristianos que le esta­ban contando sus experiencias?
-Oh- dijeron-. Lo único que podemos decirte es que vino con el envase, lo mismo que en la Biblia.
Ya hemos demostrado que hablar en lenguas es, en realidad, un común denominador en los ejemplos del bautismo en el Espíritu Santo, a lo largo de las Escrituras. Pareciera no haber dudas de que los pri­meros cristianos conocían la forma de saber inme­diatamente si los conversos habían recibido o no el bautismo en el Espíritu Santo. Algunos sostienen que supuestamen­te podemos saber cuando una persona ha recibido el Espíritu Santo por el cambio operado en su vida, por los “frutos del Espíritu”. Ciertamente que deberíamos ser cristianos más “fructíferos” después de re­cibir el bautismo con el Espíritu Santo, pero el “dar frutos” no es la señal bíblica de esta experiencia. Los apóstoles conocían en el acto cuando una persona ha­bía recibido el bautismo con el Espíritu Santo. Si hubieran tenido que esperar hasta constatar los frutos o el cambio de carácter en la vida de la persona, hu­bieran demandado meses o años para hacer la eva­luación. Aparentemente los primitivos cristianos con­taban con un medio más simple, y no es difícil ima­ginar cual era.
¿Qué fue lo que atrajo a la gran multitud de “judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo” en Pentecostés, tres mil de los cuales se con­virtieron en esa misma hora y día? No habían estado ahí el tiempo suficiente para averiguar que clase de vida había vivido la gente antes y después. ¿Qué fue lo que de inmediato convenció a Simón el Mago que sus vecinos habían recibido algo tan altamente ren­didor que procuro comprarlo? Por otro lado, ¿cómo supieron inmediatamente los apóstoles Pedro y Juan, que los conversos de Felipe no habían recibido el Espíritu Santo? Ciertamente no era por falta de gozo, pues el relato dice: “Había gran gozo en aquella ciu­dad.” (Hechos 8:8.). ¿Qué fue lo que convenció to­talmente a Pedro en la casa de Cornelio que los romanos habían recibido el Espíritu Santo, por lo cual se aventuró, contrariamente a todas las practicas y creencias, a bautizar a estos gentiles? El caso de los efesios, citado en Hechos 19, difiere algo, porque esta gente no había recibido a Jesús. Sin duda alguna Pablo echó de menos la presencia del Espíritu Santo en todos ellos; pero luego que recibieron a Jesús y fueron bautizados en agua, que fue lo que le permitió saber a Pablo, inmediatamente de haberles im­puesto las manos, de que habían recibido le Espíritu Santo.
“Les oímos hablar en nuestras lenguas las mara­villas de Dios.” (Hechos 2:11.) “Los oían que habla­ban lenguas, y que magnificaban a Dios.” (Hechos 10:46.) “Hablaban en lenguas y profetizaban.” (He­chos 19:6.).
Cualquiera que tome en serio las Escrituras, no sucede sacar otra conclusión que no sea la importan­cia de hablar en lenguas. Jesús mismo dijo: “Estas señales seguirán a los que creen: hablaran nue­vas lenguas.” (Marcos 16:17.)
El apóstol Pablo les dijo claramente a los corintios “Quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas.” (1 Corintios 14:5.)
Aquí tenemos el original griego

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“Thelo de pantas humas lalein glossais”, puede ser traducido ya sea en el presente indicativo o en el sub­juntivo. Numerosas versiones en castellano utilizan el subjuntivo: “Quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas” (versión de Casio doro de Reina, revisada por Cipriano de Valera y otras revisiones).La Biblia de Jerusalén elige el presente de indicativo, como la traducción mas ajustada a la realidad: “Deseo que habléis todos en lenguas.” Tam­bién es directa la traducción literal del Englishman’s Greek New Testament de Bagster, que vertida al cas­tellano, dice: “Deseo que todos vosotros habléis en lenguas.”
Después de todo, es el mismo apóstol Pablo el que más adelante les dice a los corintios: “Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros” o, con mayor exactitud aun: “Doy gracias a Dios, hablando en lenguas, mas que todos vosotros.” (1 Co­rintios 14:18.).
Pablo continúa diciendo: “Si yo oro en lengua des­conocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento que­da sin fruto. ¿Qué pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu pero cantaré también con el entendimiento.” (1 Corintios 14:14-15.)
Y aquí tenemos la respuesta de lo que significa hablar en lenguas, y el por qué Dios hubo de elegir una evidencia aparentemente tan extraña para acompañar al bautismo con el Espíritu Santo. Hablar en lenguas es la oración con o en el Espíritu: es nuestro espíritu, hablando a Dios, inspirado por el Espíritu Santo. Se produce cuando un creyente cristiano habla a Dios, pero en lugar de hablar en un lenguaje que conoce con su intelecto, simplemente habla, con fe infantil, y espera que Dios le de forma a las pala­bras. El espíritu humano regenerado, que está unido al Espíritu Santo, ora directamente al Padre, en Cris­to, sin estar sujeto a las limitaciones del intelecto. De la misma manera en que la nueva vida en el Espíritu es expresada o, si lo preferimos, ejercitada, así es construida o edificada la vida espiritual.
“El que habla en lengua extraña a sí mismo se edi­fica.” (1 Corintios 14:4.) “Edificar” es la traducción del vocablo griego oikodomeo que literalmente signi­fica “construir”. En este caso significa edificarse a, si mismo espiritualmente. Una palabra afín la utiliza el apóstol Judas, cuando dice: “Edificándonos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu. Judas 20.) (Sin duda alguna que este pasaje de Judas se refiere al hablar en lenguas.) Por otra parte, el inte­lecto se siente humillado al no comprender el lenguaje; se pone al alma (ser psicológico) en su lugar, que esta sujeto al espíritu. La oración se eleva a Dios en libertad. La oración llega tal cual el Espíritu Santo quiere que llegue; por lo tanto será una oración per­fecta, nacida de la perfección de la nueva criatura, y perfectamente inspirada por el Espíritu a. De ahí que sea, además, una oración activa. El Padre la puede recibir en su totalidad, porque proviene, no de nues­tras almas embarulladas, sino del Espíritu Santo a través de nuestro espíritu, ofrecida por nuestra vo­luntad y cooperación.

hablar en lenguas como hacer
Nuestra voz, nuestro idioma o, como la Biblia lo expresa, nuestra lengua es nuestro principal medio de expresión, y no es simple coincidencia que sea justamente por aquí por donde comienza a derramarse el Espíritu Santo. Espiritualmente, psicológicamente y fisiológicamente, nuestra habilidad para hablar es central. Leemos en Proverbios: “Del fruto de la boca del hombre se llenará su vientre; se saciará del pro­ducto de sus labios. La muerte y la vida están en poder de la lengua, el que la ama comerá de sus fru­tos.” (Proverbios 18:20-21.) Nuestra capacidad para comunicarnos con otros mediante un idioma racional, es parte fundamentalista del ser humano. La Biblia se refiere a la facultad del idioma como la “gloria” del cuerpo. Dice el salmista: “Despierta, oh gloria mía; despierta salterio y arpa; levantarme de ma­ñana. (Salmo 57:8.) Y en otro pasaje: “Alégrese por tanto mi corazón, y se gozó mi gloria: también mi carne reposara confiadamente.” (Salmo 16:9.) En cada caso la explicación al margen establece que la palabra “gloria” es una metáfora de la palabra.
En su capítulo tres, Santiago compara la lengua con el timón de un gran barco, capaz de controlar todo el navío con un ínfimo golpe, y también la compara con el freno de un caballo, pequeño adminículo con que controla todo su cuerpo. Sin embargo, Santiago continúa diciendo que la lengua “es un mal que no puede, ser refrenado, llena de veneno mortal”. (San­tiago 3:8.) Dice que la lengua, estando inflamada con el fuego del infierno, contamina todo el cuerpo. (Santiago 3:6.) El Salmo 12:4 dice: “Por nuestra lengua prevaleceremos; nuestros labios están con nos­otros: ¿quién nos es Señor?” Pareciera que la misma facultad de hablar que es algo tan importante, es tam­bién lo que mas obstruye la libertad del Espíritu Santo en la vida del creyente. Es un foco que esti­mula nuestro orgullo intelectual. Un neurocirujano amigo nuestro, hizo el siguiente comentario: “En­tiendo porque Dios recurre a hablar en lenguas. El centro del lenguaje domina el cerebro. No veo como Dios pueda gobernar el cerebro físico; a menos que controle los centros del lenguaje.
a. Una prueba fascinante de esto radica en que las personas total­mente sordas, y que nunca han hablado ni una palabra, cuando reciben el Espíritu Santo hablan en lenguas con toda fluidez. La señora Wendell Mason, de La Verne, California, que trabaja con los sordos, dice: “He orado con varios sordos pidien­do recibir el Espíritu Santo, y los he oído dirigirse fluidamente a Dios en un lenguaje celestial, volviendo al lenguaje de signos al comunicarse conmigo. He visitado sordomudos recibir el Espíritu Santo y hablar en lenguas.” Hemos recibido testimonios similares de otras personas que trabajan con los sordos. Seria totalmente imposible que estos impedidos pudieran imitar un lenguaje, o pronunciar palabras recordadas de su mente “in­consciente” (como lo afirman algunos escépticos cuando tratan de explicar el hablar en lenguas) desde el momento que nunca han escuchado ni una palabra en sus vidas.

“¿Quién puede domar la lengua?” pregunta Santia­go, y la respuesta es: “¡El Espíritu Santo!“, y el hablar en lenguas constituye el recurso principal del proceso. Dice el Espíritu Santo: “Quiero inspirar y gobernar en ustedes los medios mas importantes de expresión que tengan, es decir la capacidad de ha­blar. También quiero domar y purificar eso con lo cual cometen los mayores pecados: ¡La lengua!”
Hablar en lenguas nada tiene que ver con las emo­ciones. Hablar en lenguas de ninguna manera puede ser una emoción, porque las emociones forman parte del alma, de la naturaleza psicológica, mientras que hablar en lenguas es hablar desde o en el espíritu. (1 Corintios 14:14.) Este hecho puede parecer sor­prendente a las personas que han oído de una mani­festación altamente emocional, que en realidad no era otra cosa que un abuso del don de lenguas (ministe­rio público en lenguas) y de ahí que sehayan sentido asustados o repelidos por esa práctica.
Los pasajes que en varias versiones modernas de las Escrituras hablan de “lenguas de éxtasis” o “idio­ma extático” son en realidad paráfrasis y no traduc­ciones. Nada hay en el original griego que implique que hablar en lenguas tenga nada que ver con la emoción, éxtasis, frenesí, etc. La frase reduce siem­pre a lalein glossais, que significa, simplemente, “ha­blar en lenguajes“. Pueda que el hablar en lenguas emocione, de la misma manera que aguza el intelecto, y esperamos que así sea; pero no tenemos que alcanzar un estado emocional especial para hablar en lenguas. En realidad de verdad, uno de los mayores impedi­mentos para recibir el Espíritu Santo es la recargada atmósfera emocional que suponen algunos que ayuda y, más aún, que es necesaria. Cuando las personas buscan recibir el bautismo del Espíritu Santo y ha­blan en lenguas por primera vez, tratamos de “cal­mar” sus emociones lo mas que nos sea posible. Muchos comienzan a hablar en lenguas quedamente. Luego hablaran en voz más tonante a medida que crezca su fe y pierdan el temor. De hecho, las emociones estimuladas se interponen en el camino del Espíritu Santo, de la misma manera que lo hace un intelecto demasiado activo o una voluntad demasiado deter­minada.

No hay nada de malo con la emoción. Tenemos que aprender a expresar nuestras emociones y disfrutar de ellas mucho más de lo que generalmente lo ha­cemos, especialmente en relación a nuestra asociación con Dios. ¿Puede haber, acaso, algo más maravilloso, o más emocionantemente conmovedor, que sentir la presencia de Dios? Pero la emoción, sin embargo, es una respuesta, una expresión, no una causa. El emo­cionalismo es la expresión de la emoción, en función de sí misma, sin estar enraizada en causa alguna.
No estaremos en ninguna rara disposición de ánimo cuando hablamos en lenguas. Ninguna relación tiene con lo misterioso, lo oculto, como creemos quedo cla­ramente especificado en el capítulo anterior. No se trata de histeria ni de forma alguna de sugestión. No entramos en trance ni ponemos nuestras mentes en blanco. Mientras hablamos en lenguas nuestra mente debe trabajar activamente pensando en el Se­ñor. Poner nuestra mente en blanco o adoptar una actitud de pasividad mental resulta peligroso en cual­quier circunstancia, y no debe ser estimulado.

Hablar en lenguas de ninguna manera significa compulsión. Dios no obliga a su pueblo para actuar de esta manera:lo inspira. Es el enemigo el que “posee” y obliga a la gente a actuar contra su voluntad. Siem­pre que uno diga: “Hago esto porque Dios me ordenó hacerlo” refiriéndose a cualquier manifestación física, lo mas probable es que Dios nada tenga que ver en ello, sino que es mas bien la propia naturaleza (psicológica) del alma de la persona la que esta actuando o, peor aun, un espíritu extraño lo está abrumando, 4 Dios puede hacer y hace cosas inesperadas y desacostumbradas, pero no exige de sus hijos un comportamiento tan caprichoso y grotesco que pudiera ahuyentar a otros. (2 Timoteo 1:7.)
Siguiendo la misma línea de pensamiento, algunos temen hablar en lenguas porque se imaginan que de pronto pueden pegar un salto en la iglesia e interrumpir al predicador, o de pronto empezar a hablar en lenguas en un campo de golf. ¡Tonterías! “El espíritu del profeta está sujeto al profeta.” (1 Corintios 14:32.) Algunos razonan así: “Pero si este es el Espíritu Santo que esta hablando ¿cómo me atreveré a rechazarlo? Ah, pero es que este no es el Espíritu Santo hablando. Hablar en lenguas significa que es nuestro espíritu el que esta hablando, inspira­do por el Espíritu Santo, y nuestro espíritu está bajo nuestro control. Antes de poder manifestarse cualquier don del Espíritu, necesita nuestro consentimiento. Pue­de ocurrir a veces que estemos tan poderosamente ins­pirados por el gozo y el poder del Señor, que sentimos la necesidad de hablar en una circunstancia en la cual nuestra mente nos esta diciendo que no corresponde. No hay nada malo en ello;aprendemos así a contro­larnos de la misma manera que aprendemos a no reírnos a destiempo, aún cuando algo nos parezca muy divertido, ¡y nos sentimos altamente inspirados para reírnos! Esta es una buena comparación, porque la inspiración del Espíritu Santo se asemeja a una risa gozosa.
4 No estamos negando que el Espíritu Santo puede, por su soberana voluntad, provocar sensaciones físicas. No es raro que una persona sienta un movimiento sobrenatural localizado en sus mejillas, labios, lengua, o un tartamudeo o temblor en el cuerpo, en momentos de orar pidiendo el bautismo del Espíritu Santo, y esto puede ocurrirle a una persona que no solamente no demuestra activamente su deseo de recibir el Espíritu Santo, sino que ni siquiera comprende el asunto. Hay casos de quienes experimentan un debilitamiento de los músculos ¡al extremo de no poderse tener en pie! El día de Pentecostés, fueron acusados de estar borrachos. En Cesárea de Filipo los romanos se sintieron anonadados por el Espíritu Santo, al parecer sin esperar que tal cosa ocurriese. Por lo menos Pedro no mencionó tal manifestación y no esperaba que sucediese. Sin embargo, no importa cuan abrumadora sea la inspiración, y de si es espiritual, psicológica o aun física en su naturaleza, el espíritu del profeta todavía esta sujeto al profeta. En todos los casos es siempre requerido el consentimiento y cooperación del individuo. No importa can poderosa sea la inspiración, nunca es compulsiva. Notemos, sin embargo, que el Espíritu puede -y así lo hace-, constreñir a los incrédulos. Los que salieron a arrestar a Jesús cayeron a tierra. Pablo cayó de su cabalgadura y quedó transitoriamente enceguecido. Se podrían mencionar muchos otros ejemplos.
Algunos plantean el problema de que la Biblia dice que no debe hablarse en lenguas de no mediar inter­pretación. Esta regla se aplica a hablar en lenguas en una reunión pública, y será tratado con mayor detalle en el capítulo que trata del don de lenguas, pero por ahora diremos que el hablar en lenguas pri­vadamente no requiere interpretación. El creyente está “hablando, a Dios en un misterio”, orando con su espíritu, no con su intelecto.
“¿Y si no hablamos en lenguas? ¿Puedo recibir el Espíritu Santo sin hablar en lenguas?”
¡Todo viene incluido!” Hablar en lenguas no es el bautismo en el Espíritu Santo, pero es lo que suce­de cuando somos bautizados en el Espíritu, y resulta ser un importante recurso para ayudarnos, como dice Pablo, a ser llenos o continuar siendo llenos del Espíritu. (Efesios 5.:18.) No es que tengamos que hablar en lenguas para tener el Espíritu Santo dentro de nosotros. No es que tengamos que hablar en len­guas para gozar de momentos en los cuales sentimos que estamos llenos del Espíritu Santo, pero si queremos el libre y pleno derramamiento que es el bautismo en el Espíritu Santo, debemos esperar que ocurra como en la Biblia, y como lo hicieron Pedro, Santiago, Juan, Pablo, María, María Magdalena, Bernabé y todos los demás. Si queremos entender el Nuevo Tes­tamento, necesitamos la misma experiencia que tuvieron sus escritores.
Algunas personas preguntaran: “¿Pero que me dice de los grandes cristianos de la historia? Ellos no hablaron en lenguas.” ¿Estamos seguros de ello? Es muy probable que no haya habido ningún momento en la historia de la iglesia sin que hubiera algunos que conocían la plenitud del Espíritu Santo y habla­ran en lenguas. Siempre que hubo notables reaviva­mientos de la fe, se evidenciaron los dones del Espíritu. San Patricio en Irlanda, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, San Francisco Javier, los primeros cuáqueros, los valdenses, los primeros metodistas, son unos pocos ejemplos de los que en aquellos tempranos días ha­blaron en lenguas. En épocas más recientes, numerosos dirigentes cristianos hablan hoy en lenguas, pero no lo admiten por temor al prejuicio. Pero hay muchos que son más va­lientes. Hay miles de pastores y sacerdotes en prácticamente todas las denominaciones que testifican ha­ber recibido el bautismo en el Espíritu Santo y ha­blado en lenguas, y el número esta creciendo cada vez más. Una sola organización de pastores presbiterianos carismáticos, suma alrededor de 400. Cinco años atrás un dirigente de la iglesia bautista norteameri­cana nos dijo que en ese entonces había 500 pastores de esa denominación que hablan recibido el Espíritu Santo y hablado en lenguas.
¡Hay un cierto número, de personas que han hablado en lenguas y que no lo saben! De vez en cuando, al hablar sobre esta manifestación, alguien nos dice: “Oh, usted se refiere a ese extraño lenguaje que he hablado desde que era niño; ¿es eso?; ¡Me hace sentir feliz y cercano a Dios!” *
* Como es obvio, para que tal cosa sea valida, el niño tendría que haber recibido primero a Jesucristo.
Al terminar una reunión, una simpática señora ho­landesa, de alrededor de 35 años de edad, conversaba con Dennis.
-Una vez hable en lenguas, hace de esto alrededor de ocho meses- comentó con cierto dejo de ansiedad en la voz -y quisiera hacerlo de nuevo.
-¿Y por qué no lo hace?
-Oh, no me animaría. Me entretengo con mis hijos hablándoles en un lenguaje que a ellos los divierte. ¡Me temo que si trato de hablar en lenguas hablaría en ese lenguaje; aún sin proponérmelo!
A esta altura de la conversación Dennis sonreía. -Esa es su lengua- le dijo.
La señora se sobresaltó: -Oh, no- dijo sacudien­do firmemente la cabeza – ¡esa es una lengua que usamos en los juegos!
Luego de varios minutos de discusión, Dennis le pregunto:
– ¿Estaría dispuesta a hablarle a Dios en esa lengua?
Requirió un poco más de persuasión, pero final­mente inclino su cabeza y comenzó a hablar queda­mente en un hermoso lenguaje. No habían pasado treinta segundos antes de que sus ojos se llenaran de lágrimas de gozo: -¡Esto es! ¡Esto es!- dijo.
Un joven matrimonio de turistas ingléses, mientras recorrían los Estados Unidos, se detuvieron en St. Luke hace alrededor de siete años atrás. Sentían cu­riosidad por averiguar más sobre el bautismo en el Espíritu Santo. Hablando, procuramos explicarles que significaba el hablar en lenguas. El joven esbozó una sonrisa entre divertida y perpleja, y pregunto:
-¿Podría ser algo que yo he estado haciendo en mis oraciones desde la edad de tres años?
La esposa también sonrió y exclamó: -¡Yo tam­bién!
Sin saberlo el uno del otro, ambos habían hablado en lenguas de tiempo en tiempo, en sus oraciones, desde su más tierna infancia.
No les parece esta una buena ocasión para mencionar el hecho de que muy a menudo la primeras veces que las personas hablan en lenguas, lo hacen en sus sueños. La semana antes de escribir este capítulo, dedicamos un cierto tiempo a conversar con el piloto de unas líneas aérea, que procuraba conocer algo más sobre el Espíritu Santo. Nos dijo:
-Noches atrás soñé que hablaba en lenguas. ¡Cuando desperté tenia una sensación maravillosa!
Cuando una persona habla en lenguas durante su sueño, pronto comenzara a hablar en lenguas estando despierto, si está dispuesto a hacerlo. A veces resulta difícil convencer a la gente de esto. Un joven estudian­te asistió, juntamente con otros estudiantes, a la Reunión de Información de los vier­nes en St. Luke. Una semana después vino a la iglesia y me dijo: -Estoy muy desilusionado. Quería quedarme las otras noches para recibir el Espíritu Santo, pero los otros muchachos no podían esperar. Pero esa noche soñé que llegaba hasta la barandilla que separa el altar en su iglesia, y recibí el Espíritu Santo. ¡Fue maravilloso! ¡Hablé en lenguas y me sentí lleno de alegría!
-Hum-m-m- exclamo Dennis-. La reunión del viernes tuvo lugar en la casa parroquial ¿no es así?
-Si- replico el joven-. Nunca entre al templo propiamente dicho, ¡pero durante mi sueño es ahí donde estaba!
– ¿Quieres describirme el templo?- le pidió Dennis.
-Bueno, noté que el altar ocupaba una posición que no es la habitual en la mayoría de las iglesias. Estaba tan separado de la pared que podría haberla tocado con la mano cuando me arrodille en el altar. (Esto ocurría hace alrededor de siete años atrás, cuando esa disposición de los altares no era tan común.) La iglesia estaba pintada de marrón, toda de madera.
A continuación el joven procedió a describir con toda precisión el interior de la Iglesia de St. Luke, Seattle. Parecía que el Señor no solo había bautizado a este hombre en el Espíritu Santo, sino que le había mostrado un cuadro claramente recono­cible del interior de la Iglesia de St. Luke. (Esto último seria una manifestación del don de ciencia.)
– ¡Felicitaciones! – le dijo Dennis-. ¡Has recibi­do el Espíritu Santo!
– Oh, no- respondió el muchacho ¡fue nada mas que un sueño!
Demandó algún tiempo el convencerlo, pero final­mente consintió en orar y de inmediato comenzó a hablar con toda fluidez en un nuevo lenguaje.
– ¡Es el mismo lenguaje que hable durante mi sueño!- exclamo contento.
Antes de orar pidiendo recibir el Espíritu Santo, sugerimos que primero oremos al Padre en el nombre de Jesús, reafirmando nuestra fe en Cristo, agrade­ciéndole por la nueva vida que nos ha brindado en Jesús y por el Espíritu Santo que vive en nosotros. Continuar orando diciendo todo lo que hubiere en nuestros corazones. Si recordamos algo que nos im­pida acercarnos a Dios, una mala acción o una mala actitud inconfesada, un resentimiento contra alguien, por ejemplo, o una deshonesta operación comercial, digámoselo a Dios, confesémosle nuestro pecado, y luego prometámosle enderezar nuestros caminos. Si ese es nuestro sentir, dejemos la oración momentáneamente, pongamos las cosas en orden y después volvamos (Mateo 5:23-24) pero no permitamos que la idea de algún pecado “es­condido” o desconocido nos impida pedir el bautismo en el Espíritu Santo. “No somos dignos” podrán decir algunos, y la respuesta es: “¡Por supuesto que no somos dignos!” Solamente Jesús es digno. ¿Alguna vez, podremos acercar­nos por ventura al Señor y decirle: “Ahora soy digno, por lo tanto, ¡dame la parte que me corresponde!”? Es mejor no hacerlo: ¡bien pudiera ser que nos la diera!
Si estamos solos orando para recibir el Espíritu Santo, elevemos esta oración, o si algún otro está orando con nosotros dirán una oración similar
“Padre celestial, te doy gracias porque estoy bajo la protección de la preciosa sangre de Jesús que me ha limpiado de todo pecado. Amado Señor Jesús, te ruego que me bautices en el Espíritu Santo, y per­míteme alabar a Dios en un nuevo lenguaje, que supere las limitaciones de mi intelecto. Gracias, Señor; creo que ya mismo estás respondiendo a mi rue­go. Te lo pido en el nombre del Señor Jesús.”
Cuando le pedimos a Jesús que nos bautice en el Espíritu, nosotros debemos recibirlo. El recibir nos corresponde a nosotros.
Este es el ABC del recibir:
A. Pedir a Jesús que nos bautice en el Espíritu Santo. La carta de Santiago dice: “No tenéis lo que deseáis, porque no pedís.” (Santiago 4:2.) Dios nos ha dado libre albedrío y eso nunca lo quitara. No forzará sus bendiciones sobre nosotros, ya que no es este el camino del amor. Debemos pedir. Dios nos ordena ser llenos de su Espíritu Santo. Efesios 5:18
B. Creer que recibiremos en el momento en que lo pedimos. “Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.” (Juan 16:24.) La fe es creencia en tiempo presente. “Es la fe” escribe el autor de Hebreos. (Hebreos 11:1.) Además la fe es activa y no pasiva, lo cual quiere decir que somos nosotros los que debemos dar el primer paso.
C. Confesar con nuestros labios. Cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador, creímos en nuestro corazón y le confesamos con nuestros labios. Ahora confesemos con nuestros labios pero en el nuevo len­guaje que el Señor esta dispuesto a darnos. Abramos nuestra boca y comencemos a hablar, anunciando así que creemos que el Señor nos ha bautizado en el Espíritu. No hablemos en castellano ni en ningún otro idioma que conozcamos, pues Dios no nos puede diri­gir para hablar en lenguas si estamos hablando en un lenguaje que nos es familiar. ¡No podemos hablar en dos idiomas a la vez! Confiemos en Dios que el nos de las palabras, así como podía confiar en Jesús de que le permitiría caminar sobre las aguas. Hablar en lenguas es un infantil acto de fe. No requiere nin­guna habilidad, antes bien, significa despojarnos de toda habilidad. Es hablar con palabras sencillas, utili­zando nuestra voz, pero en lugar de decir lo que nues­tra mente nos dicta, debemos dejar que el Espíritu Santo dirija nuestra voz directamente para decir lo que el quiere que digamos.
“¡Pero ese sería yo el que habla!” ¡Exactamente! Dios no habla en lenguas, es la gente la que habla en lenguas, y es el Espíritu el que da las palabras. Veamos lo que sucedió en Pentecostés: “Y comenza­ron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.” De modo que debemos comenzar a hablar en otras lenguas -no en nuestro propio idio­ma u otros idiomas- según el Espíritu nos faculta a .pronunciar las palabras o a darles forma, ¡cosa que el Espíritu hará, sin duda alguna! De la misma ma­nera en que un niño comienza a balbucear sus prime­ras palabras, abramos nuestras bocas y pronunciemos las primeras silabas y expresiones que vienen a nues­tros labios. Debemos empezar a hablar en la misma forma como Pedro tuvo que salir del bote. Dios nos guiará cuando nos animemos a confiar en é1, dando el primer paso, en fe.
Al orar para recibir el Espíritu Santo, ocurre a veces que algunas personas experimenten un temblor involuntario, balbucean sus labios y castañetean sus dientes. Estas son reacciones físicas ante el Espíritu Santo, que en si mismas no tienen mayor significación, aparte de indicar su presencia. Se producen pro­bablemente ante la resistencia que le oponemos. Algu­nas personas han esperado en vano, durante años, para que los “labios balbuceantes” lleguen a ser un lenguaje. El creyente en todos los casos debe empezar a hablar: hablar en lenguaje no es un acto involun­tario.
“Pero yo no quiero -dicen algunos- que nadie me enseñe como hablar en lenguas. Quiero que Dios lo haga. De lo contrario podría ser “en la carne”.
Es imposible que nadie nos diga “cómo” hablar en lenguas. Lo que estamos tratando de hacer es conven­cerlos de que comiencen a hablar. Cierto que mucha gente empieza a hablar espontáneamente sin que na­die los incite. Aparentemente así lo hicieron la mayoría, en los casos relatados en la Biblia. Si todos viviéramos de acuerdo a una fe sencilla, también actuaríamos así, pero desgraciadamente muchos de nosotros tendemos a ser sofisticados y estamos llenos de inhi­biciones, temerosos de que nos tomen por tontos. Mu­chos adultos y niños agraciados con una fe infantil reciben fácilmente y con espontaneidad; nuestras ins­trucciones van mas bien dirigidas a los que aun mantienen ciertos pruritos. Todo cuanto podemos decir es que depende de cada uno de nosotros el que salgamos del bote si queremos caminar sobre las aguas. No podemos dar indicaciones de cómo caminar sobre las aguas, pues Jesús cuidará de eso, pero sí podemos apremiarlos para que salgan del barco, y den el pri­mer paso sobre las olas. Con respecto a que pueda ser “en la carne”, un conocido erudito maestro de la Biblia, nos dice: “Cuando Pedro salió y caminó sobre las aguas, los de “la carne” se quedaron sentados en el bote.”
La “carne” es lo opuesto a la fe; es el “viejo hom­bre”, rebelde y pecador. Es mucho más “de la carne” esperar que Dios tome el mando y nos haga hacer algo, que confiar en el con fe sencilla y esperar a que nos honre cuando empezamos a imitar los soni­dos de nuestro hablar. Estamos enseñando -y sabemos que esa es la verdad- que estos primeros esfuerzos en obedecer al Espíritu no son más que el comienzo. No importa que estos primeros sonidos no sean otra cosa que las pocas gotas que salen cuando “cebamos la bomba”; pronto saldrá el chorro con toda su fuerza.
El salmista David, por inspiración del Espíritu Santo, dijo así: “Abre tu boca, y yo la llenaré.” (Salmo 81:10.)
Un sonido de regocijo puede no ser hablar en lenguas, pero aun esto agrada al Señor. No pasará mu­cho tiempo antes que Dios premie nuestra fe sencilla y hablemos el lenguaje del Espíritu Santo.
Al llegar a este punto, pueden suceder varias cosas puede ocurrir que no logremos empezar a hablar, debido a nuestra timidez e inhibiciones. Muy bien, ¡no ha fracasado en el examen! Pero tenemos que perseverar hasta que decidamos emitir ese primer sonido. Algo parecido a lo que les ocurre a los para­caidistas que se arrojan del aeroplano por primera vez. Si quiere ser un paracaidista ¡tiene que saltar! ¡No hay otra manera! No hay que echarse atrás, co­mo algunos hacen, diciendo: “Supongo que Dios no me quiere conceder ese don.” Pero no es Dios, sino nosotros los que nos echamos atrás.
A veces comenzamos a hablar, pero lo más que logramos son unos pocos sonidos vacilantes. ¡Muy bien! ¡Ya hemos roto la “barrera del sonido”! De­bemos persistir con esos sonidos. Ofrezcámoslos a Dios. Con nada más que esos “sonidos gozosos” digá­mosle a Jesús que lo amamos. A medida que lo hace­mos así, esos sonidos crecerán hasta adquirir la mag­nitud de un lenguaje plenamente desarrollado. Este proceso puede durar días o semanas, pero no por culpa de Dios sino por culpa nuestra. En un sentido estrictamente real, cualquier sonido que hagamos ofre­ciendo nuestra lengua a Dios en fe sencilla, puede ser el comienzo de hablar en lenguas. Hemos pre­senciado vidas visiblemente cambiadas por la libe­ración del Espíritu como resultado de la emisión de un solo sonido, ¡de una sola silaba! Si en alguna oportunidad hemos emitido tal sonido al mismo tiem­po que confiando en Dios de que el Espíritu Santo nos guiaría, desde ese momento en adelante nunca hay que decir: “Todavía no he hablado en lenguas”, sino: ¡Empiezo a hablar en’ lenguas!” Recordemos que la manifestación del Espíritu significa siem­pre que Dios y nosotros estamos trabajando juntos.
“Obrando con ellos el Señor…con las señales que se seguían.” (Marcos 16:20.)
Por otra parte puede ocurrir que de inmediato ha­blemos en un hermoso lenguaje. Eso también es ma­ravilloso, ¡pero no significa de ninguna manera que mas santos que los otros! Significa simplemente que estamos un poco más liberados en nues­tros espíritus que tenemos menos inhibiciones. De cualquier manera, el quid del asunto es que continuemos hablando, o tratando de hablar.
De vez en cuando ocurre que una persona cuenta con algunas nuevas palabras en su mente, antes de que empiece a hablar en lenguas. ¡Hay que decirlas! Lasdemás seguirán.
Ocasionalmente hay algunos que ven las palabras escritas, como si estuvieran escritas en un indicador automático movible o proyectado sobre la pared. Una mujer vio las palabras en su “lengua”, como si hu­bieran sido escritas en la pared ¡con la pronunciación y acentuación completas! Las “leyó” a medida que aparecían, y comenzó a hablar en lenguas. ¿Por qué suceden tales cosas? Porque al Espíritu Santo le gusta la variedad. La mayoría de las personas no reciben estas “ayuditas”, de modo que, si nos ocurren, alabemos al Señor. Algunos son más capaces de can­tar que de hablar, y eso está bien. De la misma ma­nera que podemos empezar a hablar en el Espíritu, lo podemos hacer cantando. Solamente debemos per­mitir al Espíritu que nos de la tonada como asi­mismo las palabras. Es probable que al principio nos venga como un canturreo, tal vez entone a des tonos, pero puede ayudarnos a liberarnos: Conocemos personas que no pueden cantar ni una sola nota al “natural”, pero que cantan hermosamente en el Es­píritu.
¿Qué se supone que sintamos cuando hablamos en lenguas? Puede que al principio nos sintamos absolu­tamente nada. Recordemos que esto no es una expe­riencia emocional… Estamos tratando de que nuestro espíritu adquiera la libertad necesaria para alabar a Dios a medida que el Espíritu Santo nos inspira. Puede transcurrir un tiempo antes de que nuestro espíritu pueda abrirse camino hacia nuestros sentimientos para hacernos nuevamente conscientes de que Dios está en nosotros. Por otra parte, podemos ex­perimentar algo así como si de golpe se abriera una brecha y nos sintiéramos transportados a las regiones celestiales. ¡Alabemos al Señor! Es una experiencia maravillosa tener la súbita conciencia de la plenitud de Cristo en nosotros y sentirnos arrebatados de esa manera. Muchas personas acusan una sensación de libertad y realidad en lo más hondo de sus espíritus cuando empiezan a hablar y de estar llenos de la plenitud de Cristo.
Por lo menos de una cosa podemos estar seguros: si no aceptamos la experiencia como real, no estare­mos conscientes de su realidad. La vida del cris­tiano esta edificada sobre la fe, es decir, confianza y aceptación. Inevitablemente muchos dirán: “¡Peroese fui solamente yo!” Por supuesto, ¿quién espe­raba que fuese, algún otro? Somos nosotros los que hablamos, mientras el Espíritu Santo provee las pa­labras. Pero a menos que aceptemos que se trata del Espíritu Santo y de que la experiencia es real, no habremos de ser bendecidos con las bendiciones que estamos buscando. Por lo tanto, creamos y aceptemos, y alabemos al Señor por lo que esta haciendo en nosotros y por medio de nosotros.
A Dennis le pidieron un día que diera su testimonio en una iglesia cercana. Después de la reunión muchos se quedaron para orar y pedir recibir el Bautismo en el Espíritu Santo. El ministro religioso le dijo a Dennis:
-Hay otro aquí que esta pasando por mo­mentos muy difíciles. ¿Puede usted ayudarlo?
Era un joven ministro perteneciente a una de las iglesias de liturgia muy elaborada. Tenía la firme determinación de recibir el Espíritu Santo pero, como es obvio, estaba totalmente fuera de su elemento en este marco sin inhibiciones. Mientras mas lo exhor­taban los bien intencionados hermanos que oraban por él, ¡más se congelaba!
Dennis le pidió que lo visitara en su oficina en St. Luke, y ahí, luego de hablar tranquilamente un rato, oraron para que recibiera la plenitud que estaba bus­cando. Luego de un rato comenzó a temblar violentamente y a hablar en un hermoso lenguaje.
Continuó hablando durante dos o tres minutos, miro a Dennis con aire sombrío, y dijo: -Bueno, muchas gracias- ¡y se fue!
A la noche siguiente llamo por teléfono – Dennis- dijo tristemente -te agradezco mu­cho por tratar de ayudarme, pero no recibí nada.
Dennis le dijo:
-Mira, mi amigo. Te vi temblar bajo el poder del Espíritu Santo, y te oí hablar hermosamente en un lenguaje que no conoces. Yo se que tú sabes que el Señor Jesús es tu Salvador, de modo que estoy se­guro que tiene que haber sido el Espíritu Santo. No dudes más. ¡Agradece al Señor por haberte bautizado en el Espíritu Santo!
Colgó el teléfono, pero una hora después volvió a llamar. Estaba eufórico. -¡Oh!- exclamó- cuando seguí tu consejo comencé a agradecerle al Señor por haberme bautizado en el Espíritu, y de repente sentí el impacto del gozo del Señor; ¡y me siento como si caminara en las nubes!
No transcurrió mucho tiempo antes que oyéramos del reavivamiento producido en la pequeña iglesia.
Si hemos pasado por un período de gran tensión o pesadumbre por lo cual hemos tenido que ejercita un firme control sobre nuestras emociones, hallaremos difícil aflojar esa tensión al grado de permitirle al Señor Jesús que nos bautice en el Espíritu Santo. Nos hemos estado aferrando a algo, y nos asalta el temor de que si aflojamos ahora nos vamos a “des­moronar”. Cuando esto ocurre, es muy probable que al procurar dejar en libertad a nuestra voz para que le hable al Señor, comencemos a llorar. ¡Adelante con el llanto! El Espíritu Santo sabe perfectamente como desatar esos nudos. A veces las personas lloran y otras veces ríen cuando reciben el Bautismo en el Espíritu Santo. Ocho años atrás oramos con un joven ministro y su esposa, y al recibir el bautismo en el Espíritu el joven reía a mandíbula batiente, mientras la esposa lloraba co­piosamente, y ambos fueron llenos con el gozo del Señor. Nuestro Señor sabe lo que necesitamos, y procederá de la manera en que mas nos beneficie.
Hay algunos creyentes que han pedido ser bauti­zados en el Espíritu Santo, pero no han podido co­menzar a hablar en lenguas. Creen que esto se debe a que Dios no quiere que lo hagan; que no sea para ellos. Nuestra experiencia, sin embargo, nos dice que con buenas explicaciones, respondiendo a sus pregun­tas y una apropiada instrucción, tales personas logran despojarse de sus inhibiciones y comienzan a hablar en el Espíritu.
Actuando como consejeros, hallamos que hay per­sonas que en el pasado se han visto envueltas en cultos o practicas ocultas, según lo explicamos de­talladamente en el capítulo cuarto. Han suspendido estas prácticas pero nunca renunciaron a ellas. Des­pués de guiarlos en tal sentido, y consumada la re­nuncia, comienzan de inmediato a hablar en lenguas.
Estamos convencidos, a la luz de las Escrituras y habiendo orado, durante mas de diez años, con miles de personas que querían recibir el bautismo en el Espíritu Santo, que no existe ningún creyente que no pueda hablar en lenguas, si ha sido bien adoc­trinado y realmente preparado para confiar en el Señor.
Después que Cristo nos ha bautizado en el Espíritu Santo, nuestra vida comienza a tener verdadero poder. Es lo mismo que un soldado que hace acopio de proyectiles para su fusil, con gran descontento del enemigo, que es Satanás. Muchos cristianos no creen que haya un real enemigo, que el diablo sea una persona, ¡por eso se pasan la vida sentados en su campo de concentración! En el instante en que recibimos la pleni­tud del Espíritu Santo, es decir, en el momento en que comenzamos a permitir que el poder de Dios fluya desde nuestro espíritu e inunde nuestra alma y cuer­po y el mundo en derredor, Satanás se torna dolorosamente consciente de nosotros, y nosotros tomamos conciencia de su tarea. Nos prestara su atención pro­curando, en lo posible, “acallar nuestra voz”.
El ministerio de Jesús, en el aspecto de sus mi­lagros y de su poder, comenzó recién después de ha­ber recibido el poder del Espíritu Santo e inmediatamente después venció a Satanás cuando fue tentado en el de­sierto. (Mateo 3:14-17; 4:1-10.) Nuestras nuevas vi­das en el Espíritu están modeladas según un patrón que es el mismo Jesús.7 También seremos puestos a prueba cuando recibamos el poder del Espíritu Santo. Y porque Jesús salio victorioso, ¡también lo seremos nosotros!
La carta de Santiago dice así: “Someteos, pues, a Dios;resistid al diablo, y huirá de vosotros.”
“Someteos, pues, a Dios” significa que la primera y principal defensa es permanecer en comunión con Dios; no debemos dejar de alabarle, de gozar de su presencia y de creer y confiar en el activamente. No permitamos que nada empañe nuestra nueva libertad en comunión con el Señor.
El próximo paso es: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Santiago 4:7.) Jesús resistió echando mano a las Escrituras: “Escrito esta… Escrito es­ta.” La Biblia es la espada del Espíritu. Hallemos y aprendamos de memoria versículos que tengan el filo de la espada, para tenerlos siempre a mano en caso de necesidad.
He aquí os doy potestadsobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañara.” (Lucas 10:19.) “Porque mayor es (Jesús) el que está en vosotros, que el (enemigo) que está en el mundo.” (1 Juan 4:4.) “Porque las armas de nuestra milicia no son car­nales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas.” (2 Corintios 10:4.)
Si quisiéramos contarles a otros lo que nos ha ocu­rrido a nosotros, asegurémonos antes de que el Espíritu Santo nos guía. No todos estarán preparados para escuchar nuestro testimonio, como pudiéramos creer, de modo que debemos actuar inicialmente cuando el Espíritu Santo abre las puertas. Tenemos que pre­pararnos para ser testigos eficientes, estudiando se­riamente las Escrituras.
El hecho de que una persona reciba el bautismo en el Espíritu Santo no significa que haya alcanzado la “culminación” espiritual, (ni el hablar en lenguas), como estamos seguros que todos habrán comprendido al llegar a este punto del libro. Nunca debemos ceder a la tentación del enemigo que nos quiere hacer sentir superiores; oremos para ob­tener la virtud de la humildad; es un buen antídoto. El bautismo con el Espíritu Santo es solo el comienzo de una nueva dimensión de nuestra vida cristiana, y depende exclusivamente de nosotros si habremos de crecer o decrecer. Si nuestra elección sigue firme en el sentido de colocar al Señor en el primer lugar en nuestras vidas, entonces estamos bien encaminados ¡hacia una meta de gloriosas aventuras en nuestro Señor Jesucristo!

Capítulo 6. Introducción a los dones del Espíritu Santo.

Capítulo 6. Introducción a los dones del Espíritu Santo.

Si ya hemos sido bautizados en el Espíritu Santo, comenzamos a tener conciencia de los dones del Espíritu. Son dos las palabras más corrientemente utilizadas cuando se habla de estos dones: una es carisma (o su plural carismata), don del amor de Dios; la otra es panerosis, manifestación.
La palabra “don” es una palabra apropiada, pues nos recuerda que estas bendiciones no se ganan, sino que Dios las da gratis a sus hijos. Un don no es un premio al buen comportamiento sino una señal de relación. Damos regalos a nuestros hijos en sus cum­pleaños porque son nuestros hijos y no porque han sido “buenos”. La palabra “manifestación” significa poner a la vista, hacer visible, hacer conocido. Esta palabra muestra que los dones del Espíritu reflejan el ministerio de Jesús, puesto en evidencia por su pueblo en el día de hoy. Las dos palabras juntas – “dones” y “manifestaciones”- nos dan una imagen mas completa de la obra del Espíritu Santo.
Nosotros, los miembros del cuerpo de Cristo, deberíamos creer que Dios, a través de nosotros, mostrará su amor, a medida que las necesidades se hagan patentes día a día. Cuando una persona necesita ser sanada deberíamos contar con que Dios, a través nues­tro, manifieste su don de sanidad en la persona ne­cesitada. Los dones no nos pertenecen. La persona en favor de quien se lleva a cabo el ministerio, recibe el don. No debemos tener la pretensión de contar con ciertos dones, pero recordemos que Jesús, el don de Dios, vive en nosotros y dentro de el están todos los buenos dones.
En la iglesia han existido dos ideas extremas en cuanto a la manifestación de los dones del Espíritu Santo. La idea que más ha prevalecido es que Dios, en forma permanente, da un determinado don o varios dones a ciertas personas, que se transforman así ofi­cialmente en los que “hablan en lenguas” o “interpre­tan” o “sanan”. En apoyo de esta tesis, algunos hacen referencia a la Escritura que dice: “Porque a este es dada palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu…” (1 Corintios 12:8) sin percatarse que este capítulo relata las alternativas de una reunión de iglesia durante la cual el Espíritu Santo esta inspirando a unas y a otras personas a manifestar sus variados dones. No significa que un individuo en particular sea quien reciba uno o más dones específicos. Esta equivocación de creerse posee­dor de dones fijos, lleva al orgullo, al estancamiento, y tiende a limitar en esa persona los otros dones de Dios. Otro resultado negativo es que se deja librada a unos pocos miembros de la congregación la manifestación de los dones, mientras que la mayoría se retrae como simple espectadora sin pensar que Dios quisiera obrar también por intermedio de ellos.
El otro extremo estar representado por la idea de que todos los bautizados en el Espíritu Santo cuentan con los nueve dones del Espíritu, que pueden mani­festarse en la oportunidad en que esa persona lo de­termine ; una especie de “hombre orquesta” indepen­diente. Si bien es cierto que todos los dones, al residir dentro de Cristo residen en nosotros, la Escritura enseña claramente que el único que puede ponerlos de manifiesto, discrecionalmente, es el Espíritu Santo. (1 Corintios 12:11.) Dios procura enseñarnos que nos necesitamos mutuamente, que no podemos depen­der únicamente de nosotros mismos. El cuerpo de Cristo está constituido por muchos miembros, y Dios ha planeado deliberadamente que la puesta en acción de los dones se haga “como el quiere” pues de esa manera los cristianos los unos de los otros para cumplir eficazmente las funciones determinadas por é1. Debemos “discernir el cuerpo del Señor” bus­cando a Cristo en la persona de otros cristianos o de lo contrario estorbaremos seriamente y limitaremos lo que Dios quiere hacer. Deberíamos orar para que la gloria de Dios se exteriorice en la vida de otros así como en la nuestra.
Es cierto, sin embargo, que a medida que los cristianos crecen en madurez, algunos dones pueden ser expresados con mas frecuencia y efectividad por me­dio de ellos. Se dice entonces que tienen un ministerio en esos dones. Toda persona que tenga tal ministerio debería estimular a los que son nuevos a participar en el campo de los dones, y cuidarse é1 mismo a no cen­tralizarse demasiado en su particular ministerio im­pidiendo así que Dios pueda utilizarlo de otras ma­neras. ¡Dios es un Dios de variedades!
Conversando un día dos cristianos, uno de ellos le dijo al otro: -Puedes quedarte con los dones, yo tomaré los frutos. 2
Los dones del Espíritu son algunas de las maneras mediante las cuales Dios actúa a través de la vida de los creyentes. El fruto del Espíritu Santo es el carácter y la naturaleza de Jesucristo exteriorizado en la vida del creyente. Jesús no se redujo a decirles a los enfermos que se aproximaban a é1: “Yo lo amo”, sino que les dijo: “¡Yo los sano!” Pocas experiencias hay tan tristes como amar a una persona y no poder ayu­darla. Tanto los frutos como los dones son de vital importancia. Pero a la fecha, sin embargo, se ha hecho mucho más hincapié en la cristiandad sobre los frutos del Espíritu que sobre los dones del Espíritu.3
2 El fruto del Espíritu es, de acuerdo a Gálatas 5:22-23 “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, tem­planza”.
3 1ra Corintios 12:8-10: “Palabra de sabiduría, palabra de ciencia, discernimiento de espíritus, don de la fe, obrar milagros, dones de sanidad, de profecía, diversos géneros de lenguas, interpretación de lenguas”
El Espíritu Santo inspiró a Pablo a exhortarnos a que aprendamos sobre los dones espirituales: “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales.” (1 Corintios 12:1.) En este libro he­mos de dar una definición de cada uno de los dones, citando ejemplos en la vida de Cristo y de otros en el Nuevo Testamento, haciendo algunas referencias, al Antiguo Testamento, y que podemos esperar para la iglesia en el día de hoy. Se verá así cómo fueron manifestándose siete dones -en el Antiguo Testa­mento y en los Evangelios- a medida que la gente era impulsada por el Espíritu Santo.
Estos siete dones son los siguientes
1. La “palabra de sabiduría”.
2. La “palabra de ciencia”.
3. Don de la fe.
4. Dones de sanidades.
5. El obrar milagros.
6. Don de la profecía.
7. Discernimiento de espíritus.
No demandará demasiado esfuerzo de parte de los lectores recordar los incidentes, tanto en el Antiguo Testamento como en los Evangelios donde estos dones se manifestaron.
A los siete de la lista indicada se agregaron dos más después de Pentecostés.
8. Don de lenguas.
9. La interpretación de lenguas.
Esto hace un total de nueve dones, señalados por el apóstol Pablo en 1 Corintios 12. De esta manera, los creyentes que todavía no han participado de la experiencia de Pentecostés, pueden ser el conducto por el cual se manifiesten ocasionalmente cualquiera de esos siete dones, muchas veces sin siquiera perca­tarse de ello. Sin embargo, después de la plenitud y derramamiento del Espíritu, uno cualquiera o los nueve dones en conjunto pueden exteriorizarse fre­cuentemente y con poder, a través de la vida del creyente.
Todo creyente que tenga vocación de servir a Dios echando mano de los dones del Espíritu Santo, debe aprender a escuchar a Dios. A menudo acaparamos la conversación. Es lógico esperar que el principiante cometa errores. No podemos esperar que un niño que recién comienza a aprender aritmética no cometa errores. Quedémonos tranquilos que aun los errores redundan para la gloria de Dios, si contamos con él y depositamos en él toda nuestra confianza.
“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre…” dice Santiago. (Santiago 1:17.) Resulta obvio, por supuesto, que todos los dones de, Dios son perfectos, pero es útil recordar que no lo son los canales a través de los cuales se manifies­tan esos dones. El solo hecho de que una persona manifieste esos dones no significa que esta caminan­do en estrecha comunión con Dios. Tal como lo im­plica la palabra “don”. La carta a los romanos nos dice: “Por que irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.” (Romanos 11:29.) No sigamos tras una per­sona por el solo hecho de tener un “ministerio de dones”. En lugar de ello, “veamos cuáles son los fru­tos del espíritu, los frutos de su vida, su honestidad y pureza, engendradas por el Espíritu de Verdad -el Espíritu Santo- y suanhelo de conocer y apreciar la Palabra de Dios. Busquemos entre los que enseñan a aquellos que establecen un claro equilibrio entre el significado literal y el significado espiritual de las Escrituras, y procuremos la comunión con otros her­manos; hecho eso, aceptemos solamente aquello a que nos mueve el Espíritu Santo y que concuerda con la Escritura. Recordemos que los cristianos no siguen las señales, sino que las señales siguen a los cristianos.
Los, dones de Dios, cuando son expresados de la manera en que Dios quiere que lo sean, resultan her­mosos, y no sólo hermosos sino útiles, para que el cuerpo de Cristo crezca y se desarrolle. No han de ser meramente tolerados, sino anhelosamente apete­cidos. Debemos advertir contra dos errores que se han cometido con mucha frecuencia en el pasado: abu­so de los dones por desconocimiento del orden bíblico, y rechazo o apagamiento de los dones del Espíritu. A menudo el segundo error se comete como reacción contra el primero.
Todas las buenas cosas nos han sido dadas gra­tuitamente en Cristo (Romanos 8:32); sin embargo, las promesas de Dios debemos apropiárnoslas por la fe. Los dones serán puestos de manifiesto de acuerdo al grado de nuestra fe: “Conforme a vuestra fe os sea hecho.” (Mateo 9:29; Romanos 12:6.) Manifeste­mos sus dones en fe, amor y obediencia, para que, el pueblo de Dios sea fortalecido y este preparado para la difícil y gloriosa tarea que le espera.
No estudiaremos los dones -en el mismo orden en que aparecen en 1 Corintios 12, sino que los agru­paremos en clases, como sigue
A. Dones de inspiración o comunión. (El poder pa­ra decir.)
1. Don de lenguas.
2. Don de interpretación.
3. Don de la profecía.
B. Dones de poder. (El poder para hacer.)
4. Dones de sanidades.
5. El obrar milagros.
6. Don de la fe.
C. Dones de revelación (El poder para conocer)
7. Discernimiento de espíritus.
8. La “palabra de ciencia”
9. La “palabra de sabiduría”

El orden que hemos seguido para el catálogo de los Dones, no hace a su importancia relativa, como tampoco lo hace en las Escrituras, pero nos ayudará a percibir la relación de las manifestaciones entre unas y otras.

Capítulo 7 El don de lenguas y el don de interpretación.

Capítulo 7 El don de lenguas y el don de interpretación.

Analizaremos al mismo tiempo los dones de lenguas y de interpretación, desde el momento en que nunca deben ir separados en una reunión pública. Algunos sostienen que hablar en lenguas e interpretar lenguas son los dones de menor jerarquía, porque están anota­dos en ultimo lugar en la lista de dones de 1 Corintios 12:7-11. Si hubiera una razón especial por la cual estos dones aparecen últimos en la lista, una explicación mas lógica seria que fueron los últimos dones dados a la Iglesia. Los primeros siete dones de la lista aparecen en el Antiguo Testamento y en los Evan­gelios, pero estos dos últimos no fueron dados hasta después de Pentecostés.
Hay dos maneras de hablar en lenguas. La más común es la que se usa como un lenguaje devocional para edificación propia, y no hace falta interpretación. (1 Corintios 14:2.) Ya hemos discutido esto en detalle. Queremos referirnos, mas bien, a la manifestación publica de hablar en lenguas, es decir la que debe ser interpretada. A esto llamaremos el “don de lenguas”. Cuando un cristiano bautizado en el Espíritu Santo siente la inspiración de hablar en lenguas en voz alta y en presencia de otros, a lo cual sigue generalmente la interpretación, estamos en pre­sencia del don de lenguas. (1 Corintios 14:27-28; 12:10.) El don de lenguas es transmitido o dado a los oyentes, que son edificados al escuchar la inter­pretación que sigue, hecha por quien tiene ese don.1 Es preferible que los dones de hablar en lenguas y de interpretación no se empleen en grupos de incrédu­los o de creyentes no suficientemente instruidos, sin una explicación previa sobre su significado, ya sea antes o después de sus manifestaciones.
Hay formal principales para expresar el don de lenguas en la congregación
1. Por medio del don de lenguas y de interpretación, Dios puede hablar a los incrédulos y/o a los creyentes.
Si bien Dios no habla en lenguas (¿cómo podría haber un lenguaje desconocido para él?) estimula al cristiano dócil a que lo haga, y de esa manera –me­diante las lenguas y la interpretación- habla a su pueblo hoy en día. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento dan testimonio conjunto de que Dios ha­bla a su pueblo mediante estos dones. Así dice Isaías:
“Porque en lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablara a este pueblo.” (Isaías 28:11.) San Pablo cita esa referencia cuando explica lo que significa hablar en lenguas e interpretar: “Esta escrito: en otras lenguas y con otros labios hablare a este pueblo… “(1 Corintios 14:21), la traducción lite­ral del griego dice así: “En otras lenguas y en labios de otros hablaré a este pueblo…” Además la Escri­tura da por sobreentendido que el don de lenguas, su­mado al don de interpretación, da por resultado una profecía, lo cual sigue siendo siempre Dios hablando al pueblo. (1 Corintios 14:3.)
1 El Don de lenguas también puede aplicarse como oración o alabanza a Dios
El don de lenguas no es una señal para el creyente, desde el momento en que el creyente no necesita de una señal, pero puede ser una señal para el incrédulo (generalmente no buscada), que lo induce a aceptar Señor Jesucristo. “Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos…”(1Corintios 14:22.)
¿De qué manera el don de lenguas puede ser una señal para el incrédulo?
a. La lengua puede ser un lenguaje comprensible al incrédulo, por el cual Dios le habla directamente a el.
b. La lengua puede ser un lenguaje incomprensible, pero el poderoso impacto del lenguaje hablado en lenguas, que como norma se acompaña siempre de interpretación, puede alcanzar al incrédulo y actuar como una señal para él.
Cuando el don de lenguas es un mensaje de Dios, que alcanza al incrédulo, sea por su conocimiento del lenguaje (una traducción), sea por la inspirada interpretación de un creyente, y en algunos casos sin con­tar con la interpretación o traducción, constituye una señal para el incrédulo de que Dios es real, vivo, y esta preocupado por él.
Un joven que formaba parte de las fuerzas de ocu­pación de los Estados Unidos de América en el Japón, y que pertenecía a una iglesia en el Estado de Oregon, se había casado con una señorita japonesa. El joven matrimonio regreso a los Estados Unidos y en todo les iba bastante bien, a excepción de que la joven señora rechazaba rotundamente la fe cristiana de su marido, y se mantenía resueltamente aferrada a su budismo. Una noche, después del servicio nocturno, la pareja estaba en el altar, el orando a Dios por medio de Jesucristo, y ella elevando sus oraciones budistas. Al lado de ellos estaba arrodillada una señora de edad madura, ama de casa de la comuni­dad. Cuando esta señora comenzó a orar en lenguas en voz alta, súbitamente la esposa japonesa tomo del brazo a su marido
“¡Escucha!” le susurro sorprendida. “¡Esta mujer me está hablando en japonés!” Me está diciendo: “¿Has probado a Buda y no te ha hecho ningún bien? ¿Por qué no pruebas con Jesucristo?” Y no me habla en el lenguaje japonés corriente sino en el idioma que se utiliza en el templo ¡y usa mi nombre japonés com­pleto que nadie en este país conoce!” ¡No es de extrañar que esta joven señora abrazara la fe cristiana!
Hemos conocido muchos casos similares. Lo que ocu­rrió en el caso que acabamos de mencionar, es que como la ama de casa norteamericana se sometió a Dios orando en lenguas, el Espíritu Santo eligió cam­biar el lenguaje de oración a Dios, por un mensaje de Dios a través del don de lenguas.
Ruth Lascelle (entonces Specter) 2 se había criado en un hogar judío ortodoxo. Cuando, al comienzo de su edad adulta, su madre aceptó a Jesús como su Mesías, Ruth creyó que su madre había perdido el juicio. Concurrió a la iglesia donde asistía su madre, en procura de refutar sus creencias. En una de esas reuniones hubo un mensaje en lenguas que si bien es cierto que no fue interpretado, hizo un impacto tan profundo en Ruth que supo en ese preciso instante que Jesús era real, y ella también lo aceptó como su Mesías.
Este es un ejemplo del don de lenguas, ni enten­dido ni interpretado, y, sin embargo, fue una señal de una fuerza tal que Ruth se convirtió en el acto. Dice Ruth: “Le pedí a Dios que me diera una señal que me indicara que la fe cristiana es la fe verda­dera. Hasta ese momento, por supuesto, nunca había oído la cita de la escritura del Nuevo Testamento que dice: “Los judíos piden señales.” 3 (1 Corintios 1:22.)
Otro caso interesante sucedió en 1964 en el norte de California, durante un servicio carismático. Una estudiante universitaria asistió a la reunión con su padre, prominente funcionario eclesiástico. Esta joven conoció a Jesús en su infancia, pero se había alejado cada vez más de él, durante sus años de estudiante. Su fe se había hecho añicos, y estaba bajo tratamiento psiquiátrico. Casi al finali­zar la reunión los dones de lenguas y de interpretación se manifestaron en amor y en potencia. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras caminaba hacia el altar para orar. Le dijo a la persona que la acon­sejaba:
“¡Cuando oí hablar en lenguas por primera vez esta noche, y el mensaje que siguió, supe de nuevo, y sin ninguna duda, que Dios es real y que me ama!”
Este último caso es un ejemplo de estos dones co­mo una señal, no para el incrédulo, de acuerdo a lo que dijimos anteriormente, sino más bien para una creyente afectada de incredulidad temporaria.
Los dones de lenguas y de interpretación también pueden ser un mensaje de Dios para bendecir y ex­hortar a los fieles. Hay numerosos ejemplos que con­firman esta afirmación; solo mencionaremos uno. Un viernes por la noche, alrededor de un año después de que Rita fuera renovada en su experiencia del bautismo en el Espíritu Santo, asistía a una reunión de oración. Oró por una amiga que estaba trabajando como enfermera misionera en África, y que estaba so­portando difíciles pruebas. Cuando terminó de orar por Dorotea, hubo un momento de don de lenguas y de interpretación, que al efecto decía así: “Si tu mis­ma estás dispuesta a ir a ayudar a tu amiga, tus ora­ciones serán contestadas mas rápidamente.” A continuación el Señor le pregunto a Rita tres veces, de la misma manera que le preguntó a Pedro: “¿Me amas?” Ella, que había estado caminando muy cerca de é1, testificando activamente de el desde su reaviva­miento, se sintió penosamente sorprendida de que le preguntara si lo amaba, y rompió a llorar. Allí mis­mo Rita le aseguró a Dios que lo amaba tanto que estaba dispuesta a ir dondequiera la enviara. Tan convincente fue el mensaje que le dio el Espíritu Santo, que al finalizar la reunión ¡sus amigos la rodearon para despedirla! según resultaron las cosas, si bien estaba dispuesta a ir al África, en lugar de ello dos meses después el Señor la envió a Texas.
2. El don de lenguas también puede ser oración pública a Dios.
La mayoría de nosotros prefiere oír relatos del cielo que relatos de la tierra; preferiríamos oír a Dios hablándonos, que oír al hombre hablar a Dios. Sin embargo, leyendo las Escrituras, observamos que el don de lenguas es utilizado en reuniones públicas de oración y necesita interpretación para que los otros creyentes puedan asentir. (1 Corintios 14:13. 16.) De ahí se desprende que el don de lenguas, complementado por la interpretación, puede también ser una oración, acción de gracias o alabanza a Dios, lo cual estimula a la congregación. El don de lenguas en tanto sea oración o alabanza, puede ser un lenguaje conocido por los incrédulos, como ocurrió en el día de Pentecostés: “Les oímos hablar en nuestras len­guas las maravillas de Dios.” Pablo también establece que alguno en la reunión puede cantar sualabanza a Dios utilizando el don de lenguas;también la interpretación puede ser cantada, lo cual es de gran inspiración.
Cualquier creyente bautizado en el Espíritu Santo puede “cantar en el Espíritu”. Esto significa permitir al Espíritu Santo no solamente guiar nuestra pa­labra,sino también cantar mientras é1 dirige las palabras y la tonada. En un grupo de creyentes bien instruidos, varias personas pueden orar o alabar a Dios, hablando o cantando en lenguas al unísono, sin necesidad de interpretación. Y en algunas ocasiones, cuando todo el grupo se une “cantando en el Espíritu”, permitiendo al Espíritu Santo no solo guiar las voces individualmente, sino combinándolas a todas ellas, se logra una armonización tan sublime que se­meja el canto de un coro angélico.
Es motivo, de perplejidad para algunos, cuando unas pocas palabras en lenguas son seguidas de una larga respuesta en el idioma nativo. Varias razo­nes explican este hecho. Pudiera ser que el lenguaje dado por el Espíritu Santo fuera más conciso que el lenguaje más elaborado del intérprete. También pu­diera ser que la interpretación misma fuera seguida por palabras proféticas. Otra explicación más es la de que al hablar en lenguas era en realidad una oración privada, y la presunta interpretación era, en la realidad, una profecía.
Si bien es cierto que todos los creyentes deberían hablar diariamente en lenguas durante sus oraciones, no todos pueden ejercitar el don de lenguas en una reunión pública. (1 Corintios 12:30.) Sabremos que Dios nos está inspirando a manifestar el don de len­guas cuando sentimos con toda claridad en lo más intimo de nuestro ser el avivamiento o el testimonio del Espíritu Santo. Esto no significa que tengamos que hacer nada impulsivamente. Debemos hablar al Señor tranquilamente y pedirle, para el caso de que nos quiera utilizarnos de esta manera, que nos brinde la oportunidad, durante el servicio, de oficiar en el ministerio. Nunca debemos interrumpir cuando otra persona este hablando. !!!ión;pedirla,guas.¡El Espíritu Santo es un caballero!” Debemos preguntarle al Señor si este es el don particular que quiere para este grupo determinado. Al utilizar cualquiera de los dones orales del Espíritu Santo -lenguas, interpretación o profecías- hablemos con voz suficientemente alta para que todos nos escuchen, pero no seamos innecesariamente ruidosos ni cambie­mos el tono de nuestra voz natural. El ser ruidosos o afectados asustará a la gente y podrán impugnar la genuinidad del don. Evitará que oigan lo que Dios quiere decirles. Hablemos con el máximo de preocupación por el bienestar de todos y en el amor de Dios. Si creemos que Dios quiere que manifestemos el don de lenguas, debemos estar preparados para orar también por el don de interpretación, para los casos en que no hubiera otra persona presente suficiente­mente entregada para hacerlo. (1 Corintios 14:13.)
La interpretación de lenguas es dar, en una reunión publica, el significado de lo que se ha dicho por el don de lenguas. Una persona se siente movida a hablar o a cantar en lenguas, y la misma u otra persona recibe del Espíritu Santo el significado de lo que se ha dicho. El que interpreta no entiende la lengua. No es una traducciónsino una interpretación, dando el sentido general de lo que se ha dicho. El don de la interpretación puede hacerse presente directamente en la mente de la persona, en su totalidad, de lo contrario tan solo algunas pocas palabras al comienzo, y cuando el intérprete, confiando en el Se­ñor, comienza a hablar, se materializa el resto del mensaje. De esta manera se parece a hablar en len­guas: “Tu hablarás, y el Señor pondrá en tu boca las palabras.” La interpretación puede presentarse también en forma de imágenes o símbolos, o por un pensamiento inspirado, o el intérprete puede escuchar el discurso en lenguas, o parte del mismo, como si la persona estuviera hablando en el idioma nativo.
La interpretación dará el mismo resultado que una declaración profética, es decir de “edificación, exhor­tación, consolación”. (1 Corintios 14:3-5.) Recordemos que los dones no han sido dispuestos para que nos sirvan como guía de nuestras vidas, sino para confirmar lo que Dios ya nos está diciendo en nuestro espíritu y .por medio de las Escrituras.
Dios actúa como quiere, pero se ajusta a ciertas pautas generales que nosotros podemos detectar. Al­gunos han denominado a 1 Corintios 14 como las reglas de oro carismáticas del cristiano. Por ejemplo, 1 Corintios 14:27, dice así: “Si alguno habla en una lengua, su número debe estar limitado a dos, o a lo sumo a tres, y cada uno (esperando su turno), y que alguien explique (lo que se ha dicho)” Esta escritura establece normas especifi­cas. Limita el número de intervenciones en lenguas e interpretaciones a dos o tres veces en una reunión. Algunos estiman que el próximo versículo significa que después de dos o tres dones de lenguas, un “in­terprete oficial” deberá brindar una sola interpretación para los dos o tres discursos en lenguas, pero el versículo 13 indica que cualquiera que esta acostum­brado a manifestar el don de lenguas, también puede orar pidiendo el don de la interpretación. Esto es importante que lo tengamos en cuenta, desde el mo­mento en que puede haber otros en la reunión que no se sienten suficientemente entregados en ese mo­mento para hacer la interpretación que se necesita. A fin de evitar la confusión que produciría entre los incrédulos y los creyentes no instruidos la falta de interpretación del don de lenguas (vers. 23, 33) parece que es bíblico que cada vez que se hable en len­guas hay que hacer la interpretación separadamente. Además se tornaría muy difícil retener la interpretación por un periodo demasiado prolongado.
El hablar en lenguas sería reconocido más como idioma conocido si hubiera alguien presente que su­piese ese lenguaje y pudiera traducirlo. También es posible que en alguna medida el hablar en lenguas sea en el “lenguaje de ángeles”. (1 Corintios 13:1.) Sabemos que en el mundo hay alrededor de 3.000 idio­mas y dialectos, de modo que no puede sorprender a nadie que muy pocos idiomas puedan ser reconocidos en una localidad en particular; en realidad es sor­prendente que se puedan reconocer tantos. En el día de Pentecostés había alrededor de 120 personas ha­blando en lenguas, pero solo fueron reconocidos ca­torce lenguajes (Hechos 1:15; 2:1, 4, 7-14), a pesar de que había “judíos piadosos” de todas las naciones del mundo conocido. Este es más o menos el porcen­taje de idiomas conocidos identificados hoy en día. Orando con personas pidiendo la bendición de Pentecostés, y habiendo asistido a numerosas reuniones carismáticas en muchas partes del mundo durante los pasados diez años, hemos conocido gente que han ha­blado en lenguas en latín, castellano, francés, hebreo, vasco antiguo, japonés, arameo, chino mandarín, ale­mán, indonesio, dialecto chino foochow, griego neo­testamentario, inglés (por un orador no inglés) y polaco.
A veces, los que han recibido la experiencia de Pentecostés, deben soportar el desafío de algunos que no comprenden el propósito de hablar en lenguas, con preguntas tales como la siguiente:
“Si realmente le ha sido dado un nuevo lenguaje, ¿por qué no lo hace analizar, descubre a que país pertenece y va a ese país como misionero a predicar el evangelio en ese idioma?” Otros preguntan
“Si Pentecostés es tan poderoso, ¿cómo es que los misioneros con esta experiencia tienen que estudiar un idioma en la Universidad?”
Estas personas no se dan cuenta que el don de lenguas es manifestado al incrédulo solamente cuan­do es dirigido por el Espíritu Santo, y aun en el caso de que una persona pueda ser utilizada una sola vez para hablar un determinado lenguaje, y con ello al­canzando a alguien para Cristo, no tiene ninguna manera de saber si le será dado hablar alguna vez más en la vida ese lenguaje especifico. Si bien el creyente bautizado en el Espíritu Santo puede hablar en su privada lengua devoción al tanto en este como en el don de lenguas la elección del lenguaje que hable no puede ser regulada por el individuo. Dios lleva a cabo estos milagros vocales según su elección y de acuerdo a sus propósitos.
Aparte de todo ello, hay quienes erróneamente ase­guran que la proclamación del Evangelio se hizo en Pentecostés por medio del don de lenguas y por lo tanto sería el único propósito válido para hablar en lenguas hoy en día. Si bien es cierto que se escucha a algunos hablando, impulsados por el Espíritu Santo, en idioma conocido en el día de Pentecostés, también es cierto que no proclamaron el Evangelio en len­guas, sino que estaban alabando a Dios. El que evangelizó ese día fue Pedro. Aun cuando antes de hablar a la gente el también fue edificado al hablar en len­guas, en el momento de brindar el mensaje de salvación, habló en un lenguaje que ál comprendía y que todos sus oyentes entendían.
Corre una idea muy generalizada, pero errónea, de que los oyentes en el día de Pentecostés eran “extran­jeros” que no entendían el dialecto arameo del hebreo, que era el idioma corriente, y fue por ello que al predicarles el evangelio lo hicieron en los idiomas de los países de los cuales provenían. Este error se co­rrige fácilmente prestando atención al relato. El se­gundo capítulo de los Hechos, dice así:
“Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo.” (He­chos 2:5.)
Las personas que oyeron hablar en lenguas en el día de Pentecostés a los 120 primeros creyentes, eran fieles judíos de la “Dispersión” o diáspora, que era el término utilizado para indicar el hecho de que ya en esos días el pueblo judío estaba desparramado por todo el mundo. Pero igual ha como lo hacen en el día de hoy, mantuvieron su identidad y criaron a sus hijos como buenos judíos. Y aún cuando hubieran nacido en el extranjero, y hubieran sido educados hablando otro idioma, a todos les enseñaban la lengua hebrea, y sin duda alguna esperaban ansiosos el día en que pudieran visitar Jerusalén. En el día de Pentecostés sucedió algo así como si los pueblos de habla inglésa de todo el mundo se reunieran en Londres en ocasión de un suceso nacional de gran importancia como fuera, por ejemplo, la coronación de la Reina Isabel II. Habría gente de Nueva Zelanda, de Jamai­ca, de la India, británicos de nacionalidad, criados en hogares “a la inglésa”, hablando el idioma inglés, pero que nunca estuvieron en la “madre patria”. En su vida diaria hablarían a menudo una lengua “ex­tranjera”. Imaginémonos a esa gente reunida en Londres para la coronación que escucharan de pronto a un grupo de londinenses de clase popular -“cock­neys”- con su acento característico- ¡hablando her­mosamente en el lenguaje nativo, de los lejanos países de los cuales provenían! “¿No son “cockneys” todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en la lengua del país en que vi­vimos?”
“Oh”, dicen algunos, “todos oyeron en su propio lenguaje. Los discípulos hablaban en una misteriosa “lengua” que milagrosamente le “sonaba” a cada uno como su propio lenguaje.” Es una teoría interesante, pero no bíblica. La Biblia dice: “Comenzaron a ha­blar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.” (Hechos 2:4.)
Cuando Pedro se dirigió a la multitud les dijo “Varones hermanos…” (Hechos 2:29.) No eran extranjeros sino “hermanos”, un termino que los judíos no usaban livianamente. Además, es evidente que cuando Pedro se puso de pie para explicarles lo que estaba sucediendo, no habló en lenguas. Se mencionan 14 naciones y sus respectivos lenguajes; ¿debemos imaginar que Pedro les habló sucesivamente en esos 14 idiomas? Por supuesto que no; hablo en un len­guaje en que todos le entendieron. ¿Que estarían ha­ciendo en Jerusalén en el gran día si no entendieran el idioma y pudieran participar del acontecimiento? El relato nos dice también que había algunos prosélitos, es decir gentiles convertidos, pero estos, también habrían sido instruidos en el idioma hebreo.
Habiendo dejado aclarado este punto de que no se utiliza habitualmente el don de lenguas para anunciar el Evangelio, y que no fue utilizado en el día de Pentecostés con ese propósito, reconozcamos también que, como en todos los casos, hay excepciones a la regla.
Hay ejemplos esparcidos a lo largo de la historia del cristianismo, de algunos a quienes el Espíritu Santo les dotó de la capacidad de hablar y entender un nuevo idioma, reteniendo esta capacidad en forma permanente. De acuerdo a sus biógrafos, el gran mi­sionero de Oriente, Francisco Javier, recibió de esta manera el idioma chino. Stanley Frodsham, en su libro Con señales siguiendo3 nos relata varios ejemplos similares que han ocurrido en el movimiento pente­costal moderno.
John Sherrill, en su libro, Hablan en otras lenguas,4 cuenta de un misionero que en el año 1932 fue utili­zado por Dios, mediante el don de lenguas, para lle­var el mensaje de la salvación a una tribu de caníbales. El misionero H.B. Garlock fue capturado y juz­gado por los nativos. Les hab1ó durante veinte minu­tos en lo que para él era un idioma desconocido, pero que evidentemente los caníbales lo entendieron, les satisfizo lo que les dijo, y lo dejaron en libertad, y posteriormente se entregaron a Cristo. Es significa­tivo el hecho de que cuando Garlock volvió al centro misionero, continuó oficiando a los liberianos en el idioma de ellos que, le había demandado tanto tiempo y trabajo aprender. No retuvo en forma permanente el idioma de los caníbales pues el Espíritu se lo había “prestado” solamente para esa emergencia.
Alrededor de ocho años atrás, una señorita de la iglesia de St. Luke, Seattle, al visitar un hospital se detuvo a conversar con una mujer asiática a quien no conocía. La mujer hablaba muy poco inglés, pero lo suficiente para entender que la visitante que­ría orar con ella, a lo cual reaccionó diciendo: “¡Yo, Buda! ¡Yo, Buda! “, significando con ello, por supues­to, que era budista. La señorita de la iglesia de St. Luke se sintió inclinada a hablarle a la mujer a me­dida que el Espíritu ponía las palabras en su boca, y durante varios minutos hab1ó en un idioma descono­cido para ella. Al hacer ademán de retirarse, la mujer le dijo, con el gozo reflejado en su rostro: “¡Yo, Jesús! ¡Yo Jesús!” Resulta obvio que la señorita de St. Luke había testificado a la asiática en su propio lenguaje, y la mujer respondió recibiendo a Jesús como su Salvador.
Otra idea no bíblica que sostienen algunos, es que los corintios eran las “ovejas negras” de la iglesia primitiva. Atentaban contra las buenas costumbres, hablando en lenguas, por ejemplo, porque no eran más que convertidos “a medias” de su paganismo. Pablo tuvo que “sermonearlos” debido a su emocionalismo. Aceptaba que hablaran en lenguas, pero a regañadientes.
Lo equivocado de esta idea puede comprobarse fácilmente leyendo con atención el Nuevo Testamento. Cuando Pablo fue a Corinto, Dios le dijo: “Yo tengo mucho pueblo en esta ciudad.” (Hechos 18:10.) Fue en Corinto donde Pablo conoció a dos de sus grandes colaboradores, Alquila y Priscila, y también fue en Corinto donde trajeron a Apolo, uno de los más elo­cuentes de entre los primeros evangelistas. No hay indicación alguna de que los corintios fuesen un grupo de segunda categoría. Lo que sucede es que está generalizado un falso concepto popular de que una gran iglesia es una iglesia sin problemas. Lo cierto es todo lo contrario: mientras mayor sea la iglesia y mayor la obra que realiza, mayores serán los problemas que Satanás querrá provocar. Claro que tenían dificultades los corintios, pero ello era debido a que Dios estaba realizando una gran obra entre ellos y tenían que soportar el desafió del ene­migo.
Pablo no les echaba en cara a los corintios porque hablasen en lenguas, sino porque permitían la en­trada en su grupo al orgullo y al divisionismo. Su gran preocupación eran sus divisiones, su sectarismo, que a su vez originaban el abuso de los dones. Lejos de tratar de impedirles el use de los dones los insta repetidamente a solicitarlos: “Procurad los dones” (1 Corintios 12:31; 14:1.) “Que nada os falte en ningún don…” “Quiero que en todas las cosas seáis enriquecidos en é1, en toda lengua…” Pero también les dice: “Pero hágase, todo decentemente y con orden.” (1 Corintios 14:40.).
Si Pablo se hiciera presente en el mundo de hoy en día, con toda seguridad nos trataría como trató a los corintios.
A continuación Pablo volvería su mirada a los grupos carismáticos -o a algunos de ellos, por lo menos- y les diría algo así: “Mis queridos hermanos, estoy encantado de oír y ver los maravillosos dones del Espíritu manifes­tados en vosotros, pero, ¡por favor! ¿Tiene que gritar tan fuerte ese hermano? Observe que alguien se retiró de la reunión cuando ese hermano gritó. Tuvisteis vosotros una reunión pública a la cual invitasteis a incrédulos, y todos vos­otros hablasteis en lenguas al mismo tiempo sin dar ninguna explicación. ¿Creísteis que fue esa la mejor manera de demostrar amor y preocupación por vuestros invitados? Estoy cierto que algunas de las personas que tratáis de alcanzar piensan que estáis locos. ¡Recordad que el espíritu del profeta esta sujeto al profeta!”
¿Puede ser imitado fraudulentamente el don de hablar en lenguas? Si, por supuesto. Todos los dones tienen su contrahechura satánica, que en el caso del don de lenguas se manifiesta por la emisión de expre­siones o sonidos en labios de quienes adoran otros dioses, o están envueltos en otras religiones o cultos, que configuran una falsificación del don de lenguas. En una reunión pública numerosa, donde resulta difícil ejercer un control estricto, puede darse el caso de que una tal persona manifieste una imitación fraudulenta. Y es en esas circunstancias cuando se pone de manifiesto la necesidad del don de discernir los espíritus. Ningún cristiano que esta caminando en el Espíritu bajo la protección de la sangre de Jesús, debe temer que pueda incurrir en una falsifi­cación del don de lenguas. La Escritura nos recuerda nuestra seguridad en Cristo
“¿Que padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿Si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo ma­los, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, cuan­to más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” (Lucas 11:11, 13.) “Nadie que hable por el Espíritu de Dios (esto puede sig­nificar un cristiano hablando en lenguas) llama anatema a Jesús.” (1 Corintios 12:3.)
Resumiendo, el don de lenguas, y el de interpretación de lenguas, es en primer lugar, una señal para los incrédulos (1 Corintios 14:22), siempre y cuan­do se manifiesten de acuerdo a las instrucciones bíblicas. En segundo lugar, ambos dones tienen el mis­mo efecto de una profecía, y por lo tanto sirven para que la iglesia reciba edificación. (1 Corintios 14:5, 26-27.)
Pidámosle a Dios que nos utilice en estos dos dones; ambos son necesarios. El apóstol Pablo en Corin­tios 12, compara los dones del Espíritu, públicamente manifestados, con varios miembros y sentidos del cuerpo, teniendo cada uno su lugar, y siendo cada uno necesario a su manera. A la luz de la Escritura, no vemos cómo pueden ser clasificados los dones en categorías de mayor o menor significación, desde el momento en que Pablo pone énfasis en el hecho de que cada miembro del cuerpo es importante. A me­nos que se pongan de manifiesto todos los dones, el cuerpo de Cristo en la tierra se verá impedido en su accionar.
Cada uno de nosotros debería examinar su propia vida y arreglar cuentas con Dios antes de manifestar los dones de Dios. Si la gente resulta beneficiada, ¡démosle a Dios la gloria! Oremos para que la gloria de Dios también se manifieste a través de otros miem­bros del cuerpo de Cristo. (Juan 17:22.)

Capítulo 8 El don de profecía.

Capítulo 8 El don de profecía.

El don de profecía se manifiesta cuando los cre­yentes expresan lo que está en la mente de Dios, por inspiración del Espíritu Santo y no por inspiración de sus propios pensamientos. La profecía no es un don “privado”, sino que siempre interviene un grupo de creyentes, si bien pudiera estar destinada a una o más de las personas presentes. De esa ma­nera puede ser “juzgada”, es decir, evaluada por la iglesia.
A pesar de que la profecía aparece en el sexto lugar en la lista de 1 Corintios 12, Pablo la coloca al tope en el capítulo 14, significando con ello lo altamente beneficiosa que es para la iglesia. Así, dice Pablo:
“Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis…el que profetiza, edifica (construye) a la iglesia.” El versículo 39 es más enfático aun: ¡procurad profetizar!”
Ya vimos en el último capítulo que los dones de lenguas y de interpretación, actuando juntos servían, en primer lugar, como señal para los incrédulos y, en segundo lugar, para la edificación de la iglesia, es decir para los creyentes. La profecía es justamente el reverso, primero para la edificación de los cre­yentes y en segundo lugar para los incrédulos: “…la profecía (es señal), no a los incrédulos, sino a los creyentes.” (1 Corintios 14:22.)
La Escritura nos dice que hay tres maneras me­diante las cuales la profecía sirve a los creyentes: edificación, exhortación y consolación; o, dicho en otras palabras, construyendo, animando y consolando. (1 Corintios 14:3.) De ahí que la profecía tenga un carácter esencialmente estimulante para la iglesia, si bien no toda profecía tiene ese carácter. Si un padre terrenal nunca corrigiera a sus hijos, estaría adoptan­do una actitud perjudicial y descarriada. No crecerían ni madurarían normalmente. Si, por el contrario, el padre le dijera permanentemente al hijo que todo lo que hace está mal y nunca le dijera que lo ama y aprecia lo que hace, no habría un vinculo de amor entre padre e hijo. Podríamos establecer una proporción adecuada: una tercera parte de exhortación y dos terceras partes de consolación. Es por ello que en una reunión hemos de contar con muchas profecías que expresan la consolación del Padre y en menor proporción las que suponen un regalo. Una profecía valida no tendrá que ser duramente condenatoria para los creyentes, pero sí un consejo dado en tonos firmes e inequívocos.
Hasta el presente, en la mayoría de las reunio­nes carismáticas, ha sido mayor el ministerio dado a los creyentes por el don de lenguas y de interpretación que por la profecía. Una de las razones que explicarían este hecho es que pareciera que se requiere más fe para hablar proféticamente, que la que hace falta para que una persona hable en len­guas y otra interprete. Hablar en lenguas es un don más fácil de manifestar que el de la profecía, pre­cisamente porque el lenguaje es desconocido al ora­dor y por ello no siente ningún temor en caso de equivocarse y, además, porque la interpretación la realiza otra persona, por lo general. Por el contrario, sobre la persona que profetiza cae todo el peso de la responsabilidad.
Por lo tanto, el primer propósito del don de profecía es hablar a los creyentes, pero este don puede también atraer a los incrédulos a Dios. La Escritura dice : “Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está en­tre vosotros.” (1 Corintios 14:24-25.) Esto indica el uso del don de profecía juntamente con el don de conocimiento. El don de conocimiento es la revelación divina de hechos no aprendidos por el enten­dimiento natural. Hablaremos más en detalle sobre este don en un capítulo más adelante. Cuando el incrédulo se da cuenta que son revelados hechos íntimos de su vida relacionados con su estado espiritual, se convence de la realidad de Dios y de inmediato se convierte. Por otro lado, el creyente incrédulo o indocto, que no entiende en su plenitud los dones del Espíritu, no habiendo recibido el bautismo del Espíritu Santo, muy a menudo, al llegar a este punto, se convence de que estas cosas son reales. (Esto ul­timo está ocurriendo cada vez con mayor frecuencia, en el día de hoy. Muchos creyentes “no adoctrinados” solicitan recibir el bautismo del Espíritu Santo, por­que han visto en acción los dones de los cuales les habían dicho que “no eran para el día de hoy”.)
En el Antiguo Testamento hubo hombres inspira­dos de Dios para profetizar. Estos profetas fueron especialmente elegidos por Dios para comunicar su palabra a la gente, oficiando los dones combinados de profecía y conocimiento, y a menudo ejecutando “grandes proezas” por el poder de Dios. Muchas ve­ces, por medio de ellos hizo conocer Dios su voluntad e intención. Habitualmente toda profecía que se re­fiera al futuro va acompañada de la partícula con­dicional “si”.
“De aquí a cuarenta días Ninive será destruida” (Jonás 3:4) es lo que Jonás debía anunciar. Pero los habitantes de Ninive se arrepintieron en saco y ceniza. ¿De que habría valido enviar a Jonás si no hubieran tenido ninguna oportunidad de arrepentirse? De modo que Ninive no fue destruida -en esa ocasión al menos ¡lo cual molestó mucho a Jonás!
Jeremías fue un profeta de la antigüedad, que advirtió a los habitantes de las ciudades de Judá, que se volvieran de sus malos caminos. También esta fue una profecía “condicional”. Después de oírlo hablar las palabras del Señor, tanto el sacerdote como los profetas y el pueblo en general quisieron matar a Jeremías. A veces el papel del profeta lo hacía muy popular y en ocasiones muy peligroso. Esteban desa­fió al Sanedrín preguntando: “¿A cuál de los profe­tas no persiguieron vuestros padres?” Jesús exclamó: “¡Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas…! (Mateo 23:37; Hechos 7:52.)
También hay profecías incondicionales que hacen referencia a planes definidos de Dios, relacionados especialmente con la venida de Cristo. Isaías 53 es un perfecto ejemplo, pues se trata de una de las más grandes profecías del Antiguo Testamento rela­cionadas con el Señor Jesús. Moisés profetizó sobre Cristo: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, lo levantará Jehová tu Dios; a él oiréis.” (Deuteronomio 18:15.) Y, en realidad, Jesucristo mis­mo fue un “profeta, poderoso en obra y en palabra”. (Lucas 24:19.) Fue el profeta, 1 de la misma manera que fue el sacerdote, el rey. En el Nuevo Testamento figuran numerosas declaraciones proféticas hechas por Jesús. Los capítulos 13 de Marcos y 24 de Mateo son poderosas profecías sobre acontecimientos veni­deros. El capítulo 16 de Juan en su casi totalidad es una profecía dada por Jesús a sus discípulos mas allegados
“Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsaran de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no cono­cen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. (Juan 16:1-4.) (Leer el resto del capítulo.)
Estas profecías “incondicionales” fueron dadas principalmente para servir como señales indicadoras a los creyentes, para que pudieran discernir las “se­ñales de los tiempos”. Jesús dijo: “Os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis.” (Juan 14:29.).
1 El mero hecho de reconocer en Jesús a un profeta, no hace cristiano a nadie; Jesús debe ser reconocido como el divino Hijo de Dios, Dios hecho carne.
En este momento no estamos deba­tiendo sobre el valor de las profecías, simplemente las mencionamos de paso, para ubicarnos y saber donde estamos en el plan calendario de Dios.
En tiempos del Antiguo Testamento Dios no podía andar, por su Espíritu, morar entre su pueblo, pero el Espíritu Santo descendió para ungir a ciertas per­sonas sometidas a Dios. El Espíritu reposó sobre ellos. Moisés, profeta y líder del pueblo de Israel, llegó a la conclusión, cierto día, de que lo que se exigía de él constituía una carga demasiado pesada para soportarla por sí solo, por lo cual Dios tomó el espíritu que estaba en él, y lo puso en otros setenta hom­bres; cuando esto ocurrió, ellos, a su vez, comenzaron a profetizar. Pero se planteó un problema, porque sobre dos personas, Edad y Medad, que no habían estado en el Tabernáculo con los otros setenta, tam­bién reposó el Espíritu y por su inspiración comenzaron a profetizar a campo abierto. Entonces algunos de los otros se quejaron y querían que Moisés les prohibiera que profetizaran. La respuesta de Moisés” fue, en sí misma, una profecía:
“¿Tienes tú celos por mi? 0jalá que todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su Espíritu sobre ellos.” (Números 11:29.)
Estas palabras se cumplieron en los días de Pentecostés. Justamente ese día Pedro hizo referencia a las palabras de Joel, que fueron similares a aque­llas: “Esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días derramaré de mi Espíritu sobre toda carne. Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros anciano soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos en aquellos días derramaré de mi Espíritu y profetizarán.” (Hechos 2:16-18).
En Efeso, cuando Pablo impuso sus manos sobre los doce y recibieron su ‘Pentecostés’, “hablaban en lenguas y profetizaban”. (Hechos 19:6.) La Escritura nos dice que desde el día de Pentecostés y del derra­mamiento del Espíritu. Santo, en adelante, toda criatura sometida a Dios puede ser movida por el Espíritu Santo a profetizar. Pablo, estando en Corinto, luego de recomendarles con ahínco de que todos deben aspirar a obtener el don de la profecía, se ocupa de las per­sonas poseedoras de este don: “Los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero. Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados. Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas.” (1 Corintios 14:29-32.)
Estos versículos nos hablan de las “normas” a que deben ajustarse los que profetizan en reuniones. Los profetas deben limitarse a hablar dos o tres veces, lo mismo que para las lenguas y la interpretación. No importa cuan maravilloso sean los dones vocales, no deben ocupar toda la reunión. Hay que permitir el tiempo necesario para la enseñanza inspirada de la Palabra de Dios, para la alabanza y la oración, para compartir el testimonio, para cantar las alaban­zas a Dios, etc.
Como ya lo hemos expresado anteriormente, la profecía tiene siempre, como destinataria, a la comu­nidad: el pueblo de Dios. En todos los casos, debe ser anunciada en presencia de otros, porque la profecía tiene que ser juzgada o evaluada por la iglesia, en términos del testimonio del Espíritu en los cora­zones de los demás hermanos, y en los términos es­tablecidos por la Palabra de Dios, con la cual debe concordar la profecía, sin excepción. Esto sirve tam­bién de control para evitar que una persona en parti­cular demande demasiado para sí misma. El dirigen­te de la reunión debe estar atento para corregir cuan­do fuere necesario. Se hace mención a los buenos mo­dales y a la consideración debida a las demás perso­nas. “Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas”, nos recuerda que los dones del Espíritu son por inspiración y no por compulsión, y no hay ninguna excusa que justifique un comportamiento ex­travagante. Siguiendo al pie de la letra al Espíritu Santo, la reunión será pacifica, apacible y ordena­da: “decentemente y con orden”, como lo dice Pablo. Para nosotros la palabra “decentemente” pudiera tra­ducirse mejor por “con propiedad” o “decorosamente“.
A las mujeres se les permite ejercer el ministerio de la oración y la profecía, siempre que estén sujetas a la dirección del hombre.
Si una mujer esta en duda con respecto a su de­recho de profetizar, puede recordar la hermosa profecías declarada por María, la madre de Jesús
“Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre. Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos.” (Lucas 1:46-53.)
Hasta aquí hemos hablado sobre el don de profecía referido a todos los miembros del cuerpo, pero ahora vamos a referirnos a los que hacen de la profecía su ministerio. De la misma manera que la era apostólica no es una cosa concluida y el ministerio del apostolado se mantiene en toda su vigencia en el día de hoy, así existen todavía los que tienen el ministerio de profeta. En razón de que los profetas del Antiguo Testamento hablaban contra los abusos sociales y políticos y contra las practicas sacerdotales y de la jerarquía de esa época, es decir contra la “institución”, ha echado raíces la errónea idea de que todo activista y todo aquel que protesta contra la injusticia social es un “profeta” y de que la “profecía” consiste, prin­cipalmente, en denunciar la maldad humana. Pero como ya lo hemos visto, no es lo que el hombre dice en el ámbito natural lo que hace un profeta, sino el hecho de que es impulsado por el Espíritu de Dios para hablar las palabras que Dios pone en sus labios.
El verdadero profeta no tendrá necesidad de anun­ciar a los demás que é1 es un profeta; será recono­cido por su ministerio. Moisés es un excelente ejemplo de un profeta, y sin embargo la Biblia dice de é1: “Moisés era muy manso (humilde, benévolo), mas que todos los hombres que había sobre la tierra.” (Números 12:3.) Esto es un buen criterio para pro­bar a un profeta hoy en día. Es natural que un profeta de Dios oficiará con frecuencia en el don de la profecía, que muchas veces va unido al don de la palabra de sabiduría muy difícil a veces de es­tablecer la distensión entre ambas -haciendo conocer la voluntad y el pensamiento de Dios. Cuando Jesús, sentado junto al pozo, le contó a la mujer, con lujo de detalles, todo lo que sabía sobre su vida personal, la mujer de inmediato le dijo:
“Señor, me parece que eres profeta.” (Juan 4:19.)
Un verdadero profeta será un cristiano maduro, ya que su ministerio figura en la lista como uno de los oficios utilizados para la edificación de la iglesia. (Efesios 4:8, 11-16.) No se permitirá a nin­guna persona que ejerza el ministerio como profeta consagrado en la iglesia, a menos que sea perfecta­mente conocido por sus hermanos en cuanto a su doc­trina y a su manera de vivir. Un verdadero profeta denunciará todo lo que sea malo, sin tomar en con­sideración si el actuar así lo hará impopular o no. Atraerá a la gente a Dios, no a sí mismo.
El ministerio del profeta debe ser juzgado más estrictamente que el de los hermanos en general que profetizan en las reuniones. Puede darse el caso de que un hombre sea utilizado en el oficio profético, y sin embargo cometerá errores garrafales de vez en cuando. Nunca habrán de aceptarse sus palabras por el mero hecho de su ministerio, sino que deberán ser puestas a prueba por la Palabra y el Espíritu; y esto, por supuesto, no significa de ninguna manera que sea un falso profeta, sino solamente de quien no ha alcanzado la perfección y por ello esta sujeto a error. “En parte profetizamos.” (1 Corintios 13:9.)
El enemigo dispone de imitaciones fraudulentas de todos los verdaderos dones, y hay profusión de falsos profetas en el mundo. Un falso profeta es tremen­damente peligroso, ya que usará de su presunta auto­ridad para ejercer su maligna influencia sobre las per­sonas, y sujetarlas a servidumbre por medio del te­rror. Logrará separarlos de los demás miembros de la familia de Cristo -a menos que se lo ponga en tela de juicio y se descubra su falsedad- con el argumen­to de que pertenecen a un pequeño y selecto grupo escogido. Eso es lo que ocurrió hace poco tiempo atrás en nuestra propia iglesia, cuando un grupito de fer­vientes cristianos fue dominado por un hombre de otra ciudad. Vino y les dijo que el habría de ser su “pastor”. Tendrían que abstenerse del más mínimo contacto -aun de sus familiares y amigos con toda persona que rechazara al grupo, y les prohibió que leyeran otra cosa fuera de lo que el les permitía leer, ¡la mayor parte de lo cual lo había escrito el mismo! Por supuesto, también les prohibió escuchar a ningún otro maestro fuera de é1. Les dijo además que cualquier persona que se separara del grupo, es­taría condenada a la perdición. Es conveniente estar precavidos, porque hay actualmente muchísimos “lo­bos rapaces” como los llamaba Pablo, rondando alre­dedor del pueblo de Dios.
“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: no escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan: os ali­mentan con vanas esperanzas: hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová.” (Jeremías 23:16.) El profeta mentiroso no advierte al pueblo que deben dejar de hacer lo malo (Jeremías 23:17-22)-, y generalmente la aparición de un falso profeta se acompaña de inmoralidad.
Debemos precavernos también de la profecía per­sonal y directa, especialmente cuando la misma no es ejercitada por un hombre maduro y sometido a Dios., Un abuso desenfrenado de “profecías persona­les” minó el movimiento del Espíritu Santo que comenzó a principios de siglo. Aun hoy subsiste. A los cristianos les son dadas palabras de sabiduría y de conocimiento para ser utilizadas entre ellos, “en el Señor” y tales palabras alientan y ayudan, pero tiene que haber un testimonio del Espíritu de parte de la persona destinataria de esas palabras, y habrá que extremar las precauciones al recibir cualquier supues­ta directiva o una profecía que predice el futuro. En ningún caso debemos tomar determinaciones basadas únicamente en el hecho de que alguien emitió una supuesta declaración profética o una interpretación de lenguas, o por una presunta palabra de conocimiento o de sabiduría. Nunca hagamos algo por el mero hecho de que un amigo se nos acerca y nos dice: “El Señor me dijo que lo dijera que hicieras tal o cual cosa.” Si el Señor en realidad tiene instruc­ciones para darnos, nos proveerá de un testigo en nuestros propios corazones, en cuyo caso las palabras emitidas por el amigo, o por intermedio de los dones del Espíritu Santo en una reunión, serán la confirmación de lo que Dios ya nos ha estado indicando. La dirección también debe concordar con la Escritura. Y ya que hablamos de Escrituras, veamos lo que dijo Pedro:
“Tenemos también la palabra profética más segu­ra, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vues­tros corazones …” (2 Pedro 1:19.) La Palabra es­crita de Dios es nuestra guía del viajero, que debemos estudiar concienzudamente, y es el criterio para poner a prueba todas las palabras habladas. Hay un antiguo dicho que vale la pena repetir: “Si tenemos el Espíritu sin la Palabra, estallaremos; si tenemos la Pa­labra sin el Espíritu, nos secaremos; pero si tenemos el Espíritu y la Palabra, creceremos.”
Hagamos notar la cautela del profeta Jeremías. El Señor le dijo a Jeremías que comprara una propiedad a su primo Hanameel. Jeremías no hizo nada hasta que recibió la visita de su primo ofreciéndole vender­le la propiedad, sin tener este último la menor idea de lo que el Señor el había dicho a Jeremías. “Enton­ces” dijo Jeremías, “conocí que era palabra de Jehová.” Si el profeta Jeremías, ese gran hombre de Dios, fue tan cauteloso que desconfiaba hasta de su propia profecía ¡cuánto más deberemos serlo nosotros! (Jeremías 32:6-9.) ¡La profecía no es decir la buena­ventura! La profecía no es mirar en una bola de cris­tal, o echar las cartas, o una supuesta predicción del futuro por cualquier otro método. Como ya lo hemos dicho detalladamente en capítulos anteriores, Dios prohíbe terminantemente atisbar en el futuro; siempre lo ha prohibido. Si los hombres intentan hacerlo, recibirán información del enemigo para sus propios fines y, si persisten, será para su destrucción. Cierto es, como ya lo hemos mencionado, que la Escritura nos dice que Dios, por medio de sus profetas, nos revela hechos que habrán de suceder; pero esto nada tiene que ver con decir la buenaventura; se trata, simplemente, que en esos casos, Dios ha querido com­partir sus intenciones con sus hijos fieles. El verda­dero profeta no procuraba obtener información sobre el presente o el, futuro, pero como vivía en estrecha comunión con el Señor, Dios compartía con el su conocimiento. La verdadera profecía es anticipar, no vaticinar.
La profecía tampoco es una “predicación inspirada“. La predicación, que significa “proclamar el evange­lio” debe ser, naturalmente, inspirada por el Espíritu Santo, pero al predicar, esa inspiración del Espíritu Santo se extiende al intelecto, al entrenamiento, a la destreza, al trasfondo del predicador. Podemos es­cribir el sermón de antemano o improvisarlo, pero en ambos casos proviene de un intelecto inspirado. Pero la profecía significa que la persona esta pronuncian­do las palabras que Dios le suministra directamente; proviene del espíritu, no del intelecto. Una persona puede emitir palabras proféticas que ni siquiera él mismo entiende. Durante el transcurso de un sermón inspirado puede suceder que el predicador profetice o manifieste los dones de conocimiento y sabiduría, pero esas palabras no son parte de la predicación.
Pablo, en su primera carta a los tesalonicenses, dice así: “No menospreciéis las profecías. Examinad­lo todo; retened lo bueno.” (1 Tesalonicenses 5:20-21.) El hecho de que se abusa de los dones de Dios y de que el enemigo dispone de imitaciones fraudulentas, no significa que debemos rechazar lo que Dios tiene para nosotros. Eso es exactamente lo que quisiera el enemigo. Cuando los hijos de Israel abandonaron el desierto y penetraron en la tierra prometida, descu­brieron que los frutos eran mucho más grandes, pero también lo eran los enemigos. No sólo uvas había en el valle de Escol, sino gigantes, y así puede ser nuestra experiencia. Si decidimos tomar este nuevo camino en el Espíritu, ¡pero la fruta vale el es­fuerzo!
Jesús es profeta, sacerdote y rey. También nos­otros podemos ser, hoy en día, a través de los profetas, sacerdotes y reyes. (Apocalipsis 1:6.) El pro­feta habla a la gente las palabras de Dios; el sacer­dote le habla a Dios a favor de la gente, por medio de la alabanza y de la oración; el rey domina, impo­niendo su voluntad, por medio de la palabra, sobre las obras del enemigo. En los tres ministerios la voz es importantísima, y nos permite ahondar en la razón del porque la voz tiene que ser sometida en Pentecostés. Si aspiramos a los dones verbales, guardémonos de hablar iniquidades, y así entraremos en la categoría de quienes Dios dice “serás como mi boca”. (Jeremías 15:19.)
Aspiremos al don de la profecía. Pidámosle a Jesús que edifique su cuerpo en la tierra, por nuestro in­termedio. Al tener comunión con el Señor y con nuestros hermanos y hermanas en el Señor, habremos de experimentar que en nuestra mente toman forma pensamientos y palabras de inspiración que no escu­chamos ni compusimos. Si están de acuerdo con la Escritura, entonces debemos compartirlos con la Iglesia. En cuanto a la interpretación puede ocurrir que recibamos tan solo unas pocas palabras, que aumentaran una vez que hayamos empezado a interpretar. Podremos ver un cuadro con los “ojos de la mente” y las palabras brotarán cuando comenzamos a describir el cuadro. En cuanto a los dones de len­guas y de interpretación; el Espíritu brinda las pa­labras valiéndose de distintos medios. Algunos ven las palabras como si estuvieran escritas y se reducen a leerlas palabra por palabra.
Los dones se manifiestan por la habilidad de Dios, no de la nuestra. En la medida de nuestra fe el proveer las palabras que quiere que hablemos. (Romanos 12:6.) No tengamos miedo de emitir una profecía ni nos sintamos acomplejados porque la Iglesia debe evaluarla. No apaguemos el Espíritu. El profeta Amós pregunto: “Si habla Jehová el Señor, ¿quién profetizara?” (Amós 3:8.) ¡Olvidémonos de nuestro orgullo y testifiquemos de Jesús

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